Lunes, 14 de junio de 2021

El que duda va y viene, como la onda del mar. La vacilación presupone falta de determinación en la creencia respecto a la fe, indica duda en una acción a seguir o incertidumbre en cuanto a la expectativa que se tenga. Santiago advierte contra la duda al orar a Dios, impedimento real para recibir el objeto de su súplica. Marcos nos relata el caso del padre que lleva su hijo ante los discípulos para sacarle un espíritu que lo atormentaba desde niño. Como ellos no pudieron, Jesús toma el caso para él mismo y le pregunta al hombre si él cree en lo que va a hacer y éste le responde que sí creía pero que lo ayudara en su incredulidad (Marcos 9:24). 

Este padre incrédulo en parte no tenía fuerzas suficientes para llegar a tomar la fe como parte de una doctrina asumida. Él no había sido antes un creyente en Jesús, simplemente había escuchado de su poder contra los demonios. Llegó a creer porque reconoció que tenía fe, pero supo que el Señor podía ayudarlo a incrementar esa confianza necesaria. En otra oportunidad los discípulos le dijeron al Señor: auméntanos la fe. La respuesta ya la conocemos, si tenemos fe apenas como del tamaño de un grano de mostaza nos será suficiente (Lucas 17:5-6).  El relato bíblico nos expone, como ya dijimos, la situación de un nuevo creyente que carecía de plena confianza, al ver a los discípulos del Señor fallar frente al demonio que tomaba a su hijo; también nos refiere al momento en que los apóstoles del Señor pedían aumento de la fe. Ciertamente, la fe debe ser ejercitada para que se desarrolle y nos sea útil en el día a día. Cada creyente encontrará la manera de su desarrollo en la práctica de la confianza en el Dios que se nos presenta como absolutamente soberano y todopoderoso.

Pero aunque la humanidad entera suponga que hay un Dios y que éste provee para todos, la Biblia dice que la fe no pertenece a todos (2 Tesalonicenses 3:2), sino que ella es un regalo de Dios (Efesios 2:8). El punto de origen de la fe se entiende como un acto sobrenatural, dado que es un regalo sobrenatural. El Señor llamó a Pedro hombre de poca fe (Mateo 14:31), cuando estuvo desesperado por el terror de hundirse en el mar.  En otra oportunidad reprendió a sus discípulos porque estuvieron angustiados en medio de una tormenta en el mar, mientras el Maestro dormía. Él reprendió la mar y hubo grande bonanza, pero les reprochó su falta de fe: ¿Cómo no tenéis fe? (Marcos 4:40). La Biblia contiene más ejemplos acerca de las personas de fe, incluso dedica un capítulo a los famosos personajes reconocidos por su confianza en el Dios Creador, el gran Jehová que hace todas las cosas posibles.

Cuando un apóstol menciona a los que edificaron con materiales nobles o innobles, refiere a gente que tiene el fundamento firme. En ningún modo vemos incertidumbre acerca del fundamento, más bien desatino en cuanto al edificio construido encima de Cristo. Así que no cabe la duda respecto a si tenemos o no tenemos tal fundamento, nuestras dudas pueden referirse a los momentos duros que atravesamos, como les sucedió a los discípulos. Pese a la duda de Pedro cuando anduvo en dificultades al caminar sobre el mar, no se menciona nunca que él o alguno de los discípulos redimidos haya dudado del carácter soberano y sobrenatural de Jesucristo como Hijo de Dios. David pecó y fue castigado, sufrió en consecuencia una gran tristeza pero su oración fue muy ilustrativa respecto al fundamento de la fe. Él pidió que le fuera devuelto el gozo de la salvación y no la salvación misma. No dudó en quién había creído, pese a su horrible pecado y su recio castigo. 

El creyente no puede andar fuera de la gracia en ningún momento, como si las obras propias lo devolvieran al sendero de Cristo. El creyente conoce el pecado pero entiende que siente un gran aborrecimiento por el mismo. Aquellos supuestos hermanos que salieron de nosotros pero que no eran de nosotros, en el decir del apóstol Juan, nunca fueron parte del redil de las ovejas de Cristo. Estaban allí como lobos disfrazados de ovejas, o como cuervos disfrazados de palomas. Diferencia grande existe entre el ser y el estar, asunto que Juan definió con su conclusión final: si hubiesen sido de nosotros hubiesen permanecido con nosotros. Esto no habla de creyentes que se mudan de iglesias locales, habla de personas que presumen tener el fundamento de Cristo pero en realidad tienen otro fundamento.

