S?bado, 16 de octubre de 2021

De acuerdo a las Escrituras, muchas personas se han humillado sin que ello redunde en la salvación de sus almas. El caso más típico lo tenemos en Judas, quien se colgó y cayó hasta reventar sus entrañas, una vez que devolviera el dinero de la traición y tal vez se compungiera por su maldad. Admitir su pecado no presupone regeneración, ya que el castigo de la ley, el peso de la conciencia de haber hecho lo malo, pueden generar contrición en el espíritu de las personas sin que haya buenas consecuencias.

La referencia de Santiago acerca de los demonios que creen y tiemblan, sirve para ilustración del lamento por el castigo. Esa aparente humildad está regida por una mente satánica. El Faraón de Egipto rogaba a Moisés que las plagas fuesen abolidas, pero su corazón demostraba endurecimiento. Hay gente celosa de Dios pero que desconoce la justicia de Dios. A éstos les cuesta demasiado comprender que Dios solamente reconoce como mediador a Jesucristo, el que llegó a ser su justicia y la justicia de su pueblo.

Existe una línea divisoria entre cielo e infierno, dominada por la justicia de Dios. La ley no salvó a nadie, pero sirvió como un Ayo para conducirnos a Cristo. El rasero divino respecto a la justicia se mostró muy alto, imposible de alcanzar por mérito propio. He allí la razón del cumplimiento de la promesa del Señor hecha en el Génesis, la de la simiente prometida. Ese Jesús vino a pagar con su martirio de cruz todos los pecados de todo su pueblo. No pagó por los pecados del mundo por el cual no rogó la noche previa a la expiación. Representó en el madero a cada uno de los hijos que Dios le dio, sufriendo el castigo en su carne y en su alma por causa de sus amigos.

El buen pastor vino a dar su vida por sus ovejas que le son propias. Murió una sola vez, el justo por los injustos, sin que tenga que volver a morir para seguir redimiendo almas. Si murió una sola vez quiere decir que fue suficiente con ese sacrificio, ya que pagó por cada uno de los que le había dado el Padre y que le seguiría dando por medio de la palabra de sus primeros discípulos (Juan 17). A éstos, Dios les entrega arrepentimiento para perdón de pecados, de tal forma que el autor y consumador de la fe terminará la obra que empezó.

Así dicho, dentro de la congregación de los justos no hay Judas con aparente humildad. Tampoco existen faraones arrogantes, ni aquellos que deambulan fuera de la doctrina de Cristo. Cuán importante resulta el conocimiento del siervo justo para ser justificados. El ocuparse de la doctrina pudiera llevarnos a la vida eterna, como lo aseguraba Pablo al escribirle a Timoteo.  ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado. (Romanos 7:24-25). 

Esa mente que nos permite servir al mandato de Dios nos ha sido dada a los que hemos nacido de lo alto; tenemos la mente de Cristo (1Corintios 2:16). Judas pudo sentir lo miserable que era, el Faraón pudo arrepentirse por no dejar salir al pueblo de Israel al desierto, pero ninguno de ellos tenía la mente del Señor. Así que a la humildad del inicuo le sigue la destrucción, porque aquélla está ligada a su orgullo, a su altivez de espíritu, por lo que  llama a lo malo, bueno, empero a lo bueno le dice malo. El perdido continúa en la oscuridad del espíritu que gobierna en las tinieblas, pero supone que su llanto por el castigo significa luz. 

Los perdidos siguen a sus pastores, si bien éstos son lobos con disfraces; asimismo, la humildad aparente se muestra como verdadera. Con su boca dicen: Dios te bendiga, pero en su corazón la hiel de amargura los lleva a hacer acciones tenebrosas. Carcomidos de envidia simulan quietud, pero su rostro se muda y tapa la sonrisa porque su alma no genera bondad. La humillada alma del justo devela su pecaminosidad ante la santidad de Dios. Ella reconoce lo que el Señor demanda, absoluta santidad, aunque el ser humano no pueda alcanzar ese ideal.

