El gran problema de muchas sinagogas que se denominan cristianas consiste en señalar la herejía y perdonar a los herejes. Al parecer, el error doctrinal que socava el fundamento de la fe puede ser visto como un simple desvío conceptual, un punto de vista diferente de la creencia. Rupturas van y vienen, separaciones y nombramientos de iglesias libres, como para despojarse de la vieja doctrina una vez dada a los santos. Llegan a creer que el hombre tiene que dar mucho de sí mismo en asuntos de salvación, que aporta su voluntad e inteligencia, humildad y astucia, lo que lo diferencia del incrédulo.
En realidad ambos caen en el mismo hueco: el incrédulo y el creyente a medias. Como si el ciego pudiera guiar al que tampoco ve, como cuando se huye de un oso y lo muerde una serpiente. Los estudiosos de la teología de la gracia, los que se aferran a ella, suelen ver como hermanos en la fe a los que no traen esa doctrina de Cristo. Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Para qué predicar la gracia si la gente puede ser salva por medio de las obras? Ah, se cree que el de las obras está en un error, pero sería como los católicos hablan: un error venial. Para esos predicadores de la gracia que le dicen bienvenidos a los de las obras, pareciera que en vano dijo el apóstol Juan que el que no habita en la doctrina de Cristo no tiene a Dios (2 Juan 1:9-11).
Las nuevas herejías copian siempre algo de las viejas; desde el antiguo Pelagio, pasamos por Arminio, el peón de Roma en las filas del protestantismo incipiente. Hoy día, la doctrina arminiana iza su bandera en casi todas las congregaciones evangélicas o reformadas. Los que quedan en referencia a la gracia han bajado la guardia porque los asusta el argumento de la cantidad, lo cual no es más que una falacia que grita a voces que la mayoría tiene la razón. Pero Jesucristo nos dijo que no temiéramos, porque aunque seamos la manada pequeña al Padre le ha placido darnos el reino. No se lo dará a la manada grande de cabras reunidas en torno a un falso Cristo: mitad gracia y mitad obras; o tal vez 90% gracia y 10% obras; o cualquier otra mezcla que se tenga a gusto.
Sí, ahora se cree que el hombre no murió en delitos y pecados sino que simplemente se enfermó; que existe una elección condicionada en el hecho de que perseveremos, en que hagamos ciertas obras buenas; que Dios previó (mirando en el túnel del tiempo) y vio gente con corazón dispuesto a amarlo, que por esa razón escogió a tales personas. También se dice que Jesús murió en algún sentido por toda la humanidad, pero que su eficacia se aplica solamente en los escogidos. Como si todo el mundo en algún sentido hubiese sido salvado con la muerte de Cristo, pero no todo el mundo lo aprovecha. Se añade que la gracia salvadora es resistible, que el Espíritu Santo puede ser vencido por la testarudez humana, que Cristo está rogando por salvar alguna alma, que Dios hizo su parte y el diablo votó en contra, pero que usted decide su destino final.
Todo tipo de persuasión es admisible, porque se trata de salvar un alma. Ah, poco importa que se traiga el rock a la congregación, o cualquier tipo de espectáculo, total, eso vale el mérito de rescatar un alma para Cristo. La honra del hombre primero, porque se trata de suavizar la doctrina en favor de su corazón, la honra de Dios que espere. Al revestir el evangelio con dramas, con símbolos religiosos (que en su mayoría comparte el paganismo), con cánticos para agradar a la congregación, se echa mano de la persuasión retórica con el ánimo de alcanzar un prosélito.
Recordemos que la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos…Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación (1 Corintios 1:18-21).
Continuamos anunciando el evangelio a toda criatura, con el mandato de arrepentimiento de parte de Dios, así como de creer esa buena noticia de salvación. Algunos dirán que eso es locura, como se lee en el texto enunciado de Corintios; otros serán llamados eficazmente y son de los que se salvan. No sabemos quiénes son los elegidos, pero cada oveja arrepentida y perdonada seguirá por siempre al buen pastor. Jamás esa oveja se irá tras el extraño, porque desconoce su voz (Juan 10:1-5).
