Mi?rcoles, 27 de octubre de 2021

Dos conceptos importantes en materia teológica a la hora de leer la Biblia: decreto y prescripción. Desde la eternidad, los actos de Dios son deleite para sí mismo, su actuar en relación a sus criaturas que formaría nos ha sido revelado en las Escrituras. Sabemos que involucró un plan para realizar en el tiempo, así que a esto llamamos el propósito de su mente, lo que lo identifica con un decreto. Por su perfección implícita, dado su conocimiento infinito, su inmutabilidad de carácter, desde la eternidad supo lo que haría en nuestra dimensión temporal. Con tiempo creó todas las cosas, no en el tiempo -como dijera Agustín de Hipona. 

Job lo afirmó certeramente: Pero si él se determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó e hizo (Job 23:13). Por lo tanto, tenemos las marcas o señales de su infinita sabiduría, poder, bondad y verdad, en las obras de la creación. De igual manera se contempla su justicia y santidad en su providencia para todo cuanto existe. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Daniel 4: 35). 

Así que su providencia forma parte de su decreto, de tal forma que sus planes y propósitos se cumplan a cabalidad. El pecado entró al mundo por medio de Adán, pero también entró la salvación por medio del segundo Adán (Jesucristo). Todo ello forma parte de un conjunto, ya que lo segundo no llega sin lo primero, mientras lo primero fue el motivo para lo segundo. Ambas acciones, el pecado junto con el rescate, forman parte del decreto inmutable del Señor, si bien su providencia para ambas situaciones también están cubiertas en su decisión sempiterna. 

En el decreto de Dios estuvo contemplado la muerte por el pecado, la muerte espiritual eterna de una gran cantidad de personas; pero igualmente fue establecida la redención de los escogidos por parte del Altísimo, por intermedio del trabajo de Jesucristo en la cruz.  Las multitudes que se pierden por desconocer sobre el Cristo de gloria, o porque habiendo oído de él hicieron caso omiso del deber ser, forman parte del decreto divino, eterno e inmutable. De igual forma, los predestinados para vida eterna provienen de su eterno decreto en virtud del afecto de su voluntad: en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad … En él asimismo tuvimos herencia (suerte), habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad (Efesios 1:5,11). 

Todas las cosas que suceden en la creación o mediante la providencia divina, fueron decretadas por el Señor (Hechos 15:18).  Resulta interesante para nosotros darnos cuenta de la relación de todo el plan creador con el proceso de redención que se propuso el Padre a través del Hijo (1 Pedro 1:20). Esta es una sabiduría oculta de Dios, en misterios, la que predestinó antes de los siglos para nuestra gloria (1 Corintios 2:7). Esos decretos de Dios pueden ser llamados consejos, como lo refiere Isaías: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero (Isaías 46:10); o el autor a los Hebreos: por causa de la inmutabilidad de su consejo (Hebreos 6:17). Nada tuvo que ver el supuesto libre albedrío de sus criaturas, sino solamente la causa de su propósito: somos como barro en manos del alfarero (Jeremías 18:6). El mismo Señor lo confirmó en la tierra: Sí, Padre, porque así te agradó (Mateo 11:26).

Incluso los ángeles que fueron predestinados para no pecar son señalados como escogidos (1 Timoteo 5:21); porque Jehová tiene ángeles que ejecutan su palabra, siendo obedientes (Salmo 103: 20). Porque los otros ángeles, los que fueron decretados como presa para la destrucción, serán apartados al fuego eterno que les fue preparado junto al diablo (mateo 25:41).  Si alguno tuviere todavía duda con respecto a lo que demuestra hasta acá la Escritura citada, piense y medite en las palabras de Proverbios 16:4. Tal vez vez deba ir a Isaías para leer en sus paginas que Jehová es el que forma la luz y crea las tinieblas, el que hace la paz y crea el mal (Isaías 45:7). 

No que el diablo se formó a sí mismo, ya que aunque Lucifer fue hecho perfecto hasta que fue hallado en él maldad, eso último no pudo acontecer sin el decreto divino. Nada lo puede sorprender, ni nada puede prever que no haya ordenado: ¿Quién es el que dice que sucedió algo que el Señor no mandó? ¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno? (Lamentaciones 3:37-38). ¿Se tocará trompeta en la ciudad, y no se alboratará el pueblo? ¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho? (Amós 3:6). Así que la elección y la reprobación son dos ramas del decreto divino (Romanos 9: 11-13).

La prescripción es la orden general que Dios le da a la humanidad. La ley entregada a Moisés viene a ser el ejemplo perfecto de lo que Dios prescribe u ordena en forma general a su pueblo. La ley en los corazones humanos también pasa como una prescripción general, para que la conciencia dé testimonio de lo que conviene o no. Sin embargo, esa prescripción estará sujeta a los decretos que Dios haya dictado. Por ejemplo, el Faraón de Egipto tenía por mandato general de parte de Moisés la petición divina de dejar ir al pueblo de Israel hacia el desierto. Sabemos que Jehová le dijo a Moisés, poco antes de entregar esa orden al Faraón, que iba a endurecer su corazón. Eso fue un decreto que tenía en mente desde siempre, por lo tanto el Faraón debía, en consecuencia, desobedecer la prescripción divina. 

