Esta propiedad del Creador no se puede negar, pese a que muchos critican el hecho de que Dios no amó a todo el mundo. Esaú quedó por fuera de ese amor, como quedaron los jebuseos, los heveos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos y un gran etcétera del Antiguo Testamento. De igual modo Dios destruyó la población de la tierra mediante el diluvio, así que no puede hablarse de amor para esa gente, ni para los habitantes de Sodoma y Gomorra. Mucho menos de aquellos que fueron destinados para tropezar en la roca que es Cristo, ordenados para tal fin desde antes de la fundación del mundo. Tampoco se habla de amor hacia los moradores de la tierra que adorarán a la bestia, cuyos nombres no fueron escritos en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo.
Nadie puede con sensatez hablar del amor de Jesucristo para con Judas Iscariote, hijo de perdición que iba de acuerdo a la Escritura, un diablo escogido para el trabajo sucio de la traición. Tampoco amó Jehová a Faraón, de quien dijo a Moisés que le endurecería su corazón para que no dejara ir a su pueblo hasta castigarlo con la última plaga. Así que ese amor universal de los teólogos humanistas no tiene apoyo bíblico, más bien indaguemos en las Escrituras para saber cómo se manifiesta el amor de Dios.
Dice la Escritura: En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados (1 Juan 4: 9-10). Al parecer, el envío del Hijo al mundo para que vivamos por él representa la expresión de amor del Padre. Se nos dice que Él nos amó primero, así que los que no aman a Dios no han sido amados por Él o no han recibido todavía tal amor. Dado que Dios no envió a su Hijo para expiar los pecados de todo el mundo, sin excepción, como se prueba de innumerables textos bíblicos, sino solamente para expiar todos los pecados de todo su pueblo, el amor de Dios se ve restringido a este último grupo. No quiso Jesucristo rogar por el mundo por el cual no vino a morir, así que rogó solamente por los que el Padre le había dado y le daría a partir de la palabra de aquéllos (Juan 17).
¿Quiénes conforman el conglomerado de personas del mundo mencionado en Juan 3:16? Jesús hablaba con Nicodemo, maestro de la ley, quien concebía a los judíos como los únicos posibles amados de Dios. El mundo, para los judíos, era el grupo de los gentiles, la gente, el otro conjunto de personas que habitaban el planeta. Así que no pensemos en la extensión universal del mundo amado por el Padre, ya que el mismo hijo en el mismo evangelio declaró que no rogaba por el mundo (Juan 17:9). Y si Jesús, la noche previa a su expiación, cuando estaba intercediendo en el Getsemaní, rogó por los que el Padre le había dado y le seguiría dando pero dijo explícitamente que no rogaba por el mundo, se ve con claridad que hay dos tipos de mundo. El mundo amado por el Padre, por el cual vino el Hijo a morir, y el mundo odiado por el Padre, por el cual el Hijo no rogó.
¿Cuál es el más grande amor, según Jesucristo? El poner su vida por sus amigos (Juan 15:13). Jesús hacía una referencia directa a la expiación que estaba por cumplir. Dios mostró su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros. Así que estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira (Romanos 8:8-9). Siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, pero estando reconciliados seremos salvos por su vida. Hay un texto sacado de Romanos 8 en el cual se puede apreciar la superabundante riqueza del amor de Dios para con los que Él eligió desde antes de la fundación del mundo. Ese texto habla de aquellos a quienes Dios conoció de antemano, los cuales también predestinó. Ese conocimiento previo no intenta decirnos algo sobre su conocimiento de todas las cosas del futuro, como es sabido por causa de su Omnisciencia. Más bien deberíamos preguntarnos cómo sabe Dios las cosas. ¿Las sabe porque las mira en una bola de cristal que le muestra el futuro? ¿Las conoce porque mira en los corazones de los hombres de antemano, para saber lo que ellos harán y poder predecir en consecuencia? Eso sería un plagio de ideas, robar el conocimiento en el corazón de los hombres para después dictarlo a sus profetas.
Recordemos que Adán conoció nuevamente a Eva su mujer y tuvieron otro hijo. Recordemos que el Hijo de Dios dirá en el día final a los cabritos: apartaos de mí, NUNCA OS CONOCÍ. ¿Cómo puede un Dios omnisciente decir que no conoció a cierto grupo de personas? Imposible, más bien el verbo conocer no siempre es usado por su cualidad cognitiva, sino que en ocasiones significa tener comunión previa, íntima (como la de Adán con Eva). A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, visitaré contra vosotros todas vuestras iniquidades (Amós 3:2). Así que Dios conoció desde antes a un grupo de personas y las predestinó (de acuerdo a Romanos 8: 29-31), siguiendo su parámetro de la salvación por gracia y no por obras. Así lo exclama Juan en una de sus cartas: Mirad cual amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios.
