Ustedes no creen porque no son de mis ovejas, lo que por el contrario significa que aquellos que creen son parte de las ovejas que le pertenecen a Jesucristo. De esta manera se dice que la fe viene como evidencia de la elección, de estar en el número de las ovejas del Señor. Todas sus ovejas serán salvadas (Juan 10:28): Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Existe el testimonio inmediato del Espíritu Santo en la vida del creyente: Él da testimonio ante su espíritu (su conciencia) de que es hijo de Dios. De esta manera la manada pequeña se aleja del temor de perecer, bajo la seguridad de la permanencia inalterable al rebaño de Cristo. La garantía de lo que la Biblia ha dicho reposa en el placer del Padre en otorgarles el reino a esa manada (Lucas 12:32). Esto nos aleja del argumento de cantidad, de aquella falacia del número que nos ha enseñado vanamente a suponer que la mayoría tiene la razón. El que escudriña los corazones sabe con absoluta seguridad quiénes son suyos (2 Timoteo 2:19), pero cada creyente puede llegar a la certeza moral de este asunto. Vale decir, el creyente no está huérfano, tiene la mente de Cristo, posee el Espíritu Santo, así que podrá conocer que forma parte del grupo elegido por el Padre. De allí deriva el amor hacia sus hermanos en el Señor, ya que no podrá tener comunión con otros a no ser que ellos tengan las pruebas de haber sido amados eternamente y salvados por medio de Jesucristo. La solidez de esta doctrina proviene de quien la enseñó (el Señor en las Escrituras), pero tiene tal importancia de que el que no vive en esa enseñanza no tiene ni al Padre ni al Hijo, y el que se congrega (dice bienvenido) con los que no creen esta doctrina cometen el pecado que le traerá las plagas de los crédulos del falso evangelio. Porque los que se reúnen en una asamblea de creyentes deben ser copartícipes de la gracia, ya que reinarán en la misma gloria a la que el Señor los ha llamado. ¿Cómo pueden andar dos juntos si no estuvieren de acuerdo? Existen marcas de la gracia que pueden ser descubiertas en las personas que han creído. Sin embargo, no debemos juzgar a ninguna persona como réprobo absoluto. Podemos juzgar a alguien como un perdido, ya que si no ha creído sigue bajo la ira de Dios. Pero aún el ladrón en la cruz pudo ser rescatado gracias a su elección y llamamiento eficaz. Se intenta decir que no perderemos la esperanza de que el impío se arrepienta para perdón de pecados, ya que el Señor conoce a los que son suyos. Ha dicho que no quiere la muerte del impío sino que se arrepienta y haga justicia, pero se entiende que se refiere a los impíos que le son suyos. Judas Iscariote fue un impío no elegido para salvación, mientras que Pedro el apóstol fue una oveja que habitó en la impiedad de la incredulidad hasta que fue llamado por el Señor. El Faraón de Egipto continuó en su camino de impiedad hasta la eternidad, ya que no le fue dado el arrepentimiento para perdón de pecados. Asimismo nos encontramos con la referencia de Esaú, una dura palabra que conviene oír. El Señor conoce a los que son suyos, pero endurece a aquellos a quienes ha decidido endurecer por siempre. Nosotros estamos limitados en este mundo y sabemos las cosas que nos han sido descubiertas. Pero existen cosas desconocidas y ocultas para nosotros, de tal forma que no nos conviene inquirir al respecto. Por ejemplo, aunque la Escritura sostenga que existen réprobos en cuanto a fe, no podremos llegar a saber de antemano quiénes son los que están escritos en el libro de la vida del Cordero. Esto presupone que tampoco conocemos quiénes son los réprobos en cuanto a fe; sí sabemos quiénes no han creído el evangelio, quiénes profesan el evangelio anatema, con quienes no debemos reunirnos en comunión de espíritu. De la abundancia del corazón habla la boca, así que existen los que confiesan otro evangelio como si ellos fuesen árboles malos. Pero aún viles pecadores como Saulo de Tarso, el ladrón en la cruz, Manasés el rey, dieron testimonio de la vida nueva con la que fueron investidos. He allí el milagro de la redención, ya que no consiste en obras para que nadie se gloríe. Pero quiso Dios salvar a sus ovejas (el mundo) a través de la locura de la