Una persona puede poseer un gran conocimiento respecto a la letra de la Escritura, sin que entienda una jota en relación a las doctrinas de la gracia salvadora. La enseñanza respecto a la regeneración fue dada a lo largo del Antiguo Testamento, bajo el parámetro de la circuncisión del corazón, de la actividad de Dios al quitar el corazón de piedra para colocar uno de carne. El espíritu nuevo se daría para que se amara el andar en los estatutos del Señor. Nicodemo representa el ejemplo de lo que decimos, conocía las Escrituras pero no comprendía la gracia que salva.
Amantes de la letra, los judíos olvidaban el espíritu de la ley de Moisés. De igual forma actúan hoy los religiosos cristianizados cuando memorizan textos fuera de contexto, para su pretexto doctrinal. Abundan los falsos maestros que egresan de seminarios donde la doctrina pasa por una cuestión problemática que separa, por lo cual prefieren darse a las emociones y lo que consideran un cristianismo positivo. De moda se ha puesto la tendencia de la Nueva Era, una importación del Oriente para las iglesias de la modernidad y posmodernidad.
El orgullo intelectual de algunos que exhiben títulos académicos en materia religiosa, no les deja ver el árbol en medio del bosque. Unos se gradúan en Divinidad y se llaman Divinos, mientras a otros se les dice Reverendo (un título de Jehová). El Salmo 111:9 nos lo aclara: …Santo y Reverendo es su nombre (Versión KJ). En contraposición, la Biblia nos dice que Jehová encaminará al humilde por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera (Salmo 25:9). En Mateo 23:9 el Señor nos deja una importante lección, diciéndonos que no llamemos padre nuestro a nadie en la tierra, porque uno es nuestro Padre, el que está en los cielos. Nos agrega que no seamos llamados maestros, porque uno es nuestro Maestro, el Cristo (Mateo 23:9-10).
La ignorancia y el error no pueden sustentarse en el conocimiento del Señor. Nicodemo demostró su errático pensar al suponer que Cristo hablaba de volverse a meter al vientre de la madre para nacer de nuevo. Jesús le respondió que a no ser que se nazca del agua y del Espíritu, no podrá el individuo entrar al reino de Dios. El agua limpia y el Espíritu vivifica; esa agua es tenida por la palabra de Dios, según se demuestra de la misma Escritura. Nadie puede ser superior a la causa que lo origina, de manera que lo que es nacido de la carne (como causa) tendrá la consecuencia de ser carne. En cambio, lo que es nacido del Espíritu (como causa) tendrá la consecuencia de ser espíritu (vivo o vivificado, con el espíritu nuevo del cual hablara Ezequiel).
El que creyere y fuere bautizado, será salvo; pero el que no creyere será condenado (Marcos 16:16). Fijémonos en que el Señor no dijo que el que no fuere bautizado será condenado, sino solamente el que no creyere. Muchos han sido salvos sin la necesidad u oportunidad de bautizarse con agua; el ladrón en la cruz demuestra un caso. La condenación se fundamenta en el hecho de no creer, no en la falta del bautismo con agua. El Espíritu no está atado al bautismo.
Cuando Jesús le dice a Nicodemo que debe nacer de agua y del Espíritu, está hablando de dos cosas similares. La limpieza la da el Espíritu por medio de la palabra de Dios, por operación sobrenatural basado en el trabajo de Jesucristo y en la elección del Padre. Aunque Jesucristo no había muerto y resucitado todavía, él era el Cordero Pascual por el cual se sacrificaba en el Antiguo Testamento. Juan el Bautista hablaba sobre el bautismo con agua que él hacía, pero se refería a Jesucristo como el que bautizaría en Espíritu Santo y fuego (Mateo 3:11). Ese Espíritu trabaja refinando todo como lo hace el fuego con lo que encuentra, como el aventador que limpia la era (el campo limpio para trillar los cereales). De esa manera se quita la paja inútil para aprovechar mejor la cosecha.
Al leer atentamente Isaías 44:3, probaremos a qué se refiere la Biblia con el agua y el Espíritu: Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos. Ezequiel 36:25 nos lo corrobora: Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. El verso siguiente habla del corazón de piedra y de carne, pero el 27 nos especifica que se nos dará el Espíritu de Jehová, para andar en sus estatutos y para que los pongamos por obra.
De nuevo Isaías nos dice: En las alturas abriré ríos, y fuentes en medio de los valles; abriré en el desierto estanques de aguas, y manantiales de aguas en tierra seca…para que vean y conozcan, y adviertan y entiendan todos, que la mano de Jehová hace esto, y que el Santo de Israel lo creó (Isaías 41: 18 y 20). El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna (Juan 4:13-14). Resulta evidente que Jesús se refería a un metáfora del agua, no era agua del pozo de la mujer samaritana de lo que hablaba sino de su palabra que nos daría a cada creyente. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva (Juan 7:38). Cual ciervo jadeante en busca del agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser (Salmo 42:1). Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra (Efesios 5:25-26).
Que caiga mi enseñanza como lluvia y desciendan mis palabras como rocío, como aguacero sobre el pasto nuevo, como lluvia abundante sobre plantas tiernas (Deuteronomio 32:2). Este texto del Antiguo Testamento lo ignoraba Nicodemo, de lo contrario hubiese comprendido a qué se refería Jesús sobre el nacer de nuevo. Y es que el Señor nos guía junto a aguas tranquilas (Salmo 23:1-2). Que podamos decir que nuestras almas tienen sed del Señor, para buscarlo intensamente.
Todos los hombres hemos nacido en carne, pero no todos nacen en gracia. Eso pertenece al Espíritu de Dios y no a la voluntad de varón. En realidad la gracia no se compra ni se adquiere por esfuerzo alguno, de lo contrario sería una obra para que el hombre tuviera de qué gloriarse. Hemos nacido por causa del primer Adán ya caído en el pecado, por lo tanto hemos muerto espiritualmente; necesitamos nacer del segundo Adán (Jesucristo) para poder vivir eternamente. Adán es la figura del que había de venir (Romanos 5:14); el primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo (1 Corintios 15:47).
El segundo Adán representa a todos los hijos que Dios le dio; él tiene toda la potestad en los cielos y en la tierra, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados por los cuales murió en la cruz. Él derramó su sangre en favor de todo su pueblo (Mateo 1:21), él rogó por todos los que habían de creer por medio de la palabra de los apóstoles (Juan 17:9 y 20). De ese Jesús ya se hablaba en las Escrituras como muchos textos lo confirman. Por ejemplo, dice Proverbios 30:4: ¿Quién subió al cielo, y descendió? ¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?
Es el autor de la gracia, es el autor y consumador de la fe; a él debemos honor y gloria, de él depende nuestro existir. Él es el que es, nosotros somos hechura suya. Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño (Salmos 32:1-2).
César Paredes
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