Es común en los foros de internet encontrar proposiciones acerca del “conocimiento” frente a la gracia de Dios. Colocan ese vocablo entre comillas, para dar a entender que la doctrina o la teología añaden algo al trabajo de Cristo en la cruz. No solamente en los foros, también en las asambleas religiosas de la cristiandad se escucha la voz contra el conocimiento de la doctrina de Jesucristo, como si aquello añadiera a la gracia. La Biblia ha sido clara y enfática al respecto, diciéndonos que hemos de conocer al siervo justo que justifica a muchos (Isaías). Pablo estimula a Timoteo a ocuparse de la doctrina porque con ello se salvaría a él mismo y ayudaría a salvar a otros. Por igual dirige su misiva a los Romanos y les encomia el hecho de que hayan permanecido en la doctrina enseñada. Juan le dice a su iglesia que aquel que no habita en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo (2 Juan 1:9).
En Romanos 8, el apóstol nos exhorta a la predicación porque considera que nadie será capaz de invocar a aquél a quien no conoce. En Romanos 10 les dice a los judíos que presumen de su propia justicia que ellos son ignorantes de la justicia de Dios. Vemos por doquier que el conocimiento hace falta, en especial el del evangelio. ¿Cómo puede alguien ser salvo si primero no escucha el evangelio y lo llega a entender? Decir lo contrario, bajo el presupuesto de que ese conocimiento teológico sobre el evangelio implica un añadido a la gracia, o un añadido a la sangre de Cristo, resulta en una falacia ad hominem circunstancial. Se crea un pretexto de inconveniencia para no vincular la doctrina de Cristo con el acto de salvación del ser humano.
Ciertamente, así como nadie sabe si es elegido antes de que llegue a creer el evangelio, de igual manera la ignorancia teológica del evangelio se presume antes de que el individuo crea. Una vez que ha creído sabemos que ha sido enseñado por el Padre para que pudiera ser enviado hacia el Hijo (Juan 6: 45). Una vez que la persona crea el evangelio sabrá que él era uno de los elegidos del Padre. No hay una sola alma que haya creído porque crea en una determinada teología, pero toda alma salvada ha escuchado y aceptado la verdadera teología del verdadero evangelio. El trabajo propiciatorio del Hijo en favor de su pueblo (Mateo 1:21) es lo que el individuo tiene que creer para ser salvo. Solamente así sabrá que él era uno de los que constituían ese pueblo elegido, como igualmente entenderá que él era uno de los predestinados del Padre para creer en el Hijo.
La Biblia nos enseña que el Espíritu Santo nos fue dado para cumplir diversas tareas en nosotros. Una de ellas constituye el testimonio ante nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (más nadie nos lo puede asegurar). Otra labor del Espíritu consiste en conducirnos a toda verdad, recordándonos las palabras del Señor. ¿Puede alguien siquiera suponer que el Espíritu se permite dejar en la ignorancia de la doctrina del Señor a unos cuantos hijos porque ellos no alcanzarían a entenderla? Por otro lado, ¿cómo quedaría aquella aseveración que habla del tener la mente de Cristo? Juan el Bautista, cuando a pesar de que era todavía un feto, comprendió que estaba en presencia del Señor, gracias al Espíritu Santo y no a que poseyera poderes extraordinarios. El creyente cree no por emoción sino por doctrina, por el evangelio, por el conocimiento conforme a ciencia -aunque suene redundante (Romanos 10:1-2). Si ha creído por emoción debe saber que los sentimientos cambian, mientras la doctrina resulta permanente. En la parábola del sembrador puede observarse el problema de creer de acuerdo a las circunstancias, las semillas que brotaron y dieron un pequeño fruto que no sirvió de nada porque el combate emotivo del mundo les impidió su desarrollo. Solamente aquella semilla que cayó en terreno apropiado dio sus frutos apropiadamente.
