Si la confianza de una persona descansa en el Dios suficiente de la Biblia, su resultado garantiza la redención eterna. Si el Dios en el cual se confía posee debilidades, la esperanza resulta en vergüenza. La predestinación va ligada a la providencia, así como el propósito divino se ata a su desempeño. Podríamos imaginar a un Dios que desea cosas pero que tiene la imposibilidad de conseguirlas, o tal vez un Dios que desea la salvación de toda la raza humana y no lo logra. Esa sería una divinidad débil, fracasada, por más que sus abogados intenten excusar su desilusión bajo la premisa del respeto al libre albedrío humano.
La predestinación implica destinar de antemano que suceda aquello que se desea acontezca. Una pregunta que el impío se hace surge en todas las edades: ¿Cómo sabe Dios? ¿Hay conocimiento en el Altísimo? También se han dado respuestas variadas, una de las cuales describe a Dios como alguien que averigua el futuro en el corredor del tiempo. En este caso se trataría de un Ser divino sin omnisciencia, ya que tuvo que llegar a conocer algo que no sabía. Otra de las respuestas manifiesta que Dios no conoce el futuro, porque existen muchas posibilidades que va escogiendo de acuerdo a las circunstancias. En este último caso estamos frente a la tesis del teísmo abierto.
El Espíritu de Dios se había mostrado en forma especial con José, el personaje bíblico que era uno de los hijos de Jacob. Sus hermanos resultaron envidiosos del don especial que Dios le había conferido. En razón del desprecio que le tuvieron llegaron a venderlo como esclavo, por lo cual llegó hasta Egipto como precursor de los hebreos en esa región. Su expresión en el encuentro posterior con su familia ha sido un recurso de los enemigos de la doctrina de la absoluta soberanía divina, una herramienta para la defensa del libre albedrío. José dijo: Vosotros pensasteis mal contra mí, pero Jehová lo volvió a mi favor.
Los que se sostienen de esta frase para jactarse de su libre albedrío, olvidan que siglos atrás Jehová le había revelado a Abram (Abraham) que su descendencia sería esclava en una nación que no sería la suya. Incluso le predijo el tiempo que pasarían sus hijos en tierra extranjera, sin que poseyeran el terruño de la promesa. Cualquier lector diligente, al mirar las páginas del relato bíblico, podrá comprender con facilidad que la frase de José no hace referencia al libre albedrío de sus hermanos, ni al Deus ex machina de la Escritura. Ese Deus ex machina refiere a la divinidad que aparece a último momento para resolver situaciones incómodas. Ese recurso se daba como figura del teatro griego antiguo, como cuando una carroza se llevaba a Medea y resolvía el nudo conflictivo de la tragedia.
Un lector avezado podrá relacionar la predicción hecha a Abraham respecto a su descendencia, por lo cual los hermanos de José no actuaron por azar ni por libertad propia; ellos siguieron (sin saberlo) el guion preparado de antemano. ¿Cómo pudo haber libertad en ellos o cómo pudo Dios enderezar algo que ellos torcieron voluntariamente? El relato visto en conjunto nos advierte de una predicción hecha cerca de cuatrocientos años antes, pero los abogados defensores de Dios aluden a la espontaneidad de los hermanos de José como si de una bandera de su libero arbitrio se tratase.
¿Cuál libertad tuvo Judas Iscariote para traicionar a Jesús? ¿Acaso pudo reflexionar a tiempo, antes de cometer el crimen que tenía programado el Dios soberano? Sabemos que el hijo de perdición iba como la Escritura había dicho, así que no existe algo que ocurra en el universo que Jehová no haya ordenado. Surge de inmediato la pregunta de los enemigos de Dios: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues, ¿quién puede resistirse a su voluntad? Estas interrogantes validan el discurso de Pablo en Romanos 9, dan cuenta de la comprensión del sentido de sus palabras. El objetor descrito en esa carta demuestra que hizo una notable deducción del argumento del apóstol. De otra forma no hubiese hecho esa reflexión inquisitiva.
Fijémonos que la queja del objetor no aparece en referencia a la supuesta injusticia contra Jacob, porque considera que el acto de misericordia divina no tiene nada de malo; en cambio, el odio de Dios por Esaú se reclama como un acto injusto, como si la misericordia divina fuese un derecho de cada ser humano. Ese objetor muestra una lógica argumentativa, de acuerdo a su criterio de lo que considera justo, pero objeta a Dios porque no le gusta su acto soberano. Sin embargo, no se aferra al supuesto derecho del libre albedrío de Esaú, más bien refiere a la libertad del Creador para decidir de antemano el destino de las personas. Eso es lo que no le gusta.
Egipto representa en la Biblia el mundo, como una metáfora del sitio donde es azotado el pueblo de Dios. Jehová llevó a su pueblo a la esclavitud, como le había prometido a Abraham que acontecería, utilizando mecanismos propios de una trama literaria. Los hermanos de José fueron actores y actantes en la consecución del plan divino. Pero la esclavitud no gobierna para siempre, ya que hubo el rescate como parte final del sufrimiento que el mundo proporciona a los que no son del mundo. En Egipto ocurre el milagro de la Pascua que sería un tipo de la otra Pascua que habría de venir.
