Martes, 16 de mayo de 2023

Un predicador dijo una vez que había dos inseparables gemelos: la predestinación y la providencia. Esos son gemelos de la gracia admirable del Omnipotente Dios, el que nos predestinó según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria. Por lo tanto, fuimos sellados con el Espíritu Santo de la promesa. Para gobernar todas las cosas según el designio de su voluntad, se necesita tener todo el poder absoluto y ejercer el control de cada partícula del universo. Semejante Dios puede espantar a cualquiera, pero puede consolar a los que son suyos.

Cuando nos referimos a la predestinación, hablamos de un acto soberano, eterno e inmutable, de acuerdo al propósito del Dios de la creación, quien ordenó todo cuanto sucede. Esto lo hizo según su propia voluntad y placer, para lo cual provee cada elemento necesario, en cada circunstancia posible y probable que vaya a utilizar. Acá ya empezamos a mirar la providencia divina, como el complemento forzoso para que se cumpla todo cuanto Dios ha querido. De esta manera, miramos a Dios en el tiempo, en la ejecución de lo que se propuso desde la eternidad. 

Vemos que el fin propuesto tiene una ejecución perfecta: el fin puede ser llamado predestinación, pero sus medios o ejecución puede ser mencionado como su providencia, el uso de los mecanismos necesarios para lograr lo propuesto. Absalón tenía que seguir el consejo de Ahitofel, que era mejor que el de Husai, pero Jehová había ordenado lo contrario: que Absalón siguiera lo recomendado por Husai y desechara el mejor consejo de Ahitofel (2 Samuel 17:14). Esto lo hace el Señor porque Él controla aún los pensamientos del rey, a todo lo que quiere lo inclina. Él frustra el consejo de las naciones, coloca en los gobernantes y moradores de la tierra el dar el poder y dominio a la bestia (Apocalipsis 17:17). 

De acuerdo a la Escritura, nada en este mundo sucede por casualidad. Lo que llamamos azar lo es desde nuestra perspectiva, puesto que no dominamos todas las variables de lo que podría acontecer. Para Dios no hay azar, pero la Biblia habla desde nuestra perspectiva cuando nos dice que aún la suerte se echa en el regazo, pero de Jehová es su decisión. La decisión de algo no depende de ángeles o demonios, de ninguna persona, sino de Jehová que dirige el mundo hacia su final. Anunció caos para el tiempo del fin, y eso es lo que estamos viendo. Anunció un asesinato cruel para su Hijo, y eso nos lo narra la Biblia.

La gloria del nombre de Dios, sumado al bien de los elegidos, se alcanzan por los medios providenciales del Todopoderoso. Lo dijo Pablo en forma enfática: a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien; esto es, a los que conforme a su propósito son llamados (Romanos 8:28). Hay bienes temporales y bienes espirituales, así como los bienes eternos. Nosotros buscamos más los temporales, conforme a nuestras necesidades que son dadas a conocer por medio de las oraciones al Señor. Aunque él ya conoce lo que necesitamos, se agrada en escucharnos y nosotros nos aliviamos en hablar con Él. La bendición de Jehová es la que añade riqueza sin tristeza (Proverbios 10:22). 

Los bienes espirituales lo son para el alma, el vivo ejercicio de la gracia en nosotros. Tenemos fe, confianza, salvación eterna, la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Poseemos la garantía de la redención final, el fruto del Espíritu, la mente de Cristo, la unción del Santo. Los bienes eternos están relacionados con los espirituales y también con los temporales, en cuanto ellos nos conducen a la meta final: a conocer al Padre como único Dios verdadero y a Jesucristo el enviado (Juan 17:3). Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman (1 Corintios 2:9). Pablo subió al paraíso y oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar (2 Corintios 2:12); esas son algunas de los bienes eternos que nos aguardan.

Recordemos siempre que cuando somos conducidos a la realización de una actividad determinada, un trabajo específico, una aventura en el campo o en las ciudades turísticas, un estudio de esfuerzo, un aprendizaje complicado, etc., cualquier cosa que hagamos ha sido ya ordenada. Pero también han sido ordenadas las circunstancias que rodean esas acciones a realizar. Por ejemplo, si usted tiene que dictar una conferencia ante un auditorio determinado, sepa que los que lo van a oír también han sido ordenados para oírlo. Eso nos da confianza en el Padre amado que conduce a sus hijos de triunfo en triunfo, pero que aún en las caídas nos sostiene con su mano firme y con su actitud de amor.

