La predestinación no se puede comparar al fatalismo, ya que difieren en gran medida la una del otro. Cuando Dios predestinó realizó un orden de eventos que sucedidos se convierten en causa y efecto uno del otro. En el fatalismo poco importa la actitud y respuesta de la gente en relación con aquello que habrá de acontecer. El fatalismo no toma en cuenta lo que haga el hombre, en cambio, en la predestinación lo que hizo Judas lo realizó por voluntad divina. De allí que surja la objeción entablada en Romanos 9, acerca de la culpabilidad del hombre frente a la soberanía absoluta de Dios.
¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues, ¿quién ha resistido a su voluntad? Estas expresiones dejan en claro la comprensión del argumento de Pablo, acerca del Dios soberano que hace como quiere aún antes de que la gente nazca, aún antes de que la gente haga bien o mal. Eso le parece injusto al objetor, quien con su lógica de humano finito pretende comparar su propia justicia con la del Soberano Creador de todo cuanto existe.
Muchos auto-denominados cristianos consideran que la tesis de la soberanía absoluta de Dios hace al hombre una máquina. Además, hace a Dios injusto el que Él haya ordenado lo que condena. Esa argumentación parece sólida, pero en términos humanos y cuando de justicia entre personas se trata. El ordenamiento jurídico de todas las naciones (o de casi todas, al menos) sostiene que la libertad de acción se hace necesaria para que haya responsabilidad. A esto se le denomina dualidad, una cosa existe gracias a la otra; mejor dicho, no podría haber culpa si se es forzado a actuar de una manera tal que genere la falta.
Sin embargo, en términos teológicos nos encontramos con la responsabilidad humana frente a su Hacedor. Más allá de si es capaz o no, su limitación espiritual, su falta de independencia para con el Creador, le hace responsable. Un juicio de rendición de cuentas le espera a cada ser humano, sin que pueda alegar a su favor que tuvo limitantes para actuar de otra manera. De nuevo la pregunta se hace una y otra vez: ¿Hay injusticia en Dios? ¿Por qué, pues, Dios inculpa si nadie puede resistirse a su voluntad? La respuesta bíblica es una negativa a la idea de injusticia en Dios, sumada al hecho de que la criatura es simple barro en manos del alfarero.
Esta doctrina no le gusta a la gente, incluso a los que practican el discipulado cristiano. Dice la Biblia, en Juan capítulo 6, que muchos de sus discípulos se volvieron atrás cuando oyeron estas palabras duras de parte de Jesús. Se retiraron con murmuraciones, a pesar de haber sido partícipes o benefactores del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Sus esfuerzos por creer no fueron suficientes para soportar la doctrina de Cristo, y quien no habita en la doctrina de Jesucristo no tiene ni al Padre ni al Hijo.
El fatalismo es la enseñanza de que todos los eventos están predeterminados por fuerzas impersonales o por una deidad impersonal, siendo realizados sin miramiento a los medios, o en forma independiente de éstos. Así que, sin importar lo que una persona haga, lo mismo acontecerá como resultado. En suma, el fin ha sido fijado aparte de los medios. El fatalismo hubiera hecho que el Faraón hubiese sido destruído sin importar lo que en realidad hizo (aún si él hubiese dejado ir al pueblo desde la primera vez que se le ordenó). (Chris Duncan: https://agrammatos.org/2016/05/02/jehovahs-witnesses-calvinists-and-romans-918/).
Creo que esta acotación señalada resume con claridad la diferenciación entre fatalismo y predestinación, dándonos a entender que el Dios personal de la Biblia es quien predestina, tanto causa como efecto, el fin con los medios, mientras que las deidades impersonales o supuestas divinidades personificadas ordenan el fin sin importar los medios. Esto resulta útil para tener en cuenta, ya que cada quien puede observar su propia vida, su desarrollo y creencia, para comparar si su fe le viene como consecuencia de la doctrina bíblica o de una religión barnizada de Biblia.
