Jehová tiene conocimiento previo de todo cuanto acontece, por la sencilla razón de que dispuso todas las cosas. No se trata de un Dios que averigua lo que ha de acontecer sino de uno que planifica. Esa presciencia divina lo califica como una persona omnisciente y omnipotente. Esas dos cualidades del Altísimo van ligadas una a la otra, ya que si conoce todo también lo puede todo; de igual forma se dice que si puede hacer cualquier cosa también la conoce. Un ejemplo claro lo tenemos en el relato sobre lo que le dice a Abram (después Abraham), en una visión mientras dormía el hombre, que de sus lomos nacería una nación muy grande, numerosa, pero que habitaría una nación extranjera por cierta cantidad de años. La semilla de Abram sufriría esclavitud por un tiempo, así que al nacer Isaac y después su hijo Jacob, portadores de la Simiente, se iniciaría el proceso de traslado a Egipto. Conocemos la historia de José y de cómo fue vendido, de manera que Jehová daba cumplimiento a los preparativos de su profecía.
Jehová le dijo por igual que Él juzgaría a la nación a la cual servirían, de donde saldrían con grandes riquezas (Génesis 15:13-16). Mientras todo eso ocurría, Abraham y sus descendientes fueron extranjeros en una tierra que no poseían hasta el momento. Acordémonos que la promesa de recibir la tierra prometida se cumpliría después de la cuarta generación, una vez que los amorreos llegasen al colmo de sus iniquidades (Génesis 15:16). Con lo acá expuesto nos damos cuenta de que el Dios de la Biblia resulta confiable en todo cuando dice y hace. Si habló de esclavitud, fue necesario un cambio de dinastía en Egipto para dar inicio al maltrato y esclavitud del pueblo de Israel. Sabemos que José ocupó un cargo de dignatario en Egipto, que sus hermanos llegaron hasta él y allí habitaron por un tiempo suficiente hasta acrecentar en número. Observamos por el relato que Jehová usó a un Faraón para recibir a José y ubicarlo en buena posición política, pero después usó a otro Faraón para azotar a sus hermanos nacionales. La famosa tierra prometida se volvió posesión de Israel una vez que Moisés y Josué la conquistaron. Si contamos el tiempo desde que Jehová apareció a Abram en sueños hasta el período en que fue conquistada la tierra prometida, veremos que están los 400 años que como extranjeros vivió la descendencia de Abram (Abraham).
Jehová no dijo que serían esclavos por 400 años sino que serían extranjeros de la tierra por ese tiempo, pero que sufrirían esclavitud entre tanto. Debemos tener en cuenta la forma de la narrativa de los hebreos, porque se presupone un paréntesis dentro de la información general. La información general dada al amigo de Dios fue el habitar como extranjeros la tierra, mientras el paréntesis fue la esclavitud que sufrirían entre tanto. Dios no se equivoca, más bien anuncia lo por venir desde el principio, de acuerdo a las cosas que decidió revelar a sus hombres inspirados. Dios controla la historia, contrariamente a lo que dicen los Deístas. Él sí que conoce el futuro porque lo ha creado, de tal forma que puede hablar con propiedad. Jesús dijo que ni una jota y ni una tilde de su palabra dejarían de cumplirse. ¿Por qué estaba tan seguro de lo que dijo? La respuesta la comprendemos en tanto Él hace todas las cosas posibles.
Se lee en Deuteronomio 2:30: Mas Sehón rey de Hesbón no quiso que pasásemos por el territorio suyo; porque Jehová tu Dios había endurecido su espíritu, y obstinado su corazón para entregarlo en tu mano, como hasta hoy. Dios no permitió que Sehón se endureciese sino que lo endureció. Si Dios permitiera algo habría que suponer que una fuerza independiente de Él lo fuerza a actuar de una manera que no desea. Cuando en ocasiones se escribe que Dios permitió tal cosa, habrá de entenderse que lo hizo de su propia voluntad porque así lo quiso, sin que medie ninguna fuerza extraña a Él para impelerlo.
De vital importancia resulta leer y releer el Antiguo Testamento, ya que allí subyace una información de alto valor en relación al carácter de Dios. La historia del rey Acab termina por suscribirnos a la noción de la absoluta soberanía de Dios. En 1 Reyes 22:20-23, leemos que Jehová pregunta quién persuadiría al rey Acab de tal forma que cayera después en Ramot de Galaat. Una de las respuestas fue dada por un espíritu que decía que él sería por espíritu de mentira en boca de todos sus profetas. Y Jehová respondió: Le inducirás y aun lo conseguirás; ve, pues, y hazlo así. Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas, y Jehová ha decretado el mal acerca de ti.
