Mi?rcoles, 13 de octubre de 2021

La justicia de Cristo vino a ser la esencia del evangelio, así que el que no cree tal doctrina sigue muerto en sus pecados. Dios prometió salvar a su pueblo de sus pecados, de acuerdo a lo recogido en Mateo 1:21, según lo que le aseguró a Abraham respecto a la simiente prometida. En Isaac sería llamada la Simiente, la cual es Cristo, afirmó Pablo en Romanos. No le prometió Dios esa maravilla al mundo pagano sino que escogió un pueblo de todos los que había en la tierra, al más insignificante de todos, para hacerlo transmisor de lo prometido. Por esa razón Pablo afirmaba que no todo Israel fue salvo, sino que la promesa se refería a que en Isaac sería llamada descendencia (la simiente ya mencionada). 

Craso error ha sido el suponer que el evangelio se reduce a creer que existe un Dios creador, que existe un Mesías enviado, que Jesucristo murió y resucitó. La Biblia nos declara que también los demonios creen y tiemblan. Las buenas nuevas de salvación son malas noticias para los Judas de la traición, para los faraones engreídos, para los que adoran la bestia. La buena nueva se convierte en mala nueva para todos los réprobos en cuanto a fe. Así que ya vemos la especificación de la promesa del evangelio, restringido al mundo que Dios amó (Juan 3:16; 1 Juan 3:16).

Dios guarda su pacto para con los que le aman y guardan sus mandamientos; por igual da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo, sin demorarse con el que le odia, pagándole en persona (Véase Deuteronomio 7:8-10). ¿Quién puede guardar sus mandamientos, los cuales no son gravosos, sino aquellos que tienen su Espíritu y son guiados a toda verdad? Dado que Dios controla todas las cosas, en tanto soberano absoluto, tenemos la garantía del cumplimiento de sus promesas. 

Miremos el razonamiento de Job: Si Dios se determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó e hizo. El, pues, acabará lo que ha determinado de mí; y muchas cosas como éstas hay en él (Job 23:13-14). El concepto de soberanía de Dios presupone que todas sus criaturas están en dependencia de su voluntad. Los que anteponen su falacia del libre albedrío frente a la absoluta soberanía divina, tendrán que hacer cumplir su propio cometido para entretenerse en su camino al cielo. En palabras de Pablo, tendrán que cumplir toda la ley.

Para muchos, Dios es soberano en todas las cosas, menos en lo que respecta a salvación y condenación. Eso no está apoyado por las Escrituras, las cuales han demostrado con la relación entre Faraón y Moisés, entre Judas y Jesucristo, que Dios es quien escribe o no sus nombres en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo. Estos que no creen que Dios se mete en todo lo que corresponde a salvación y condenación, suponen que el Señor está a la espera de la buena voluntad de los muertos en delitos y pecados. Un gran maestro de la mentira, Luis de Molina, aseguró que Dios se despoja de su soberanía por un momento para que cada humano decida libremente su destino. Bueno, la Biblia dice que muchos buscarán quien les predique de acuerdo a sus propias fábulas.

¿Cuándo determinó Dios todas las cosas? No lo hace a cada instante, como quien mira la inmensa posibilidad de futuros abiertos, como si jugara a la teoría de las probabilidades (Teísmo abierto). No determinó Dios las cosas en base a que haya averiguado en los corazones humanos lo que piensan o lo que se disponen a hacer. Eso sería un plagio que dictaría luego a sus profetas, implicaría por igual que no conoce algo y debe averiguarlo. En estos casos mencionados hablamos de un Dios reactivo, alguien que obedece al estímulo para dar una respuesta.

Fue antes de la creación que dispuso todo cuanto acontece. Los que de inmediato se levantan para protestar contra el Dios bueno que hizo el mal, deberían recordar que en las Escrituras se relata el crimen más horrendo entre los hombres. El mismo fue planificado por el Padre, dictado a los profetas, referente al asesinato cruel de su Hijo. Por argumento de mayor a menor podemos afirmar que quien hizo lo más puede hacer lo menos. El tiempo no existía antes de que fuese creado, así que Dios no se afecta por lo temporal. No en el tiempo, sino con tiempo, hizo Dios los cielos y la tierra, afirmaba Agustín de Hipona. 