Jesús en Getsemaní agradeció al Padre por los que le había dado y le seguiría dando por medio de la palabra de ellos. Relevante resulta fijarse en lo que el Señor dijo: por la palabra de ellos. No se trata de cualquier palabra religiosa, no hace referencia a la palabra adulterada o torcida que muchos recrean para su propia perdición. Esos primeros creyentes fueron los apóstoles, los cuales se encargaron de predicar lo que vieron y oyeron, lo que palparon sus manos, tocante al Verbo de Vida. Si uno toma la palabra de esos apóstoles y la pregona, nada malo se debe temer. Simplemente se estará acatando la orden de la gran comisión: ir por todo el mundo a predicar el evangelio.
¿Qué pasa cuando alguien adultera en poco o mucho grado la palabra apostólica, la palabra de Jesucristo? Ella se convierte en un falso evangelio, en un discurso anatema que no puede salvar a nadie. ¿Cree usted que Dios intenta salvar al mundo abaratando la gracia o su evangelio? ¿Cree usted que Dios intenta redimir al hombre a costa de un evangelio diferente? Si así fuese, Pablo no habría hablado del anatema cometido cuando escribió a los Gálatas, ya que todo redundaría en predicación bíblica.
De la manera como vimos que el Dios personal de la Biblia ordena el fin, también creemos que ordena los medios. No puede el árbol malo dar fruto bueno. Un evangelio anatema no producirá un renuevo; en cambio, el árbol bueno dará fruto bueno. El evangelio verdadero, no adulterado, salvará a muchos, conforme a lo dicho por Isaías. Hemos de conocer al siervo justo para alcanzar la justificación que él procuró en la cruz del Calvario para sus elegidos.
Jesús fue enfático en esta doctrina, como lo manifiesta Juan en su evangelio. El Señor le dijo a aquellos discípulos inconformes con su doctrina que nadie podía venir a él, a no ser que el Padre lo trajese. Refirió de inmediato a la Escritura: Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí (Juan 6:45). Nos preguntamos cuál será la manera en que el Padre enseña, pero tenemos que responder inmediatamente que lo hace por medio de las Escrituras. De otra manera no se nos hubiera encomendado predicar las Escrituras. También añadimos que el evangelio tiene que ser el verdadero y no el anatema; Pablo describió el evangelio anatema (maldito) como aquel que es contrario a la doctrina que él había predicado (la cual coincide con el resto de la doctrina apostólica).
En Isaías 54:13 leemos lo que el Señor refirió: Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos. También leemos en Miqueas 4:2 que Jehová enseñaría en Su casa el andar en sus caminos. Todos aquellos que han sido ordenados para vida eterna llegarán a ser enseñados por Dios, de esta forma comprobamos que acá no hay rastros de fatalismo sino de predestinación. No se trata de no predicar el evangelio, como algunos se vanaglorian en acusar a los que predicamos esta doctrina, sino de que a través de la predicación del mismo el elegido llega a creer. El Espíritu de Dios hace el trabajo de regeneración, pero la iglesia pregona el mensaje incorruptible del evangelio de Cristo.
Así como no se puede llegar a creer si no se ha oído el evangelio, tampoco se podrá nacer de nuevo con un evangelio anatema. Dios hace el milagro de la redención, así que no le cuesta nada el enviar palabra pura a la oveja que habrá de nacer de nuevo. Dios no abarata su mensaje, no muestra debilidad por ningún costado; como soberano gobernante del universo hace como quiere pero siempre dentro de los parámetros que ordenó y que se llaman decretos eternos e inmutables.
Si usted ha oído la voz de amor del Padre, mostrándole su gracia y perdón, habrá aprendido de Él en cuanto a Su voluntad para su vida. Usted llegará a creer por medio de esa enseñanza. Pero recordemos siempre: hay un trabajo conjunto entre el Espíritu y la iglesia. Pablo nos dijo que no podrán creer en alguien de quien no han oído, sin haber quien les predique (Romanos 10:14-15). Resulta absolutamente necesario que el evangelio sea predicado en el mundo, para que aprendiendo de Dios las personas elegidas puedan creer y, una vez que invoquen el nombre del Señor, sean salvadas.
La predestinación para salvación es la contraparte de la fatalidad. El que ha sido ordenado para vida eterna llegará a creer, pero todo creyente predica la palabra incorruptible de Cristo. Erguíos y mirad que nuestra redención está pronta. ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros (Romanos 8:33-34).
César Paredes
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