La Biblia trae a colación una forma de tratar con el temor neurótico, con la actitud cobarde y con el espíritu de cobardía. La contraposición al temor se presenta como el dominio propio, la capacidad para dominar nuestros pensamientos y emociones, incluso nuestras acciones. Este dominio propio viene como parte del fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23). Cuando existe ausencia de este fruto, somos conducidos a pecar por cobardía.
Un espíritu pusilánime atestigua una propiedad que Dios no nos ha dado, sino más bien el diablo. Caminar con miedo hacia los seres humanos, o aún ante las potencias espirituales de maldad, no es propio de un creyente. Ese temor innecesario nos lleva al desánimo permanente, a un sinnúmero de razones circunstanciales para no hacer lo que debemos. El trabajo que nos ha encomendado el Señor es la predicación del Evangelio, pero si tememos a la vergüenza pública, al qué dirán los demás, a si voy a ser rechazado o humillado, de seguro el triunfo desaparece por causa del temor infundado.
La promesa del Padre era que Jesucristo nos enviara el poder de lo alto: el Espíritu Santo (Lucas 24:49), lo que nos fortifica en medio de tribulaciones y persecuciones. Incluso, ese poder nos da la fuerza para resistir las tentaciones del maligno. El amor a Dios, el cual también nos ha sido dado por Él (le amamos a él porque él nos amó primero), el amor a su Hijo, a su cuerpo que es la iglesia, el interés por las almas con las que compartimos a diario, ahuyenta el temor que podamos sentir. El perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo (1 Juan 4:18).
También nos ha sido dado el dominio propio, una mente racional y adecuada a la realidad que nos circunda. Como Jesucristo cuando fue probado por Satanás en un monte, nosotros también hemos de imitar su conducta: no se lanzó de lo alto de la montaña porque Jehová enviaría a sus ángeles para que su pies no tropezasen en piedra. Él pudo distinguir la metáfora del texto y la locura de Satanás, como si tentar a Dios hiciese que Él actuara para honrar nuestra fe. No, Jesús tuvo la cordura que brinda la palabra que él mismo es y que él mismo inspiró, por medio del Espíritu Santo, para responderle a Satanás con la palabra divina.
Así que el dominio propio nos lleva a controlar el coraje. No podemos temblar porque hemos de realizar una tarea que nos resulta peligrosa, pero tampoco podemos aventurarnos a realizar algo para lo cual no nos hemos preparado.
Ese justo medio entre el poder y el dominio propio refleja la racionalidad del Verbo de Dios. Pablo escribió que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, como para que no nos dejemos dominar por la procrastinación ni por el terror hacia lo desconocido, para que no embargue el miedo que proviene de personas que no conocen a Dios. Si hemos de vivir en oración siempre, como si tuviésemos la actitud de orar a cada momento, sabremos que nuestro Dios nos acompaña en todo instante y nos puede indicar cómo actuar en cualquier circunstancia.
Los que amamos a Cristo, a su evangelio, a su pueblo, no tenemos miedo de la gente; nos acompaña un espíritu de poder y de amor, junto al dominio propio -como ya señalamos antes. Ese espíritu resulta lo opuesto al espíritu de temor o terror, de miedo neurótico, por lo que se computa como excluyente la cobardía frente al espíritu de poder, amor y templanza que Dios nos ha dado. El temor trae sus propios tormentos y causa muchos impedimentos de éxito, de buenos hábitos, de acciones positivas. El temor nos deja exhaustos y sin descanso, en un servicio de esclavitud a los malos pensamientos que nos llegan a dominar.
Cuando internalicemos por completo lo que significa que Jesucristo nos ha escogido a nosotros, y no nosotros a Jesucristo, sabremos que él nos ha ordenado para que llevemos buenos frutos y para que éstos permanezcan. Uno de esos frutos fue dicho por Jesús: cualquier cosa que pidamos al Padre en en nombre del Hijo, Él nos la dará (Juan 15:16). Así que tal vez convenga para el hombre timorato acercarse a Dios en oración y pedirle que le haga retomar el espíritu de poder, amor y dominio propio, pero que aleje por igual el espíritu de cobardía de nuestro seno. Hablo de creyentes que han sido invadidos por el terror, como producto de oír a gente que no confía en Dios y que vive bajo el control del padre de la mentira. Nosotros tenemos que ocuparnos de nuestra salvación, con temor y temblor (Filipenses 2:12-13).
