El que confiesa la verdadera fe tiene esperanza. Hay falsos evangelios, todos aquellos que se muestran contrarios a la doctrina de Cristo. La confianza del creyente descansa en la promesa y en quien promete; dado que el Dios Creador cumple lo prometido, teniendo la cualidad necesaria como Todopoderoso, estamos seguros por siempre. La oración de Jesús en Getsemaní lo demostró, cuando afirmó que de los que el Padre le había dado ninguno se había perdido, excepto el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese (Juan 17).
En otra oportunidad, el Señor le dijo a un grupo de sus seguidores que ninguno podía venir a él si el Padre no lo traía; pero que aquel a quien el Padre le envía no lo echaría fuera. Esta argumentación del Hijo de Dios nos coloca en un plano pasivo: Solamente Dios realiza la acción. La verdadera fe asume como válido el principio del evangelio como promesa de salvación a todo el pueblo de Dios (Mateo 1:21).
La falsa fe promueve la creencia en el falso dios. En este terreno no existe esperanza, solo una gran expectación de juicio. Muchas personas que se confiesan cristianas terminarán en la perdición eterna, dado que no tienen la justicia de Dios. Ellos poseen su propia justicia (Romanos 10:1-4) y la colocan junto a la de Jesucristo. Lo perfecto no puede sumar lo imperfecto, así que aquel trabajo consumado de Jesús no puede recibir dádiva alguna de parte del pecador.
Poseer la justicia de Cristo se nos viene como fruto de la gracia, no como un alcance de nuestro esfuerzo. El que posee tal justicia puede sentirse seguro, ya que Jehová jamás viola sus promesas. ¿Cómo puede uno recibir esa justicia? Solamente si Jesucristo nos representó en la cruz recibiremos esa promesa, de lo contrario la justicia del pecador irredento lo acompañará por siempre. Estas personas suponen que ellos están capacitados para poder cumplir la ley de Dios, que sus propios esfuerzos religiosos los conducirán al reino de los cielos. Pero Jesús afirmó que aunque muchos le dirán en el día final que ellos hicieron milagros, expulsaron demonios, hicieron maravillas y bondades, a muchos se les dirá que él nunca los conoció.
Si no los conoció implica que no tuvo comunión con ellos; el Señor conoce a los que son suyos, el Señor conoce todas las cosas, por lo que en esa alocución hecha quiso referirse a la comunión íntima y no al aspecto cognoscitivo. La fe autoinfundada no salva a nadie, ningún esfuerzo humano será suficiente para escapar del juicio divino. En cambio, la fe como don de Dios (Efesios 2:8) agrada a Dios y permite que seamos salvos. Muchos andan en la creencia del pensamiento positivo, en la declaración o decreto de algo, en el cuento de recitar versos de la Biblia para que se conviertan en promesas.
Tal parece que los viejos fariseos transitaban el mismo sendero que estos falsos creyentes de hoy día. Ellos tenían una gran justicia (humana), la cual exhibían como una aliada de su conocimiento de la ley. Recorrían la tierra en busca de un prosélito, pero lo hacían doblemente merecedor del infierno de fuego. Esa justicia altísima que poseían vino a ser como sepulcro blanqueado, con mucha podredumbre adentro. Recordemos que aquellos sacrificios del Antiguo Testamento se hacían mirando hacia la promesa que se les había hecho, el Mesías que vendría a darle duro a la cabeza de la serpiente. Aquellos sacrificios no servían de nada por sí mismos, pero si se hicieron bajo la promesa de redención resultaron eficaces.
¿Y por qué razón Dios dejó a los gentiles a la fuerza de su ignorancia? ¿Por qué destruyó a tantos en el diluvio? Simplemente porque no les proporcionó su propia justicia. En este punto aparece el quiebre de muchos que se tienen a ellos mismos como creyentes. De inmediato les renace la pugnacidad contra el Hacedor de todas las cosas.
