Demos gracias a Dios por su palabra, por causa de toda su gracia otorgada a todo su pueblo. Desde antes de que la tierra fuera, desde antes de la aparición del universo, existió un plan en la mente del Señor. De acuerdo a lo que la Escritura ofrece, Dios nos pensó, nos seleccionó como su pueblo escogido para darlo como fruto del trabajo a su Hijo. Dice Pedro que el Cordero sin mancha estuvo ordenado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20), lo que supone que Jesucristo vendría a morir por esa raza humana que todavía no había sido creada.
Ese texto de Pedro da mucho por pensar, ya que entendemos que, si el Cordero estuvo ordenado desde antes de que el mundo fuese hecho, Adán tenía que pecar. Ocurrido aquel primer delito en el Edén, se ordenaron de seguida los siguientes pasos. Jehová cubrió con pieles de animales la desnudez del pecado humano, como un símbolo del sacrificio que se impondría en adelante, demostrado por siglos en la educación a su pueblo en esa materia. Le dijo a Eva que su simiente heriría en la cabeza al dragón; más tarde, después de la promesa hecha a Abraham acerca de la cantidad de gente que saldría de sus lomos, Israel aparece en escena como pueblo esclavo en Egipto.
En aquel acto libertario de Moisés como líder, Jehová (El que es) ordenó la primera pascua. La sangre de aquellos animales en los dinteles de los hogares de los israelitas, presagiaba la sangre del Cordero sin mancha que vendría siglos más tarde. La eternidad se hacía historia, en un acomodo de eventos que si se miran aisladamente no parecieran tener sentido. En su conjunto cantan la gloria de la redención del pueblo de Jehová. No era el animal en sí, ni su sangre como tal, lo que quitaría el pecado del corazón humano, sino lo que simbolizaba en su señalamiento al evento por venir.
Asimismo, la serpiente de bronce levantada en el desierto apuntaba a Jesucristo, pero cuando el símbolo se convirtió en sustituto de la adoración a Dios tuvo que ser quitado de en medio. Tiempo después, Cordero vino a esta tierra en forma humana, dando testimonio de la luz para unos hombres acostumbrados a las tinieblas. La gracia soberana de Dios se impone sobre el caos que genera el pecado, violentando al mundo que pertenece al principado de Satanás, para perdonar los pecados que testificaban en nuestra contra. Se escribió que el acta de los decretos que nos era contraria fue clavada en la cruz, para que nosotros fuésemos declarados justos.
Lo mismo sucedió con aquella primera pascua en Egipto, cuando el ángel que venía a matar a los primogénitos pasó por alto los pecados de los que se ampararon en aquella sangre que apuntaba a Jesucristo. En la didáctica del pueblo israelita de aquel momento, se sabía que la sangre había de ser colocada por virtud de la obediencia del mandato de Jehová. En su conjunto, a la distancia, el panorama se junta y vemos la importancia del símbolo lejano conjugado con su realización concreta en la historia. Cristo padeció por todos los pecados de todo su pueblo, el justo por los injustos.
Por las Escrituras, conocemos que cada parte de nuestra salvación se fundamenta en el trabajo de Jesucristo como Cordero sin mancha, sacrificado en beneficio de su pueblo. Jesús no rogó por el mundo (Juan 17:9), lo que nos indica que su sacrificio dejó por fuera a cada réprobo en cuanto a fe. Pero como él dijo que había venido a morir por las ovejas, sabemos que cada oveja oirá su voz oportuna y lo seguirá a paso firme sin volverse tras los extraños (Juan 10:1-5). Así que seguro andamos desde la regeneración hasta la gloria final.
Pablo escribió algo que debe ser entendido en sentido pleno por cada una de las ovejas del Señor; dijo que nadie podía traer ningún cargo contra algún escogido de Dios. La razón no es otra sino que Dios es el que justifica, no nuestras obras que pueden ser acusadas como inconclusas o imperfectas. ¿Quién podrá condenar a una sola de las ovejas del Señor? Dios es el que justifica porque Cristo murió y resucitó, y Jehová aceptó su trabajo consumado. Además, Jesucristo está a la diestra del Padre para convertirse en nuestro abogado. No existe nada que nos pueda separar del amor de Dios, nadie que nos sirva de impedimento ante semejante amor; ninguna criatura nos podrá separar del amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor (Romanos 8:30-39).
El resumen de Pablo nos ilustra en el hecho de que fuimos conocidos, predestinados, llamados, justificados y glorificados. Ese conocimiento divino no se trata de algo que Dios tuvo que averiguar, ya que su Omnisciencia lo hace conocedor de todo sin que llegue a conocer. Se trata de un acto de comunión, como muchas veces la Escritura usa ese verbo: Adán conoció de nuevo a su mujer, y tuvieron otro hijo. A vosotros solamente he conocido de entre todos los habitantes de la tierra. Nunca os conocí (nunca tuve comunión con ustedes). Conoce Jehová a los que son suyos. La palabra hebrea (Yadah) indica tener una relación con la persona que se conoce, como Adán la tuvo con Eva para tener otro hijo. No solamente significa el acto cognitivo, como lo entendemos en nuestra lengua, sino que añade un sentido de comunión estrecho entre el que conoce y el conocido.
Jehová no necesita llegar a conocer nada (Él es Omnisciente), por lo tanto cuando en estos contextos se habla de conocer se refiere a mantener un contacto íntimo con los conocidos. En Isaías leemos: Y reposará sobre él, el espíritu de Dios, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de CONOCIMIENTO y de temor de Dios (Isaías 11:2). Es decir, el Cristo tendría espíritu de COMUNIÓN con Dios el Padre, por medio de su obediencia. De igual forma, leemos en Mateo 1:25 lo siguiente: Pero (José) no la conoció (a María) hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús. Se entiende que José era el esposo de María, por lo que sí la conocía (en el plano cognoscitivo del término), pero no tuvo relaciones sexuales o íntimas con ella hasta que dio a luz a Jesús.
Nuestra buena noticia nos inunda con hechos y promesas, como la que habla del enemigo nuestro que intentará engañarnos, si le fuere posible. Es decir, no le será posible, como lo asegura el estatus gramatical de la expresión citada: futuro de subjuntivo. Ese tiempo y modo verbal pone de manifiesto una imposibilidad absoluta, lo cual nos embarga de paz ciertísima en relación a nuestra salvación final (Mateo 24:23-24 y Marcos 13:21-22). Los maestros de mentiras vienen y seguirán viniendo con un evangelio diferente, intentando engañar, si les fuere posible, aún a los escogidos de Dios. Como Jesús no miente, también dijo en otra oportunidad lo que antes mencionamos: que sus ovejas oyen su voz y lo siguen, pero al extraño no seguirán, porque no conocen la voz del extraño (Juan 10:5). Pablo ya nos lo aseguró en lo que citamos de Romanos, pero Jesús por igual lo dijo en forma muy explícita: Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre (Juan 10: 27-29).
Esa buena noticia nos ampara a cada creyente enviado por el Padre al Hijo, para que tengamos paz y sosiego, para que andemos serenamente rodeado de toda bendición espiritual. En cambio, a los que siguen a Jesús por su cuenta, sin ser enseñados por Dios (Juan 6:45), si oyendo el verdadero evangelio no reciben arrepentimiento para perdón de pecados, lo que les espera es el espíritu de estupor para que crean a la mentira, por cuanto se deleitan en la injusticia (2 Tesalonicenses 2:3-12).
César Paredes
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