Viernes, 15 de julio de 2022

Al estudiar la Biblia, aprendemos que la justicia de Dios viene a ser el centro de partida de la fe de Cristo. Quien ignora tal justicia no se somete a ella, pero además coloca la suya propia por delante. Estos dos males vienen como consecuencia de la ignorancia respecto a la justicia del Dios de las Escrituras.  

El creyente está en Cristo Jesús, el cual ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención (1 Corintios 1:30). Por la gracia de la elección somos preservados y bendecidos, así que no tenemos mérito propio para pertenecer al pueblo de Dios. Hemos sido regenerados por el Espíritu de Dios, para ser nuevas criaturas por la gracia de la sangre de Cristo. El Señor como nuestro abogado intercede para nuestro bien, ya que fuimos comprados con el precio exigido por la justicia de Dios. 

La ley se introdujo para que valoráramos la imposibilidad de cumplirla, así que ella no pudo salvar a nadie. Sin embargo, su bondad nos llevó a Jesucristo quien sí pudo cumplirla, habiendo perecido por su causa en tanto cargó con todos los pecados de todo su pueblo. La justicia de Dios no podía sacrificarse, de esta manera Él castigó en Jesucristo toda la iniquidad de su pueblo. Pero Jesucristo no representó en la cruz a cada miembro de la humanidad, solamente lo hizo en favor de su pueblo (Mateo 1:21; Juan 17:9).

Cristo representa nuestra santificación por la imputación: 1) nuestros pecados fueron transferidos a él; 2) su justicia y separación del mundo fueron transferidas a su pueblo. La naturaleza de su santidad proviene de su santidad natural, pero su justicia vino de su obediencia hasta la muerte. Sin haber conocido pecado, fue hecho pecado por causa de todo su pueblo. La voluntad del Padre nos hace santificados por medio de la ofrenda del Hijo hecha de una vez para siempre (Hebreos 10:10). 

Nuestra redención viene de antaño, habiendo sido elegidos por el Padre. Hemos obtenido redención eterna del pecado, de Satanás y sus fuerzas, de la ley y de este malvado mundo que ama lo suyo pero que odia lo que le pertenece a Dios. Por lo tanto, ignorar esta justicia implica no participar de ella. Claro está, las ovejas todas llegarán a creer en esa justicia de Dios, cuando sean llamadas eficazmente. 

¿Cómo podríamos avergonzarnos del evangelio de Cristo, si en él está el poder de Dios para salvación de todo creyente? En ese evangelio la justicia de Dios (la justificación que Jesucristo alcanzó en la cruz) re revela por fe y para fe. De allí que como justos vivimos por la fe (Romanos 1:16-17). Esa justicia no la alcanza el pecador por algún esfuerzo que haga, ni porque Dios lo habilita para que lo haga; solamente por gracia, es decir, de acuerdo al plan eterno de Dios, el cual se propuso redimir en Cristo a sus elegidos. 

El hombre viene a ser justificado por fe, sin obras de la ley (Romanos 3:22). Como sabemos que Jesucristo es el autor de la fe, que no es de todos la fe sino que ella es un regalo de Dios, entendemos que sin fe resulta imposible agradar a Dios. Ahora bien, esa fe no emana de nosotros mismos, no le ponemos fe a las cosas sino que cada creyente tiene una medida de fe. El mundo no puede entender las cosas del Espíritu de Dios, de manera que el mundo no posee esa fe de Cristo. 

Pablo nos dijo que no había posibilidad de jactancia para el creyente, excepto en la cruz de Cristo. No somos salvos por medio de las obras sino por medio de la ley de la fe (Romanos 3:27). La justicia de Cristo está ligada a su evangelio, al ignorarla se ignora también su mensaje. Y quien no vive en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo, ¿cómo, pues, tendrá al Espíritu Santo? 

Visto hasta acá, ¿cómo puede alguien con sensatez suponer que existe una expiación general o universal? Si Cristo no rogó por el mundo, ¿cómo pudo él representar a ese mundo en la cruz? Claro, el amor de Dios por sus escogidos se muestra como contraparte de su odio por los réprobos en cuanto a fe. Ante esta declaratoria bíblica (Romanos 9) muchos se levantan contra Dios acusándolo de injusto. Dicen que no puede inculpar a aquellos que jamás podrán resistirse a su voluntad. Pero lo cierto es que la divina respuesta consiste en un rotundo rechazo a ese razonamiento objetor.

El Alfarero, que además es dueño de la arcilla, hace vasos de honra y vasos de deshonra. Nos conviene humillarnos ante semejante Dios, el Altísimo que no pide permiso al hombre para hacer su voluntad. El dios de la expiación universal ruega a la criatura para que entregue su vida a Cristo, dice que hubo una salvación potencial pero que depende de cada quien el hacerla actual. Semejante dios da mucho de qué avergonzarse. 

Preguntémonos si Cristo murió por los que yacen en el infierno. Si así fuera, se habrá de entender que no hizo un trabajo perfecto (acabado) en la cruz, que su sangre permanece pisoteada por la eternidad, que el infierno se construye como un monumento a su fracaso. Como contrapartida, el Dios Todopoderoso que hace como quiere, el Hacedor de todo, aquellos que redimió nadie podrá arrebatárselos de sus manos. La justicia de Cristo o Cristo como justicia de Dios demanda y asegura la redención absoluta de todos aquellos por quienes sufrió y murió y a quienes representó en la cruz. 

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 15:14
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