La herejía ha sido anunciada en la Biblia como una obra de la carne (Gálatas 5:20-21); también Pedro refiere a ella como algo destructivo y condenable (2 Pedro 2:1-3). Si el creyente no practica el pecado, se entiende que no practica la herejía. Practicar la herejía implica guiarse por principios contrarios a la palabra de Dios, por más que se esmere la persona en vivir una vida con apariencia de piedad. Se niega la eficacia de la piedad cuando se cree en un Cristo diferente al descrito en las Escrituras. Esa invención de la expiación universal, del libero arbitrio, del hombre enfermo en vez de muerto, de resistir la gracia (la cual es irrevocable e irresistible, según la Biblia), de oponerse eficazmente al Espíritu Santo como una de las Persona del Dios Trino, constituye un continuo herético.
Los herejes van de la mano con los falsos maestros, pronuncian palabras que carcomen como la gangrena o el cáncer (2 Timoteo: 2:17). Sus cuentos y verbos son como la levadura que leuda toda la masa, hacen que las almas sean llevadas por todo viento doctrinal. La Biblia nos dice que nos guardemos de los perros, de los malos obreros, de los que mutilan el cuerpo, de los lobos que devoran la manada, de los engañadores que desestabilizan el alma (Hechos 20:29; Filipenses 3:2).
La advertencia hecha por Jesús y por sus apóstoles contra las enseñanzas heréticas de los falsos maestros supone que esas doctrinas conllevan suficiente peligro para corromper el alma. La levadura de los fariseos (Marcos 8:15), los falsos profetas (Mateo 24:4-5), los perros y malhechores que arrastran al error de la iniquidad (2 Pedro 3:17), constituyen males de antes y de nuestro tiempo. Dentro del cristianismo y su historia se puede ver una inundación de herejías, como si fuera el plato preferido del Maligno, como si esa fuese su maquinación favorita. La oración junto al celo por la rectitud de la palabra de Dios, han ayudado a los creyentes a hacer frente a esas acechanzas del diablo.
Babilonia se describe como la cárcel del alma humana, el lugar donde moran todavía muchos que pertenecen al pueblo de Dios. A ellos Jesús les dice que huyan de ese lugar, porque el alma vale mucho más que los tesoros de la tierra. ¿De qué aprovecha al hombre si ganare el mundo y perdiere su alma? Los mercaderes de la tierra hacen negocio con las almas humanas, como lo relata Apocalipsis 18:11-13. Estos maestros encubiertos que introducen herejías destructoras, para blasfemar el camino de la verdad, hacen mercadería de los feligreses. Sobre ellos la condenación no se tarda ni se duerme su perdición (2 Pedro 2:1-3).
¿Cómo se compra un alma? Con palabras falsas, con la palabra blanda del evangelio y no con la palabra dura de oír. El anuncio del herético permea hacia el fundamento, para procurar que el alma se separe de su raíz; por supuesto, esto tiene éxito en aquellos cuya raíz no es profunda, porque el fundamento que es Cristo no se trasvasa. La herejía corrompe el juicio y ya no se podrá juzgar con justo juicio, ni probar los espíritus para ver si son de Dios. El que vive en la herejía posee cataratas en los ojos de la fe, así que trastabilla y su desequilibrio anuncia a lo lejos que va en picada hacia la muerte eterna.
Si el error del hereje corrompe la conciencia, ésta se encallece y se adormece. La sofistería lleva a la falacia, así que existe en esta última la intención de engañar. Eso hace el falso maestro, el que adultera la palabra de Dios. Si el Espíritu anunció que se levantarían esos perros rabiosos, esos lobos contra la manada, también dijo que en los postreros tiempos sería peor. La maldad sería aumentada, habría proliferación de falsos Cristos, de perniciosos maestros que intentarán engañar, si fuere posible (no lo es), aún a los escogidos.
La errónea conciencia acerca de la palabra de Dios batalla de frente contra la verdad. Cuando el herético consume su herejía y la cree como verdad, pareciera que ha recibido el espíritu de estupor para terminarse de perder. Y es que el hereje no ama la verdad y tiene predilección por la mentira; con la conciencia carcomida no le queda otro camino que seguir al padre de la mentira guiado por el espíritu de estupor o engaño enviado por Dios mismo.
La herejía va también de la mano con la impiedad. Por sus frutos se conoce al árbol malo, así como a los falsos maestros, a los pastores asalariados o a los mercaderes de ovejas. La verdad trabaja con la bondad, produce buenos frutos, en especial el fruto del árbol bueno, el que confiesa con la boca la abundante verdad doctrinal contenida en el corazón. Huid de Babilonia, pueblo mío (Apocalipsis 18:4).
César Paredes
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