La ciencia importa para la Biblia. Del latín nos viene el término scio, del cual deriva escuela, escolástico, conocimiento, ciencia (scientia, ae). Isaías nos habla del conocimiento sobre el Siervo Justo, lo cual podrá justificar a muchos. Pablo nos alega que los judíos tienen un vivo celo por Dios (por la religión del Dios del Antiguo Testamento) pero no conforme a ciencia, a conocimiento. Asegura ese apóstol que el ocuparse de la doctrina de Jesucristo ayudará a salvar a muchos (1 Timoteo 4:13-16).
Se deriva de esa premisa mayor encontrada en la Escritura que la ignorancia ayudará a perderse a muchos, que ignorar al Siervo Justo conducirá a la carencia de la justicia que prevalece ante el Todopoderoso.
La justicia de Cristo viene a ser el centro del evangelio, pero también el punto crucial de la doctrina a seguir. De tal importancia resulta que Juan exhortó a la iglesia a vivir en la doctrina de Jesucristo, pero advirtió que quien no habita en ella no tiene ni al Padre ni al Hijo. Agregó que toda aquella persona que le dice bienvenido a quien no trae dicha doctrina participará de sus plagas. ¡Cristo, nuestra pascua!, aseguraba Pablo, ya que como el Señor cumplió con toda la ley (vino a cumplirla) satisfizo la exigencia del Padre en cuanto al pago por el pecado.
Pero esa justicia no se entiende como algo que el Señor hizo en general para cada persona del planeta. No, Judas Iscariote no fue beneficiario de la gracia, ni el Faraón de Egipto, ni multitudes de personas del mundo antiguo que fueron dejadas de lado en cuanto al mensaje. El Señor, la noche previa a su expiación por su pueblo, rogaba al Padre por los que le había dado y le daría por medio de la palabra incorruptible de ellos. También dijo en esa misma plegaria que no rogaba por el mundo (Juan 17:9). De esa manera continuaba en la coherencia de sus mensajes, ya que siempre enfatizaba su enseñanza central: Ninguno puede venir a mi, si no le fuere dado del Padre.
En el evangelio de Juan se recoge en forma especial esta doctrina. En el capítulo 6 leemos que después de haber hecho el milagro de los panes y los peces el Señor se apartó de la multitud, pero ella le buscó por mar y tierra. Una vez que le siguieron de nuevo, la gente se espantó al oír sus palabras. El Señor les decía que todo lo que el Padre le diera a él vendría a él, y al que a él viene no será echado fuera (verso 37). La voluntad del Padre que lo envió era y es que todo lo que le diere sería resucitado en el día postrero, sin que nada se perdiese (verso 39). En la murmuración de esos aprendices seguidores (discípulos) el Señor les incriminó diciéndoles: Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere…(verso 44).
No bastó con eso, sino que el Señor les insistía que en los profetas estaba escrito que serían enseñados por Dios de manera que el que hubiese aprendido del Padre vendría a él (verso 45). Esas palabras fueron dichas en una sinagoga en Capernaum, pero muchos de sus discípulos se ofendieron y dijeron: ¿quién las puede oír?, porque la consideraron dura. Jesús de inmediato les recriminó el hecho de que su palabra les ofendiera, para después reforzarles los vocablos que generaron el enojo en ellos: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre (verso 65).
Esa enseñanza enfática forma parte fundamental de la doctrina del Hijo. En ella se refleja su trabajo que culminaría pronto, la muerte en la cruz en favor de todos los pecados de su pueblo (Mateo 1:21). Los judíos colocaban su propia justicia porque ignoraban la justicia de Dios, la cual es Jesucristo. El Señor se convirtió en nuestra justicia en la medida en que ella fue imputada a nuestro favor al representarnos en el madero. De allí que resulte inviable afirmar que el Señor murió por todos aquellos que yacen o yacerán en el infierno. Imposible deviene el hecho de que haya muerto potencialmente por toda la raza humana, sin haber salvado a ninguno en forma particular. La oración en Getsemaní (Juan 17) demuestra la especificidad de su trabajo, así que afirmar que su obra quedó inconclusa y que nosotros la completamos al aceptar o rechazar su oferta constituye una ignorancia que mata.
Si el apóstol Pablo juzgó como perdidas a aquellas personas de su época, nosotros también podemos juzgar como perdidos a los que siguen una falsa doctrina. Considerar perdido a alguien no significa equipararlo con un réprobo en cuanto a fe, sino que implica juzgar con justo juicio, someter a prueba a los espíritus para ver si son de Dios. Resulta infinitamente más sano llamar a lo malo malo que decir paz cuando no la hay. Mejor apego a la medicina tendrá el enfermo si el médico le dice a su paciente cuán contaminado está. Vemos que Pablo los consideró perdidos porque no comprendieron qué era la justicia de Dios (Romanos 10:1-4).
