Las naciones del Antiguo Testamento no fueron tomadas en cuenta en el pacto de Jehová con Israel. Solamente a los israelitas llamó Dios como testigos de sus hazañas, para revelarles lo que haría en el futuro al enviar al Mesías. Pese a haber sido escogidos como pueblo en general, no todo Israel fue salvo. Pablo aclara este aspecto teológico del alcance y propósito de aquella elección: En Isaac te será llamada descendencia y esa descendencia es Cristo. La simiente prometida en el Génesis vino más tarde por la vía de la descendencia de Abraham, pero como tuvo dos hijos el apóstol contempló aclararnos cuál fue la línea específica.
Cuando Jesús hablaba con Nicodemo le expuso un nuevo enfoque en la proclamación del anuncio de Jehová. Las naciones (o las gentes), lo que se conoce como los gentiles, serían los que constituirían parte grande del pueblo de Jehová (Juan 3:16). Hubo judíos creyentes, como los apóstoles, como lo testifica Pablo de sí mismo (de la tribu de Benjamín, circuncidado al octavo día, fariseo, irreprensible en cuanto a la norma de la ley), pero las masas gentiles fueron alcanzadas con la predicación del Nuevo Pacto.
La doctrina de Cristo fue conocida y enseñada por sus apóstoles en todas las iglesias adonde fueron. En los evangelios se recogieron sus enseñanzas y en ellos se plasmó el alcance de su expiación: No te ruego por el mundo, nadie viene a mí si el Padre no lo trajere, el buen pastor su vida da por las ovejas. Mateo escribe respecto al niño que nacería, repitiendo las palabras que el ángel en una visión le dice a José: El niño sería llamado Jesús porque él salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). En su Apocalipsis Juan narra los aspectos de la adoración de la bestia, del hombre de pecado, de todo lo que se llama anticristo. Allí dice que la adoraron aquellos moradores de la tierra cuyos nombres no fueron escritos en el libro de la vida del Cordero...desde la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8; 17:8).
En múltiples cartas Pablo resalta el hecho de la predestinación hecha por el Padre desde antes de la fundación del mundo. Esa fue su doctrina por la cual lo acusaron señalándolo como el que deseaba hacer males para que vinieran bienes. En otros términos, Pablo fue acusado de predicar una doctrina que destapaba la inmoralidad humana, ya que, si se era salvo por gracia y bajo la condición de haber sido predestinado desde antes de la fundación del mundo, la motivación para una vida bajo la ética cristiana bajaría al punto de hacer males no pocos.
Aunque Juan el apóstol nos exhorta a vivir o a habitar en la doctrina de Cristo, incluso a no decirle bienvenido al que no traiga tal doctrina, la mayoría de los religiosos del cristianismo izan la bandera de la expiación universal. De esta forma se predica otro evangelio, contrario al que habla que Cristo murió de acuerdo a las Escrituras. En lugar de morir por todos los pecados de su pueblo lo colocan a morir por toda la humanidad, sin excepción. Para el evangelio extraño, los que adoran a la bestia lo hacen porque quieren, y si sus nombres no estuvieron escritos en el libro de la vida del Cordero desde la fundación del mundo se debe a que Dios vio que ellos iban a adorar a la bestia y no les escribió sus nombres en el libro de la vida.
La elección y predestinación pasarían a ser el resultado de un Dios que averigua el futuro en los corazones de las personas, bien porque no tenga omnisciencia o bien porque se autolimite en su conocimiento. Con ello pretenden probar que Dios respeta el libre albedrío humano y no salva ni a una sola alma si ésta no lo quiere. Un serio problema con esta interpretación se muestra en la declaración divina sobre la humanidad caída: está muerta en delitos y pecados y está destituida de la gloria de Dios. ¿Cómo puede un muerto decidir lo que le conviene?
Por otro lado, los que se aferran a la universalidad de la expiación, sostienen que si Dios decidiera de antemano quién se condena y quién es salvado sería un Dios malévolo. Hay teólogos protestantes que han dicho que semejante Dios sería un diablo, un tirano (John Wesley), que su alma se levantaría en rebelión contra ese Dios (Spurgeon en su Sermón Jacob y Esaú).
Vemos una gran cantidad de protestantes que celebran la gracia redentora, que creen en la omnisciencia absoluta de Dios, que aceptan que Él haya decidido quién se salvaría pero que se sublevan si colocan la sangre del alma de Esaú a los pies de Dios. En otros términos, ellos dicen que Judas, Esaú, el Faraón, como todos los réprobos en cuanto a fe, se condenaron a ellos mismos sin que Dios tuviese que ver en ello. Poco les importa la lógica natural que se deriva del hecho de la predestinación: si Dios elige a alguno para salvarlo y no elige al otro, de seguro el otro también fue elegido negativamente. Pero si la lógica no les sirve que sirva la Escritura que también es lógica absoluta: A Esaú odié, antes de que hiciese bien o mal, antes de que fuesen concebidos. Fijémonos que el Dios de las Escrituras reclama para sí mismo la sangre del alma de Esaú, así que la rebelión de Spurgeon no hizo sino desvelar lo que pretendió ocultar por años de predicación contra el arminianismo. Su hermandad con Wesley, a quien llama el príncipe del arminianismo, se sostiene en el mismo punto: su rebelión contra el Dios que se muestra como tirano si la sangre del alma de Esaú está a sus pies. Una relación confusa la de los que dan y quitan al mismo tiempo en sus argumentos, los que aceptan la gracia soberana para salvación pero niegan la soberana condenación del Padre.
