Jesús escogió a sus discípulos, incluido el Judas traidor que era del maligno, un diablo que iba conforme a las Escrituras. Jesucristo es Dios hecho carne, el Verbo que habitó entre nosotros. Sus apóstoles lo vieron y palparon con sus manos, nos legaron sus enseñanzas tanto éticas como teológicas. Uno de ellos escribió que el que no habita en la doctrina del Señor no tiene al Padre ni al Hijo. Comprendió que el cuerpo de enseñanzas de Jesús soporta nuestra fe, nuestra redención eterna.
La maldición de la ley somete a toda la humanidad, sin excepción. El conjunto de mandatos del Dios Todopoderoso recomienda su cumplimiento para poder vivir: haz esto y vivirás. Pero nadie ha podido cumplir toda la ley, así que nadie puede vivir perpetuamente. Ni siquiera Moisés pudo, ni Elías, ni Job ni ningún otro. Sin embargo, ellos vivieron para Cristo, hicieron sacrificios en su nombre, por lo que el autor de Hebreos nos aclara que aquellas cosas fueron sombra de lo que había de venir.
Pablo, mientras fue Saulo, fue siervo de la ley, feroz perseguidor de los cristianos. Daba cumplimiento a su ética religiosa, se afanaba en agradar a Dios pero lo perseguía. De esta manera pudo escribir que la ley no salvó a nadie, sino que fue el Ayo que nos llevó a Cristo. Vemos que no todo el mundo es llevado a Cristo por la ley, así que el apóstol se refiere a los que hemos sido llamados por el evangelio, de acuerdo a los planes eternos del Creador.
Nuestra vida depende de Cristo quien nos aseguró que porque él vive nosotros viviremos. Ya ese Dios no tuvo que decirnos que si hacíamos algo viviríamos. La razón descansa en que lo que teníamos que hacer no podíamos lograrlo, así que él lo estaba haciendo (vivir sin pecado) y lo terminó de hacer (en la cruz cuando exclamó: Consumado es). Jesucristo cumplió toda la ley y satisfizo la justicia del Padre. Ah, pero Jesucristo no necesitaba cumplir toda la ley para salvarse a Sí mismo; él no necesitó salvación.
Sabemos que Jesús no murió por causa de sus pecados, ya que la Biblia nos dice que él no cometió pecado. Sin embargo, su muerte fue justa en el sentido de que tuvo que pagar por muchos pecados. ¿Cuáles pecados? Si no pagó por sus iniquidades lo hizo por otra persona o por muchas personas. En realidad Jesús fue hecho pecado por causa de todo su pueblo. Esto le dijeron a José en una visión, que debía poner por nombre Jesús al niño por nacer. La razón fue etimológica: su significado indicaba que Jehová salvaría. Sí, Jehová salva es el sentido de la palabra Jesús.
Pero ¿a quién salvaría Jesús de sus pecados? En Mateo 1:21 a José le es informado ese alcance de la redención: a su pueblo. La noche previa a la captura del Hijo de Dios, el Señor oraba con grande aflicción en el huerto de Getsemaní. En su oración intercesora dijo que agradecía por los que el Padre le había dado, pidió por aquellos que creeríamos por la palabra incorruptible de aquellos primeros hermanos. Él sabía que porque él vivía nosotros viviríamos. Estaba presto a culminar la promesa de redimir a su pueblo de sus pecados.
Ese día aciago, el Señor dijo en forma explícita que no rogaba por el mundo (Juan 17:9). No quiso pedir en ningún momento por ese mundo de réprobos en cuanto a fe; pidió por las ovejas (las descarriadas y las rescatadas), pero no intervino en favor de los cabritos. Con su claridad podemos notar el alcance de su trabajo de redención: todo su pueblo. Si aseguró en la cruz que su obra quedaba concluida, hemos de reconocer que no se le puede añadir nada más.
