Reconozcamos la inhabilidad del hombre para obtener salvación, sin que importe la cantidad de esfuerzo personal que procure. El propósito de Dios para su pueblo consiste en rescatar al ser humano de su culpa y de su esclavitud al pecado. Jesús es la vid y nosotros los pámpanos, por lo tanto llevaremos mucho fruto; separados de él nada podemos hacer (Juan 15:5). Por esa razón, nuestras acciones y esfuerzos (renunciación al mundo y dedicación a Dios) no garantizan la aceptación divina. Urge algo más que la tarea personal, lo que ha sido dado en la Escritura.
Jesucristo vino como el Mediador entre Dios y los hombres (la verdadera vid). Nadie cumplió la ley en su totalidad, por lo tanto nadie fue justificado por medio de la ley. Aquellas personas que comprendieron que sus sacrificios se hacían como sombra de lo que había de venir, cubrieron sus pecados con justicia. Los que se dedicaron al ritual ordenado por la ley, sin mirar en lo que apuntaba, quedaron fuera de toda justicia. Nosotros nos apoyamos en el sacrificio de Cristo por todos los pecados de todo su pueblo (Mateo 1:21), por lo cual gozamos de la gracia. Esa gracia es la misma de la cual gozó Moisés, de la que gozaron Elías y Eliseo, Josué, Ezequiel, Daniel, Jeremías, Isaías y muchas otras personas.
Jesucristo vino a morir por su pueblo, a entregar su vida por las ovejas y no por las cabras. De hecho no murió por el mundo por el cual no rogó (Juan 17:9) sino por el mundo amado por su Padre (Juan 3:16; Juan 17:20). En ese sentido podemos decir con Pablo que hemos sido salvos por gracia, por medio de la fe; que esta salvación, gracia y fe no depende de nosotros sino que nos vino como regalo de Dios. En síntesis, esas tres maravillas (la salvación, la gracia y la fe) no pueden jamás ser o parecer un resultado de obras nuestras, no vaya a ser que alguien se gloríe (Efesios 2:8-9).
Pero esa salvación no nos puede conducir a lo que se ha conocido como el antinomianismo (contra la ley), como si los preceptos bíblicos nos parecieran irrelevantes para nosotros. De hecho Cristo no vino a abolir la ley sino a cumplirla. Los que practican las obras de la carne no heredarán el reino de los cielos; los mentirosos, los adúlteros y hechiceros, y un gran etcétera de malhechores, irán al fuego del infierno. Entonces no podemos decir que el antinomianismo nos viene de regalo divino por causa de la gracia conferida. No podemos descuidarnos con el pecado, más bien hemos de procurar matar las obras de la carne.
Las consecuencias del pecado son pavorosas, pero la ira de Dios contra la injusticia se ve más terrible. Incluso se ha escrito que los hijos de desobediencia reciben esa ira, que el Señor a quien ama castiga y azota a todo el que tiene por hijo. ¿Vamos entonces a entregarnos al relajo moral por causa de asumir el antinomianismo? En ninguna manera, sin apegarnos a la letra de la ley (lo cual sería legalismo indebido) tenemos que procurar su espíritu y aferrarnos al mandato de Jesucristo. Él dijo que si le amábamos guardaríamos sus mandamientos.
El Espíritu Santo opera en nosotros la regeneración, la justificación y la santificación. La justificación implica la aceptación de Dios hacia nosotros, la ruptura de la enemistad, pero la santificación trabaja en la separación del mundo y sus deseos. Pablo escribió acerca de los injustos que no heredarán el reino de Dios, para lo cual hace una breve enumeración de ellos: Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6:9-10). Esos no son todos, porque en otra carta refiere a los que practican las obras de la carne y surgen otras categorías de pecadores, a los cuales se les agrega un gran etcétera bajo la expresión: y cosas semejantes a éstas.
El trabajo del Espíritu Santo en la regeneración conduce al abandono de la práctica del pecado, a la conciencia de lo horrible de la infracción ante el Creador. Dios no hace acepción de personas, así que se cumple lo que dijo Jesucristo: No vine a buscar sanos sino enfermos. Es decir, Pablo continúa en la carta antes mencionada diciéndonos que bajo esa lista del oprobio estuvieron algunos de los nuevos creyentes. Y eso erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6:11).
Una maravilla resulta la conversión, la transformación operada en el nuevo nacimiento que hace el Espíritu Santo en los elegidos del Padre, una vez que oyen el llamamiento eficaz. Esa actividad exclusivamente divina nos demuestra la muerte espiritual de Adán y de sus herederos; como ya se ha dicho en la Escritura, en Adán todos mueren, pero en Cristo todos viven. ¿Y quiénes viven si el infierno recibe a diario a mucha gente? Viven aquellos que él representó en la cruz (su pueblo), los elegidos del Padre por el puro beneplácito de su voluntad (Efesios 1:11), las ovejas del buen pastor (Juan 10:26; 1-5).
Los legalistas intentan operar el nuevo nacimiento por su propia cuenta, con el énfasis religioso y con la imitación a los verdaderos creyentes. Asumen códigos morales que provocarían la mirada de Dios, pero nada de eso acontece. No por obras, para que nadie se gloríe, grita la Biblia a voces. Los frutos vienen como consecuencia de estar arraigados en la vid verdadera. El fruto del corazón se demuestra por la confesión hecha en la boca del árbol bueno (o del árbol malo que dará un fruto malo). El verdadero evangelio que proviene de la doctrina de Jesucristo, se muestra como el fruto inequívoco del creyente nacido de nuevo. Jamás confesará un falso evangelio que pertenece al extraño (Juan 10:1-5).
Cristo devino en sabiduría de Dios para nosotros, en la justicia, santificación y redención, como para que nos jactemos solamente en el Señor (1 Corintios 1:30-31). Busquemos la sabiduría de Dios, no la humana de la que el mundo se jacta. El principio de la sabiduría es el temor al Señor, reconozcamos que la salvación pertenece a Jehová. Inclinémonos con humildad ante su trono excelso y supliquemos su misericordia que no se agota. Cercano está el Señor a los quebrantados de espíritu, no dejará para siempre caído al justo. Justificados por la fe tenemos paz para con Dios; si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón.
En la medida en que el individuo examina el Evangelio de la Biblia reconocerá su diferencia con las innumerables imitaciones propuestas por los maestros de mentiras. Hemos de reconocernos incapaces como seres humanos caídos, para poder acercarnos a Dios, a no ser que el Espíritu Santo opere en nosotros el nacimiento de lo alto. Nadie puede venir a Cristo si el Padre no lo envía; todo lo que el Padre le da al Hijo vendrá a él y no será echado fuera. Los que predican algo contrario a este evangelio, caminan por un sendero que parece de bien pero cuyo final es de muerte.
César Paredes
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