Alguien podrá pensar que se hace necesario creer un postulado doctrinal determinado para poder ser salvo. Esto se infiere de la necesidad de escuchar el evangelio para poder comprender quién es Jesucristo. Refutar tal asunción resulta complicado si no se tiene en cuenta la condición natural del hombre caído. La Biblia la describe como de muerte en delitos y pecados, por lo que desde esa perspectiva resulta obvio que no hay nada que el pecador pueda hacer para ser salvo. La predicación del evangelio viene a ser el anuncio de lo que Dios hizo en su soberanía para redimir a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). Tal anuncio advierte al pecador sobre su situación natural y acerca del trabajo de Cristo en la cruz.
Fue el mismo Señor Jesucristo quien dijo que seríamos enseñados por Dios y, habiendo aprendido de Él, seríamos enviados para que el Hijo los salvara. Nadie puede ir a Jesús el Cristo si el Padre no lo envía. La predicación del evangelio implica uno de tantos mecanismos de los que el Padre usa en su providencia para instruir a su pueblo. Pero viene a ser al mismo tiempo una vía insustituible para que el pecador pueda ser redimido de sus pecados. Jesús lo dijo: Nadie viene al Padre sino por mí. Vemos que nadie va al Hijo si el Padre no lo envía pero al mismo tiempo nadie va al Padre sino por el Hijo. Por igual, el Espíritu es el que da vida, así que el que no fuere nacido del Espíritu no puede ver a Dios.
La sincronía en la Divinidad presupone el orden de la salvación: El Padre ha elegido y ha enviado al Hijo a morir por ese pueblo escogido, mientras el Espíritu vivifica a los que son de Jesús. Así que en esa ecuación de la economía de la salvación el esfuerzo humano queda excluido. No hay tal cosa como la necesidad de creer en cinco puntos específicos para poder ser salvo, pero tampoco puede ser válido el que el ser humano tenga que tomar una decisión por Cristo. Ni la asunción doctrinal ni la acción decisoria se presentan como requisitos previos para la redención. Por lo acá dicho, hay que apuntar que Pablo señaló al falso evangelio como maldito, así como a cualquiera que lo anuncie y a cualquiera que lo asuma. Esto nos permite acercarnos a una primera conclusión, que la mentira no redime sino solamente el evangelio de Jesucristo. La salvación no puede estar jamás condicionada en algo que el pecador haga o crea, porque eso sería obra que se sumaría a la obra de Cristo. Hacer tal cosa supone asumir que lo que hizo Jesucristo en la cruz quedó sin terminar.
La Biblia describe al pecador antes de la regeneración como alguien pobre, ciego, sordo y muerto. ¿Cómo puede una persona en tales condiciones comprender la claridad doctrinal del evangelio? El hombre natural toma como locura las cosas espirituales porque no puede discernirlas, he allí su gran problema. Además, tiene su entendimiento entenebrecido, para que no le resplandezca en su rostro la luz del evangelio de Jesucristo (Isaías 63:6-7; 1 Corintios 2:14; Romanos 3:9-12; Juan 6:44). Añade la Escritura respecto de los redimidos que aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo -por gracia sois salvos- (Efesios 2:5).
El dictamen de Jesús frente a Nicodemo respecto a la necesidad de nacer de nuevo, refleja la gravedad del daño del pecado en el alma humana. Esa actividad del nuevo nacimiento proviene de la voluntad de Dios: los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios (Juan 1:13). El hombre perdido carece del conocimiento adecuado para su redención: le ruega a un dios que no puede salvar y le falta entendimiento al fabricar imágenes para adorar (Isaías 45:20). Pese al celo que pueda tener por el nombre de Dios, carece de conocimiento acerca del significado de la justicia de Dios (Romanos 10:1-4). Vemos que la gente que está perdida carece del conocimiento de la verdad, así que no se le puede exigir tal conocimiento como requisito para su redención. El conocimiento necesario viene a ser el de reconocer a Dios como Dios y Salvador, al mismo tiempo que comprender cuál es la justicia de Dios. Esa justicia de Dios ha sido revelada en el evangelio (Romanos 1:17), pero la gente que está perdida tiene el evangelio encubierto. Esa es la razón por la cual están perdidos, ya que el dios de este mundo les cegó el entendimiento a los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del glorioso evangelio de Jesucristo, quien es la imagen de Dios (2 Corintios 4:3-4).
