El pueblo de Dios no perecerá por carencia de conocimiento de la verdad para salvación. Sin embargo, el profeta habla de aquellas tribus de Israel que ostentaban el título de pueblo divino pero que se habían vuelto a la idolatría. Esa gente no tenía la luz del Espíritu de sabiduría y de entendimiento, ya que adoraban a Dios a través de sus ídolos, sus constructos mentales de lo que debía ser Dios. Si indagamos en 1 Reyes 12:31 conoceremos que lo que hizo el rey Jeroboam no estuvo bueno: hizo sacerdotes a los más bajos del pueblo (esto es, a los ignorantes e iletrados, como si la palabra de Dios no requiriese esfuerzo intelectual para comprenderla).
La falta de conocimiento no justifica a nadie, más bien el siervo justo (Jesucristo) justificará a muchos por su conocimiento. ¿Cómo invocarán a aquel de quien no han oído? La doctrina de Cristo es asunto de vida o muerte, de allí que el Señor haya dicho que seríamos enseñados por Dios el Padre, para poder ser enviados al Hijo una vez que hayamos aprendido (Juan 6:45). Pero la moda desde hace décadas se ha volcado hacia el facilísimo religioso, hasta prescindir por completo de la doctrina, aduciendo que se ama con el corazón y para eso no hace falta la mente.
Sabemos que el conocimiento doctrinal no puede ser un prerrequisito para la salvación, ya que el hombre natural no puede discernir las cosas del Espíritu de Dios. Pero una vez que el evangelio verdadero ha sido predicado, habiéndolo oído el de la tierra abonada, dará fruto. Ese fruto no puede consistir en la ignorancia de la doctrina de Cristo, ya que el Espíritu testificará de Sí mismo porque nos ha guiado a toda verdad. No hay más Dios que Yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí (Isaías 45:21). Ese es el conocimiento que debemos de tener, el de comprender a Dios como justo y salvador.
En el evangelio se revela la justicia de Dios (Romanos 1:17); la justicia de Dios es Jesucristo (1 Corintios 1:30; Romanos 3:22). ¿Por qué Cristo pasó a ser la justicia de Dios? Porque cumplió toda la ley y fue santo sin quebrar ningún mandato; habiendo cumplido su trabajo murió por todo su pueblo (Mateo 1:21). Su trabajo lo consumó en la cruz, cuando pagó por cada uno de los pecados de su pueblo. No pagó Jesús por los pecados del mundo, por el cual no rogó (Juan 17:9). En ese sentido hubo justicia en Dios, ya que nos salvó pero habiendo castigado nuestros pecados en el Hijo. No nos hubiera podido salvar a costa del pecado como deuda, tuvo por lo tanto que cancelarla para que pudiéramos disfrutar del beneficio de su perdón, de su justicia.
Aquellos que no fueron representados en Cristo, durante su crucifixión, son los que se nombran como el mundo por el cual Jesús no rogó. Esos son los mismos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8; 17:8).
En ese sentido, Dios describe a la gente perdida como aquellos que no creen en el evangelio. No lo creen porque les permanece escondido, ya que el dios de este siglo (mundo) cegó el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la luz del glorioso evangelio de Cristo. Es decir, a ellos puede resplandecerles otra luz, la del evangelio de mentira, del extraño, como le aconteció al pueblo de Israel que llevaba el nombre de pueblo de Dios, cuyos pastores carecían del conocimiento de la ley de Dios. De esta forma, esa luz de Cristo no brillará jamás en sus rostros (2 Corintios 4:3-4).
Ciertamente, los perdidos no creen en el evangelio. Si la humanidad toda murió en delitos y pecados, a consecuencia del padre Adán, se encuentra incapacitada para ver la medicina para su alma. Sin embargo, Dios manifiesta su misericordia para quienes Él escogió tener misericordia, de forma que nos brille la luz del evangelio de Cristo. El apóstol Pablo como apóstol para los gentiles quiso ir a Asia, pero le fue impedido por el Espíritu Santo (Hechos 16:6-7), así como tampoco le fue permitido ir hacia Bitinia. ¿Qué pasó con aquellas personas que murieron en Asia y en Bitinia sin conocer el evangelio de Cristo que Pablo les pudo haber predicado? ¿Acaso vemos alguna contradicción entre la intención del Hijo y la oposición del Espíritu? En ninguna manera: el Hijo murió por todos aquellos que el Padre le dio (Juan 17:6,9,20); el Espíritu da vida (regenera) a los que el Padre eligió desde los siglos (Efesios 1:11).
Resultaría un sinsentido suponer que Cristo murió por todo el mundo, sin excepción, para hacer solamente posible la salvación a todos los hombres. Luego, los muertos en delitos y pecados, los que odian a Dios, sus enemigos, se aprovechan por cuenta propia de esa gracia a la espera. Si así fuera, sería un desperdicio la muerte del Señor, ya que muchos por los cuales murió en la cruz yacen en el infierno eterno. Aquellos de Bitinia y de Asia no oyeron de este favor, sino que les fue impedido por el mismo Espíritu oír de la supuesta redención que el Hijo les concedió. ¿Notan la contradicción, si el evangelio hablara de expiación general y potencial?
Si la humanidad está caída en Adán, si anda muerta en delitos y pecados, se ha de entender que no posee cualidades para discernir las cosas del Espíritu de Dios. Por lo tanto, ¿cómo puede tomar una decisión por Cristo? ¿O cómo puede exigírsele un conocimiento especial para procurar el evangelio y abrir el grifo de la fe? Solamente si ocurre el milagro de la regeneración (Juan 3:3; Juan 1:13) el hombre puede alcanzar la gracia salvadora.
Entonces, tal vez todavía puedas argumentar: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues, ¿quién puede resistirse a su voluntad? Es decir, si Él no regenera a una persona (a aquellos de Bitinia y de Asia, por ejemplo), ¿cómo va a inculparlos por ignorantes? Ante esta encrucijada de interrogantes, miramos la Escritura y encontramos la divina respuesta: Así, Padre, porque así te agradó…nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mateo 11: 26-27). El Señor se regocijó en el Espíritu Santo, y dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado (Lucas 10:21).
La fe que da Cristo nos permite creer la verdad para ser verdaderamente libres. El Dios soberano se ha manifestado por medio de la creación, pero el hombre no le ha rendido el debido tributo sino que trocó su gloria incorruptible por semejanza de animales y objetos inanimados, creyendo que honraba a su Creador. También nos ha dejado su ley, la revelación de las Escrituras, pero la humanidad en general se ofende por las palabra duras que en ellas hay. De esta manera buscan un evangelio barato, una expiación general y potencial donde todos puedan caber, para no sentirse tan solos como con el evangelio del camino estrecho.
Los del evangelio barato intentan gritar gloria a Dios para suplir su carencia de doctrina. Pero el evangelio de Cristo está cargado de su doctrina que conviene estudiar y comprender. Sin ello, la gente perecerá por falta de conocimiento, del conocimiento de la justicia de Dios, que es Cristo. Jesucristo justificó a todo su pueblo, a nadie más.
César Paredes
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