La seguridad de nuestra salvación no descansa en nuestra obediencia a la ley, o en un perpetuo arrepentimiento o lamento por el pecado. Ella descansa en la promesa cierta de un Dios verdadero, soberano absoluto, capaz de crear todas las circunstancias que lleven a sus elegidos a creer y a perseverar. Esta es una promesa de Dios basada en el trabajo de Jesucristo, la cual se recibe por fe (una fe que también nos ha sido dada -Efesios 2:8). Dice el Salmo 5:11 lo siguiente: Pero alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque tú los defiendes. En ti se regocijen los que aman tu nombre. Nuestro júbilo no obedece a momentos de éxtasis, a alegrías temporales, sino a la seguridad del que ha dado y ejecutado la promesa. Los que conocemos su nombre estaremos confiados, por cuanto Jehová no desampara a los que han buscado su amor (pero si lo amamos a él fue porque él nos amó primero: 1 Juan 4:19). Nuestro evangelio llegó a nosotros en plena certidumbre y sabemos en quien hemos creído. Ese conocimiento nos da la seguridad de que Dios guarda nuestro depósito para el día de la redención final (2 Timoteo 1:12).
La doctrina de la elección nos conforta en el sufrir por causa de los elegidos, nos estimula a predicar porque habrá siempre elegidos en todos lados donde Dios nos lleve. Al conocer que la salvación no depende de la voluntad humana sino de un acto irreversible del Creador, se hace cierto y valedero el trabajo de la propagación del verdadero evangelio de Cristo. Es el Padre quien produce el querer de la persona marcada para creer, en el día de su poder, como lo señala en hermosa metáfora la Biblia, en el cual estaremos de buena voluntad para creer. Nosotros somos usados para llevar el mensaje a los escogidos de Dios, pero por igual a los réprobos en cuanto a fe. El propósito de la predicación del evangelio puede ser diverso pero en todos los casos seguro. Nuestro celo por Dios se mantiene pero esta vez conforme a ciencia, en el conocimiento de la revelación escrita acerca del Dios que decidió salvar a su iglesia por la muerte de su Hijo. Recordemos las palabras de Isaías, las cuales son más que oportunas en esta instancia: ...Por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos (Isaías 53:11).
Se extravían los que suponen con falsas acusaciones que no hace falta predicar el evangelio, ya que si hay elegidos ellos creerán se les predique o no. Pero Dios en su soberanía ha decretado que el elegido sea salvado por medio de la revelación del Evangelio a partir de las Escrituras. Así como el Creador dispuso de medios biológicos o naturales para que sus plantas se desarrollen, pudiendo haberlas creado de otra manera, el fin último respecto a la redención humana no tiene otro método posible. El elegido debe creer en el sacrificio de Jesucristo en favor de todo su pueblo. Debe entender que su propia justicia es nada a los pies del Creador, que de no haber sido porque Dios lo miró con misericordia desde antes de la fundación del mundo no entendería la gracia ni se volcaría a ella con disposición. Al rey Ezequías le fueron añadidos 15 años de vida, pero no por eso dejó de respirar para ver si se cumplía la orden divina. Él siguió respirando hasta el final de sus días, siguió alimentándose y con sus hábitos de vida naturales. Atenerse en abstracto a que seremos salvos porque estamos predestinados y no ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor, sería como ver a Ezequías lanzándose de la cima de una montaña cada vez que quisiera, solamente para probar si se cumple o no la voluntad de Dios respecto a los quince años añadidos.
En resumen, el conocimiento del siervo justo salva, el conocimiento conforme a ciencia salva, la doctrina de Jesucristo salva, pero porque todo apunta a la sangre del Hijo como ofrenda por los pecados de todo su pueblo (Mateo 1:21; Juan 17:9). Conocer a Jesucristo en cuanto a su persona y su obra hará que el que ha de creer o que ya ha creído pueda invocar su nombre. El conocimiento es muy útil, lo dice la Escritura, y no es un añadido en forma de obra en materia de redención. Simplemente es el mecanismo de los escogidos para llegar a conocer al Padre que los enseña para ir hacia el Hijo. ¿No dijo Jesús que primero seríamos enseñados por el Padre para poder después ser enviados al Hijo? ¿Alguien osaría decir que el conocimiento no importa, si el Padre es quien enseña para después enviarnos hacia el Hijo -Juan 6:45).
César Paredes
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