Entre los que asumen la gracia como único medio de salvación eficaz existen personas que subestiman la voluntad divina declarada en las Escrituras. Ellas insisten en que Dios dejó al arbitrio de la humanidad caída el escoger su eterno castigo. Por esta vía suponen exculpar de tiranía al Dios que parece más que todo un diablo, en palabras de John Wesley, para que se muestre más aceptable su justicia. Poco les ha importado el que haya sido escrito que Dios odió a Esaú, aún antes de que hiciera bien o mal, aún antes de que fuese concebido (Romanos 9).
La doctrina de la predestinación eterna contradice la del libre albedrío. O el hombre es libre o lo es Dios como creador soberano de todo cuanto existe. En tanto soberano ha hecho al malo para el día malo (Proverbios 16:4), de igual manera que hizo todo para Sí mismo. Hablar de una elección incondicional pero negar una reprobación incondicional presupone brindar excusas ante el mundo por causa de la aparente injusticia en Dios. La Biblia enseña que Judas fue escogido como diablo, los moradores de la tierra que adoran a la bestia no tienen sus nombres en el libro de la vida desde la fundación del mundo. Agrega que hay un grupo de personas preparadas para tropezar en la roca que es Cristo, el Cordero de Dios destinado como tal desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 2:8; 1 Pedro 1:20).
Asumir que la reprobación no es una predestinación suena ilógico. Por descarte, cuando Dios eligió a unos como sus ovejas a redimir dejó a otros de lado como réprobos en cuanto a fe. Pero en esto pareciera asomarse una reprobación pasiva, concepto que alivia la carga de los teólogos que se alegran de la gracia salvadora pero que se retuercen junto al mundo por la supuesta injusticia en Dios. Ven como injusticia lo que Dios declara de Sí mismo: Yo creo las tinieblas y traigo las adversidades (Isaías 45:7), o lo que declara el profeta Amós: ¿Habrá acontecido algo malo en la ciudad que Jehová no haya hecho? (Amós 3:6). La reprobación pasiva viene como anillo al dedo a los que se espantan con el hecho de que Dios haya odiado a Esaú antes de que hiciera bien o mal, sin mirar en sus obras.
En realidad, ninguno que no haya sido elegido para salvación jamás podrá ser salvo. Una gran parte de la humanidad fue destinada para perdición perpetua, como se desprende de las Escrituras. El Hijo de Dios no quiso rogar por el mundo, de lo cual se desprende también que al día siguiente cuando iba al madero no representó a ese mundo por el cual no rogó. Aunque se haya escrito que el que quiera beber del agua de la vida eterna que beba, que venga a Cristo, no se implica que todos pueden querer o venir al Señor.
El querer como el hacer lo da el Espíritu de Dios, el nacimiento de lo alto también. Ninguno puede ir a Cristo si primero no es enseñado por el Padre para que una vez que haya aprendido de Él sea enviado al Hijo (Juan 6:44-45). Fijémonos en este texto salido de la boca de Jesús: El Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros (Juan 14:17). El mundo no puede recibir tal Espíritu de verdad, el mismo mundo por el cual Jesús no rogó la noche previa a su crucifixión (Juan 17:9), ese mundo ha sido ordenado para destrucción perpetua. Dios en forma muy activa lo destinó para tal fin, lo cual exalta la gracia mostrada para los hijos dados al Señor. Ni salvación ni condenación depende de nosotros, sino que compete a la voluntad eterna e inmutable del Creador. El evangelio de la gracia se anuncia para que los que fueron ordenados para vida eterna sean salvos por medio de la fe en Jesucristo.
Cuando Jesús dijo que de nada aprovecha al hombre si ganare el mundo y perdiere su alma, no estaba buscando una respuesta positiva en los Judas y Faraones del mundo. Estaba enseñando sobre la futilidad y vanidad de la mente que se entretiene con el atractivo del mundo sin percatarse siquiera de que tienen un alma que rendirá cuentas ante Dios. El redimido conoce de cerca esta verdad, que la vida eterna cobra vital importancia en su peregrinar en esta tierra, porque tiene el Espíritu de verdad que mora en él. Sin ese Espíritu el ser humano se conduce por el estímulo religioso multiforme que los profetas de mentiras anuncian.
La doctrina de la reprobación incondicional se presenta odiosa ante la carne. La mente carnal no puede tolerarla e intenta maquillarla llamándola reprobación pasiva, pero siempre aferrándose a su libre albedrío como ancla de seguridad. Demasiada soberanía divina produce náuseas a la fe que dicen profesar, así que su ídolo mitológico los seda por momentos. En realidad han supuesto que la responsabilidad humana se da solamente en un medio de libertad de acción, pero no logran darse cuenta de que la soberanía divina exige esa responsabilidad. El hombre tiene un juicio de rendición de cuentas ante su Creador, no porque tenga libre albedrío sino porque Dios es soberano.
Dios no rinde cuentas a nadie pero el hombre sí le debe una respuesta al Creador. Si el hombre fuese libre o independiente de su Creador no tendría que rendir cuentas. Pero el espíritu de estupor que gobierna la mente de los incrédulos (aunque digan que creen en lo que la Biblia enseña) les ha inculcado que el Alfarero no tiene el derecho sobre sus criaturas hechas con el barro que Él mismo ha creado. Ese espíritu de error les asegura que Dios ama a toda criatura humana por igual, que envió a Su Hijo a morir por todo el mundo sin excepción, que Cristo hizo su parte y ahora a cada quien le toca hacer la suya. Ese espíritu de confusión les dice que la obra humana vale porque la decisión humana resulta indispensable, ya que Dios no ejerce su soberanía absoluta en materia de salvación y condenación. La mente carnal siente terror por el concepto de predestinación emanado de las Escrituras.