El que no cree será condenado (Marcos 16:16); ¿quién es el condenado? El que no tiene conocimiento del evangelio, el que anda ciego y no puede ver la luz, el que no puede discernir las cosas espirituales, el que tiene el entendimiento entenebrecido. Por esta razón no se exige un conocimiento previo para la regeneración, mucho menos una decisión personal si no hay comprensión del evangelio de Cristo. El ser humano está incapacitado por naturaleza para tomar las riendas de su destino eterno, pero no se le exonera su responsabilidad moral ante el Creador. Declarado muerto en delitos y pecados, carece de cualquier habilidad para decidir por Cristo o para comprender el evangelio que se le anuncia.
Ahora bien, ¿para qué se le anuncia a un muerto la palabra de vida? En algunos, dice la Biblia, para aumentar su condenación, ya que habiendo oído no quisieron oír. Pero en otros, en los que han sido escogidos para vida eterna por el Padre, para que oyendo sean abiertos los ojos. Allí ocurre la regeneración del Espíritu de Dios, todo en un instante como un milagro de la gracia divina. Así que Dios es el que regenera al pecador (lo hace nacer de nuevo, una nueva criatura), pero jamás será esa labor el fruto de una decisión personal o de una oración de fe, ni un paso al frente de la congregación o una levantada de la mano para asentir. Tampoco regenera cualquier conocimiento doctrinal que se tenga. Sin embargo, una vez regenerada la persona tiene la garantía del Espíritu Santo para ser guiada a toda verdad. Este señalamiento de la Escritura conlleva a la asunción de que la doctrina importa, ya que no dejará Dios en la ignorancia a su pueblo.
Si la labor del dios de este mundo era el volver ciego al incrédulo, la labor del Espíritu Santo es la de dar luz a los ojos del creyente. Esa luz comienza en el acto mismo de la regeneración, de tal forma que se disipará toda ignorancia acerca de la doctrina de Cristo que ha de ser creída como fruto natural del nuevo creyente. No es posible haber nacido de nuevo para asumir una falsa doctrina, una herejía, para seguir a los engañadores y falsos profetas anticristos de la época. Hay una gran diferencia entre la doctrina que se cree como consecuencia o fruto del nuevo nacimiento y la presunción de posesión de tal doctrina como requisito de salvación.
Dios da la fe para que su pueblo crea la verdad, el evangelio referido a la persona y a la obra de Cristo. De esa manera se inicia el creyente en la vida eterna (Juan 17:3), al mismo tiempo que comienza su estado de libertad (Juan 8:32). Un texto que clarifica nos aclara lo que intentamos decir: Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6). La doctrina importa en gran medida para el creyente, tanto que Jesucristo dijo que había venido a enseñar la doctrina del Padre. Juan nos advierte contra los que no habitan en la doctrina de Jesucristo, nos recomienda a no decirles bienvenidos. Pablo agradece a Dios por los romanos, los que habían obedecido de corazón a la forma de doctrina que les había sido dada (Romanos 6:17-18). Y a Timoteo le encarece que se ocupe de la doctrina aprendida para que salvándose él ayude a la salvación de otros. La doctrina importa mucho, pero ella es fruto de la redención y no un requisito para el perdido. Solo que quien se crea regenerado y no habite en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo.
El evangelio está hecho de doctrina, así que quien cree el evangelio asume que su salvación está condicionada en la sangre expiatoria y en la justicia imputada de Jesucristo. Su salvación no se la debe a sí mismo, a un acto de sabiduría interna o de voluntad intrínseca, no se la debe a alguna buena obra que Dios vio propicia para ayudarlo. Comprende el redimido que fue Dios en su soberana voluntad quien lo escogió desde la eternidad por el puro afecto de su voluntad, como lo señala la Escritura. Para nada puede el creyente atribuirse gloria alguna o compartir la fe del no regenerado llamándolo hermano. El que tal cosa hace recibirá las plagas naturales de los que no habitan en la doctrina de Cristo. Vivir en la doctrina de Jesucristo impone creer el evangelio, ser guiado a toda verdad por el Espíritu, amar la palabra de verdad. Presupone por igual tener celo de Dios conforme a ciencia (a conocimiento), ya que por su conocimiento justificaría el Siervo Justo a muchos.
Mucho cuidado con creer que pueda existir una persona regenerada que no crea en el evangelio de Cristo. El árbol bueno siempre dará el fruto bueno de la confesión de lo que tiene en su corazón: el evangelio de Jesucristo. El árbol malo, en cambio, jamás podrá confesar sostenidamente y sin contradicción el evangelio de Jesucristo. Su fruto siempre será el falso evangelio, el que ha sido declarado anatema. Por más que se esfuerce en hacer creer que asume la totalidad de la doctrina de Jesucristo, en algún momento se le verá la costura de su alforja que revelará el contenido de su corazón.
César Paredes
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