Se podría decir que desde un principio hubo un pacto de gracia como único medio de salvación, ya que ese constituye el único mecanismo por el cual el hombre puede ser rescatado. Pero hay quienes prefieren colocar al pacto de redención como precedente del de la gracia. Suena lógico, ya que desde nuestra perspectiva humana se ve bien que Dios se haya propuesto redimir dentro de la raza humana a su pueblo, por lo cual, en consecuencia, desarrolló el pacto de gracia. Algunos teólogos conciben al pacto de obras como la prueba destinada para el primer Adán, tipo del segundo Adán que habría de venir.
El Dios Trino, desde la eternidad, se propuso un pacto de redención, con la finalidad de darle la gloria de Redentor al Hijo. Desde ese lugar o topos arranca la historia humana como diseño de la Divinidad bíblica. Se muestra en forma coherente que el mal haya sido introducido como antagonista de la épica celestial; no que Adán haya sido un semidiós, aunque sí un héroe fallido. A su tragedia sigue una esperanza, la promesa de un antitipo, el segundo Adán que vino a conocerse como Jesucristo.
Hubo pactos hechos con Noé, Abraham, Moisés y David, tal vez conocidos como de obras, pero no olvidemos nunca que permanecen dependientes del pacto de redención y del de gracia. El Nuevo Pacto resume lo anterior, como una manifestación concreta de la promesa anunciada en el Génesis. El ser humano se encuentra inmerso en una serie de contratos sucesivos dominados por la teología de la redención, pero después viene a encontrarse con el Nuevo Pacto de Jesucristo, una síntesis de la redención y la gracia. Los humanos estamos sumergidos en la historia de la redención, sea porque hayamos sido incluidos o estemos excluidos de dicho pacto.
La gracia vista como Jesús el Redentor, subsume todos los pactos entre Dios y los hombres. La ley dada por medio de Moisés no pudo redimir un alma; sin embargo, su pedagogía le mostró al ser humano que debía acudir a Cristo. El primer Adán no calificó en su prueba, pero el segundo Adán venció la muerte con poder. Sin el error del primer hombre no se habría desarrollado el pacto de redención ni la manifestación de la gracia.
De lo dicho se desprende que Dios no dejó posibilidad abierta para su propio fracaso. Adán tenía que caer para que se desarrollase todo lo previsto, de acuerdo al orden preestablecido en la eternidad. Como lo afirma el apóstol Pedro: el Cordero ya estaba ordenado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:20). Fijémonos bien en ese texto: 1) destinado desde antes de la fundación del mundo; 2) manifestado en los postreros tiempos por amor de su iglesia (de vosotros). En el punto 1 se ve implícito el pacto de la redención, mientras en el punto 2 se pone de manifiesto el Nuevo Pacto (gracia sobre gracia).
Las Escrituras apoyan el pacto de la redención, aunque no lo mencionan con esas palabras. Tampoco habla de la Trinidad, pero da pruebas fehacientes de su existencia. La palabra Biblia no aparece en el libro sagrado, pero existe y contiene la revelación divina. Entonces, Efesios 1:3-14 bastaría para demostrar la existencia del pacto de redención. Veamos: 1) Nos escogió en él antes de la fundación del mundo; 2) nos predestinó en amor según el puro afecto de su voluntad; 3) con el propósito de que sea alabada la gloria de su gracia; 4) en el Amado tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia; 5) nos dio a conocer el misterio de su voluntad, propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo; 6) nos dio herencia (suerte), habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad (Dios soberano); 7) con el propósito de que seamos para alabanza de su gloria, sellados con el Espíritu Santo de la promesa, nuestra garantía hasta la redención de la posesión adquirida; 8) para alabanza de su gloria.
Por su pacto de redención Dios nos escogió desde el principio para salvación, mediante la santificación del Espíritu y la fe de la verdad (2 Tesalonicenses 2:13). Dios eligió a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman (Santiago 2:5). El conocimiento previo que tiene Dios (presciencia) está referido, las más de las veces, a su amor para con los elegidos. Adán conoció de nuevo a su mujer y tuvieron otro hijo; José no conoció a María su mujer, hasta que dio a luz al niño. Jesucristo no conoció a muchos de los que enviará al infierno (a los cabritos) en el día final. En otros términos, conocer en la Biblia depende del contexto, no siempre implica una actividad cognitiva absoluta, ya que muchas veces supone una intimidad.
La salvación de los elegidos fue la intención de Dios desde antes de los siglos, antes de la creación del mundo. Si Adán hubiese sido creado con la posibilidad de guardar el mandato divino (no comer del fruto prohibido), de seguro la gloria del Hijo como Redentor no hubiese sido manifestada. Adán sin pecado siempre hubiese sido un Adán salvado por su propia obra, sin el mérito de Jesucristo. La salvación humana prevista desde la eternidad fue concebida para ser manifestada por medio de la expiación del Hijo en la cruz. Adán no fue jamás capaz de librar de la peste del pecado a la humanidad que de él saldría. Jesucristo, en cambio, vino como el antitipo del modelo del fracaso, para demostrar el poder de Dios al sujetarse a su ley, cumpliéndola toda y recibiendo en su cuerpo el castigo por la infracción de su pueblo. Esto estuvo previsto como lo dijo Pedro (1 Pedro 1:20), desde antes de la fundación del mundo.
