Lunes, 02 de octubre de 2023

De acuerdo a Juan, el Verbo hizo todas las cosas y, sin él, nada de lo que ha sido hecho fue hecho. Por azar no acaeció nada, imposible que el hombre y el caballo hayan salido por casualidad, que por su propia cuenta las estrellas guíen a los marineros que buscan destino, o que azar haya hecho que las plantas den su alimento para el hombre desvalido. Nada acontece por casualidad, pero el silencio de Dios se observa en su creación, después de haber formado cada cosa que vemos. Lo que de Dios se conoce ha sido notorio por lo creado, de manera que con la caída en el Edén cada quien se apartó por su camino. No hay Dios, repite el necio en su corazón; no hay quien entienda, contesta el Señor. 

Fue misericordia divina el que unos cuantos seres humanos hayamos podido creer en su nombre. La gracia divina no depende de la naturaleza caída y servil que posee el hombre, la cual tiende siempre al mal. En medio de este caos humano, Dios anunció que tiene un pueblo formado desde antaño, que a cada uno de sus componentes vino a buscar con Jesucristo. Los falsos dioses se van conjugando de acuerdo al pozo del averno, con sus seguidores prestos entre los hombres, con el fin de enturbiar el anuncio de esperanza para las ovejas que Dios ha hecho.

Ovejas y cabras vinieron como distinción de dos poblados; las primeras con pastores de verdad, que apacientan con ciencia y con inteligencia (Jeremías 3:15), pero las segundas con los extraños y maestros de mentiras, en un espíritu de estupor para que se siga creyendo la mentira por cuanto no amaron la verdad. Si Cristo es el Buen Pastor, los enviados por él a apacentar la grey vienen como regalos de paz, conforme a la mente del Señor. Ellos son el gran contraste con los que no tienen ciencia ni inteligencia para pastorear, ya que Jesucristo los forma y los califica para enviarlos como sus ministros. Estos buenos pastores alimentarán a los hombres de acuerdo al corazón de Dios. 

La ciencia y la inteligencia con la cual enseñan estos pastores de ovejas presuponen las cosas dignas de entender: la verdad sustancial del Evangelio, la expiación como su centro de interés, la exclusividad de la muerte de Jesús en favor de todo su pueblo (Mateo 1:21), la seguridad de cada creyente llamado eficazmente, el hecho de estar en las manos del Padre y del Hijo, con el Espíritu Santo como testigo y garantía hasta la salvación final. Los otros, los que carecen de inteligencia y ciencia, son los maestros de las cabras, quienes viven dando azotes con sus varas, buscan el interés de sus vientres, cobran con creces los apetitos que sus corazones anhelan. Estos últimos son ciegos guías de ciegos, los que viven generalizando la doctrina de la salvación, abaratando la expiación con lo cual maltratan a las ovejas que los escuchan. 

Dios misericordioso perdonaba la maldad de su pueblo en el desierto, para no destruirlo. Muchas veces su ira apartó y no despertó su enojo, acordándose de que eran carne y soplo que va pero no vuelve (Salmos 78:38-39). Jehová es el nombre del Señor, no hay más sino Él; habla desde el principio, declara las cosas y las trae a la luz. Nadie puede hacerlo, a menos que lo imiten sin acierto, como suelen hacerlo los adivinos y hechiceros. El hombre apartado le rinde culto a la criatura antes que al Creador, ya que si se acuerdan de Él lo adoran como si fuera un toro o una piedra, pero nunca como al Dios de las Escrituras. 

Muchos de los que vienen en el nombre del cristianismo desconocen al verdadero Dios Redentor, ese que escogió a un pueblo de acuerdo al puro afecto de su voluntad, para amarlo con amor eterno, para prolongarle su misericordia, como hizo con Jacob, en contraste con lo que hizo con Esaú. Esos advenedizos en el nombre de un cristianismo apóstata cambian la proposición bíblica por asunciones más suaves de oír. Dicen que Dios ama a todos por igual, que el hombre decide su futuro, que Cristo hizo su trabajo en favor de todo el mundo, que el infierno es un invento de la religión, que el amor divino no tolerará castigo eterno. 

La inteligencia y la ciencia de los pastores enviados por Cristo no actúan con señales aparatosas, como si perteneciesen al club de la manía carismática. La doctrina del Evangelio es su norte, su enseñanza se ajusta a la ley y al testimonio. El buen pastor (enviado por el Buen Pastor) busca exponer el carácter de Dios. La falacia se aleja de su discurso para que la lógica se manifieste de acuerdo a quien ha sido definido como el Logos (Juan 1:1). Jamás dirá la mentira esperada por multitudes entrenadas por los falsos maestros, sino que siempre afirmará que Jesucristo murió por su pueblo y no rogó por el mundo (Juan 17:9). No sale de sus labios la farsa del amor genérico de Dios por todo el mundo, como si estuviese sufriendo por aquellos que no pudo salvar. 

