Domingo, 08 de octubre de 2023

Yo soy Jehová, y no hay otro, yo soy el único Dios que existe (Isaías 45:5). Esa aclaratoria lanza el Dios de la Biblia, ante Ciro, mucho antes de que apareciera en escena. Es el mismo que dice más adelante que Él forma la luz y crea las tinieblas, que hace la paz y crea la adversidad. Él es quien hace todo eso (verso 7). Con esa premisa nos queda dos posibilidades, aceptar sumisos ante su majestad o correr altivos en tono de huida, hacia la búsqueda de otra divinidad. Tal vez otros prefieran mantenerse en el ateísmo, ya que no conciben la idea de un Ser Supremo, pero los cristianos nos hemos de aferrar a la ley y al testimonio.

Algunos teólogos hablan del mal como castigo por el pecado, pero pudiera bien comprenderse por igual que Dios hizo al malo para el día malo (Proverbios 16:4), lo cual englobaría el mal como pecado hecho para su propia gloria. Si el hombre no hubiese caído en la tentación en el Edén, Jesús como Cordero sin mancha no se hubiese manifestado en el tiempo de los apóstoles (1 Pedro 1:20). Dios tuvo todo preparado para que con las circunstancias creadas por Él mismo apareciese el Mesías Redentor, el único Mediador entre Dios y los hombres. 

A Jacob amó Jehová, pero odió a Esaú, sin que mediara obra alguna entre ellos, mucho antes de que naciesen o fuesen concebidos, porque así lo planificó desde la eternidad (Romanos 9: 11,13). La salvación vino por gracia, no por obras, para que nadie se gloríe. Bueno, existen las buenas obras como fruto de la redención, pero la principal buena obra es la confesión del Evangelio que se ha creído. Como dijo Jesucristo, de acuerdo al evangelio de Lucas 6:45: de la abundancia del corazón habla la boca, hablando de los frutos que testificarán del árbol bueno (así como del árbol malo, cuando se confiesa un evangelio diferente). 

Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos, y acerca de la obra de mis manos. Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé (Isaías 45: 11-12). El futuro para los hombres es la historia escrita por Dios, el Creador; sin necesidad de mirar en los corredores del tiempo, Jehová anuncia lo que vendrá, ya que es el mismo creador del futuro. Ni una jota, ni una tilde escaparán de su cumplimiento, ya que en Él todo es un Sí y un Amén. 

La religión habla de lo que le conviene, en especial cuando actúa como franquicia de comercio. Existe un intercambio de valores, gente que se aglutina para que le digan cosas de esperanza; de igual forma aparecen los mercaderes del templo, los que venden ilusiones con frases blandas que agradan al oído. Jesús no actuó de esa manera, como se desprende de sus discursos. En especial, podemos encontrar en Juan, Capítulo 6, el relato acerca de la multitud que se benefició del milagro de los panes y los peces. Esa gente seguía a Jesús por mar y tierra, lo buscaba con anhelo. Sin embargo, pese a que eran discípulos de ese gran Maestro, se ofuscaron por sus palabras de Dios soberano.

Cuando él les dijo que ninguno de ellos podía venir a él, si el Padre no lo traía, ellos se incomodaron. Comenzaron a murmurar, dijeron que sus palabras eran duras de oír. Su ofensa fue notoria y Jesús les reclamó el hecho de que estuvieran ofendidos. Pero ese reclamo no vino acompañado de una disculpa sino de una reiteración de su mensaje. Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre (Juan 6:65). Ya en el verso 44 les había recalcado lo que les había anunciado en el versículo 37. En el verso 36, Jesús, que siempre conoce a los que son suyos, les había indicado a esos discípulos que ellos no eran creyentes. En el verso 37 les dio la razón por la cual no creían, ya que no habían sido enviados por el Padre al Hijo; si hubiesen sido enviados por el Padre, él no los habría echado fuera, no los habría espantado con su discurso. Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar (Verso 64). ¿Acaso no conoce el Señor a los que son suyos? El fundamento de Dios es firme y tiene ese sello, el conocimiento del Señor respecto a los que le pertenecen. Por eso se enfatiza en que debemos apartarnos de la iniquidad, si invocamos el nombre de Cristo (2 Timoteo 2:19).

Ciertamente, muchos de los que son formados en el conocimiento de la doctrina cristiana llegan a saber que no hay otro Dios. Pero como ese que conocen no les gusta del todo, intentan moldearlo a su propia imagen y semejanza. Para ese objetivo se dan a la tarea de torcer las Escrituras, de interpretarlas privadamente, dando sus propias opiniones (lo que en griego se traduce como herejía). No obstante, el apellido de cristiano se mantiene por siglos, para confusión general y para blasfemia del nombre del Señor. Aquellos primeros discípulos desencantados con Jesús tuvieron la gallardía de retirarse de su lado, si bien generalizaron que esas palabras nadie podía oírlas. Hoy día los disidentes no se retiran sino que siguen infiltrados para intentar darse ánimo en medio de multitudes que se llaman cristianas, pero cuyo corazón doctrinal no tiene nada que ver con Dios.

Estos son llamados extraviados, los que no permanecen en la doctrina de Cristo (2 Juan 1:9-11). Se nos recomienda no compartir espiritualmente con esa gente, ya que nos acarrearía muchas plagas encima. Son una tragedia, los que casi creen, los que llegan a creer a medias, los que se interesan por la doctrina cristiana pero en forma parcial. Las cosas duras de roer las llaman comida fuerte, pero yerran al suponer que la falsa doctrina es comida láctea para niños. No, el alimento que da el Espíritu, la palabra de Dios, es una sola; la doctrina (cuerpo de enseñanzas) de Cristo ha de ser creída en forma absoluta, de lo contrario será llamado extraviado aquel que no la mantiene como creencia.

¿Cuál es el problema que tiene el asumir que Cristo murió en exclusiva por su pueblo? Eso enseñan las Escrituras (Mateo 1:21); la nación santa, los amigos de Jesús, su pueblo, su iglesia, son el conjunto de personas elegidas desde la eternidad por el Padre, para darlas como recompensa al Hijo por su trabajo en la cruz. Multitud de textos lo dicen, como por ejemplo Efesios 1:11 (uno suficientemente emblemático). No puede adulterarse esa doctrina con el supuesto de que Cristo supo quién iba a creer y quién lo iba a rechazar, ya que en principio todos estuvimos muertos en delitos y pecados. Un muerto (como Lázaro, de acuerdo al Evangelio de Juan), no puede decidir nada. Solamente necesita la voz del Espíritu, el que hace nacer de nuevo.  El Espíritu llama de manera eficaz a los que son de Cristo. 

De esa forma se ha escrito que el nuevo nacimiento no depende de voluntad de varón, de carne alguna, sino solamente de Dios. De quien quiere tener misericordia, Dios tiene misericordia; pero al que quiere endurecer, Dios endurece. ¿Son acaso estas palabras de Romanos 9:15 duras de oír para usted? En Juan 6 hemos visto lo que acontece con quienes consideran duras de oír tales palabras; pero también allí leemos la respuesta de un creyente: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6: 68). 

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 12:38
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