Jesús dijo ser la verdad, pero habló mucho de conocerla. De esa manera no podemos invocar un nombre vacío de significación, sino que hemos de creer con adecuado conocimiento. ¿Cómo habrá de invocarse a aquella persona de quien no se ha oído nada? ¿Cómo saber de ella si no hay quien nos informe? Ese parece ser el dictamen de Pablo en el capítulo 10 de su Carta a los Romanos. Isaías nos predicó sobre la importancia de conocer al siervo justo, el cual por medio de ese conocimiento justificaría a muchos. No existe una riña entre la fe y la ciencia, en especial cuando esta última se enfoca en el Hijo de Dios. El viejo ardid de amar a Jesús con el corazón aunque no se entienda su doctrina, se enfoca en la separación del corazón de la cabeza. Pero la Biblia menciona como metáfora los asuntos del corazón humano, si bien en el Antiguo Testamento se prefería la referencia a los riñones o a las entrañas. De esa cultura ancestral nos viene el dicho de querer a alguien con las entrañas, en forma entrañable.
Del corazón del hombre salen los pensamientos, los homicidios, las fechorías; también salen las buenas palabras. Así que no existe pugna entre el corazón y la mente, dentro de la metáfora usada en la Biblia. Conocer a Jehová urge si se cree en Él; decir que amamos a Cristo sin obedecer su palabra no funciona. Por igual, suponer que se tiene fe en el Hijo de Dios sin llegar a conocerlo resulta utópico. Este énfasis bíblico pasa como doctrina, nunca como un prerrequisito para la salvación. Aunque nos asombre, Dios no nos exige condiciones para poder ser salvos.
La salvación le pertenece a Él, pero cuando la da ella nos transforma. Pasamos a conocerlo, se nos coloca un espíritu nuevo, se nos da un corazón de carne; asimismo, cobran sentido las palabras de Isaías, de Jesús y de Pablo. También el resto de admoniciones de las Escrituras. Pero Jesús dejó claro que los que habrían de creer en él lo harían por medio de la palabra de aquellos primeros creyentes (sus discípulos). Lo que ellos supieron y vivieron tocante al Verbo de Vida, esas cosas nos informaron. De esta forma, obtuvimos un conocimiento necesario, una información válida, para poder intentar invocar al Dios que ahora conocemos.
Hoy día muchos se esfuerzan por ignorar la doctrina de Cristo. La consideran dura de oír y se excusan en que lo importante es amarlo a él. Pero Jesús dijo que no lo llamaran Señor si no hacían lo que él decía. En ese plano, ¿cómo podemos creer en alguien de quien ignoramos sus enseñanzas? Jesús es una persona con un trabajo, es el Hijo de Dios que vino a salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21).
El evangelio es la promesa de Dios de salvar a su pueblo, de acuerdo a lo que se dijo en él Génesis 3:15. El Mesías anunciado vino para destruir a Satanás en la tierra; el Dios hecho hombre habitó entre nosotros para demostrarnos su amor por los que el Padre eligió desde la eternidad como su pueblo. Existe un mandato general para la humanidad, el del arrepentimiento y el de creer el evangelio. Por supuesto, los Judas y Esaú del mundo no lo asumirán como válido, de manera que la ley general divina se viola a placer. Pero el decreto eterno e inmutable del Todopoderoso prevalece por sobre el mandato, haciéndose eficaz en los que el Padre eligió.
¿Por qué hemos de esconder la doctrina de la predestinación de la congregación? Pablo anunció todo el consejo de Dios, a voces se anuncia tal doctrina en las Escrituras desde el Antiguo Testamento. Alegar que ella trae confusión y genera malestar en las ovejas resulta una gran mentira. Las ovejas de Cristo oyen su voz y le siguen; las cabras se incomodan siempre, mientras generalizan apresuradamente, con el alegato de que nadie puede entender como justa y razonable aquella palabra.
La mente humana fue afectada por el pecado de Adán, así que las cosas de Dios no pueden discernirse puntualmente. Sin regeneración no puede darse la comprensión plena de la revelación divina: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2:14). Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón (Efesios 4:17-18).
Ahora bien, después de exhibido este precedente bíblico, hemos de sostener que la persona regenerada posee el entendimiento aclarado, despejado, de tal forma que puede discernir la palabra de Dios. Continuar con el evangelio escondido muestra una evidencia de perdición, ya que lo que ha sucedido pudo haber sido una falsa conversión. No se exige conocimiento para creer, se exige conocimiento en el creyente. Este es un fruto inmediato del convertido, ya que el Espíritu mora en él y lo conduce a la verdad de la palabra revelada (las Escrituras).
La gracia de Dios es irresistible, por definición bíblica; de esta forma el que ha de ser regenerado es transformado por el Espíritu de Dios por medio de la fe en Jesucristo. Habiendo dejado de lado la depravación total, con aquellas cosas viejas que pasaron, surge la habilidad espiritual para entrar en los pensamientos de Dios. De esta forma Dios ha causado que sus elegidos, cuando son llamados eficazmente, conozcan y crean su evangelio.
Los que todavía levantan el puño contra Dios por lo que dice la Escritura respecto a Esaú, a Judas, a Faraón, a cada réprobo en cuanto a fe, destinados todos ellos a tropezar en la roca que es Cristo, suponen que su criterio de justicia aventaja al criterio judicial del Todopoderoso. Por supuesto que se resistirán a la aceptación de la doctrina de la predestinación incondicional, que resistirán la palabra predicada, pero para eso también parecen haber sido destinados.
César Paredes
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