El pacto de redención pertenece al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor (Efesios 3:11). La ley reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir (Romanos 5:14). El reino del pecado implica la muerte, cuyo dominio se fundamenta en la transgresión del hombre. El pacto de gracia se manifiesta en Jesucristo, el segundo Adán; vemos que el paralelismo presentado por Pablo entre los dos Adanes nos ilustra acerca de dos figuras que contrastan.
El primer hombre trajo condena a toda su descendencia, mientras el segundo hombre trajo redención a toda su descendencia. El hacer y el no hacer del hombre (las obras) demostró su continuo fracaso para sostenerse ante la ley de Dios; no se sostuvo Adán sin pecado, pero tampoco se puede sostener su descendencia pecadora. De esta manera hubo necesidad de una segunda creación, a la que pertenecemos por Cristo. En la virtud del Siervo Justo nos sostenemos y por su justicia hemos sido justificados. La fe nos ha sido dada como instrumento para adherirnos a la gracia y a la salvación, como parte de un conjunto de tres dádivas divinas: la gracia, la salvación y la fe (Efesios 2:8).
Por fe andamos, no por vista, así que creemos que Dios es misericordioso y de mucha gracia, a pesar de que salvó a unos pocos (manada pequeña) y condenó a muchos. Jehová es un Dios justo que hace justamente en toda la tierra, cuya alma deseó e hizo, sin que haya quien detenga su mano ni quien le diga qué haces. De igual manera nos aferramos a la imagen propuesta por Isaías al hablar del rey de Asiria. Ese rey fue levantado por Jehová para castigar a una nación pérfida, pero el rey no lo entendía de esa manera. Pensaba que sus acciones procedían de sí mismo, de tal forma que se envaneció y fue después castigado por el Señor. El profeta expone la figura de un hacha que no puede mover la mano del que con ella corta el leño, como tampoco podía el rey de Asiria jactarse de su trabajo encomendado por Dios. Con ello nos demuestra el profeta que no hay causas secundarias, como si la sierra moviera la mano del que con ella corta el palo, como si el báculo alzase el puño que lo sostiene.
Fue Jehová el que destruyó a naciones no pocas, pero el rey de Asiria que era un simple instrumento se consideró a sí mismo causa secundaria o tal vez causa final. Nos lo explicó de esa manera el profeta, cuando manifestó con sus figuras de lenguaje que Dios soberanamente actúa y se proclama el hacedor de todo. Pablo, por su parte, expone igual principio, cuando considera el amor y el odio de Dios en su epístola a los Romanos. A Jacob amó pero a Esaú odió, lo cual da origen a la figura retórica de su objetor que reclama a favor del pobre de Esaú, el que tuvo que vender su primogenitura porque no pudo argumentar contra su Hacedor. ¿Será Dios injusto por lo que hizo? En ninguna manera, respondió Pablo, sino que tiene misericordia de quien quiere tenerla, si bien endurece al que quiere endurecer. Así que no hemos de jactarnos como el rey de Asiria, ni pensar que el hacha mueve la mano del que con ella corta.
Dios no pasa por alto a unos y salva a otros, sino que condena a unos mientras tiene misericordia de otros. Esta figura parece dura a los ojos del hombre natural, pero el que ha sido justificado por medio de la fe de Cristo agradece que haya sido de esa manera. Si hubiese sido por méritos propios nadie sería salvo. Judas se mostró como modelo del réprobo en cuanto a fe, un escogido para tropezar en la roca llamada Cristo. Su destino puede ser cantado por algún rapsoda griego, de acuerdo a los parámetros de una tragedia helenística. Los griegos comprendieron en la sabiduría que Dios les dio que contra el Destino (la Moira) no podía nadie jugar, como tampoco escapar de su designio. Así que la tragedia surge como la reflexión sobre el Sino fatal que muchos tienen.
Judas, Esaú, el Faraón, los que no tienen su nombre en el libro de la vida desde al fundación del mundo, el hombre de pecado (anticristo), cualquier réprobo en cuanto a fe, pueden ser sujetos de tragedias griegas o de tragedias bíblicas. Nosotros, los de la manada pequeña, somos sujetos para la adoración del Dios magnificente que tuvo misericordia de seres tan pequeños y con naturaleza tan depravada, hasta darnos un corazón de carne y un espíritu nuevo para amar el andar en sus estatutos. En estos momentos el mundo nos aborrece, porque el mundo ama lo suyo; sin embargo, estamos escondidos en las manos del Hijo y en las del Padre, de tal forma que nadie nos podrá separar del amor de Dios. Nuestro canto es una lírica, una manifestación de la profunda emoción de gozo por pertenecer a la nueva creación en Cristo.
César Paredes
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