Dios miró desde los cielos para ver si había algún entendido, lo que encontró fue lo que ya sabía: no hay justo ni aún uno, no hay quien haga lo bueno, no hay quien busque a Dios. Entonces, ¿dónde está el humilde? ¿Qué quiso decir Santiago con sus palabras? Porque la humildad significa ausencia de soberbia, cosa que en sí misma es una buena condición del alma. ¿Vio Dios algo bueno, como gente humilde que lo deseara? No, no lo podemos afirmar a partir de lo que Él mismo calificó respecto a la naturaleza humana. Sin embargo, el contexto social nos lleva a hacer distinciones entre los hombres.
Los hay más despreciables, quienes suponen no necesitan a Dios; sus posesiones materiales los encumbra y piensan que la religión es asunto de gente timorata. Tal vez su dinero puede comprar la simpatía de los religiosos y con ello se aseguran, por si hubiere una realidad espiritual que poco les importa. El humilde, por el contrario, reconoce su propia vileza, aunque no pueda hacer nada para cambiarla. Como dice Proverbios 30:8-9: No me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios.
Pensemos por un momento que si Dios da gracia al humilde, a ambos hizo el Señor: al altivo de corazón (Proverbios 16:4) y al quebrantado de espíritu (el humilde). La Biblia no asegura que cada humilde recibirá gracia divina, simplemente afirma que Dios da gracia a los humildes. Santiago está hablando de los creyentes, diciéndoles que el Espíritu Santo nos anhela celosamente, así que esa gracia nos aleja de la soberbia. De no ser por Jehová, no habría ni una sola persona con humildad en el planeta, así que al igual que la fe resulta útil en tanto mecanismo de salvación, también se nos ha dicho que la fe es un regalo de Dios (Efesios 2:8).
Y si es un regalo eso no anula su utilidad, ya que no se nos exige como condición que pudiéramos cumplir, lo cual cambiaría la gracia en obras. Simplemente se habla de un mecanismo cuando se dice que somos salvos por gracia, por medio de la fe. No suponga nadie que puede tener fe (a no ser la espuria, la inventada por la carne humana), solamente se tiene cuando Dios la da. Volvemos al círculo de siempre: Dios da la salvación a quien quiere darla (Romanos 9; Efesios 1, Juan 6, etc.).
Ciertamente el hombre respira y vive, si no hubiese oxígeno moriría. Pero para poder respirar necesita pulmones, para los pulmones hace falta la sangre, el cuerpo humano, etc. Una cadena de eventos y condiciones parece asomar en cada acto biológico de nuestros cuerpos, pero uno mira de cerca y reconoce que Dios ha hecho eso posible. Nosotros respiramos o morimos, pero Dios da el oxígeno y los demás elementos de la vida. El que respiremos no nos hace independientes del Creador, sino que nos afirma que dependemos de su providencia. Pero nadie lo piensa cuando respira, porque cree que es una actividad biológica mecánica independiente de la voluntad providencial del Señor.
Pasa algo parecido con la humildad, ya que la persona humilde podría caer en la soberbia si no reconoce que Dios le ha dado esa cualidad. Le sucedió algo terrible al soberbio Nabucodonosor, hasta que aprendió humildad y reconoció que no hay otro Dios sino el Señor. Empero Dios ha hecho al malo para el día malo, y ese malo tiene la aptitud para la soberbia. Lucifer ejerce su función desde el plano de la altivez, creyéndose dios y haciendo blasfemar el nombre del Todopoderoso. Para eso fue creado, porque dentro de los planes del Creador quiso incorporarlo para resaltar la gloria de su Hijo Jesucristo.
Santiago advierte que la gente codicia y no tiene, mata y arde de envidia. Un poeta ha dicho que la envidia de la virtud ha hecho a Caín criminal, que hoy la gente da gloria a Caín porque el vicio es lo que se envidia más. Luego, da un ay por esa actitud humana. Muchos creyentes combaten y luchan, pero no logran lo que desean, por la simple razón de no pedir a quien puede darlo todo. La amistad con el mundo genera enemistad para con Dios, mas el que se somete a Dios y se acerca, conseguirá que Dios se acerque también.