En consecuencia, la única forma de nivelarnos con la demanda divina vino a ser la justicia que exhibe Jesucristo. Por eso se ha escrito que él nos justificó, al habernos representado en la cruz donde pagó el rescate por todo su pueblo (Mateo 1:21). Esa justicia perfecta no necesita ni soporta ayuda del pecador, más bien excluye cualquier obra que se presente como paralela. Los que anteponen su propia justicia (hacer o no hacer, prometer, dar un paso al frente, levantar la mano o repetir una oración de fe, sus buenas acciones, etc.), lo hacen porque desconocen la justicia de Dios que es Jesucristo. 

¿Cómo vino a ser Jesucristo nuestra justicia? Pablo dice que él es nuestra Pascua, ya que pasó por alto el castigo de nuestros pecados. ¿Cómo los pasó por alto? Solamente por el castigo sufrido por el Señor, cuando fue azotado por todos los pecados de su pueblo. Si Jesucristo hubiese pagado por el mundo por el cual no rogó (Juan 17:9), hubiese llegado a ser la Pascua de cada uno sin excepción. He allí la herejía de muchas falsas doctrinas, de los maestros de mentira, afirmar que Cristo murió por todo el mundo, sin excepción, sin salvar a nadie en particular.

Según esa falsa doctrina, la salvación se hizo en forma potencial, no actual, de tal forma que mediante el libre albedrío cada ser humano decide si la acepta o la rechaza. Ella se ve más agradable ante el ojo humano y ofrece su atractivo humanista, pero resulta ineficaz por venir del pozo del abismo. Domingo a domingo se venera a un salvador forjado por la mente del impío, que proviene de la errónea doctrina, aunque esté decorado con los atributos del Dios de las Escrituras. Esto resulta tan aparente como la humildad del impío que no posee la mente de Cristo. 

David aseguró que hemos sido formados en pecado y concebidos en iniquidad (Salmo 51:5), así que heredamos la corrupción de Adán. Continúa la Escritura describiendo al hombre natural como alguien enemistado con Dios, semejante a un muerto en delitos y pecados. Por esta razón se habló de la necesidad de nacer de nuevo, por medio del Espíritu de Dios y no por intermedio de voluntad de varón. ¿Cómo puede un muerto escuchar dónde está la medicina para su alma? Solamente si escucha el llamado eficaz del Señor: sal fuera de Babilonia. Jesucristo resucitó a Lázaro con el poder de su palabra, lo mismo ha hecho y hará con cada oveja llevada a su redil.

No basta con reconocer nuestro pecado, urge reconocer nuestra única justicia aceptable ante el Padre Celestial: Jesucristo. La justicia que Jesucristo da a cada uno de los elegidos del Padre, justicia que fue negada a los destinados a tropezar en la roca que es Cristo (1 Pedro2:8). Este núcleo del evangelio hemos de creer, éste implica el conocimiento del siervo justo que justificará a muchos (Isaías 53:11).

Cada creyente conoce que la sangre expiatoria de Jesucristo, así como el que el Hijo de Dios nos haya representado en la cruz, han significado la imputación de la justicia de Cristo hacia nosotros. La verdadera humildad proviene del corazón a quien le ha sido dado arrepentimiento para perdón de pecados. La Escritura ha dicho: Y serán enseñados por Dios, y habiendo aprendido, vendrán a mí ( Juan 6:45). 

La falsa humildad se apoya en la ignorancia de la doctrina de Cristo, ocultándose en frases que exhiben su desatino. Dicen que importa más descansar y creer en Jesús, que el conocimiento respecto a la propiciación y representación de Jesucristo. De esta manera celebran a un dios de su propia imaginación, el cual envió a su hijo a morir por todos sin excepción. Ese dios no salvó a nadie en particular, pero hizo posible potencialmente la redención de los zombies. Así que cada muerto en delitos y pecados completará la obra inconclusa de su redentor. 

César Paredes 

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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