El escritor bíblico no se intimida con el accionar de su Dios. En absoluto, le resulta más cómodo anunciar su soberanía en todo cuanto acontece: sea algo bueno o algo malo. Un profeta escribió: ¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? (Lamentaciones 3:37-38). Nadie puede frustrar la voluntad de Dios, sus consejos, sus designios. Su conocimiento emana de Sí mismo, no de algo que sale a averiguar, como si el ser humano fuese autónomo y su presunción de libertad fuese una certitud.
Volviendo a Acab, Micaías el profeta le dijo la verdad al rey. Le advirtió de su muerte, pero al rey no le preocupó. Finalmente, en plena batalla, Acab anduvo disfrazado de soldado común, pero un hombre disparó su arco a la ventura e hirió al rey de Israel por entre las junturas de la armadura, y el rey murió después de cierto rato herido. Vemos que el llamado azar (la flecha disparada a la ventura) no lo es a ciencia cierta; más bien refleja una forma de decir las cosas. Para Jehová no hay azar sino necesidad, todo cuanto acontece resulta necesario de acuerdo a su eterno consejo.
Lo que decimos junto con la Escritura reafirma la fe del creyente. No puede alguien llamarse cristiano y negar al mismo tiempo la realidad de la palabra divina. Los que transgreden y no andan en la doctrina de Cristo, no tienen ni al Padre ni al Hijo. Eso lo dijo el apóstol Juan, en una de sus cartas. La doctrina de Cristo constituye su enseñanza, todo lo que vino a mostrarnos a través de sus apóstoles. Sus palabras fueron recogidas y colocadas como argumento de autoridad suprema, para que cotejadas con su otra palabra (el Antiguo Testamento) podamos concluir que es el Dios soberano el que habló.
Lo que creemos lo asumimos por fe, pero esa fe nos fue dada también (Efesios 2:8). Muchos no poseen esa fe, pero sin ella es imposible agradar a Dios. Los creyentes fuimos predestinados para salvación, pero no puede concebirse un creyente verdadero sin la doctrina de Cristo. Isaías afirma que por su conocimiento justificaría el siervo justo a muchos. Pablo habló sobre la necesidad de predicar el evangelio, de manera que pueda ser invocado el Señor una vez que se conozca: ¿Cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? (Romanos 10:14).
Conocer a ese siervo justo conviene para la salvación eterna. Jesús no vale como nombre vacío, debe comprenderse la dimensión de su persona y de su obra. No solamente tenemos que saber que es el Hijo de Dios, que vivió entre los hombres, murió y resucitó y está a la diestra del Padre. Hay que conocer qué fue lo que enseñó, qué dijo, a quiénes vino a salvar. ¿Cuál fue el diseño de la expiación? ¿Por qué razón Jesús no rogó por el mundo? (Juan 17:9). ¿Qué significa que vendría a salvar a su pueblo de sus pecados? (Mateo 1:21). ¿Por qué razón Jesús afirmó que nadie podría venir a él si el Padre no lo trajere? ¿Cuál fue la motivación que tuvo para hablar en parábolas, de manera que muchos no entendieran y no pudieran salvarse? En realidad, Isaías dijo que redimiría a muchos (no a todos), que vería del fruto de su aflicción, que tendría linaje.
El Señor les aseguró a sus discípulos que ellos no lo habían elegido a él, sino que él los había elegido a ellos. Escogió a doce y uno era diablo, para que la Escritura se cumpliese. Él es el autor de su Palabra, la cual fue inspirada a los santos hombres de Dios. En ella se ha escrito de muchas formas y en muchas ocasiones que hemos sido predestinados, de acuerdo al propósito de quien nos amó. En Apocalipsis 13:8 y 17:8 se menciona a aquellos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida, desde la fundación del mundo. En Apocalipsis 17:17 se afirma que Dios puso en los corazones de ciertas personas el ejecutar lo que Él quiso: ponerse de acuerdo y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios.
Pese a lo dicho acá, confirmado en la Biblia, existe mucha gente que en nombre de la cristiandad levanta su puño contra este Dios y lo llama tirano, alguien peor que un diablo. Hay quienes le objetan su soberanía y reclaman por Esaú, diciéndole que no es justa esa manera de actuar, de inculpar a quien no puede resistirse a su voluntad. Pero para ellos vaya la palabra de Juan, cuando afirmó que muchos salieron de nosotros, pero no eran de nosotros, para confirmar que no todos son de nosotros (1 Juan 2:19).
César Paredes
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