Podríamos hablar del evangelio de verdad, así como de la verdad del evangelio. La buena noticia se da en tanto se fundamenta en la verdad, como dijo Jesús: Tu palabra es verdad (Juan 17:17). Debemos mostrar celo por la defensa del evangelio, ya que en realidad lo amamos. Uno se conmueve con la gente que habla de Cristo, pero cuando examina el fondo de sus palabras y descubre qué espíritu es, uno ha de mostrarse perspicaz para no caer en el engaño. Hay quienes aseguran que durante años militaron en una congregación donde no se conoce el evangelio, sino que se predica uno espurio. Salen de ese sitio hacia otro, pero no se han arrepentido de haber andado en aquellas viejas herejías.
Suelen confesar públicamente que aquellas personas con las cuales se congregaban son salvas, ya que el hecho de que ellos provienen del mismo sitio lo atestigua. Uno podría preguntarse por la razón por la que huyeron de aquellas sinagogas, puesto que allí eran redimidos, de manera que no urgía el huir de esas doctrinas del error. Se descubre que dicen paz cuando no la hay, porque todavía guardan un sentimentalismo a favor de aquellos con quienes compartieron mucha vida religiosa. De allí que se comienza a predicar contra la herejía sin herejes, diciendo que se ataca el sistema erróneo de creencias pero no a los que viven en la desviada fe. En cambio, el Dios de las Escrituras afirma que Él está airado contra el impío todos los días, no solamente contra la impiedad (Salmos 7:11).
El Antiguo Testamento nos aporta un texto de suma claridad para identificar al hereje con su herejía. En Proverbios 23:7 leemos: Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él. No puede alguien militar en la herejía y suponer que él no sea hereje; Pablo aseguró que hay quienes se complacen con los que practican las malas obras (Romanos 1:32), por lo tanto son dignos de muerte (espiritual). Aunque alguien no declare la persona que es, su corazón lo delata; ciertamente, de la abundancia del corazón habla la boca. A veces no es necesario escuchar palabras, basta con mirar las acciones de las personas, sus gestos, su alegría por el mal. La soberbia puede declararse en la mirada altiva, pero de seguro se prueba con la caída, como dice el texto: Antes de la caída viene la altivez (Proverbios 16:18). Examine la vida de Nabucodonosor y comprenderá el error de su soberbia, el castigo que le vino y la humillación aprendida por causa de su malestar sufrido. Otros han mostrado peor suerte, como el caso del Faraón de Egipto, insensato por causa de su soberbia. Lucifer quiso ser como el Altísimo y procuró subir a ese lugar, mas su castigo resulta ejemplar para quien lo observa.
Mientras más arriba crea una persona estar, más dura será su estrepitosa caída. La herejía es una opinión propia sobre las Escrituras, una interpretación privada (como señala Pedro). Ella se enciende en el corazón humano y aprisiona la mente en una sola revolución, girando en un centro inútil y deleitándose en la mentira asumida. Los años de religión vienen a ser un gran obstáculo para el individuo que lee la Biblia, ya que su ideología lo guía para que capte de las palabras lo que su corazón le dicta. Hicieron lo mismo los viejos fariseos, apegados a la norma de la ley, guardando los mandatos con rigurosidad, olvidando el espíritu y la misericordia. Se cargaron de hipocresía y desconocieron al Mesías que tanto anunciaban desde antes, porque su vano entendimiento se apegaba a la suposición de que eran dueños de Dios.
La gran verdad de Dios ha sido declarada y está en las Escrituras: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí (Juan 14:6). Pero la gente entiende que ese Jesús es un nombre vacío que puede llenar con cualquier tipo de doctrina. Cada creyente, sin embargo, conoce la voz del verdadero Pastor de las ovejas y jamás se irá tras los falsos maestros o tras las doctrinas del error (Juan 10:4-5). A Dios no le ha placido hacer al hombre soberano, con libre albedrío, sino que lo ha formado como vaso de barro que moldea a su antojo, barro propiedad del Alfarero. Esta verdad toca la fibra de la altivez humana, contra esa verdad lucha la iglesia que se profesa cristiana, pero cuyo corazón está lejos del Señor. La Biblia afirma que Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho (Salmos 115:3). Aún al malo hizo Dios para el día malo, porque Jehová ha hecho todo para sí mismo (Proverbios 16:4).
La verdad manifestada en las Escrituras ofende a los oídos no preparados por el Padre en la enseñanza para que vayan a Cristo. Por esa razón muchos se apartan de la verdad que ven de soslayo, sin poder seguir atendiendo a sus mandatos. No soportan la acusatoria contra la altivez de espíritu de cada individuo que supone autonomía frente al Omnipotente. Algunos deciden creer en Dios, como dándole un voto de confianza para ver qué hay de cierto en todo eso de la fe. Otros, bajan la cabeza pero murmuran contra las palabras que les son duras de oír. Los hay de aquellos que tuercen las Escrituras, para hacerla decir una cosa que no dice, por lo cual caminan en el anatema que ella misma lanza contra sus detractores.