Hemos de pedir conforme a la voluntad de Dios, para tener la garantía de recibir lo que pedimos. No nos podemos escapar del centro divino, de su eje, ya que nuestra sumisión a la voluntad de Dios genera todo tipo de bondad en nuestros círculos de vida. Todo sea hecho por el honor de Dios y en interés de agradar a Jesucristo, sin que medie la lujuria y la avaricia, no vaya a ser que esta misma noche vengan a pedir nuestra alma (Lucas 12:19). Como creyentes hemos de sopesar siempre la vanidad de la vida, no nos vaya a pasar lo del rico que vivió a placer y ahora se encuentra en el calor del infierno sin provecho alguno (Lucas 16:19). No podemos servir a dos señores, o nos hacemos amigos del mundo o nos hacemos amigos de Dios, porque uno odia al otro.
No nos preocupemos qué cosa hemos de comer o beber, o qué habremos de vestir, ya que nuestra existencia es mayor que la comida y el vestido. Las aves del cielo no siembran, ni guardan en graneros, pero Dios las alimenta. Los lirios del campo no hilan, pero se lucen como nadie puede adornarse. Por mucho pensar no podemos añadir a nuestra estatura un centímetro, la mucha preocupación fatiga la carne. Dios hará mucho más por nosotros que lo que hace por las aves y por los lirios del campo, así que alimentemos nuestra fe con la palabra de esperanza dada a los santos (a los escogidos que hemos sido llamados eficazmente).
Si nos ocupásemos en el Evangelio, en su pureza y su aplicación, prefiriéndolo a cualquier protocolo de vida, por encima de lo que hemos de comer o vestir, meditando en él de día y de noche, entonces sabremos lo que es el reino de Dios. Al comprender lo que significa la justicia de Dios, la cual es Jesucristo, nuestra pascua, comprenderemos de qué infierno hemos sido librados. Sin esa justicia no podremos entrar en el reino de los cielos, pero con ella tendremos, además de esa entrada, todas las cosas necesarias para nuestro diario vivir. La comida, el vestido, la bebida, la habitación, todo lo tendremos porque nuestro Padre sabe de qué cosas tenemos necesidad.
Nosotros, como cristianos, tenemos una revelación superior de las Escrituras, el conocimiento de Dios y de su providencia. Dios produce en nosotros el querer como el hacer, por su buena voluntad. El mundo sin Cristo carece de este conocimiento, así que sus amigos se confían en lo que acumulan en graneros, en sus cuentas bancarias y negocios, en lo que ellos llaman trabajo. Pero aunque esas cosas puedan contener algo de bueno, su administración muestra el desvarío y desconfianza del impío, que descansa en sus posesiones antes que en la gracia divina que no posee. Nosotros tenemos otro talante, una manera de actuar que ha sido enseñada por Jesucristo y a la cual nos guía el Espíritu que nos fue dado como garantía.
Santiago nos dice que pidamos para poder tener; pero que le pidamos a Dios. En otros términos, de rodillas ante Dios y no ante los hombres. Evítese cualquier humillación humana, inclínese ante el Señor y descargue en él la ansiedad, de forma que vea el cuidado que tiene de inmediato y la provisión abundante que recibirá. Dice Santiago que lo hagamos con fe, no dudando, para no ser llevado por cualquier viento doctrinal. Hagamos como Abraham, Jacob, Isaías, Pablo, y tantos otros, humillándonos ante el Señor, reconociendo que no podemos hacer nada sin su ayuda y misericordia. Dependemos de su gracia en forma total, para que podamos ser exaltados cuando fuere el tiempo. Él nos saca del lodo cenagoso y pone nuestro pie sobre peña, nos adorna con su gracia.
Que el Señor nos vista con la vestimenta de justicia de su Hijo, que nos cubra con su abrazo al acudir a su encuentro, que nos coloque el anillo que le fue dado al hijo pródigo al volver a casa. Amplia entrada tendremos en su regazo, porque el Señor ama a sus hijos y los cubre de esperanza. Ninguna vergüenza tendremos en su presencia, revestidos de su justicia. Como dijo David en uno de sus cánticos: Jehová te oiga en el día de conflicto; el nombre del Dios de Jacob te defienda. Te envíe ayuda desde el santuario, y desde Sión ten sostenga (Salmos 20:1-2).
César Paredes
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