Esto lo dijo Pablo no porque supusiera que nosotros producimos por nuestra cuenta la espiritual y eterna salvación, lo cual sería contrario a las Escrituras, como si la muerte de Cristo hubiese sido en vano. Esto lo dijo el apóstol porque tenemos que ocuparnos de las cosas propias de esa salvación, con el respeto debido (temor reverente) a quien es el Redentor y nuestro Mediador. Hemos de someternos a las ordenanzas del Evangelio, sabiendo que Dios castiga y azota a todo el que tiene por hijo, así que más nos conviene vivir en santidad (la separación del mundo). Esa ocupación con temor y temblor es el negocio de nuestras vidas, no como si fuésemos esclavos del pecado, como quienes esperan la condenación final. Hay que trabajar nuestra salvación con temor a la condenación que sufren otros que jamás fueron llamados con llamamiento eficaz, lo cual nos hace ser más responsables de lo que en realidad somos. Sirvamos al Señor con temor, y alegrémonos con temblor (Salmos 2:11).
Ese Dios a quien servimos es el que produce en nosotros el querer como el hacer, por su buena voluntad. Es el mismo que hace a sus ángeles sus ministros de fuego (Salmos 104:4), los cuales cumplen sus mandamientos. Es el Dios de poder que hizo hablar un asna ante un profeta desmedido, el que alimentó a Elías por medio de cuervos que le llevaban carne. El soberano Creador que le dio entendimiento a los animales para hacer lo que les conviene y lo que ha sido su tarea encomendada (Salmos 29:9; Jeremías 8:7; Ezequiel 32:4). Es el Dios que cerró la boca de los leones para que no hicieran daño a Daniel, su siervo (Daniel 6:22).
Entonces, ¿por qué hemos de temer? Aunque brame el mar, aunque el rey de Asiria se exalte, aunque los soberbios griten a voz alta su altanería, nuestro Dios nos ama con amor eterno. Somos individuos ordenados para salvación, como dice la Escritura: Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti, para que habite en tus atrios; seremos saciados del bien de tu casa, de tu santo templo (Salmos 65:4). Ni los falsos Cristos, ni sus falos profetas, a pesar de sus signos y prodigios, podrán engañar a uno solo de los escogidos de Dios (Mateo 24:24). Así que todo lo que el Padre le da al Hijo irá al Hijo, los tales jamás serán echados fuera sino que serán resucitados en el día postrero (Juan 6:37 y 44). ¿No has leído en la Biblia que tantos como Dios había escogido creyeron porque estaban ordenados para vida eterna? (Hechos 13:48). Así que todas las cosas operan para bien de los que amamos a Dios, esto es, a los que conforme a su propósito hemos sido llamados (Romanos 8:28-30).
Tal vez alguien se considere muy por debajo del estrato social de otros, o con cierta incompetencia laboral porque no pudo recibir mejor educación, pero en todo caso Dios nos ha traído hasta acá. Lo necio del mundo, lo que no es, escogió Dios para deshacer a lo que es. De manera que pronto veremos recompensa aún en nuestro campo de trabajo, en cualquier ocupación que tengamos. Hemos sido creados para exaltar la gloria del Señor y su poder se perfecciona en nuestra debilidad. Si el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad, confiemos en que seremos amparados en todo momento.
¿Para qué temerle a la vida? ¿Por qué angustiarse por los seres humanos? Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, expresemos y echemos nuestra ansiedad sobre el Dios Omnipotente para que la paz de Cristo nos embargue. Cada momento de temor innecesario presupone instantes de oración desperdiciados; en cada acto de plegaria con acción de gracias se suma poder. ¿Cómo estaremos en la presencia de Jehová, de acuerdo a la vida de Elías? Ese profeta era un hombre con pasiones semejantes a las nuestras, pero oraba y Dios le respondía. Una breve plegaria nos lleva a otra de nuevo; una meditación en la palabra de Dios nos alumbra como una antorcha.
Cuando la cobardía asome a través de los irredentos, recordemos para nosotros que Dios no nos ha dado ese espíritu sino el de poder, de amor y de dominio propio. La templanza nos alienta para tener la buena actitud de gozo en la que debemos vivir. El cuidado de la lengua evitará que se incendien fuegos grandes. Si controlamos nuestros discursos, evitando la palabra corrompida, pronunciaremos aquella que se hace necesaria para la buena edificación. No solo el otro que nos oye se edifica o se derrumba por lo que hablamos, también nosotros mismos recibimos como un boomerang devuelto el latigazo o el estímulo de lo que hemos dicho.
De los espías enviados por Moisés, unos cuantos regresaron asustados con lo que habían visto y por esa razón desanimaron al pueblo. El temor infundado de unos daña a los que los oyen desprevenidamente. Si recordamos las Escrituras, el escudo del Señor apagará los dardos de fuego que el maligno lanza bajo el concepto de la cobardía. David escribió: En el día que temo, yo en ti confío…En Dios he confiado; no temeré (Salmos 56:3-4). No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. He aquí que todos los que se enojan contra ti serán avergonzados y confundidos; serán como nada y perecerán los que contienden contigo … Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo (Isaías 41:10-13).
César Paredes
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