Lunes, 18 de julio de 2022

El motor sin motor que mueve todas las cosas, que no es movido por nadie, así refería Aristóteles al Ser Supremo. El Dios independiente, soberano de la Biblia, cumple con esas prerrogativas lógicas, pero tiene en demasía lo que los pensadores y filósofos ni siquiera imaginaron. Es Persona, un Dios en tres personas, no una fuerza impersonal que descuidó su creación. Al contrario, el Dios de la Biblia inspiró las Escrituras para mostrarnos muchas características de su esencia, su propósito con la raza humana y su dominio sempiterno. Sus planes inmutables se consideran decretos para la teología, pero su norma general ha sido llamada la ley.

Esa ley divina tiene por lo menos dos manifestaciones. La primera refiere a lo que fue grabado en nuestros corazones, en la conciencia, aquello que de forma natural el hombre intenta hacer aún sin haber conocido la otra manifestación. Las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa (Romanos 1:20). La segunda forma en que se nos manifestó fue a través de las tablas de la ley de Moisés. A eso se llama ley escrita; pero ambas formas de esa ley condenan al hombre. Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados (Romanos 1:12). 

La ley no justificó a nadie (sea la ley escrita en los corazones o en las tablas de Moisés), por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado (Gálatas 2:16). Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Dios; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado (Romanos 3:20). Pero somos justificados por la fe en Jesucristo, para entrar en la gracia y poder gloriarnos en la esperanza de la gloria de Dios. 

Pablo le dice a los romanos que agradece a Dios porque ellos obedecieron de corazón la forma de doctrina a la cual fueron entregados (Romanos 6:17). El cuerpo de enseñanzas de Cristo viene como emblema de fe, de haber sido enseñado por Dios y de haber sido enviado hacia el Hijo por parte del Padre (Juan 6:45). Esto da garantía de que no habrá ninguna condenación para los que estamos en Cristo Jesús, los que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. ¿Quién anda conforme a la carne? Aquel que no obedece la doctrina de Cristo, que supone que con sus obras alcanza la gracia, que con sus esfuerzos de hacer y no hacer obtiene el salvoconducto para ir al cielo.

Pablo nos estimula para estar pendientes de lo que el Espíritu testifica a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. El Espíritu se contrista dentro de nosotros si hacemos mal, nos ayuda a pedir lo que conviene en nuestras oraciones, nos consuela en medio del pesar, nos recuerda las palabras de Cristo para que andemos en su doctrina. El Espíritu no nos dirá jamás que por virtud de nuestros esfuerzos alcanzaremos misericordia, simplemente nos recordará que por gracia de Dios Él nos regeneró.

Si el Espíritu nos guía a toda verdad, ¿podrá Él dejarnos en la ignorancia respecto al evangelio de Cristo? ¿Pasará por alto ciertos textos de la Biblia porque a muchas personas no les gusta lo que allí se dice? ¿Validará el sentir de muchos respecto a que las palabras de Jesús son duras de oír? ¿Nos mandará a callar esas palabras porque ofenden o confunden a otros? ¿No procurará que nosotros prediquemos toda verdad, todo el consejo de Dios? 

Sabemos que el Espíritu nos mantiene en la verdad (Tu palabra es verdad, le dijo Jesús al Padre). En la Biblia aprendemos que hubo en la cruz una sustitución, dado que el Hijo de Dios sustituyó a todo su pueblo en el castigo que él sufrió (Mateo 1:21). Al mismo tiempo nos dice que la justicia de Cristo se nos imputó (1 Corintios 5:7; 1 Corintios 1:30; Romanos 1:17; 2 Corintios 5:21; Jeremías 23:6). Cuando Jesús dijo que buscáramos primeramente el reino de Dios, añadió: y su justicia (y todas estas cosas os serán añadidas). La única forma en que alguien obtenga el añadido ofrecido será si posee la justicia que Jesús le mandó a buscar (Mateo 6:33).

El Señor sufrió un sacrificio vicario en favor de sus escogidos (no rogó por el mundo -Juan 17:9). El buen pastor dio su vida por sus ovejas (Juan 10:11,15), no la dio por el mundo. Dios no tiene desperdicio en su economía redentora, de manera que lo que el falso evangelio anuncia en cuanto a la universalidad de la redención le viene como falacia. El Dios que causa todas las cosas sometió a abundantes aflicciones al Señor, para que llevara muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10). Hay quienes reclaman su derecho al libre albedrío, ya que de esa forma la lucha por la gloria eterna terminaría en un triunfo atribuible a la criatura. Por otro lado, aseguran, el hombre se inclinaría al mal si su propio mérito no fuese tomado en cuenta como un aporte necesario.

A esa doctrina se le llama dualista, ya que para que haya responsabilidad de parte de la criatura ésta debe estar libre en su decisión. El Dios de las Escrituras lo ha dejado en claro, ha amado a Jacob sin que mediara obra buena o mala, pero ha odiado a Esaú de la misma forma. A esto le tiemblan las multitudes que se escandalizan y ofenden en su altísimo sentido de justicia. Para ellos Dios no sería justo si inculpara a Esaú habiéndolo odiado eternamente. ¿Qué oportunidad tuvo Esaú de resistirse a la voluntad de Dios? Ninguna posibilidad existe frente al Todopoderoso, así que esto no parece ser justo a los ojos de quien objeta la doctrina de Cristo.

La Escritura habla de una masa caída, de un mismo barro con el cual el alfarero forma vasos de honra y de deshonra; sin embargo, deja en manos del ser humano su responsabilidad para mejorar su proceder en esta tierra. Esto no lo logra a ciencia cierta, ya que nadie busca al verdadero Dios (en forma natural), dado que todos hemos caído en Adán y no hay quien entienda. Por otro lado, la palabra divina ha declarado que toda la humanidad ha muerto en sus delitos y pecados. Entonces, la conclusión evidente descansa en la resurrección del espíritu, en el nuevo nacimiento, pero éste es hecho por voluntad de Dios, exclusivamente.

El centro del evangelio descansa en la expiación de los pecados que hizo Jesucristo en favor de todo su pueblo. A todos se les dice que deben arrepentirse y creer en el evangelio, pero resulta imposible para el hombre discernir lo que el Espíritu expone. Jesús no realizó ninguna salvación potencial, para quedar a la espera de que los muertos en delitos y pecados se levanten por voluntad propia y decidan su destino. Si eso fuese de esa manera, el hombre tendría de qué gloriarse: de su propia decisión y de su suspicacia para alcanzar aquello que otras personas no pudieron obtener. 

Jesucristo habló varias veces al respecto; una de ellas dijo que le parecía bien lo que el Padre había decidido: esconder el evangelio de los sabios y entendidos y darlo a conocer a los pobres y a los niños. Dios escogió lo necio del mundo, lo que no es para deshacer a lo que es. Esa declaración bíblica implica que no tenemos de qué vanagloriarnos, no tenemos de qué suponer respecto a nuestras cualidades. Pablo nos recomendó que si queremos gloriarnos debemos hacerlo en la cruz de Cristo, ya que en ningún lugar podremos buscar la jactancia. La gloria del evangelio la tiene el Cordero de Dios, ordenado desde antes de la fundación del mundo para ser manifestado en el tiempo apostólico (1 Pedro 1:20). 

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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