Los elegidos formamos parte de la humanidad, así que cuando la Biblia habla del amor por los hombres se refiere a su manada pequeña. Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo…para que justificados por gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna (Tito 3:4-7). Ciertamente hay un Dios providencial que hace salir su sol sobre justos e injustos, el que trae la lluvia sobre la tierra y beneficia a todos con ella. Pero hay un especial favor de Dios para con sus escogidos, traer la gracia a través de Jesucristo. Esta tesis ha hilvanado mucho hilo, demasiada gente con sus puños alzados hacia el cielo desfila por los atrios del mundo, dando muestras de su enojo y reclamo por lo sucedido a Esaú.
¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues, ¿quién puede resistirse a su voluntad? Esaú no pudo sino vender su primogenitura o cambiarla por un plato de lentejas, ya que había sido odiado por Jehová aún antes de hacer lo bueno o lo malo. No fue por sus malas obras que fue rechazado, ya que el ladrón redimido en la cruz al último momento de su vida había hecho demasiadas malas obras. Más bien, las malas acciones de los hombres, aquellas que lo conducen a la eternidad de oscuridad y prisión, no son la causa de su infierno. Es el designio divino desde los siglos que se hace patente en cada criatura lo que la lleva por uno u otro sendero. De nuevo la protesta: ¿Por qué, pues, inculpa? ¿Hay injusticia en Dios?
La Biblia da respuesta a esas interrogantes con un enfático no. En ninguna manera, asegura Pablo, sino que Dios tiene misericordia de quien quiere tenerla, pero endurece al que quiere endurecer. Así que no depende del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. En otras palabras, la prerrogativa la tiene Jehová de los Ejércitos, el Dios soberano que hace como quiere y quien todo lo que quiso ha hecho. Él no tiene consejero ni quien le reclame lo que ha hecho. Ay del que pleitea con su Hacedor, el tiesto con los tiestos de la tierra. ¿Dirá el barro al alfarero: ¿Qué haces? ¿O tu obra dirá: Él no tiene manos? (Isaías 45:9). El hombre caído tiende a disputar y a entrar en contienda con Dios, molestándose por sus decretos eternos e inmutables. Su ira llega al punto de imaginar un Dios diferente, confeccionado a su propia imagen y semejanza, para que se adapte a sus torcidos designios. Los judíos en el tiempo del Mesías en la tierra inquirían la razón por la cual no había sido enviado como príncipe político, para quitarse de encima el azote romano. Entre ellos había quienes intentaron despertar una sublevación en nombre de ese Mesías. Recordemos que cuando Jesús le devolvió la vida a la hija de Jairo encomendó a esa familia no decirle a nadie lo que había hecho. El no quería que los escribas y fariseos se enterasen y despertasen envidia, tampoco deseaba que el pueblo como masa se abalanzara para proclamarlo rey.
Dios sigue siendo amor, eso lo afirmamos los que hemos sido amados por Él. Los otros, los que lo juzgan, no lo aman por cuanto no han recibido su amor. El ateo, en el sentido griego del término, es alguien que ha sido dejado sin Dios, así que ningún ateo debería sentirse orgulloso de serlo. Si hubiese un amor universal de Dios para todos los seres humanos, nadie sería condenado. Por lo tanto, al declarar universal el amor de Dios se hace implícita la proyección de una expiación universal. Al final el universalismo se divide: 1) los que sostienen que finalmente todos los seres humanos serán salvos; 2) los que sabiendo que hay gente que se pierde dejaron establecido que cada quien decide aceptar o rechazar la oferta de salvación. Este conjunto de personas llamadas universalistas se mueve en la idea de una expiación igualmente universal, dado que para ellos Dios es amor universal. Pero su premisa parte de un argumento falaz y su conclusión será igualmente mentirosa.
Los que se apasionan con Juan 3:16 como un arma a favor del amor universal de Dios, deberían por igual apasionarse por 1 Juan 3:16, el cual dice: En esto conocemos el amor, en que él dio su vida por nosotros. El amor de Dios está íntimamente ligado a la expiación del Hijo; sin amor no hay expiación, así que el objeto de la expiación viene a ser por igual el objeto del amor de Dios. Contentémonos con el siguiente texto, a manera de conclusión: Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:4-9).
César Paredes
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