predicación. No los salvó solamente por la elección, tuvo que venir su palabra a sus oídos para que escucharan el llamado eficaz. Con esto anunciamos que resulta imperativo el anuncio del evangelio de Cristo, mecanismo eficaz para alcanzar a las ovejas del Señor. Muchos han quedado excluidos de la participación de los beneficios de Jesucristo. Incontables naciones han estado sumergidas desde tiempo antiguo en el paganismo propio de sus culturas, alejadas de cualquier conocimiento de la revelación divina. Solamente Dios tomó un pueblo de entre las naciones antiguas, al más insignificante de ellos, a Israel, para dar a conocer su grandeza y conocimiento. Esto no quería decir que todo Israel sería salvo, como no lo fue, sino que en Isaac (descendencia de Abraham) nos sería dada la Simiente que es Cristo. La gran parte de la humanidad quedó destituida de los medios externos de gracia, sin siquiera haber oído en alguna medida la predicación de la palabra de Dios. Y en época de la aparición de Cristo en medio de sus discípulos les prohibió a ellos ir por caminos de gentiles o entrar en ciudad de samaritanos (Mateo 10:5-6), pero les ordenó ir antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Fue después de su resurrección que les dio la orden de ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15). Esa voluntad de Dios de restringir su conocimiento en determinados momentos y a determinadas regiones, así como la de dar a conocer a otros sus misterios, no obedece a caprichos habidos en el tiempo. Esta voluntad ha sido desde la eternidad, ya que Él es sin sombra de variación, su voluntad es la misma ayer, hoy y por siempre. Él dijo ¿y no lo hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? Así como dirá en el fin: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros, también habrá de decir Nunca los conocí (Mateo 7:23), nunca tuve comunión con vosotros, nunca los amé ni los justifiqué. ¿No sería lo mismo, como afirma Zanchius, que decir: Siempre los odié? (Romanos 9:13). Este es el Dios de las Escrituras, el que muchos odian por naturaleza. Por esa razón muchos se dan a la tarea del ídolo, de la confección de un dios a su imagen y semejanza. Dentro de las filas del cristianismo como cultura ha surgido el arminianismo, una teología antropocéntrica que despoja a Dios de la absoluta soberanía y lo relega a la posición de mendigo. Ese dios de Arminio está a la espera de que las almas se le sometan, deseando salvarlas pero bajo la aceptación voluntaria de ellas. El hombre muerto en delitos y pecados ya no parece muerto sino enfermo, de manera que tiene voluntad y libertad para creer. Por ese motivo, el dios de Arminio envió a Jesucristo a morir por todo el mundo, sin excepción, no habiendo justificado a nadie en particular sino salvado a todos en potencia. De allí que repose en el prospecto la diferencia entre cielo e infierno. Pero ese dios no puede salvar y no es justo. El Dios de las Escrituras no castiga dos veces a la criatura: ya castigó sus pecados en Jesucristo. Eso sí, Jesucristo representó a sus ovejas no a los cabros. Así lo dijo, que el buen pastor daría su vida por las ovejas, que ninguna de ellas se perdería (así que los que se pierden lo hacen porque no son ovejas y no fueron representados por el Señor en el madero). Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo: este evangelio se anuncia para que los que tengan oídos para oír se arrepientan para perdón de pecados. Por supuesto, los vasos de ira preparados para destrucción estarán siempre encaminados hacia la eterna perdición. Este evangelio no les gusta, les parece dura cosa de oír, aparte de que dicen que Dios es injusto puesto que nadie puede resistirse a su voluntad. Pero las ovejas que le son propias al buen pastor le seguirán a su llamado, sin protesta alguna, regocijadas por haber sido formadas para ser parte del reino de los cielos. Muchos serán purificados, emblanquecidos y refinados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos comprenderá, pero los entendidos comprenderán (Daniel 12:10). Arrepentíos y creed en el evangelio, sigue siendo el mandato general de las Escrituras.
César Paredes
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