Si Jesucristo no murió por toda la humanidad, sin excepción, se entiende que no procuró las bendiciones propias de su especial fruto para ese mundo por el cual no rogó. El que los creyentes porten en ellos mismos la bendición de Dios puede indicar un estado de mejoría social, como cuando alguien que tiene a Dios como centro de su vida y todo lo que hace lo hace como para el Señor. En ese sentido muchos pueden beneficiarse de tal actitud en su labor. Pero eso no puede llamarse gracia genérica o gracia común, ya que la gracia emana del calvario, de la eternidad del Padre como beneficio para sus escogidos. Judas pudo beneficiarse cultural y emocionalmente por su cercanía con Jesús, pero en ningún momento lo habitó la gracia divina. Más bien se dijo de él que era un diablo y se dio un ay por su trabajo asignado.
Los que acostumbran a decir que Cristo murió en forma suficiente por todos los hombres pero eficazmente por sus elegidos, caen en una falacia por equívoco. Asumen el término suficiencia como la necesidad de extensión universal, en lugar de aplicarlo al cometido cumplido. Los soldados escogidos entre Dios y Josué para una batalla fueron específicos, no en exceso, solamente 300 para demostrar la suficiencia de Dios en su poder (Josué 7:7). Los días del Señor en la tumba fueron suficientes, contados de tal forma que al tercer día habría de resucitar; en esta suficiencia vemos un límite de tiempo señalado, no por ser suficiente implica necesariamente sobreabundancia. Así que la muerte de Jesucristo conforme a las Escrituras se hizo por todo su pueblo, siendo suficiente para su objetivo, sin que se pretenda alterarle al adjetivo la extensión requerida, como si por sí sola esta palabra supusiese una extensión ilimitada. La señal de Jonás indicada por Jesucristo se refería al tiempo que pasaría en la tumba junto a la muerte, pero no porque Jesús sea eterno esa suficiencia temporal limitada debe hacerse eterna o infinita. He allí la falacia por equívoco, al atribuirle a un término un doble significado desviándolo de su contexto.
Si Jesucristo murió por toda la humanidad, sin excepción, implica que toda ella está redimida. Para el arminianismo no toda está redimida sino que toda ha estado potencialmente redimida. Esto lleva a la libre voluntad humana a tomar la decisión final, bajo el eslogan común de que Cristo hizo su parte y ahora le toca a cada uno de nosotros hacer la suya. Con todo y que esto suponga mayor justicia, deja el gazapo de los que mueren sin conocer que tenían esa opción de la decisión. Pero no nos toca solamente hablar de su error lógico, más bien nos conviene mirar las Escrituras y comprender al Dios lógico que está descrito en ellas. Es el Logos eterno e inmutable, el que no tiene consejero, el que decide como quiere.
Debemos preguntarnos qué beneficio tuvo el Faraón por la muerte de Jesús, o cuál fue el beneficio de Judas. Ningún beneficio hubo para ellos, ninguno habrá para los réprobos en cuanto a fe, así que el beneficio lo tienen todos los que el Padre amó desde la eternidad. El sacrificio del Hijo era absolutamente necesario, de lo contrario el Padre hubiese escogido otro método. Así que dado el tamaño de la falta y dada la inmensidad de la gracia que vendría, el Hijo de Dios era el escogido para llevar toda la gloria que le había sido reservada como Redentor. Al entender los pormenores de la necesidad de la expiación se comprende que ningún redimido puede serlo en virtud de su voluntad corrupta. Además, ninguno de los redimidos podría, por mérito propio, perseverar hasta el final (a no ser que haya habido preservación en las manos del Hijo y del Padre, como afirma la Escritura).
La justicia de Dios también ilustra en cuanto al castigo satisfactorio. Si una vez fue castigado el Hijo por causa de los escogidos, mal pudiera decirse que fue ajusticiado por causa del mundo. Si así fuera, ¿cómo podría justificarse el ser castigado dos veces por un mismo delito? Ya el Hijo pagó lo suficiente por todos los pecados de su pueblo, no puede alguien reclamar tal substitución si yace bajo condenación eterna. El Padre no castigará al impío dos veces, una en el Hijo sufriendo en la cruz y otra en el réprobo pagando en la eternidad. Dios no castigaría primero al Hijo para después castigar al pecador irredento. De allí que la expiación fue específica, con una sustitución particular donde el Hijo cargó con los pecados de todo su pueblo (Mateo 1:21) y no de todo el mundo (Juan 17:9).
La satisfacción total del trabajo de Jesucristo garantiza un pueblo santo para Jehová, un pueblo especial más que todos los pueblos de la tierra (Deuteronomio 7:6); nos permite acercarnos a la compañía de millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en los cielos (Hebreos 12:22-23). Esa satisfacción permitió favorecer a la manada pequeña (Lucas 12:32), todos los cuales son llamados ovejas de su prado por las cuales el buen pastor dio su vida.
Si Cristo murió por alguien, ¿cómo se puede concebir que por decisión de Dios el Hijo haya muerto por una persona y después esa persona tenga que pagar con su vida por causa de sus pecados? La expiación hecha por Jesucristo fue definitiva en todo su pueblo, para que ese pueblo viva tranquilo y en paz, en el conocimiento del Padre y del Hijo, por la gracia del Espíritu que lo habita. No hay dos expiaciones, solamente una sola. Ésta fue suficiente y nos convenía, así que por gracia somos salvos, por medio de la fe, pero esto no viene de nosotros sino que es un regalo de Dios. Los que extienden la gracia en forma universal no han comprendido la ley y el testimonio, así que pareciera, en palabras de Isaías, que no les ha amanecido todavía el Señor en sus corazones.
César Paredes
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