Al nosotros saber que nada ocurre que no cumpla el propósito propuesto en la eternidad, que nada acontece sin que la soberanía de Dios provea sus medios, estemos seguros día a día, confiados en que donde estamos ha sido el deseo del Señor que estemos. Claro está, anhelamos cambiar de domicilio, solicitar otro trabajo, buscar otra diversión, pero todos esos deseos también son colocados por Aquél que provee para su realización. En suma, lo que Dios predestinó en el pasado y cumple su ejecución con su providencia, siempre resulta para el bien de sus elegidos y para la gloria de su nombre. 

¿No ha hecho Jehová todas las cosas para sí mismo? ¿No hizo al malo para el día malo? (Proverbios 16:4). La ira del hombre te alabará, Dios reprimirá el resto de las iras (Salmo 76:10); Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que dijo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero (Isaías 46:9-10). Por supuesto que existe una gran profundidad de las riquezas y de la sabiduría de Dios, que sus juicios son insondables, que sus caminos nos resultan inescrutables. ¿Quién entendió la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén (Romanos 11: 33-36).

Estos textos mencionados, lo que se dijo antes, todo ello conduce al hecho de que todo trabaja para el beneficio de los escogidos de Dios. Si le amamos a él fue porque él nos amó primero; nadie le dio a él primero como para esperar recompensa. La soberanía de Dios hace todo posible, como para que vivamos repletos de gozo. El propósito de Dios es que todo trabaje o concurra para beneficio de sus hijos; eso lo sabemos por su palabra. En síntesis, hemos de vivir confiados, repletos de alegría, siempre de victoria en victoria porque somos más que vencedores. ¿Quién nos acusará o quién nos condenará? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? 

Esta reflexión sobre lo acá mencionado podría resumirse como una deliciosa persuasión de la benevolencia del Señor para con nosotros. Lo sabemos por la palabra de Dios, que no miente. Sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad (Salmo 84:11). La Biblia nos dice que: el que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente (Salmo 91:1). Yacemos en el corazón de Dios, en su seno, como si fuésemos la niña de sus ojos. Por esa razón también se dijo que el que hiciere daño a uno de los pequeños del Señor le vendría calamidad segura. Como Dios es amor, si vivimos en su seno amamos no solo a Dios sino a nuestros hermanos. 

Vivir bajo la sombra de sus alas, es reposar bajo el que puede hacer todo posible. Por eso se llama Jehová, el que es, el que hace todas las cosas posibles. ¿Habrá algo que sea difícil para Él? Por Jesucristo somos preservados de la ira de Dios, del calor enfurecido de su ley, así como de la ferocidad de los que nos persiguen sin causa. En esa roca que es Cristo vivimos protegidos de las inclemencias del temporal del mundo, del principado de este mundo, de sus tinieblas y de las maquinaciones de Satanás. 

Seremos librados del lazo del cazador (recordemos a Nimrod, cazador ante Jehová, gobernante de Babilonia, donde se construyó la Torre de Babel). Estaremos protegidos con su verdad, para que no temamos al terror nocturno, ni a ninguna flecha que venga a la ventura. Veremos la recompensa de los impíos, miraremos su lugar y ya no estarán. Ellos fueron consumidos de repente, cayeron y caerán en sus propios lazos. Ninguna arma forjada contra nosotros prosperará y condenaremos toda lengua que se levante en juicio contra nosotros. Todo esto acontece porque hemos puesto a Jehová como nuestra esperanza, al Altísimo por nuestra habitación. Como Elías deberíamos decir: Vive Jehová, en cuya presencia estoy. 

Ese Dios que ha dejado su huella en el mar resulta una maravilla para sus hijos. De día y de noche nos conduce, envía a sus ángeles para que nos guarden, para no tropezar con las piedras del camino. La poesía de los Salmos posee abundantes metáforas de lo que le acontece a cada hijo del Señor, a cada miembro de su iglesia, de su asamblea de justos, los cuales fuimos justificados por medio de la fe de Jesucristo. 

César Paredes

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