Sin Jesucristo no hay redención pero tampoco la habría si el mundo no nos tuviese como a esclavos. En el propósito eterno e inmutable del Creador estuvo el Cordero preparado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20), con el propósito de glorificar a Su Hijo como Redentor de su pueblo (Mateo 1:21). Asimismo, José le dijo a sus hermanos que Dios lo había enviado a él para preservarlos a ellos; en Egipto José llegó a ser un personaje de importancia política y de proba justicia, lo que le contó como aval para ayudar a su familia. Además, a partir de entonces los israelitas se multiplicaron en esa tierra y con el cambio de gobierno fueron convertidos en esclavos.
José cumplió un rol protagónico importante, más allá de que él no comprendiera el panorama completo. El lector bíblico sí que puede mirar desde la cima de los acontecimientos para ver el conjunto de eventos sujetos a la promesa predictiva que Jehová le hiciera a Abraham. Es la misma promesa que ha hecho a todo su pueblo, judíos y gentiles en Cristo: la redención eterna. Por ese conjunto de personas Jesucristo vino a morir en la cruz, habiéndolos representado en la cruz y habiendo pagado el rescate por su liberación total. ¿Qué pasa con los que se pierden? Simplemente que Jesús no pagó su rescate por ellos.
Esta figura la podemos confirmar por igual en los hechos acaecidos en Egipto. El ángel de la muerte visitó a los primogénitos egipcios y no a los hebreos que tenían en los dinteles de las puertas de sus casas la marca de la sangre, un emblema que se comprendería siglos más tarde. Los soldados del Faraón perecieron en el Mar Rojo; cantidad de pueblos fueron destruidos entre tanto llegaba la ocupación de la tierra prometida. Sodoma y Gomorra fueron aniquiladas, ya había acontecido el diluvio universal, así que la pregunta puede extenderse en referencia a todos aquellos para quienes no hubo gracia.
Dios usa a cada persona de acuerdo a sus propósitos, ya que todos estamos bajo su dominio. Así que cada uno cumplirá el objetivo para el que fue creado: unos fueron hechos como vasos de ira y otros como vasos de misericordia. Así como los hermanos de José lo entregaron a bando enemigo, hubo una muchedumbre que entregó a Jesús el Cristo para que fuese crucificado. Pero esos actos se dieron de acuerdo al propósito de Dios, así que no hay persona sensata que diga que algo sucedió sin que el Señor no lo mandase.
Existe una religión que exhibe la justicia de sus propios afiliados, esa religión se asemeja a la de los viejos fariseos que intentaron justificarse por medio de la ley. Esta gente no cree que la salvación venga por gracia divina, en forma exclusiva al pueblo que Dios eligió desde la eternidad. Ellos consideran injusto a ese Dios y a cambio proponen una expiación universal o general, donde todos tienen la posibilidad basada en su propia voluntad de aceptar o rechazar una oferta que se supone Jehová ha hecho.
Ellos niegan casi siempre la predestinación de Dios, pero cuando la reconocen la marcan como un acto realizado en la mirada que el Todopoderoso hiciera en los corazones de los hombres de la tierra. Habiendo visto que algunos querían esta salvación los escogió para que alcanzaran este fin. Pero la Biblia enfatiza siempre que no hay justo ni aún uno, que no hay quien entienda ni quien busque a Dios; dice que la humanidad murió en sus delitos y pecados, así que ¿cómo puede alguien que está muerto espiritualmente discernir las cosas del Espíritu de Dios? Esta gente sigue creyendo en un Dios que se ha debilitado por causa de las fuerzas del mal, un Dios que deja su soberanía a un lado para que no se le juzgue como injusto. Se trata de un Dios preocupado por su reputación en medio de los hombres sumergidos en el pozo del pecado, de un Dios que permite lo que otro lo fuerza a hacer (aunque no lo quisiera hacer).
Ese Dios detestado incluso por teólogos que dicen estudiarlo, ha perdonado a la mujer adúltera, a quien le ha dicho: Ni yo te condeno, vete y no peques más. Ese mismo Dios le dijo a Jacob que nunca lo olvidaría, que jamás sería dejado al abandono. Ese Dios hecho hombre le dijo a un paralítico que se levantara y caminara, pero le añadió que sus pecados habían sido perdonados. También prometió a su iglesia enviarles otro Consolador, para que estuviera con nosotros hasta el día final. Es el mismo Dios que prometió venir de nuevo para juzgar al mundo (Egipto) y llevarse a su iglesia (la redención de la Pascua). Para cumplir todas sus promesas se requiere de Él que sea un Dios con poder.
Dios se manifiesta como soberano absoluto y como autor de todo cuanto acontece. Se define como el Hacedor de todo, incluso hizo al malo para el día malo (Proverbios 16:4). No hay quien se resista a su voluntad y le diga ¿qué haces? Ese Dios está en los cielos y todo lo que quiso ha hecho. De seguro ese Dios no se parece en poder al dios que muchos profesan bajo una doctrina extraña por la cual transgreden. El que no vive en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo (Juan).
César Paredes
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