Lunes, 28 de agosto de 2023

Perdidos anduvimos todos en el mundo, bajo la oscuridad del principado de Satanás. Cuando escuchamos la voz del Señor, a través de su palabra, dimos la cara a la luz y nos alumbró la faz de Cristo. Otros siguen todavía ese derrotero, mirando los pasos de los ciegos que los guían, sin saber que caerán todos en el mismo hueco. Algunos serán llamados como escogidos, de acuerdo al destino eterno prefijado por el Padre. Ninguno podrá ir a Jesucristo sino por medio de su palabra, la fuente viva de agua limpia que refresca el alma. Por amor se entregó Cristo hasta la muerte de cruz, diciéndonos que no existe un amor mayor que el dar su vida por los amigos.

Sus amigos, su iglesia, su pueblo, los hijos que Dios le dio, los escogidos y predestinados, los que son llamados eficazmente, aquellos que conforman el remanente dejado para salvación, todos ellos son un mismo grupo. No podemos tener paz con los que andan en el camino del extravío, solamente podemos advertirles del mayor mal que se les avecina. Pablo oraba por aquellos parientes nacionales suyos que andaban perdidos, sin la justicia de Dios. No dijo que lo estaban intentando bien, simplemente los consideró perdidos y oraba por la misericordia de Dios para salvación. No sabemos qué les pasó al final de sus vidas, simplemente nos interesa el momento en que el apóstol los consideró perdidos. 

Pablo afirma que ellos carecían de un tipo de conocimiento esencial; erraban en cuanto a la justicia de Dios, la cual ignoraban, por lo cual colocaban la suya propia. Ese conocimiento del que carecían era el mismo del que hablara el profeta Isaías (53:11). Conocer al siervo justo que justificará a muchos conviene en gran manera. Si ignoramos la persona y el trabajo de Jesucristo seguimos en la ignorancia de su justicia. El Cordero sin mancha estuvo ordenado desde antes de la fundación del mundo, para ser manifestado en el tiempo apostólico, como lo asegura Pedro (1 Pedro 1:20). Es decir, Dios hizo un plan que incluía a su Hijo para redimir a su pueblo.

Ese plan no surgió después de la caída de Adán, sino mucho antes, como bien lo asevera el apóstol Pedro. Esto quiere decir que el primer hombre tenía que caer en el pecado para que se pudiera desplegar la gloria del Hijo como Redentor. Esa Escritura se convirtió en una buena noticia para el hombre caído en el pecado, pero no para todos. Unos cuantos serían tomados por la gracia soberana, si por gracia ya no es por obras; otros serían colocados como vasos de ira y deshonra, para recibir la paga por sus culpas. Esta es la teología esencial de las Escrituras, algo muy simple de entender. Sin embargo, por su simpleza muchos la rechazan, ya que al comprender el plan divino lo despotrican, e injurian al Señor llamándolo injusto.

El célebre predicador John Wesley aseguró que ese Dios sería un diablo o un tirano; otros teólogos siguen sus pisadas y aún antes de él hubo quienes aseguraron que había injusticia en Dios. De hecho, el apóstol Pablo denuncia esa acusación en su Carta a los Romanos, Capítulo 9, respondiendo con el Espíritu acerca de la altanería del barro que protesta a su alfarero. La metáfora del apóstol ilustra con creces la dimensión del atrevimiento humano, coloca al hombre en el sitio correcto y entrona al Dios soberano con absoluto derecho de hacer lo que ha querido. 

Por supuesto, esta teología no posee ni un ápice de humanismo. Se comprende el rechazo que la mayoría tiene al respecto, ya que la humanidad se ha vanagloriado de sus derechos y pretende ejercerlos contra su Creador. Lo primero que ha hecho es desconocer que tienen un Hacedor, lo segundo es que si algunos creen que existe tal Dios comienzan a maquillarlo para que se parezca a un dios más humanizado. No basta con que el Verbo se haya hecho carne, y haya habitado entre nosotros; no, lo que interesa es que aquel Verbo se parezca más y más al dibujo de nuestras concupiscencias. Debe ser un Cristo forjado a la imagen y semejanza humana en forma total, debe ser un hombre que deje de ser el Dios que también era. 

No puede haber amor en los predicadores del evangelio anatema, ya que están pregonando a un dios que no puede salvar. Un Cristo que muriera por todos sin excepción, debía salvar a todos sin excepción. Eso lo demanda su expiación soberana, su poder en su sangre, el propósito mismo de la redención. Sin embargo, la Escritura nos asegura que Jesucristo no rogó por el mundo sino solamente por los que el Padre le había dado y le seguiría dando. Nos dice por igual que Jesús dio varios discursos en relación a la soberanía de Dios en materia de elección. Así lo recoge el Evangelio de Juan, Capítulo 6, entre tantos otros. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trajere (Juan 6:44). Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí, y el que a mí viene no lo echo fuera (Juan 6:37). Serán todos enseñados por Dios, y habiendo aprendido vendrán a mí (Juan 6:45). Ustedes no creen en mí porque no son de mis ovejas (Juan 10:26). No te ruego por el mundo…(Juan 17:9). 

