S?bado, 30 de octubre de 2021

La Biblia dice que el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios (Romanos 8:16). El diablo nos dice muchas cosas, que alguien es hijo de Dios aunque no lo sea, o que tal vez el que ha nacido de nuevo ya no es hijo por causa de su pecado. Existe una ecuación con muchas incógnitas, recogida en el mundo: mientras más nos metemos en ella más apesadumbrado quedaremos. Esto puede pasarle a cualquier creyente, el sentido de pérdida de tiempo por los compromisos con aquello que la Biblia ha denominado el mundo. La amistad con el mundo es enemistad para con Dios.

David era un hombre de Dios, pero un día dijo que se sentía como que Dios estaba alejado de él, pidió que no le quitara el Santo Espíritu. No que hubiera perdido su salvación, ni el Espíritu del Señor, pero su pecaminosidad lo turbaba al punto de sentirse alejado del Dios que le había dado la vida, el trono, su gloria. El pecado posee la particularidad de hacernos temerosos de Satán, aún nos asustan las hojas que crepitan en el bosque. Pero una gran diferencia se levanta entre nosotros y el impío que huye sin que nadie lo persiga; ese impío caerá en sus mismos lazos y, lo que teme, en eso caerá.

¿Cómo testifica el Espíritu a nuestro espíritu? La palabra de Dios resulta inseparable de él, así que no nos hablará con otros medios sino en base a lo que Jesucristo dijo. De hecho, él nos recordaría todo lo que el Señor habló, pero para eso nuestro deber consiste en leer todo lo que Jesús dijo. Sabemos que Jesucristo es el Logos, la Palabra, así que toda la Biblia lo representa. No debemos andar tras las emociones para saber si somos hijos de Dios, cosa perniciosa que por voluble nos acarrea desgana. El fruto que demos testifica de nosotros, porque de la abundancia del corazón habla la boca. Pero el Espíritu también nos mostrará la providencia del Señor, sin que existe contradicción entre lo que Dios nos muestra como puerta cerrada o abierta y lo que nos ha prometido en su palabra.

¿Qué evangelio tienes en el corazón? Eso que posees como doctrina bíblica dará testimonio de lo que eres, en quién has creído y de si tienes esperanza. El dios de mentiras no ha podido salvar un alma, ese dios de la expiación universal al que tantos se aferran resulta en un fiasco. Un Cristo que murió por todos por igual pero que no salvó a nadie en particular, se presenta contradictorio con el Señor que oró por los que el Padre le había dado y le daría. Si el Señor no rogó por el mundo, la noche previa a su muerte, quiere decir que no murió por ese mundo por el cual no pidió. He allí una prueba de que mienten los que pregonan la expiación universal, una muerte potencial que no se hizo por nadie en particular. Ese falso evangelio sostiene que los muertos en delitos y pecados deben despertarse solos, con sus propios esfuerzos (en virtud de su fantástico libre albedrío) para validar aquella muerte de Jesús.

En cambio, el Cristo de la Biblia nos dice que nadie puede ir a él si el Padre no lo lleva. Eso que dijo fue causa de que muchos de sus discípulos se retiraran de su presencia bajo murmuraciones, ofendidos por aquella palabra dura de oír. La Biblia ha sido inspirada en su original, preservada en sus traducciones a lo largo del tiempo, conservada para testimonio ante las naciones. Ella nos habla de ese Cristo que representa la vida eterna, del Padre que amó a unos pero que odió a otros, en base al puro afecto de su voluntad. Nos recuerda que somos polvo, barro en las manos del alfarero, para que no nos jactemos ante nuestro Hacedor. 

En las Escrituras encontramos la esperanza de salvación y la vana confianza de los que esperan en un dios que no puede salvar. La presunción carnal del hombre caído le dice que está bajo el favor de Dios en un estado de salvación, solamente porque cumple con algunos rituales religiosos a los que se ha acostumbrado en sus sinagogas. Su fe se ha establecido en los bancos de arena que no resisten los embates de las aguas, ni la inclemencia de los vientos. Aquella persona cuyo fundamento es Jesucristo, sabrá que podrán venir ríos y vientos pero su casa no cae; podrá edificar con materiales nobles o innobles, pero cuando sea probada su obra, será salvo (aún como de un incendio). 

El que no edificó sobre el fundamento que es Jesucristo perderá todo, por haber entrado en el camino de muerte. El que recibió el Espíritu como las arras de nuestra redención final sabe que su salvación descansa en la promesa del Señor. Esa certeza no necesita del anclaje emocional, no danza al ritmo de la música alegre ni se enturbia por la melodía fúnebre. El gozo del Señor viene a ser la fortaleza del redimido, al saber que Jehová sostiene su mano. Aunque caiga siete veces, está seguro de que será levantado siete veces. 