Los perdidos son los que no creen en Jesucristo, por lo tanto están bajo la ira de Dios (Juan 3:36). Pero creer en Cristo no significa saber que el Mesías vino a esta tierra a enseñar, a morir y a resucitar al tercer día. Creer en Cristo implica conocer que uno es parte de sus ovejas redimidas, por lo que jamás nos iremos tras el extraño. Antes, cuando estuvimos descarriados, seguíamos a todo maestro de mentiras; ahora, por cuanto seguimos al buen pastor, desconocemos la voz de los extraños. Algunos profetas del Antiguo Testamento, llamados falsos profetas, o maestros de mentiras, declaraban paz cuando no la había, de manera que Israel se iba tras los falsos dioses. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová. Dicen atrevidamente a los que me irritan: Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras la obstinación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre vosotros (Jeremías 23: 16-17).
La pregunta cabe hacérsela, al demandar si aquellos profetas amaban a su pueblo, ya que los engañaban para no contrariarlos, mientras pasaban por alto el error en el que caminaban. ¿Quién tiene amor sino aquel que advierte del peligro inminente que trae la ignorancia de la verdad? Los religiosos de hoy en día también se jactan de tener numerosos seguidores, a los cuales no contrarían, gente que en la diversidad de sus disoluciones doctrinales deambulan en la unidad del falso maestro. El verdadero creyente no tendrá por inocente al blasfemo, a aquel que desvirtúa el trabajo de Cristo en la cruz. En su amor, ese maestro de verdad lo tiene como perdido en tanto anda en la mentira, pero le exhorta a que mude su parecer por medio de la verdad.
La gente puede manifestar un gran apego a la moral y a las buenas costumbres, pero ello no implica que conozca al Siervo Justo, o que ande en la doctrina del Padre. Aquellos judíos conocían al Dios de la Biblia, mostraban celo por ese conocimiento pero no lo hacían conforme a ciencia. Al negar la ciencia se dedicaban al negocio de la falsa doctrina, aquella que enseñaba colocar la justicia propia como mérito para agradar al Dios que decían conocer. Su perdición se debía al hecho de ignorar algo muy importante, el centro del evangelio: la expiación de Jesucristo en favor de todo su pueblo. Si Jesús no representó a alguien en la cruz, su justicia no lo cubre, por lo tanto el perdido tenderá a colocar su propia justicia que viene a ser como trapo de inmundicia (Isaías 64:6; Ezequiel 36:17).
Cristo no conoció pecado, pero fue hecho pecado por causa de nosotros (todo su pueblo); de esto da testimonio la Escritura (2 Corintios 5:121), el Espíritu Santo (Romanos 8:16), la conciencia limpia (Hebreos 9:14). La prueba de que una persona ha sido salvada será su nombre, cuando sea llamada: Jehová, justicia nuestra (Jeremías 23:6). Y Cristo Jesús nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación y redención (1 Corintios 1:30). …porque nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros (1 Corintios 5:7).
Frente a tal evidencia sobre la justicia de Dios, ¿cómo puede un religioso cristiano ignorarla? Simplemente porque solo profesa pero no reside en él el Espíritu de Dios. El que no habita en la doctrina de Cristo no tiene a Dios; el que permanece en la doctrina de Cristo, el tal tiene al Padre y al Hijo (2 Juan 1:9). En este momento podemos preguntarnos qué es el evangelio, cuya respuesta encontraremos de inmediato en las Escrituras: …es el poder de Dios para salvación a cada creyente…porque en el evangelio se manifiesta la justicia de Dios por fe y para fe, ya que el justo por la fe vivirá (Romanos 1: 16-17).
Dado que Dios es justo y nosotros pecadores, se hace necesario que tengamos una justicia para poder comparecer ante Él. La justicia no solamente fue traída por el Mesías, sino que el Mesías mismo se convirtió en nuestra justicia, al cumplir toda la ley sin fallar en ningún punto. Su sacrificio de cruz sirvió como el armisticio entre Dios y los hombres, especialmente o en forma específica para los que somos creyentes. ¡Y los creyentes lo son en virtud de la elección, la predicación del evangelio, la fe dada por gracia para salvación, como don de Dios! La justicia de Cristo tiene valor infinito, lo cual conviene frente a una transgresión infinita que se hizo ante un Dios eterno. Nuestra fe prosigue y le gana la batalla a la incredulidad, por fe andamos y no por vista, por la fe entendemos que cuando Dios escogió a Jacob pero odió a Esaú, sin base en las obras buenas o malas, lo hizo en tanto Dios justo.