Al asegurar que Dios predestinó todo desde antes de la creación del mundo, no señalamos un punto específico en la eternidad, sino que afirmamos que el Todopoderoso tuvo todo previsto en su mente desde la eternidad. Tuvo determinado darle la gloria a su Hijo como Redentor, así que ordenó todo cuanto ha tenido y tendrá que acontecer. Adán tenía que pecar, de otra manera no hubiese venido el Salvador del mundo. Pedro afirmó que el Cordero de Dios estuvo destinado desde antes de la fundación del mundo para ser manifestado en el tiempo apostólico (1 Pedro 1:20). 

He aquí se cumplieron las cosas primeras, y yo anuncio cosas nuevas; antes de que salgan a la luz, yo os las haré notorias (Isaías 42:9). Jesucristo fue entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, para ser prendido y matado por manos de inicuos, crucificándole (Hechos 2:23). Esa crucifixión tuvo el propósito de la salvación de todo su pueblo (Mateo 1:21). Los que hemos sido rescatados también hemos estado muertos en delitos y pecados, lo mismo que los demás. No hubo algo diferente en nosotros para que Dios nos deseara.

A Jacob amó, pero a Esaú odió (aborreció). Esto aconteció sin que mediara obra buena o mala, antes de que fuesen concebidos. De nuevo, ¿cuándo aconteció tal cosa? Desde antes de la fundación del mundo. Los seres humanos que están muertos en pecados siguen respirando mientras viven en la tierra. La muerte espiritual es común a todos los seres humanos que según su naturaleza caída no pueden discernir las cosas de Dios (Efesios 2:1-3). 

Del creyente se dice que ha pasado de muerte a vida: Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados (Colosenses 2:13). Y si todos los creyentes fuimos esclavos del pecado, quiere decir que todo cuanto hubiésemos hecho a nuestro favor serían obras muertas y de maldad. En la esclavitud de la carne y del pecado no teníamos la justicia de Dios. El rasero enviado al mundo fue la ley que vino por medio de Moisés, pero ella no salvó a nadie (Gálatas 2:16). 

El estado de descomposición espiritual del hombre natural impide que Dios se relacione en armonía con él. Por esa razón Jesucristo restableció la paz entre Dios y los hombres (sus escogidos), dado que la perfección del Creador exige una justicia perfecta. Su ley lo demuestra, incumplida por todos los que se esmeraron pero acatada plenamente por su Hijo, de tal manera que el Hijo pasó a convertirse en nuestra justicia y ahora Dios nos mira como si mirara a Jesucristo. 

La maldición de Jehová está en la casa de los impíos, pero bendecirá la morada de los justos (Proverbios 3:33). Poco importa que el impío esté haciendo ¨buenas obras¨ y no sea un pervertido moral. Recordemos a los fariseos que cumplían gran parte de la ley, pero no poseían la justicia de Dios, los que no necesariamente eran unos depravados o inmorales. ¿Y qué era el evangelio según la Biblia? Ya en el Génesis aparece el protoevangelio, en sus primeras páginas, con la promesa de salvación que vendría de la simiente de la mujer. El libro de Isaías es visto también como un protoevangelio; de igual manera, cuando se hablaba en el Antiguo Testamento de la circuncisión del corazón se estaba refiriendo al nuevo nacimiento. El mismo Pablo dio testimonio de no haber sido un hombre pervertido, mientras actuaba como Saulo de Tarso, sin embargo, no se consideró salvado sino perdido (Filipenses 3:4-7). Los judíos tenían celo de Dios, pero no conforme a ciencia; es decir, su ignorancia respecto a la justicia de Dios los llevaba a colocar su propia justicia (sus propios esfuerzos, como afirma Romanos 10:1-4). 

¿Y qué es colocar la justicia de Dios en lugar nuestro? Eso implica que hayamos sido enseñados por Dios y que, habiendo aprendido, hayamos sido enviados por el Padre al Hijo. Nadie puede ir a Jesucristo si no es enviado del Padre, de manera que no vale intentos de jactancias ni fórmulas religiosas para pretender la salvación como ganancia. El que es justo debe santificarse más, pero el que es impío debe conocer que aún sus sacrificios de ofrenda, alabanza y comisión vienen a ser una abominación ante Dios (Proverbios 15:8). 

César Paredes

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Tags: SOBERANÍA DE DIOS

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