Pedro nos dice: Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección, porque haciendo estas cosas no caeréis jamás (2 Pedro 1:10). Esta procuración nuestra se basa en el trabajo de Jesucristo, no en el nuestro. Ciertamente, existe una gran lista en las páginas del Nuevo Testamento que nos advierte de las consecuencias de la práctica del pecado, y también sabemos que Jesucristo como autor de eterna salvación lo es para los que le obedecen (Hebreos 5:9). Pero hemos de entender que nuestra esperanza no radica en nuestra conducta, sino más bien en lo que Jesucristo representa: nuestra justicia ante el Padre. 

La conducta proba, de acuerdo a las Escrituras, viene a ser un fruto del que ha sido cubierto con la sangre del Cordero. El Espíritu dado como garantía, nos da el valor y ánimo para andar en los estatutos del Señor. Entonces vemos que aquella obra viene como fruto y no como causa de la redención. Si David hubiese descansado en sus alabanzas, en sus guerras como soldado del Señor, en su moral y buenas costumbres, para sentirse seguro en cuanto a su redención, de seguro esa fe hubiese sido vana. En cambio, en sus caídas se aferra a la esperanza que le fue dada, por lo cual rogaba que no le fuera quitado aquel Espíritu. 

No que Dios se lo hubiese quitado, pero su conciencia le dictaba que su continua maldad no merecía tal afecto divino; sin embargo, su oración demostraba tanto su condición de pecador como su condición de hombre salvado. El hecho mismo de que clamara a Dios, de que reconociera su pecado ante el profeta Natán, el hecho de que no se excusara como lo hacía Saúl cuando Samuel le incriminaba sus errores, demuestra la compañía de Jehová durante todos los días de su vida. Saúl, en cambio, como un antitipo de David, se excusaba ante Samuel y decía que la culpa la tenía el pueblo, que el ganado retenido indebidamente era para alabanza a Jehová, y en lugar de caer de rodillas ante el Dios del cielo cayó suplicante ante la bruja de Endor. David y Saúl nos demuestran que pese a sus errores de conducta similares tuvieron destinos diferentes, porque la seguridad de uno y del otro reposaba en buen o mal fundamento. Entonces no fue la conducta lo que salvó a uno y condenó al otro, sino su fundamento diferente.

David sabía que él era un creyente, por esa razón sabía en quién había creído. Una persona cuya seguridad descansa en sus obras, tiembla como Saúl por sus pecados y recurre a fuentes turbias para limpiarse. Como si cubierto de lodo se lanzase a una piscina de lodo para limpiarse el barro, así también actúan los que descansan en sus obras. Una simple ecuación demuestra que quien cree en la expiación universal de Jesús echa mano de sus propias obras. Su propia justicia se suma al esfuerzo del Señor, ya que como no salvó a nadie en particular, sino que hizo posible la salvación para todos, el que cree en tal Cristo coloca su grano de arena en el proceso de redención. De esta forma, su decisión de seguir al Señor viene a ser una valía que lo enorgullece, pero que desdibuja el esfuerzo glorioso del Hijo por mandato del Padre.

Aquel Consumado es parece decirse cada vez que una mano se levanta para aceptar a Jesucristo. Acá no se trata de que Jesucristo lo haya aceptado, sino de que el individuo es quien decide. El trabajo del Señor quedaría limitado a un hacer para todos, sin excepción, de tal forma que no sea acusado de injusto, en tanto la humanidad completa su obra al decir sí o no.

Esa seguridad del impío proviene de unos actos violatorios que le han hecho a la voluntad prescriptiva divina. Esa seguridad resulta írrita, nula de toda nulidad, así que no tiene fruto ante Dios. Nuestra seguridad descansa en que Jesucristo lo hizo todo, incluso en el hecho de que nuestra fe (la certeza de nuestra seguridad) nos fue dada como regalo de Dios. No es de todos la fe, sino que ella es un don de Dios; Cristo es el autor y consumador de la fe, él terminará en nosotros lo que empezó. En esto descansa nuestra fe: ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros (Romanos 8: 33-34). Pero el que ignora la justicia de Dios carece de seguridad. 

La Biblia nos dice que la fe es la certeza, confianza o sustancia de las cosas esperadas. El vocablo griego usado como sustancia es hypostasis, un compuesto de dos términos: hypo, que significa debajo, y hístemi, un verbo que traduce establecer. Lo que está establecido debajo de aquello que uno espera es la promesa del Señor, así que la fe descansa en sus palabras. Si sus palabras son verdaderas, nuestra fe resulta verdadera; pero si la fe descansa en las palabras falsas de un Jesús falso, ella se manifestará como un descalabro. En otros términos, el fundamento de la fe nos sostiene, pero sostiene por igual a ambos grupos: las palabras verdaderas del verdadero Jesús de la Biblia, con su evangelio de verdad, son el fundamento de nuestra seguridad. Pero las palabras del Jesús falsificado, con una expiación universal hecha para todos, sin que haya salvado a nadie en particular, serán el fundamento de anime de aquella casa construida en la arena. En este segundo caso, el esfuerzo del creyente será todo lo que pueda aportar a lo largo de su transitar en la falsa religión. Su fin será camino de muerte.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 8:22
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