Adán recibió la prescripción de no probar el fruto del conocimiento del bien y del mal, so pena de recibir la muerte como castigo. Pero 1 Pedro 1:20 nos asegura que el Cordero de Dios ya estaba ordenado desde antes de ser creado Adán. Entonces, si el Cordero era el decreto, la prescripción dada a Adán debía ser desobedecida; de otra manera Jesucristo no hubiese llevado la gloria guardada como Redentor. Esaú vendió su primogenitura, pero nosotros vemos ese acto histórico como la causa de su infortunio. Mas si miramos lo que Pablo escribió de él sabemos que había un decreto del Señor que lo obligaba a subestimar la bendición en lo que vale un plato de lentejas. Esaú había sido odiado por Dios, antes de que cometiera algún pecado (Romanos 9). Por supuesto, a muchos les incomoda lo que acá se dice (que no es otra cosa que un hilvanado de las Escrituras), pero ya eso también fue previsto con la figura del objetor levantada por Pablo. ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues ¿quién puede resistirse a su voluntad? ¿Habrá injusticia en Dios? 

Por cada uno de los casos reseñados por las Escrituras, respecto a personajes escogidos como muestras del odio y la justicia de Dios, siempre se opondrá alguien objetando la conducta divina. La consecuencia de tal reclamo ha derivado en teologías antropocéntricas, bajo la bandera de la libertad humana frente a la soberanía divina. Algunos teólogos acuciosos, pero no menos nefastos, han llegado a sugerir que Dios, en un acto soberano, se despoja por instantes de su soberanía, de manera que el hombre pueda decidir en base a su libertad plena si recibe o no recibe la oferta de salvación. 

Pero la Biblia no nos dice nada sobre una oferta de salvación, más bien nos habla de la promesa de salvación a los elegidos de Dios. Así que esa sugerencia teológica humanista pasa sin efecto a la luz de los escritos bíblicos. Nuestros pensamientos, palabras y acciones, han de sujetarse y corresponder a la verdad. Sin la verdad seguiremos esclavos del pecado, nuestras palabras llegan a ser inútiles para el alivio de nuestras almas. La ambigüedad del pensamiento -la cavilación entre Jehová y Baal- conduce a la humanidad a la vanidad de sus acciones. Sabemos que la mentira se opone a la verdad que existe en Dios, así que si la ley en nuestros miembros nos conduce a más pecado, la única opción que tenemos como creyentes sigue siendo Jesucristo (Romanos 7:23-25). 

Leemos que Moisés le dijo al rey Sihón que dejara a los israelitas pasar por su tierra, lo cual se considera como ordenado o prescrito por Jehová. El rey Sihón se opuso. La razón de su oposición descansaba en el decreto divino, en algo que Dios había programado de antemano, ya que hizo que este rey desobedeciera su mandato de tal forma que posteriormente hubiese una guerra entre su gente y los israelitas, para que estos últimos obtuvieran su tierra. Al final de la historia uno lee que la gente de esos alrededores temblaban ante los israelitas y ello llevaba gloria al Dios de la creación (Deuteronomio 2:24-30).  Si lee Josué 11:18-20, podrá darse cuenta de que Jehová hizo algo parecido durante el tiempo en que Josué tuvo guerra con muchos reyes: Jehová endurecía el corazón de ellos para que resistiesen en guerra a Israel, para destruirlos, y que no les fuese hecha misericordia, como Jehová lo había mandado antes a Moisés. 

Estos casos presentados, unidos a muchos otros relatos bíblicos, nos dan clara muestra del Dios soberano que actúa como quiere. No como dicen los del teísmo abierto, que Dios mira el futuro como si hubiese muchas posibilidades y conoce los distintos futuros posibles. Si ese fuera el caso, siempre escogería algo que tiene que ser en virtud de lo que se le ofrece como posibilidad. No, el Dios de las Escrituras no tiene varios futuros por delante, no ve en los corazones de los hombres para adivinar o averiguar sus destinos; más bien, el Dios de la Biblia hizo el futuro desde la eternidad. A eso se le llama decreto, lo cual incluye sus preceptos para que sean acatados a veces y otras sean desechados. De esa forma gobierna el mundo y todo lo que hizo.

La omnisciencia de Dios no presupone un conocimiento de todas las posibilidades, como si pudiera acontecer algo que el Señor no mandó. Dios causa que ciertos pecadores cometan determinadas atrocidades, para después ejercer su justicia sobre ellos. ¿Es eso justo? ¿Por qué, pues, inculpó a Judas, si era el hijo de perdición que debía ir como estaba escrito de él en las Escrituras? El modelo bíblico sigue presentándonos la prescripción de la ley como el deber ser humano, pero al mismo tiempo asegura que existe un decreto eterno e inmutable que lleva al hombre a hacer lo que tiene que hacer. La pregunta sigue siendo la misma: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues ¿quién puede resistirse a su voluntad? La respuesta es la misma: no somos nada delante del alfarero, sino barro, de manera que éste hace vasos de honra y de deshonra de acuerdo a su placer.

El hecho de que Dios haya causado el mal que hizo Judas no lo convierte en un Dios malo. Dios hizo el universo y Él no es el universo. Creó al hombre a su imagen y semejanza, pero Él no es el hombre. Hizo al malo para el día malo, pero Jesucristo define a Dios como bueno. Dios odió a Esaú, pero la Biblia define a Dios como amor. Dios hizo a los animales, pero jamás ha sido uno de ellos. Así que esa falacia por composición se desarticula rápidamente, aunque venga en los subterfugios de los sofistas objetores que exhiben su puño contra el cielo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 14:16
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