Lunes, 29 de mayo de 2023

Entender el evangelio de Jesucristo no lleva mucho tiempo, pasa por comprender una proposición del Creador en relación a Él mismo y a su Hijo, por medio del Espíritu Santo. En el principio Dios creó los cielos y la tierra, anuncia el Génesis; en el principio era el Verbo, escribió Juan. Ese principio presupone un comienzo desde la perspectiva humana, pero no indica que Dios haya tenido un comienzo. La eternidad de la Divinidad pasa como algo incomprensible en el plano de la limitación humana, pero tenemos el tiempo como medida y podemos valorar por éste la inmensidad del término eterno.

La Biblia pone de manifiesto la pequeñez del hombre frente al universo, cuánto más frente al Hacedor de todo. La más mínima partícula que imaginemos, hemos de concebirla como controlada y ordenada por Dios, para que se cumpla de esa manera todo cuanto ha querido. La voluntad divina se nos muestra suprema, dominante, persuasiva, frente a la voluntad humana quebrantada, dirigida, dominada, pero que se exhibe como queriendo existir por cuenta propia. 

Dios ha querido que la humanidad sienta la libertad que no tiene por causa de ser una criatura, aunque exige responsabilidad a cada uno de nosotros. El hombre, corona de la creación, debe un juicio de rendición de cuentas ante su Hacedor. La Escritura afirma que se ha establecido para los hombres que mueran una sola vez, después de eso viene el juicio. La justicia divina tiene un parangón de elevación muy alta. Por medio de la ley vino el conocimiento del pecado, pero la ley se dio en dos formas: 1) en el corazón, la conciencia o la mente humana; 2) a través de las tablas de Moisés, en forma escrita y precisa. 

La ley no pudo salvar a nadie, se entiende que en ninguna de sus formas (ni en la conciencia ni en la forma de mandatos escritos). Donde abundó la ley abundó el pecado, pero la gracia de Dios creció y se manifestó a la humanidad por medio de Jesucristo. Claro está, dentro del plano de la soberanía divina, esa gracia se manifiesta a los que Dios ha querido manifestarla. Esto lo rechaza la mente humana, siempre irascible contra Dios. El hombre odia a Dios, declara en forma explícita la Escritura; existen los que odian a Dios, dado que la naturaleza humana corrompida continúa en enemistad contra el Creador. 

¿Cómo puede un Dios justo justificar al impío? Ciertamente no por medio de un indulto sino a través de la aplicación de la justicia. En otros términos, el Hijo de Dios vino para cumplir toda la ley sin quebrantarla en ningún punto. De esa forma se convirtió en la justicia de Dios y en nuestra justificación. Gracias al trabajo de Cristo en la cruz, así como por su vida sin pecado, el Padre nos mira justificados por mediación de la fe en su Hijo. La Biblia asegura que ninguna persona puede venir a Jesucristo si el Padre no lo trae, pero añade que todo lo que el Padre le da al Hijo éste lo resucitará en el día postrero y no será echado fuera jamás. 

También podemos leer en las Escrituras que los creyentes estamos guardados en las manos del HIjo y en las del Padre, el cual es mayor que todos. Ni la muerte, ni la vida, ni lo ancho, ni lo profundo, ni ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús. En tal sentido se nos declara más que vencedores, poseedores de la mente de Cristo, templo del Espíritu Santo, herederos de la vida eterna. Se nos ha otorgado la promesa de concedernos todo lo que pidamos al Padre en el nombre del Hijo, para nuestra alegría y para la gloria del Señor. 

Hay gente que adora a Dios pero no tiene idea de quién es Él, sino que desconoce su justicia. Ese gran celo mostrado de nada le sirve (Romanos 10:1-4). Una vendedora de púrpura adoraba a Dios, cuando oía a Pablo no fue sino hasta que Dios abrió su corazón que pudo bautizarse (Hechos 16:14). Lázaro salió de la tumba cuando escuchó la orden del Señor, como cualquier ser humano muerto en delitos y pecados que oye la misma voz llamándolo a creer en Jesucristo como el Hijo de Dios, el que se convirtió en nuestra justicia. 

Existe un trabajo interno de conversión del corazón, pero esa actividad compete a Dios mientras sus objetos de cambio permanecemos pasivos. No depende de nosotros, ni de nuestro querer y hacer, sino de la buena voluntad de Dios en quienes Él quiere. Éramos como ovejas descarriadas, pero ahora hemos vuelto al Pastor y Obispo de nuestras almas (1 Pedro 2:25). Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito, conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios (Jeremías 31:18). Pero le sigue a este acto de conversión una actividad externa en la cual nos involucramos activamente: Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíamos en ellas (Colosenses 3:5-7). 