Feliz aquél cuya transgresión ha sido perdonada, y su pecado cubierto. Feliz aquél que ha sido representado en el madero, a quien se le ha imputado la justicia de Cristo, de quien el Señor cargó con sus pecados. No en vano dijo Jesucristo a un grupo de discípulos, que se alegraran de que sus nombres estuvieran escritos en el cielo. Tengamos presente que si Cristo hizo un trabajo idéntico tanto por los salvados como por los condenados, entonces el esfuerzo del pecador sería lo que haría la diferencia entre cielo e infierno. Semejante creencia deja sin efecto la muerte del Señor, la torna vacía por potencial, sin ninguna actualidad, dado que un muerto en delitos y pecados no necesitaría ser resucitado por el Espíritu, sino que de suyo propio podría decidir en base a su falaz libre albedrío. Por lo tanto, la pregunta a hacerse sería si todavía piensa que el intelecto no se debe usar en materia de salvación; si todavía piensa que resulta posible creer en Jesucristo con el corazón y aborrecer el trabajo intelectual de su doctrina. Porque hay quienes sugieren que se cree con el corazón y no con la mente; que el intelecto pertenece a los teólogos pero a los simples creyentes el corazón. Se olvidan de lo que la Escritura dice, que del corazón salen los malos pensamientos (¡pensamientos del corazón presupone pensamientos del intelecto!).
Ningún pecador recibe vida eterna si mantiene su corazón de piedra (endurecido), porque el Señor hace la operación y le coloca uno de carne para que ame el andar en sus estatutos (su doctrina). Así que el pueblo religioso que se recrea en su ignorancia porque presupone que pensar es trabajo exclusivo de teólogos, parece demostrar haber recibido el espíritu de estupor enviado por el mismo Dios. ¿Qué continúa diciendo la Biblia de los que ignoran la justicia de Dios, de los que tienen el entendimiento entenebrecido? No andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento (intelecto) entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón (el corazón de piedra)-(Efesios 4: 17-18).
Cuando Jesús pedía por los que habían de creer por la palabra de los discípulos, quiso dar a entender que los creyentes no lo son en virtud de la palabra del falso maestro, o por la doctrina errónea del abismo. No hay suficiente verdad en la mentira, como para suponer que el engaño salva. El fuego extraño lo repudia el Señor, así que la Biblia que usan los falsos maestros se contamina de la extrañeza de ese fuego diabólico. ¿Murió Cristo por cada persona, sin excepción? Un poquito de mentira por compasión con la multitud no valida el mensaje del falso maestro, sino que genera ignorancia mortal. ¿Tuvo Dios un bonito plan para la vida de Judas Iscariote? ¿Tuvo Dios un maravilloso plan para la vida del Faraón de Egipto, o para aquellos destinados a tropezar en la roca que es Cristo? ¿Pretende que con tales mentiras, siempre y cuando lea la Biblia, se siente seguro de la vida eterna porque aquello fue su elección?
Su encomiable pasión en las oraciones, sus vigilias continuas, sus ayunos y ofrendas, sus aparentes buenas obras, no le conducirán por el camino de bien. Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero su fin es camino de perdición. En ese atrevimiento muchos han llegado a considerar que lo que le importa a Dios es la pasión por buscarlo, sin que interese si lo conocen o si lo ignoran. ¿Cómo invocarán a aquél de quien no han oído? Esta pregunta equivaldría a la siguiente: ¿Cómo invocarán a aquél de quien lo que han oído es doctrina de demonios?
Finalmente, valga esta advertencia hecha hace siglos: Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema (Gálatas 1: 8-9). El evangelio que ellos recibieron fue el que decía que la ley no había salvado a nadie, que ella fue el Ayo que los llevó a Jesucristo. Que Jesucristo vino a ser la justicia de Dios, que murió por todo su pueblo que el Padre le había dado. Ese evangelio se centraba en la expiación del Señor, no en rituales ni mandatos de hombres, no en la ética cristiana que puede ser encomiable. Porque el Señor no vino para traernos lecciones de moral, ya que aquellas estaban contenidas en la ley; vino a morir por todos los pecados de todo su pueblo, conforme a las Escrituras (Mateo 1:21).
César Paredes
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