Que llegue nuestro clamor a quien no esconde su rostro en el día de la angustia, que se apresure a respondernos el día en que lo invoquemos. Nuestra precariedad de días se contrasta con la eternidad de su tiempo, del que hizo todo cuanto existe. El salmista se ve como el pelícano en el desierto, como el búho de las soledades. Como si fuésemos un pájaro solitario en el tejado, así los enemigos nos afrentan porque pareciera que Dios se enoja contra su pueblo.
La memoria de Jehová será para siempre, vendrán nuevas generaciones y conocerán del Señor, empezarán sus vidas con un cántico fresco para ensalzar al Todopoderoso. No obstante, el creyente se aferra a las Escrituras, a ese contrato que ha firmado Jehová con la sangre de su Hijo, a su juramento por Sí mismo, a su promesa de redención para todo su pueblo. Como en Egipto, a veces habitamos la tierra del poderoso que odia a Jehová, recibimos los azotes enemigos para que sigamos como esclavos. En el mundo convivimos con la aflicción, al señalar la vanidad de la vida y al rechazar el deseo de los ojos.
Jehová oye la oración de los desvalidos, de aquellos que lo aman, y nos mira desde lo alto de su santuario. Esto somos: barro formado con sus dedos, vasos en manos del alfarero. Nos moldea y todavía quiere perfeccionarnos; quiebra en ocasiones la vasija para hacer una nueva. El proceso duele, porque somos carne, como si la arcilla pudiese quejarse en la quebradura. Empero, el Señor escucha el gemido de los presos, y libera a los sentenciados a muerte. Jesucristo nos liberó de las ataduras del enemigo, espantó lejos a los demonios, condenó a la misma muerte. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, oh sepulcro, tu victoria? El aguijón de la muerte es el pecado, pero Jesús lo venció y mostró su presea ante las potestades celestiales.
El consuelo del cristiano está en que abandonará el cuerpo, bajo el pensamiento de que estar con Cristo es muchísimo mejor. Con todo, no queremos que nos corte en la mitad de nuestros días, aunque envejezcamos como viejas vestiduras. Elías, profeta triunfante, deseó que Jehová le quitara la vida; pero el Señor lo consoló con ángeles, sueño y alimento. Mucho camino siguió en su recorrido hasta alcanzar algo más delicioso que la tumba, la carroza de fuego que lo arrebató al cielo.
El diluvio no venció a Noé, ni a su familia; ellos se rodearon de la compañía de animales inocentes, obra de las manos de Jehová. El arca del Señor nos da el cobijo, para que en las muchas aguas no seamos anegados. Jehová es el mismo, sin sombra de variación, no suma años porque aunque es Anciano de días no envejece. Ha formado a cada vaso de misericordia con plasticidad única, colocando su nombre con la tinta roja que emana del Calvario. Ese pacto se tiene por sempiterno, incondicional, de adhesión perpetua. El Señor nos mira cuando a Él clamamos.
Mucho advenedizo en los atrios de las ovejas, para confundir la paz en ruido del alma; las aguas turbias proceden del pisoteo de las cabras, invitadas por los pastores de otro oficio. Ellos cantan a otro dios, cuestionan el pacto y las promesas de Jehová, aseguran victoria con sus métodos cargados de doctrinas demoníacas. Pero las ovejas yacen en las manos del Señor, sin que puedan ser arrebatadas; su sabiduría las mantiene alertas para que junto al Padre Eterno continúe la protección. Nuestra lucha contra el lobo opresor, contra los maestros de mentiras nos ejercita el alma para comprender que caminamos en un valle de sombra y de muerte. Cada día una prueba, cada momento un examen, pero cada instante una victoria; no se trata de que la gente no entienda, más bien parece que comprende perfectamente. La mente natural no puede resistir la palabra de Dios, por lo tanto busca una salida confortable para su tribulación. Muchas personas se esconden en un razonar circular, donde el eje de todo se centra en el Dios de amor y la libertad humana. Un Dios de amor no puede condenar a alguien que no tiene libertad para hacer el bien o para hacer el mal. Así que en ese eje gira toda religión espuria que tenga al cristianismo como excusa.
El impío no se doblega ante la soberanía de Dios, sino que se inclina ante su pretensión de objetor. Dice que Dios no encuentra falta en nadie por cuanto no hizo al hombre libre para pecar o no pecar, que el Dios descrito en Romanos parece un monstruo, un diablo o tal vez sea un tirano. Interpreta a Pablo como quien habla de dos pueblos, en referencia a Jacob y Esaú. Pero la respuesta llega de inmediato, del Espíritu mismo: En ninguna manera Dios es injusto, más bien ¿quién eres tú, oh hombre, para discutir con Dios? Recuerda que eres una olla de barro y el alfarero es el Soberano, es el que elige tu destino. Esa roca poderosa rompe la mente del que objeta, le acrecienta su ira y muchos caen destruidos y perplejos para siempre. Su trauma lo cargan a todas partes y están prestos a levantar sus puños contra el Hacedor de todo. Como el rey de Asiria, pretenden que el hacha mueva la mano del que con ella corta.
