Común resulta para muchos el aferrarse a la herejía, siempre y cuando ésta venga acompañada de gente bajo confesiones de fe cristianas. Se llama confesión de fe cristiana al planteamiento asumido en una iglesia en materia de doctrina, considerada esencial, de manera que mientras más coloratura cristiana tenga la confesión más se parece a la realidad dibujada por la Biblia. Frente al acoso de las herejías más notorias, de los desaciertos de muchos pastores, no pocos se aferran al argumento de cantidad como la tabla de salvación, con el criterio de que tanta gente no puede estar equivocada. Deberíamos pensar en el contexto vivido por Elías, cuando todo Israel se iba tras los Baales; no supuso el profeta que él debía ceder un poco, que más valía una mezcla religiosa para que el nombre de Jehová no fuese olvidado del todo.
Más bien, Elías le preguntó al Señor si solamente él había quedado. No pactó con el pueblo, no llegó a un acuerdo con el rey Acab, como hacen los eclécticos que concilian con las fuerzas antagónicas de la fe. Muchos teólogos razonan sobre las implicaciones del arminianismo, admitiendo que son heréticas, pero aducen que el arminianismo en sí mismo no es herético. ¿Quién entiende ese planteamiento? Algo que tiene implicaciones heréticas pero que en sí mismo no es herético, parece un galimatías. La solución que proponen a este dilema pasa por admitir que el arminiano cree en Jesucristo como su salvador. Agregan que tienen poca comprensión en asuntos de la gracia divina, pero que esa materia implica comida pesada y deben alimentarse con alimento para niños. Por igual, hablan sin mesura de los que son felizmente inconsistentes, es decir, que un arminiano cree en forma distinta a la fe que profesa.
Lo mismo podría haberse dicho siglos atrás sobre los arrianos. Se pudo argumentar que el arrianismo traía implicaciones heréticas, pero que ni Arrio ni los arrianistas eran en sí mismos heréticos. ¿Qué decir de Marción? Él hablaba de Jesucristo, pero bajo un dualismo extraño; sostenía que el Dios de los judíos era el opuesto de Jesús. Aseguraba que la ley mosaica era imperfecta, contraria a las enseñanzas del evangelio. Sin embargo, cualquiera podría ver que mencionaba el nombre de Jesús y aceptaba supuestamente el evangelio. Hoy día aparecen los modalistas que se oponen a los trinitarios. Dicen que como Dios es uno no puede ser visto como tres personas, así que cada una de esas personas señaladas por la Biblia se refiere a tres maneras de manifestarse el Dios de las Escrituras. ¿Son por eso creyentes, por cuanto hablan bien de Cristo?
La droga del arminianismo la sembró Roma en las filas del naciente protestantismo, así que ha prosperado y dado fruto a granel. Su tesis pasa por humanista, al decir que Jesucristo murió por los pecados de todo el mundo, que Dios respeta el libre albedrío humano y que el Espíritu es un Caballero que no obliga a nadie. Su analogía perversa llama la atención por ser una falacia de generalización apresurada, como táctica de engaño para los incautos en materia doctrinal. El arminianismo envuelve un alejamiento de las enseñanzas bíblicas, al punto de deformar el Evangelio.
El arminianismo niega la Sola Scriptura como principio, ya que razona con argumentos no bíblicos lo que debería ser la expiación, la predestinación, la gracia (resistible), la perseverancia (frente a la preservación), convirtiendo la fe en un trabajo del individuo. Pero eso no importa, aseguran sus defensores, ya que trabajan por la expansión de su evangelio con mucho afán. Lo mismo hicieron los viejos fariseos que recorrían la tierra en busca de un prosélito. Esa enseñanza malévola sostiene que la predestinación es injusta si no se mira con la idea de que Dios vio quién quería salvarse, y por ello lo eligió para salvación. También ve como injusto que Cristo haya muerto solamente por su pueblo, así que lo ponen a morir por todos, sin excepción, para que no se le acuse de pecado.
De todas formas uno puede ver la contradicción lógica en cuanto a la muerte extensiva del Señor y la predestinación arminiana. Si Dios escogió salvar a aquellos que sabía se iban a salvar, porque poseían un corazón más dispuesto que los que se condenan, ¿para qué enviar a Su Hijo a morir también por los que se condenan? Allí se les enreda el análisis, pero no importa porque ellos dicen amar a Jesús con el corazón, pese a que en sus mentes se complica el argumento. La sola gloria de Dios también es atacada por el arminianismo como teología, ya que esa gloria de la salvación se comparte con el supuesto redimido que hizo algo por redimirse: colocó su voluntad, su esfuerzo, su aceptación, junto a una oración de fe, un paso al frente, más un gran etcétera de cosas que solo los muertos arminianos pueden hacer.
El resto de la humanidad, los muertos en delitos y pecados, no puede hacer nada por ella misma; pero los muertos arminianos sí que pudieron hacer lo que sus compañeros de cementerio no lograron. Ellos aceptaron la oferta de salvación, agradaron a Cristo al recibirlo (sin que importe el hecho de que el Padre no los haya enseñado -Juan 6:45). Muchos defensores de la gracia absoluta de Dios comparten la tesis arminiana, aunque la relegan a un grado intelectual inferior. Ellos sostienen que fueron salvos durante sus años de militancia en la doctrina arminiana, lo cual prueba como petición de principio que es posible ser redimido siendo arminiano. Entonces uno se pregunta, si ya eran salvos con ese evangelio de mentira, ¿para qué cambiar la doctrina?
La herejía no puede ser definida solamente como algo que lo aleja a uno de la vida cristiana, ya que Pedro escribió referente a los que tuercen la Escritura, que para su propia perdición lo hacen. El hereje (que maneja opinión propia) tuerce la palabra de Dios, es decir, sigue ocupándose de ella sin la intención de alejarse por fuerza del cristianismo. Pasa a convertirse en un falso maestro, pero continúa con el apellido de cristiano, de otra forma no podría tener esos prosélitos incautos. Tenemos que decir que un verdadero creyente no puede negar la doctrina de la Sola Scriptura. Tampoco podrá cambiar el carácter de la fe en un trabajo particular; la fe es algo que Dios da a quien quiere dar para sostener la salvación (Efesios 2:8). El creyente verdadero no podrá trocar la gracia de Dios en un trabajo de cooperación, para hacer eficaz dicha gracia. Mucho menos buscará su propia gloria, diciendo que él hizo la diferencia entre cielo e infierno, al aceptar a Cristo con su oferta de salvación. Eso sería como declarar que Esaú se perdió por cuenta propia, porque vendió la primogenitura, porque menospreció el don de la gracia que Dios le estaba dando.
César Paredes
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