Jesucristo fue declarado la justicia de Dios para nosotros; el núcleo del evangelio nos lo asegura. Por esa razón también había dicho que nadie podía venir a él si el Padre que lo envió no lo trajere (Juan 6:44). Solamente vamos a Jesús los que habiendo sido enseñados por el Padre hemos aprendido sobre el siervo justo: (Juan 6:45; Isaías 53:11). Así que Jesús fue un sustituto que nos representó en el madero, al igual que aquel cordero en la zarza sustituyó a Isaac cuando Abraham procedía con el cumplimiento de la orden de Jehová.
Si Jesús hubiese muerto por todo el mundo, sin excepción, hubiese habido otras consecuencias. 1) Todo el mundo sería salvo, en tanto todo el mundo sería su pueblo; 2) su oración en Getsemaní no habría tenido sentido, en aquello de no rogar por el mundo; 3) toda la humanidad hubiese sido enseñada por Dios y habría aprendido de Él, para que todos viniesen en consecuencia a Jesucristo; 4) el infierno no tendría sentido para ningún ser humano.
Fuimos bautizados en Cristo Jesús (como lo fue el ladrón en la cruz, aunque no lo fue jamás con agua en el Jordán), así que hemos sido bautizados en su muerte. Y si por la gloria del Padre Cristo resucitó de entre los muertos, nosotros también hemos de andar en vida nueva: nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él (Romanos 6:6), para que el cuerpo del pecado sea destruido. De manera que si Cristo representó a toda la humanidad, sin excepción, se añade que el viejo hombre de la humanidad, sin excepción, fue crucificado juntamente con él. Por lo tanto, la humanidad ya no servirá más al pecado y no acarreará ninguna condenación.
Pero el razonamiento equivocado se muestra como falacia, como un error de interpretación lógica en cuanto a lo que la Biblia asegura. Jesucristo nos imputó su justicia, habiendo sufrido por causa de todos los pecados de todo su pueblo. Tal vez surja en la mente de muchos que esta doctrina de la Biblia genera acusaciones contra Dios. Así es, se ha levantado la objeción contra la justicia divina, acusando como tirano al Autor de todo, diciendo que Él es alguien peor que un diablo. Incluso, uno de los ministros más célebres de la predicación ha proferido un absoluto rechazo a la tesis de que Dios tuviese algo que ver con Esaú. Mi alma se rebela contra tal idea, mi alma se subleva contra aquel que coloque la sangre del alma de Esaú a los pies de Dios. Bien, su alma se rebelaba y sublevaba contra el Espíritu Santo, el cual le indicó a Pablo que escribiera lo que dice en Romanos 9:11-13.
Si usted todavía cree que Jesucristo murió por todo el mundo, sin excepción, en realidad usted no ha creído en la justicia y justificación de Dios. Esa ignorancia en la justicia de Dios lo lleva a establecer su propia justicia, y poco importa que pretenda colocarla al lado de la justicia de Dios. Lo perfecto no puede sumar nada, así que o Dios es justo plenamente, o tiene que serlo usted. Si toda la humanidad murió en sus delitos y pecados, si no hay justo ni aún uno ni quien busque a Dios (al verdadero Dios), entonces nadie podrá, motu proprio, levantar su mano, dar un paso al frente, decir una oración de súplica porque su inhabilidad espiritual no se lo permite. Para recibir a Cristo se hace necesario, además de la predicación de este evangelio, que el Espíritu sea el que regenere, pero eso lo hace de su propia voluntad, sin mediación de varón, ni de carne ni de sangre humana.
Tenga cuidado con los ídolos, recuerde que un ídolo puede ser incluso una imagen mental que nos hagamos respecto a lo que debería ser un buen Dios. El único Dios revelado en la Biblia no gusta a muchos, por cuya razón huyen de Él con murmuraciones. Muchos de los que leen en las Escrituras acerca de la doctrina de Cristo pueden espantarse y exclamar que su palabra es dura de oír. Pero los que son llamados de las tinieblas a la luz comprenderán que de no haber sido de esa manera nadie sería salvo. Porque Jesús vive, nosotros viviremos también. ¿Cuál Jesús? No el ídolo inventado para satisfacción de la masa religiosa, sino el de las Escrituras, el siervo justo que justificará a muchos (no a todos - Isaías 53:11).
César Paredes
Tags: SOBERANIA DE DIOS