Dios no endurece gente que primero se endurece a sí misma; no restringe su gracia para que peque un poco más. Simplemente Dios ordena todo cuanto acontece, como se demuestra por las Escrituras. Por ejemplo, todo los actos que los malhechores hicieron contra Jesucristo en la crucifixión fueron preparados por el Todopoderoso en forma específica. El que lo escupieran es una acto pecaminoso, el que traspasaran su costado demuestra el pecado del que perpetró ese mal. Sus azotes, el escarnio público, el que se ordenara su entrega a manos de los que podían crucificarle, la traición de su amigo con quien compartía el pan. Esos pecados fueron ordenados por Dios, no permitidos, como si un complejo azar le diera la suerte a Dios para que se hicieran aquellos que ni siquiera Él pensó, porque aún pensar eso para su Hijo constituiría pecado.
Pero Dios no peca, no existe una norma hecha por Él que le haya impedido el hacer tal planificación al detalle. No lo averiguó en el túnel del tiempo, lo ideo en su corazón para procurar justicia a cada uno de los que componemos su pueblo. Los otros, los advenedizos, se escudan en el hecho de considerar tales hechos como actos libres de los hombres en los que Dios solamente restringió su gracia. Vaya torpeza de mente, en realidad los ha consumido el espíritu de estupor en su vana imaginación. Su ídolo, el libre albedrío, no podrá ayudarlos a comprender la majestad del poder divino, de sus actos soberanos y de su odio por los impíos que hizo como vasos de barro para el día de su justicia y castigo.
El Espíritu Santo colocó la misma doctrina de la soberanía absoluta de Dios a lo largo de todas las Escrituras. Fue Él quien inspiró a los santos hombres de Dios, fue Él el que recordó las palabras habladas por Jesús. Así que una multiplicidad de textos aparecen concatenados para ilustrar la opacidad humana, su caída y la voluntad divina en esa caída. Todo fue preparado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20), pero los falsos evangelios se predican para motivar el espíritu del anticristo en las multitudes. Ahora surgen nuevos profetas de mentiras, los que hablan lenguas raras, bar-bar-bar, aquellos que promulgan un evangelio diferente. Muchos se hacen llamar apóstoles, como deshaciendo el dictamen de Pablo respecto a que él fue el último de ellos, como un abortivo, pero que reconocía a los doce (Pablo nunca se reconoció entre los doce). El Apocalipsis habla de una ciudad con puertas y nombres para los doce apóstoles, pero en las sinagogas de Satanás se cuentan por montones los que se dicen a sí mismos que son apóstoles y las masas agradecen su presencia, porque eso destaca una señal de importancia. Necesitan señales nuevas para justificar su ídolo Baal-Jesús.
La palabra apóstol significa enviado, pero enviados somos todos a predicar el evangelio. Sin embargo, no osamos llevar ese nombre como título, por no irrespetar las Escrituras. Al mismo tiempo, la palabra ungido se refiere a una persona marcada con oleo para ser rey o enviado de Dios (Cristo es el Ungido de Jehová). Nosotros también somos ungidos y tenemos la unción del Santo, pero no por eso osamos llevar ese título en las asambleas. Así que urge corregir y establecer las diferencias. El don de lenguas fue uno de los dones especiales, pero eso ya cesó, como lo advertía Pablo. Incluso, ese apóstol para los gentiles, tuvo entre otros el don de sanidad. Su pañuelo sanaba a gente cuando lo enviaba de un sitio a otro (Hechos 19:12), pero entrado en años, mientras se acercaba lo completo para que cesara lo que era en parte (entrada la plenitud de las Escrituras), el apóstol le recomienda a Timoteo tomar vino en vez de agua, por causa de su estómago. A otros misioneros y amigos dejó en varios sitios por causa de que estaban enfermos. Quiere decir, que su don iba menguando.
Los falsos creyentes de hoy no solo preguntan a Dios ¿por qué me has hecho de esta manera?, emulando al objetor de Romanos 9, sino que dicen que ellos son distintos y que Dios los hizo con dones apostólicos especiales, lo cual se exhibe como una trampa de Satanás para engañar, si fuere posible, aún a los escogidos. Pero no pudiendo engañar a los escogidos de Dios, se entiende que los que persisten en el engaño no han sido escogidos de Dios, a menos que ocurra el arrepentimiento para perdón de pecados. Pero aún eso lo da Dios y no lo obtiene el hombre por cuenta propia.
El pelícano del desierto es un ave egipcia (Canopus Aegyptus), la cual se rompe su pecho para dar de comer a sus crías. El búho vive en la soledad, en las casas arruinadas, sin mezclarse con otras aves. Su sonido característico es como de lamento, así que esas dos aves sirven de ilustración al salmista para mostrar su estado de ánimo frente a la soledad, su gravedad de vida austera en esa circunstancia del creyente sin compañía. Muchos se hacen acompañar de las cabras para cantar en conjunto, pero el que ama la verdad doctrinal de Jesucristo sabe soportar los momentos en que supone que solamente él ha quedado. Elías sintió algo parecido, pero Jehová le dijo que se había reservado 7000 hombres para Sí, que no habían sucumbido ante Baal. No se los mostró, así que el profeta siguió solo hasta que consiguió el consuelo de lo alto.
El reducido número de elegidos parece mostrarse más marcado en la medida en que el mundo hace más ruido. Sus templos son dedicados a Baal y por eso acuden multitudes; un Cristo despojado de doctrina resulta amado con el corazón, como si éste no contuviera la mente. Válida aparece la vieja pregunta: Señor, ¿son pocos los que se salvan? La respuesta fue muy clarividente: lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Después se suma la exhortación a no temer, aunque seamos manada pequeña; por igual aparece la expresión: muchos son los llamados, pocos los escogidos. El búho de la soledad y el pelícano del desierto son nuestros emblemas del día a día.
César Paredes
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