Hacen fila junto al objetor levantado en Romanos 9, para defender tanto a Esaú como a Dios. Sí, son dos los defendidos por los justicieros de la teología humana. Esaú no tuvo ninguna oportunidad para contrariar la voluntad eterna de Dios, de tal forma que Dios no debió inculparlo, ya que ¿quién puede resistirse a su voluntad? Pero por igual se defiende a Dios al asegurar que Esaú se perdió por sí mismo, dado que vendió su primogenitura.
La Biblia ha sido enfática en esto, hablándonos del Dios del amor y del odio. Nos asegura que hay dos tipos de vasos hechos por el alfarero con la misma masa de barro. Unos vasos fueron hechos para ira y otros para misericordia. Nos asegura el texto que la voluntad de Jacob y la voluntad de Esaú no influyeron para nada en la decisión del Dios-Creador. Esa selección fue hecha antes de que esos gemelos hicieran bien o mal, antes de que fuesen concebidos. Por esta razón decía Jesucristo que nadie podía venir a él a menos que el Padre lo trajere.
Ahora bien, tenemos la certeza de que si fuimos enviados por el Padre al Hijo resucitaremos en el día postrero. Jesucristo no perderá a ninguno, más bien estamos en sus manos y en las manos del Padre que es mayor. El Espíritu nos fue dado como garantía de nuestra redención final, de tal forma que Pablo aseguró que somos más que vencedores. Todos los llamados admonitorios de la Escritura sirven para la educación de la iglesia, para el testimonio del creyente, para demostración de la belleza de la ley divina.
Al rey Ezequías le fueron añadidos 15 años más de vida, pero en ningún momento pensó en no alimentarse más bajo el hecho de que descansaba en la promesa de Dios. Tampoco se lanzó por un precipicio para probar lo que se le había prometido; al contrario, la Biblia nos habla de todo lo que hizo en ese tiempo extra. Nosotros tenemos por segura la promesa divina, pero esa seguridad nos infunde ánimo para andar en los estatutos de Dios. Caemos y nos sentimos miserables (Romanos 7), somos levantados y triunfamos (Salmo 73); en ningún momento nos amparamos en nuestro propio esfuerzo sino que confiamos en el Autor de la promesa.
Dice la Biblia que Jesucristo es el autor y el consumador de la fe; nuestra esperanza y paz dependen de lo que creemos. Al conocer a Jesucristo como una persona con un trabajo específico, podemos darnos cuenta de sus enseñanzas. A ese cuerpo de enseñanzas se le llama doctrina, por lo que Juan ha dicho que aquellos que transgreden y no viven bajo la doctrina de Cristo no tienen ni al Padre ni al Hijo. El hombre natural tiende a rendirle culto a los ídolos, aunque no sean de yeso o madera, ni de metal alguno; puede tratarse de una idea sobre lo que debería ser Dios. He allí la implicación de no poseer la justicia de Dios (Jesucristo), ya que no le resulta posible discernir las cosas del Espíritu.
La Biblia habla de los que tuercen la Escritura para su propia perdición. Así lo asegura Pedro el apóstol, por lo que a los que no les gusta lo que ella dice suelen maquillar sus palabras. Las enseñanzas duras de oír hacen que las personas huyan del verdadero Jesús, pero que corran a confeccionarse un ídolo, a soliviantar la gracia y a proponer su propio criterio de justicia. Jesucristo nos dejó prueba de su humildad, cuando dijo: Así Padre, porque así te agradó. ¿Qué fue lo que le agradó al Padre? Esconder el evangelio de los sabios y entendidos y revelarlo a otros; que el Hijo hablara en parábolas para que muchos no entendieran y sufrieran las consecuencias de su incomprensión. Los transgresores no pueden vivir en la doctrina de Cristo, aunque predican su ética, mientras hablan de su muerte y resurrección. Estas personas se inventaron una redención universal para poder entrar en ella, pero repudian la verdadera enseñanza de las Escrituras porque no les ha amanecido la luz del evangelio.
César Paredes
Tags: SOBERANIA DE DIOS