La inteligencia y la ciencia del pastor enviado por Jesucristo habla verdad, da a conocer la doctrina de Cristo. El profeta falso habla en nombre de otros dioses, porque son dioses a los que sirve, muy variados y de acuerdo a como cambia su doctrina. El que viene en nombre de un dios que murió por todos sin excepción, pero que no salvó a todos sin excepción, está hablando mentira en cuanto a la expiación y su propósito. Ese falso maestro pisotea la sangre del Señor, haciéndola ineficaz en aquellos que se pierden. De acuerdo a Deuteronomio 18:20, ese falso profeta debería morir. 

La ignorancia y la falta de inteligencia del falso maestro pone de manifiesto su desconocimiento de Dios. Por esa razón habla contra la palabra de las Escrituras, dice mentira, por lo cual no podrá decirle a la gente que busque al verdadero Dios. El Señor de las Escrituras no manifiesta su gracia y misericordia a expensas de su justicia; más bien por su justicia manifiesta gracia y misericordia. Esa justicia es Jesucristo, el que cumplió toda la ley y fue a la cruz como Cordero sin mancha, ya destinado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20). Dios lo hizo nuestra justicia, así que siendo justificados por su sangre no existe acusatoria contra nosotros. 

Pero decir que Jesús murió por todo el mundo, sin excepción, implica generalizar su justicia y afirmar que representó en la cruz a todo el mundo, sin excepción. Si así hubiese hecho, todo el mundo sería salvo; pero la realidad muestra lo contrario, el mismo Señor habló intensamente del infierno de fuego donde el gusano no muere y la llama no se extingue. Entonces, ¿cómo es que esa sangre derramada por todos queda sin fundamento en los que se pierden? Esa es la blasfemia de Satanás, repetida por sus maestros enviados con disfraces de ministros de luz. 

Satanás le dijo a Eva que no moriría, pero la humanidad entera murió en delitos y pecados. Asimismo, hoy día y desde hace siglos, Satanás sigue hablando por medio de sus maestros iluminados, a través de sus predicaciones. Su teología sacada del abismo habla con creces contra la palabra de Dios, pero de una manera muy sutil como lo hacen los que tuercen las Escrituras para su propia perdición. Estos maestros dicen paz cuando no la hay, en tanto muchos que se confiesan creyentes actúan en clara desobediencia a lo que expresó Juan: No le digáis bienvenido a quien no trae la doctrina de Cristo (2 Juan 1:9-11). 

Cuando usted escuche que alguien dice que Dios hizo su parte, pero que ahora le toca a cada quien hacer la suya, sepa que la mentira del diablo acaba de escuchar. Cuando oiga que Dios tiene un plan maravilloso para su vida, sin saber si ese fue el plan que le tocó a Judas, a Caín, al Faraón, el mismo que le toca a cada réprobo en cuanto a fe, sepa que está escuchando una mentira del diablo. Todo evangelio antropocéntrico viene del pozo del abismo, en cambio el Evangelio de Cristo es aquel que se entrega a cada uno de los que el Padre ha enseñado para que vayan a él (Juan 6:45); es el mismo que se ha dicho de los que el Padre envía al Hijo para no ser echados fuera jamás (Juan 6:37; 44). 

No nos confundamos, hay quienes vienen en nombre del evangelio de la gracia pero por igual hacen las paces con los que practican el evangelio humanista. La mezcla de la gracia con las obras es un signo de andar extraviado, de ignorar la verdad y de hablar sin inteligencia. No se puede amar a Cristo con el corazón e ignorar sus doctrinas con la mente. Jesús es una persona con una obra, sin la obra de Cristo no existe redención posible. Precisamente, esa obra consumada en la cruz trajo la justicia de Dios hacia cada uno de los que conformamos su pueblo. Por esa razón decimos con Pablo que Cristo es nuestra pascua.

Dios como Creador de todo cuanto existe es también el Creador de nuestra redención, por medio de su Hijo Jesucristo. Esa salvación no vino por azar, no existe casualidad en que hayamos oído el evangelio, sino que tenemos por cierto que quien predestinó el fin hizo lo mismo con los medios.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 13:28
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