Todos aquellos que han oído el evangelio anatema edifican sobre un fundamento de arena. No se trata de sobreedificar con materiales nobles o innobles, acá el problema radica en la base de la edificación. Por eso hemos de cuidarnos de la ignorancia que mata, ya que por el conocimiento del siervo justo viene a ser justificado el escogido de Dios. De nada le sirve al ser humano su celo por Dios, si no habita en la doctrina de Jesucristo (Romanos 10:1-4; 2 Juan 1:9). Los que sienten temor de que no puedan perseverar hasta el final, o los que tienen pánico de apostatar, tal vez no han comprendido al Dios de las Escrituras. Fue Jesús quien dijo que nadie arrebataría de sus manos ni de las manos del Padre a ninguna de sus ovejas. Los que sirven a un dios que no puede salvar tienen razón para andar temerosos de un final trágico en su vida religiosa.

Una persona puede andar detrás de la salvación, en el servicio a un dios que exige obras de justicia propias como requisito para su redención. Ese fruto no es otro que un fruto para muerte (Romanos 7:5). No tienen conocimiento los que erigen el madero de su ídolo, los que ruegan a un dios que no puede salvar (Isaías 45:20); irán con afrenta todos los fabricadores de imágenes (Isaías 45:16). Recordemos que Jesucristo dijo que no rogaba por el mundo, solamente dio gracias por los que el Padre le dio y le daría por medio del evangelio de sus apóstoles (Juan 17), por lo tanto solamente pudo morir por todos los pecados de todo su pueblo (Mateo 1:21). Si usted tiene a menos esta palabra puede contender con Dios, como quien da coces contra el aguijón. Hay personas que prefieren otro Cristo, aquel que dio su vida en rescate por cada uno sin excepción, pero que deja a cada quien la opción de tomar una decisión a favor o en contra de su sacrificio. Estos tienen diferentes nombres en el universo del cristianismo que profesan, quizás hoy día los más conocidos son los seguidores de Arminio. 

Arminio fue el peón de Roma para la Reforma Protestante, el que con mucho sigilo colocó la tesis de la expiación general o universal de Jesucristo, el que consideró al igual que Pelagio que el hombre no estaba totalmente muerto en sus pecados.  Arminio sostuvo que la predestinación se hizo en base a lo que Dios vio en el futuro, según descubría en los corazones humanos, de manera que supo por esa vía quién se salvaría y quién se condenaría. Esto supone una elección condicionada en la obra humana, en la buena disposición de un corazón que por naturaleza se rebela contra Dios. Continúa diciendo esa tesis que el hombre que una vez fue redimido podría devolverse del camino si no se tiene la suficiente fuerza de voluntad para permanecer en él.

Como se puede observar de lo dicho, el hombre le roba la gloria a Dios y éste llega a despojarse de su soberanía absoluta para no molestar el libre albedrío de la criatura humana. Por otro lado, contradice las Escrituras en sus abundantes textos explícitos acerca del Dios que hace como quiere. Jehová no tiene consejero, no se inmuta porque lo llamen injusto, ama y odia, elige a unos para vida eterna y a otros para condenación. A Jacob amé, ha dicho, pero a Esaú odié, aún antes de que hiciesen bien o mal, antes de que fuesen concebidos. ¿Es esto injusto? La Escritura responde con una pregunta casi retórica: ¿Quién eres tú, oh hombre, para discutir con Dios? ¿Acaso la olla de barro puede decirle al alfarero por qué me has hecho de esta manera? La potestad del alfarero sobre el barro le permite hacer un vaso para honra y otro para deshonra.

Los que se incomodan con esta injusticia en Dios saben que tienen que servir a otro dios. Ellos se consideran más justos que el Creador y juzgan de acuerdo a su rasero, de manera que ese otro Cristo al que sirven lo colocan a morir por todos, sin excepción, para que de esta manera se logre una mejor imagen del Dios en el cual dicen creer. Asimismo, han heredado de Pelagio y del Edén su constructo del libre albedrío, un amuleto intelectual tan ficticio como el dios que no puede salvar. Estas personas están en su derecho de dudar de sí mismas, de caminar con la duda respecto a su fundamento y a su futuro; acá no se está hablando de la duda de Pedro al caminar sobre las aguas, acá se habla de la duda acerca del fundamento que dicen tener. Si alguien tiene la premisa mayor de su argumento en forma torcida, su conclusión seguirá el mismo derrotero. Esta duda es significativa, así que mejor ir a la ley y al testimonio, a examinar las Escrituras para conocer al siervo justo, tanto en su persona como en su obra.

César Paredes

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Tags: SOBERANÍA DE DIOS

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