¿A quién le puede gustar oír acerca de este lugar, el lugar de los que Dios envía por siempre a quienes ha destinado como vasos de ira? Muchos eufemismos se han levantado entre los predicadores de esperanzas vanas, para suavizar las duras palabras de oír contenidas en las Escrituras. Dios salvó a su pueblo por medio del sacrificio sustitutivo de Jesucristo, pero dejó por fuera al mundo por el cual el Hijo no rogó. Las llamas que cayeron sobre Sodoma y Gomorra son apenas una sombra de lo que el lago de fuego significa para los réprobos en cuanto a fe. El fuego que atormentará al impío queda fuera de toda nuestra posible imaginación, así como tampoco le fue dado al apóstol confirmarnos con sus palabras las maravillas que vio en su viaje al tercer cielo (2 Corintios 12:2-4).
En ocasiones, nuestro verbo no puede definir el inconmensurable carácter del Creador. Pablo, cuando subió al tercer cielo y quiso contar la experiencia pero no encontró maneras lingüísticas para decirlo. Lo mismo sucede con el infierno de fuego, aunque tengamos la historia de aquellas ciudades destruidas con fuego y azufre tampoco logramos definirlo en forma exacta. Sabemos que aún los paganos con su mente enceguecida han estado persuadidos de horrendos castigos futuros. El testimonio de la obra de la creación le anunciaba al mundo pagano la presencia del Creador, pero la entenebrecida comprensión de lo espiritual llevó a la humanidad a darle honor y culto a lo creado, aunque tenía la idea de un alma inmortal que podía ser castigada después de la muerte.
Griegos y romanos creyeron en el Tártaro, el sitio oscuro situado en el fondo de la tierra. Lo mencionó Platón en el Fedón, el lugar donde las almas eran juzgadas después de morir, el sitio donde los malvados eran castigados. De acuerdo a la Biblia, éste es el camino a donde marchan todos aquellos que practican la religión promedio, el average, y lo que se llama sincretismo religioso. El eclecticismo en religión se presenta como concepto neutro, con múltiples resonancias y referencias a la religión general más aceptada por las masas.
No ha sido en vano que se nos encomendara examinarnos a nosotros mismos, para saber si estamos en la fe. Sabemos que todos hemos nacido en Adán, pero en Adán todos mueren; sin embargo, ¿hemos nacido del segundo Adán, el cual es Cristo? La horrenda expectación de juicio que supone mirar hacia el concepto del infierno eterno debería hacernos más solícitos de nuestra diligencia, del cuidado de nuestra salvación con temor y temblor. Maestros de las Escrituras, como en otro tiempo lo fueron los fariseos, hombres prosélitos (seguidores de otros) que caen en el mismo hueco que sus líderes, todos ellos caminan bajo el peligro de andar por el sendero que conduce a la muerte.
Dios es el autor y consumador de la fe. Hemos sido salvados por medio del evangelio, de acuerdo a las Escrituras. En Hebreos 10:10 se lee que somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha de una vez para siempre. No fuimos separados por un momento para luego caer hacia el pozo del infierno, sino que tanto la santificación como la ofrenda que la ocasionó son para siempre. La ofrenda hecha por el pecado de su pueblo (Mateo 1:21) se hizo en forma total y definitiva, de acuerdo a las palabras de Jesús en la cruz, Tetélestai. Si el sacrificio dura para siempre, se deduce que la santificación también dura lo mismo. Así que tener tal sustituto nos convenía, para que ya no seamos llamados enemigos de Dios. La realidad de que Jesucristo no ofrendó su vida por todo el mundo, sin excepción, está descrita en múltiples partes en las Escrituras; bástenos ahora comparar Juan 17:9 con Hebreos 10:13. En este último texto se habla de sus enemigos puestos por estrado de sus pies, así que se entiende que su sacrificio no se hizo por ellos. Solamente sus amigos, su iglesia, su pueblo, sus ovejas, son el mismo conglomerado de personas que vino a redimir.
Una cabra jamás se convertirá en oveja, tampoco una oveja llegará a ser cabra. El Señor vino a buscar a sus ovejas perdidas, y nosotros también somos llamados el Israel de Dios. El Señor puso sus leyes en nuestros corazones y las escribió en nuestras mentes, de manera que nunca más se acordará de nuestros pecados y transgresiones (Hebreos 10:17). O estamos en la gracia o estamos en la muerte natural. Muchos son los que caminan por la senda ancha y entran por la gran puerta que lleva a perdición eterna. Pocos son los que hallan la vida y la cuidan, pocos son los escogidos que caminan por el sendero estrecho habiendo entrado por la puerta angosta.
Los que obran iniquidad, los que mueren en sus pecados, deberán sufrir la venganza eterna del fuego que no se extingue (Mateo 3:12). Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes (Mateo 13:41-42). A cada hombre pagará de acuerdo a sus obras (Romanos 2: 6,8,9), los cuales no obedecen a la verdad sino a la injusticia.
El pecado es la violación a la ley santa, una ofensa a la infinita majestad del Dios Altísimo, de manera que la justicia divina requiere infinita satisfacción. Por eso el castigo no parará un instante, de manera que los que hemos sido agraciados vivamos santa y piadosamente. No que nuestras obras cubran nuestros pecados sino que ellas demuestran el fruto de nuestra redención. ¿Quién podrá hacer resistencia a la ira divina? Como la paja no opone fuerza a las llamas del fuego, ningún pecador tendrá la capacidad de torcer la justicia del Creador. Terrible cosa es caer en manos del Dios vivo. Ningún sacrificio que no haya sido el de Su Hijo podrá aplacar su ira contra el pecado y el pecador.
Los malos serán trasladados al infierno (Seol) y todas las gentes que se olvidan de Dios (Salmo 9:17); el humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos (Apocalipsis 14:11). ¿Sabía usted que quien más habló del fuego eterno fue Jesucristo? Si creemos en su palabra debemos tener por cierto lo que dijo respecto al lugar de tormento. Los que suponen que como Dios es amor no ejercerá su derecho a la justicia, desestiman la credibilidad de la palabra divina que nos fue revelada en la forma de las Escrituras.
Así que continúa el Señor advirtiendo a su pueblo para que escape de la condenación venidera, cuando nos recomienda quitarnos aquello que nos es ocasión de caer. Más vale perder el mundo y salvar el alma, mejor sería entrar manco o sin piernas al reino de los cielos, que con el cuerpo entero ser lanzado a las llamas eternas. Con razón se nos ha dicho que el reino de los cielos lo arrebatan los valientes, así que huyamos de las pasiones vergonzosas y presentemos nuestros cuerpos como grata ofrenda a nuestro Dios. Es un Dios de gracia y de misericordia enorme.
César Paredes
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