Dios puso enemistad entre la serpiente y la mujer (Eva), y entre la semilla del diablo y la de la mujer (Jesucristo); Él la heriría en la cabeza, pero la serpiente lo heriría en el talón (Génesis 3:15). Desde entonces vivimos en medio de un escenario de batalla espiritual con efectos en la historia humana, con la desolación del pecado heredado por la vía de Adán (porque en Adán todos mueren). En Cristo, en cambio, todos vivimos. Ese todos vivimos va referido a todos aquellos que el Padre amó desde la eternidad para dárselos a su Hijo como herencia. 

El Evangelio procede de una semilla incorruptible, fue dado como promesa a Abraham, por lo cual la Escritura afirma: En Isaac te será llamada la Semilla (la cual es Cristo: Gálatas 3:16). He allí el evangelio puro y simple que se nos ordenó anunciar al mundo. A partir de ese anuncio, todas las ovejas que sean llamadas eficazmente creerán y seguirán al buen pastor; habrá ovejas que todavía no serán llamadas sino más tarde, en cualquier momento de sus vidas, de acuerdo al plan de Dios. Las cabras no escucharán con gozo este mensaje, sino que se incorporarán al rebaño para molestar a las ovejas.

Esas cabras traen los falsos anuncios de salvación, enturbian la fuente de agua limpia, tuercen la Escritura para su propia perdición. De ese sitio provienen los falsos maestros, los que enseñan mentiras como doctrinas de demonios, los que convierten la gracia en salvación por obras. Esas cabras suponen que fueron regeneradas por sus propios esfuerzos en combinación con la gracia de Dios, pero esa mezcla evidencia una palabra corrompida. En cambio, nosotros hemos sido regenerados, no de la corruptible semilla sino de la incorruptible, de la Palabra de Vida de Dios, la que permanece para siempre (1 Pedro 2:23). 

La semilla corruptible viene bajo maldición (Gálatas 1:8-9), por lo cual conviene tener en cuenta que no puede haber transición alguna entre lo corruptible y lo incorruptible. Los que hemos creído el evangelio puro y simple lo hemos hecho gracias a la incorruptible semilla que nos fue dada (Juan 17:20). Esa palabra de aquellos primeros apóstoles vino sin contaminación alguna, de forma que tenemos la seguridad de que jamás nos iremos tras el extraño (Juan 10:1-5). 

Los de la palabra corruptible o anatema irán siempre tras el extraño, con una doctrina diferente, llamarán Jesús a su falso Cristo, que no es el mismo de las Escrituras. Por esa razón confunden un poco a primera vista, pero cuanto probamos sus espíritus sabemos que no son de Dios. Satanás mismo junto a sus ministros se disfrazan de ángeles de luz. Los de la semilla incorruptible crecemos en gracia y conocimiento (2 Pedro 3:18); de cierto que este crecimiento viene como consecuencia de haber sido llamados de las tinieblas a la luz admirable (1 Pedro 2:9). El Espíritu de Cristo no llama a nadie de las tinieblas a las tinieblas, empero el espíritu del Anticristo sí que lo hace: su interés consiste en que sus esclavos continúen en la oscuridad doctrinal.

En vista de lo acá dicho, llamamos a todos aquellos que han oído y seguido el evangelio de la gracia para que continúen con la verdad siempre. No puede ser de otra manera, la palabra dura de oír de Jesucristo espantó a muchos de sus discípulos (Juan 6), ya que cuando no se ha recibido el llamamiento eficaz la gente imita el seguir a Cristo, vive en una ilusión que los adormece más, hasta terminar definitivamente con el espíritu de estupor para perderse tras la mentira. La razón de ello, entre otras cosas, se debe a que no aman la verdad. En realidad ellos continúan siendo enemigos de Dios, dando el mal fruto de un mal árbol, el cabezazo de las cabras, aunque se cuelen a la fuerza en el rebaño de las ovejas.

Los falsos pastores se llaman asalariados, buscan su propio vientre, huyen frente al lobo y no aman a las ovejas. No pueden amarlas porque no han sido amados por el buen pastor. Pero el Señor tiene todavía pueblo en Babilonia, así que le continúa diciendo que salga de allí, para que no continúe bajo sus plagas. Juan advierte a los creyentes para que no le den la bienvenida a los que no viven en la doctrina de Cristo, porque los que se extravían no tienen ni al Padre ni al Hijo (2 Juan 1:9-11).

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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