Cualquier otra teología resulta bienvenida, siempre y cuando venga con el sello de algún sabio de los grandes y entendidos, mejor aún si proviene de un filósofo. Tal es el caso del Dios de Spinoza, pensador holandés del siglo XVII, el que se muestra en el orden y armonía de las leyes universales, Dios que no tiene templos externos sino que habita en todos nosotros, que tiene suficiente amor como para no hacer jamás un infierno donde vayan los que disienten de él. En resumen, se trata de un dios panteísta, que está presente en todas las cosas. De origen judío, Spinoza tomó del judaísmo ciertas características del Dios de la Biblia pero lo rellenó con humanismo, tal como intenta cualquier incrédulo del Dios de las Escrituras. Sería un Dios identificado con la naturaleza.

La visión que tiene el creyente bíblico de Dios pasa por la criba de las Escrituras, consideradas inspiradas por sus santos hombres. En ellas creemos que está la vida eterna, ellas dan testimonio de Jesús, uno de los personajes que más habló del infierno de fuego. Hay personas que se oponen a creer en un Dios que se define como fuego consumidor, prefiriendo la parte que lo señala como amor. La Biblia maneja un concepto de la iniquidad a la que denomina pecado, algo que mancha e impide la comunión con el Creador. Al mismo tiempo da la solución para los creyentes: la confesión de la maldad y el no encubrirla, de manera que al confesar las transgresiones Jehová perdonará nuestras injusticias.

Hemos de orar al Señor en el tiempo en que pueda ser hallado, para que la inundación de muchas aguas no lleguen a nosotros. Dios hace entender y enseña el camino por donde debemos de andar, fija sobre sus hijos sus ojos. Nos pide que no seamos como el caballo o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro para poder acercarse a Él. Isaías utiliza la misma metáfora del caballo, diciéndonos que dejemos de relinchar por la mujer de nuestro prójimo. Pero el dios de Spinoza no se ocupa de esos conceptos, porque el pecado pareciera no existir con sus graves consecuencias, de manera que el castigo no vendrá en tanto Dios es un Dios de amor.

La Biblia siempre contrasta al impío con el justo, una binaria distinción que habla del amor y del odio de Dios. Jehová está airado contra el impío todos los días, a quien le anuncia muchos dolores, pero al que espera en Jehová le rodea la misericordia. El salmista continúa diciéndonos que nos alegremos en Jehová, porque en los íntegros es hermosa la alabanza. Agrega que la palabra de Jehová es recta, que Él ama la justicia y el juicio. El Dios soberano de las Escrituras hizo todo al mandato de su voz (Salmos 33:6). Bienaventurado será el pueblo que Jehová escogió para sí. 

Si guardáramos nuestra lengua del mal, y si nuestros labios no hablaran engaño, tendríamos muchos días para ver el bien. Jehová tiene los ojos sobre los justos, sus oídos atentos a su clamor. En cambio, su ira está contra los malos para cortarles de la tierra su memoria. Este no es el dios de Spinoza, sino el Creador que se reveló a través de todas las Escrituras, para que clamemos los justos (justificados por Jesucristo) porque Jehová oye. 

La principal enemiga del alma humana es la soberbia, el pecado grande de Lucifer, el mismo que hizo célebre al filósofo Spinoza. No podemos negar la impiedad de la gente ni su castigo como consecuencia, así que nos amparamos en las alas del Señor. Esta preciosa metáfora de un ave gigante que puede cobijar a multitudes, nos cubre de esperanza para los momentos de angustia. Muchas serán nuestras aflicciones, pero de todas ellas Jehová nos libra. No todos los hombres colocamos nuestra confianza bajo sus alas, sino todos aquellos a quienes nos fue otorgada fe para justicia. Una gallina protege a sus polluelos de las aves rapaces, de enemigos cruentos, de los fríos vientos, pero Dios tiene una protección paternal sobre su pueblo porque posee el don de la Omnipotencia. Jesús dijo que estamos guardados en sus manos y en las manos de su Padre, quien es mayor que todos; por igual anunció que enviaría el Consolador para que viviera en nosotros. Él es la garantía de nuestra salvación final, así que ese espíritu de verdad nos conduce a toda verdad y nos recuerda las palabras del Señor.

Los que están perdidos no gozan de este sabor de victoria en medio de la dificultad que opone el mundo. Que el mundo continúe con su aflicción, nosotros confiamos en el Señor que venció a ese mundo principado de Satanás. Ni los deseos de los ojos, ni los apetitos de la carne, ni la vanagloria de la vida podrán obstruir el sosiego que viene de parte de Jehová. Nuestros pasos dejan la huella para otros, porque todos los escogidos iremos al lugar celestial preparado por el que prometió y tiene poder para cumplir todo lo que nos dijo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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