Decir que Dios pasó por alto al resto de la humanidad que no eligió para salvación, significa lo mismo que decir que Dios reprobó activamente a un número enorme de personas formadas como vasos de ira. El hecho de hablar de condenación activa resulta más odioso para el alma caída que hablar de condenación pasiva. Aunque el efecto sea el mismo, se busca un eufemismo que trate de disimular la acusación de injusticia divina al reprobar a personas aún antes de ser concebidas. Este eufemismo se nos presenta como la reprobación pasiva, al decir que después de la caída de Adán Dios dejó a una parte de la humanidad en sus pecados. Pero se han olvidado de lo que dijo Pedro, como ya referimos antes (1 Pedro 1:20) acerca del Cordero preparado desde antes de Adán (antes de la fundación del mundo), lo cual supone el plan de la redención y de la condenación previo a la creación misma.
Dios no es tirano ni alguien peor que un diablo (como lo acusa Wesley), simplemente es justo. El Juez de toda la tierra habrá de hacer lo que es justo, más allá de nuestra comprensión plena del tema. Al considerar la justicia propia del Creador, su reprobación activa permanece justa porque Dios la ha hecho. No se necesita un eufemismo (reprobación pasiva) como si con ello Dios pueda ser mejor apreciado por la mente carnal de los hombres de religión o incluso ateos. La Biblia señala la reprobación activa: Jehová endureció el corazón del Faraón...como Jehová le dijo a Moisés (Éxodo 9:12). De quien quiere tiene misericordia, pero al que quiere endurecer endurece (Romanos 9:18). ¿No es Jehová el que vuelve los corazones de la gente a lo que Él quiere? porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios (Apocalipsis 17:17).
El Dios que pone y quita reyes, que hace como quiere, también ha formado al malo para su día. Diversas interrogantes pueden surgir en relación a lo que declara la Biblia, pero todo se resuelve a partir del concepto de soberanía divina. No depende tal concepto de un argumento jurídico terrenal, cuando se instruye sobre la soberanía de las naciones. Cualquiera de ellas goza de soberanía relativa a la soberanía de las demás, pero en el plano teológico Dios no tiene equivalente ni superior de manera que su soberanía es absoluta. De nuevo la Escritura insiste: Porque esto vino de Jehová, que endurecía el corazón de ellos para que resistiesen con guerra a Israel, para destruirlos, y que no les fuese hecha misericordia, sino que fuesen desarraigados, como Jehová lo había mandado a Moisés (Josué 11:20).
La ley de Dios recae como responsabilidad en la humanidad creada, pero no sobre quien legisla. Al Legislador en este caso no lo rige la ley, dado que se trata de un Legislador soberano absoluto. En la legislación del derecho de las naciones la ley goza del principio de generalidad, con lo cual los legisladores deben someterse a ella. Pero en el plano teológico hablamos de un único Dios cuya legislación se ha hecho para exigir responsabilidad a la humanidad. Lo mismo acontece con el amor de Dios, Él lo da a quien quiere darlo y no está obligado a amar a cada uno de los seres humanos que ha formado. A Jacob amé, pero a Esaú odié, dice la Biblia.
El que tengamos por norte amarnos unos a otros, amar incluso a nuestros enemigos, nos fuerza a su cumplimiento y a la consecuente sanción. Pero Dios no se dio la orden a Sí mismo de amar a cada ser humano, así que nadie puede exigirle tal cometido. En sus Diez Mandamientos nos exige no matar, pero ese mismo Dios pudo decirle a Josué que destruyera a Jericó, a Saúl que destruyera por entero a los amalecitas. Josué 11:20 dice así: porque el Señor endureció el corazón de los enemigos para que entablaran guerra con Israel. Así serían exterminados sin compasión alguna, según el mandato que el Señor le había dado a Moisés.
La doctrina de la reprobación activa debe conducirnos a la humildad y temor ante el Dios de toda la tierra. El Hacedor de todo se muestra temible para con sus enemigos, para con los que Él mismo ha escogido para ser objetos de la gloria de su ira y justicia, si bien también ha dicho en relación a su pueblo lo siguiente: Si el malvado se arrepiente de todos los pecados que ha cometido, y obedece todos mis decretos y practica el derecho y la justicia, no morirá… ¿Acaso creen que me complace la muerte del malvado? (Ezequiel 18:21, 23). La justicia perfecta que Dios demanda la proporciona Jesucristo en su misma persona, como ofrenda de sacrificio por la redención de todo su pueblo (Mateo 1:21).
Lo que Jehová buscaba desde el antiguo pacto apuntaba al nuevo, de esta forma todos los que creyeron por fe en el que habría de venir (como se dijo de Abraham, de Moisés y de tantos otros) son los pecadores y malvados a quienes se les dio arrepentimiento para perdón de pecados. De no haber sido de esa manera habría que decir que mientras unos son salvos por pura gracia otros lo son por una gracia que habilita para buenas obras. Pero la Biblia no dice semejante oxímoron, al contrario, si por gracia ya no es por obras, de otra manera la gracia no sería gracia. Y si por obras, ya no sería gracia, de otra manera la obras no serían obras.
César Paredes
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