S?bado, 26 de agosto de 2023

Obedecemos al pecado para muerte, o a la obediencia para justicia. Hay quienes se dan al pecado como servicio, con mucha diligencia, en una situación infeliz porque su fin será el deceso del espíritu, la oscuridad del alma y la reprobación de la mente. No podemos servir a dos señores, aunque nuestra naturaleza original sigue manipulando para hacernos caer. He allí la lucha del creyente, una pelea a diario, pero que debe saberse luchar. La palabra de Dios no resulta mágica, sino absolutamente racional. En la medida en que pasemos tiempo leyéndola y estudiándola, sacaremos provecho para la victoria contra el pecado. 

Hablo del creyente, el cual no será dejado huérfano; el Espíritu que mora en aquel que ha nacido de nuevo le recordará las palabras del Señor. Recordar implica haber leído primero, haber comprendido lo que se ha escudriñado, para que cobre sentido la acción del verbo. Hay una depravación total en el mundo, pero existe por igual un Dios soberano que lo maneja y controla. Al predicar el evangelio debemos tener en cuenta esos dos factores, que existe un mundo depravado, pero que Dios como rey soberano controla y maneja a su antojo el mundo desviado. La historia de muchos personajes perversos se cuenta en la Biblia, para que comprendamos la manera en que Dios opera. 

Un texto de la Escritura lo resume: el corazón del rey está en las manos de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina (Proverbios 21:1). Tenemos el caso del Faraón, un gobernante malvado a quien el Señor endureció para lograr sus fines. También se entiende que Jehová suavizó su corazón para que finalmente dejara ir a su pueblo a adorarlo en el desierto, cosa que pudo hacerla de diversas maneras aunque escogió la trágica muerte de los primogénitos. Por igual controla los corazones de los gobernantes de la tierra, para que den el gobierno a la bestia (Apocalipsis 17:17). Por igual hizo a David conforme a su corazón (el de Dios), gobernó la mente de Ciro y lo llamó su siervo, aunque Ciro no conoció a Jehová. 

Como las aguas de los ríos que fluyen con fuerza y en ocasiones parecen quietas, asimismo manipula el Señor el corazón del rey. Y si esto hace con los poderosos de la tierra, ha de entenderse que quien puede lo más puede lo menos. La conversión de una persona demuestra que Dios le cambió su corazón de la manera como quiso; si miramos a Saulo de Tarso, veremos la fuerza del Señor cambiando en un instante el error del perseguidor de los creyentes, convirtiéndolo en un humilde pecador arrepentido. 

Podemos encontrarnos con testimonios de personas que corrían tras sus placeres cotidianos junto a sus lujurias, pero que ahora caminan tras la verdad de la palabra de Dios, en adoración al Señor y agradándose en guardar sus ordenanzas. Aquel corazón enemigo e incrédulo, lleno de orgullo y vanidad, ahora se presenta repleto de la gracia de Dios. Podemos ver que la actividad divina cuando Dios endurece a alguien aparece en contraste con la acción de la redención. Mientras el Faraón fue endurecido para exhibir sus dientes contra el pueblo de Dios, el Señor ordenaba el rescate de los sometidos en Egipto. En síntesis, su castigo al impío resalta su gloria bondadosa en favor de sus elegidos. 

Cada persona piensa que es recta en su propia opinión, pero Jehová pesa los espíritus. El Señor consideró que la rectitud y la verdad de Saulo de Tarso dejaban mucho que desear, pero lo cambió otorgándole la justicia de Jesucristo. Eso no lo hace con todo ser humano, como se desprende de la vida de Judas Iscariote, del Faraón de Egipto, de Esaú, del rey Acab, de Jezabel, de cada réprobo en cuanto a fe. Nosotros estuvimos muertos en nuestros delitos y pecados, caminando de acuerdo al curso del mundo, según le placía al príncipe de la potestad del aire, ese espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Nosotros somos por vía en contrario hijos de la fe, creyentes, los que somos guiados por el Espíritu de Dios.

Satanás ejerce su influencia en todos los que que son incrédulos, en especial en los réprobos en cuanto a fe, los cuales fueron destinados desde siempre para tropezar en la roca que es Cristo. Los incrédulos tienen las mentes cegadas, sus corazones se alinean hacia los peores crímenes, e incluso ejercen influencia sobre los elegidos. ¿En qué medida? En la medida en que nosotros participamos con ellos dejándonos influir por sus ideas y conversaciones, para que nos cause tropiezo y dolor. De allí que se nos ha advertido que las malas compañías corrompen las buenas costumbres (1 Corintios 15: 33-34).  Hemos de vivir en vida santa y con sanas conversaciones, sobria y rectamente, sin que nos demos a las vanas especulaciones propias de los temas de los que el mundo se ocupa. Porque el mundo vive en su aflicción, y nosotros nos hacemos parte de ella en la medida en que tomamos interés mayor por sus palabras antes que por la palabra de Dios.