La mentira abunda; existen los defensores de la herejía que aseguran que una persona puede vivir en medio de ella de una manera inconsistente. Han acuñado una expresión que resume su justificación: la feliz inconsistencia. Es decir, se cree en la herejía, se convive con ella, pero en una feliz inconsistencia. Esto no se entiende, pero así lo afirman; ya Pablo lo denunció al final del Capítulo 1 de su Carta a los Romanos: que son culpables de muerte los que se complacen con los que practican las malas cosas (herejía).
¿Puede una expiación no expiar? ¿Pudo Jesucristo morir por los pecados de todo el mundo, sin excepción, pero apartar su eficacia de algunos? Ese contrasentido se sostiene como doctrina teológica de vanguardia, una herejía que defiende la feliz inconsistencia del hereje. Jesús vino para traer espada, para colocar enemistad en la familia, entre aquellos que creen y los que no son llamados a creer. No vino para hablar bien de la democracia como sistema de gobierno eclesiástico, como para procurar estar tranquilos todos bajo el vocablo vacío Jesús. Se oye a menudo que lo que importa es el corazón y no la mente; amamos a Cristo de corazón, dicen, aunque no estamos de acuerdo con aquellas doctrinas duras de oír.
Pablo enseña que se hace necesario que haya disensiones en la iglesia, para que se hagan manifiestos los que son aprobados (1 Corintios 11:19). Con todo, se nos recomienda fijarnos en aquellos que generan tropiezos en contra de la doctrina que hemos recibido de los apóstoles (Romanos 16:17). Es necesario apartarse de ellos, así de simple es el mandato. Estos hombres de religión se ganan la simpatía de las personas con la apariencia de piedad: música de alabanza, textos de memoria, bendicen a diestra y siniestra. Después, se dan a la tarea de introducir nociones interpretativas contra la doctrina enseñada por Jesucristo. Estando profundamente corrompidos con la herejía, muestran solamente la parte en que coinciden con la verdad bíblica, para embaucar a los más ingenuos. Recordemos lo que dijo Cristo la noche antes de morir, que creeríamos por la palabra de los primeros creyentes (sus discípulos). Esa palabra incorruptible, como la describe Pedro, es capaz de salvar a las ovejas destinadas para ese fin; pero el evangelio maldito, de acuerdo a lo dicho por Pablo, está plagado de herejía y resulta en un evangelio torcido que condena el alma (la maldice).
Un elegido de Dios, cuando ha sido regenerado por el Espíritu del Señor, huirá de Babilonia; no podrá permanecer en ella, no podrá tener comunión con Cristo y con Belial. ¿Qué hacen los que se llaman cristianos participando con los nuevos apóstoles, con los que hablan en falsas lenguas, con los que todavía profetizan como si ejercieran el arte de vaticinar? Por otro lado, aunque no hicieran esas prácticas, todavía comulgarían con los que militan en la doctrina herética. Por ejemplo, no se puede cohabitar en un mismo espíritu con los que tienen por nula la expiación del Señor. Se tiene por nula cuando se le atribuye a su trabajo en la cruz un alcance que no fue procurado: la salvación de todo el mundo, sin excepción.
Hemos de juzgar con justo juicio, para poder probar los espíritus y saber si son de Dios. Jesús nos dijo que no diéramos lo santo a los perros, ni las perlas a los cerdos. ¿Cómo vamos a saber quiénes son perros o cerdos, si no los juzgamos con justo juicio? ¿Cómo podemos estar atentos a los falsos profetas, si no juzgamos qué es ser un falso profeta? Los conoceremos por sus frutos, porque de la abundancia del corazón habla la boca. La doctrina que expongan hablará en abundancia de lo que creen en el corazón; por sus palabras se verá el esquema teológico que los motiva.
Cuando Dios convierte un alma, lo hace en forma eficaz. Pablo no fue convertido gradualmente, mientras era un fariseo, como si fuese naciendo de nuevo poco a poco. Todo lo contrario, él dijo que tenía por basura todo ese tiempo, todo aquello que había alcanzado cuando no era un creyente convertido a Cristo. No pudo el apóstol tener por basura su proceso de conversión antiguo, por la sencilla razón de que eso no ocurre de esa manera. Nadie puede ir saltando de doctrina en doctrina, hasta llegar a la correcta, y decir al mismo tiempo que ya era un convertido cuando andaba en los tiempos antiguos. Hay quienes ejercen la argucia de decir que como eran predestinados para salvación, poco importa lo que creían antes de la conversión definitiva. El celo por la verdad del evangelio nos lleva a defender el evangelio de verdad.
César Paredes
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