El gran problema del mundo, aparte de estar controlado por su príncipe, es que como hombres naturales no reciben las cosas que son del Espíritu de Dios. Para ese mundo estas cosas son locura, pasan por indiscernibles, por lo cual actúa de acuerdo a los designios de su mente. La mente de la carne se entrega a los negocios propios de la muerte, mientras que la mente que se ocupa del Espíritu camina por los caminos de la paz. La mente carnal se manifiesta como enemiga de Dios, sin poder sujetarse a su ley, por lo cual los que son de la carne no pueden agradar a Dios (Romanos 8:5-8). 

Para poder amistarse con el Dios de las Escrituras, urge tener justicia suficiente. Esa justicia se llama Jesucristo, el que justificará a muchos por su conocimiento (Isaías 53:11). El siervo justo hizo aptos para el reino de los cielos a todos aquellos que representó en el madero. No rogó Jesús por el mundo, sino solamente por aquellos que el Padre le dio (Juan 17:9). Eso es muy importante tenerlo en cuenta, para saber en quién hemos creído. La doctrina de Cristo pasa por esencial en materia del evangelio, tan importante resulta que quien prevarica y no permanece en ese cuerpo de enseñanzas no tiene ni al Padre ni al Hijo (2 Juan 9-11). 

Jesús enseñó que nadie podía ir a él si el Padre no lo trajere, así que no todo el que le diga Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos. Hay gran cantidad de personas que han ido por cuenta propia, o por encomienda del otro evangelio, que camina en el desvarío de la enseñanza de los falsos maestros. Ellos creen que existen nuevos apóstoles, que los dones especiales siguen vigentes, hablan por lo tanto en lenguas raras, se dan a nuevas profecías, declaran que Dios les reveló algo nuevo, contemplan con mística sus pecados y se dejan llevar por la música para simular que es el Espíritu de Dios el que los mueve. Toda esa confusión es apenas la punta del iceberg; lo más grave o la causa de todos estos males es que sostienen una creencia en una expiación inexistente. Al ignorar la justicia de Dios (Jesucristo), colocan la suya propia (las obras de hacer y no hacer). 

En ellos cuenta mucho el día de su supuesta conversión, un arrepentimiento en la carne, un dolor por sus pecados (en especial por el castigo que sabe llevarían), pero jamás han comprendido las palabras de Jesús. Y si las han entendido en algo, les parecen duras de oír. Se resisten a que Dios haya odiado a Esaú antes de que hiciera bien o mal, proponen que Dios se dio cuenta desde antes de quiénes serían los réprobos en cuanto a fe, pero lo sacan de la ecuación de la reprobación final porque su alto grado de justicia condena a Dios, si hiciera tal cosa. Incluso sus teólogos han llegado a decir que un Dios semejante sería ante todo un tirano o un diablo. 

Al parecer, continúan bajo la ira de Dios, pero su religiosidad semanal les hace creer que son amados por el Dios que definen como amor puro. Desconocen que están desprovistos de la justicia de Dios, porque se obnubilan con su celo por el Señor. No saben que adoran a un dios que no puede salvar, que desfilan con su ídolo en el alma, la confección de una divinidad hecha a su medida. Esa gente confunde providencia con bendición, pero están equivocadas porque su jefe es el príncipe de este mundo, el mismo que confundió a Adán y a Eva en el huerto del Edén. Dios provee para todas sus criaturas, de acuerdo a sus propósitos eternos e inmutables. Por ejemplo, proveyó para que el Faraón llegara a ser el individuo de poder que la historia señala; proveyó para que Judas Iscariote no muriera antes de tiempo, de manera que cumpliera todo lo que de él se escribió. Eso no puede tomarse como bendición, sino como providencia divina para un fin determinado.

Los árboles corruptos no producen buen fruto, pero son árboles; asimismo, los que no han nacido de nuevo están muertos en delitos y pecados, pero dan fe de vida en tanto hacen cosas que nosotros vemos y sentimos. El rey Ciro fue llamado siervo de Dios, pero él no conoció al Señor: Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes; … Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste. Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste (Isaías 45: 1-5). Nuestro Dios soberano hace como quiere, da su justicia a sus elegidos pero endurece a quien quiere endurecer. Los que se consideran justos en su propia opinión, hacen cosas que consideran buenas, si bien las Escrituras apuntan que aún las misericordias del malvado son crueles (Proverbios 12:10).

César Paredes

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Publicado por elegidos @ 10:49
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