Lunes, 07 de junio de 2021

El malo no habitará junto a Dios, ni el necio prevalecerá, porque Dios odia a todos los hacedores de iniquidad y no tiene placer en la maldad. Esta es una premisa general de las tantas que emanan de las Escrituras. Vemos en este texto que hay cosas que Dios odia, pero también vemos que hay personas que Dios detesta. Muchos que se confiesan como cristianos sentirán inconformidad por esta aseveración, ya que ellos presumen que Dios es solamente amor. No se olviden que Dios odió a Esaú, aún antes de que hiciese bien o mal. Así que su amor es permanente, como se lo dijo a Jeremías: Con amor eterno te he amado, por lo tanto te prolongué mi misericordia (Jeremías 31:3). Dado que Dios es ajeno a la iniquidad, los que viven en ella son odiados por Dios.

Fuimos hijos de la ira, lo mismo que los demás, declaró Pablo. Sin embargo, vimos que Jeremías fue amado con amor eterno; esto nos lleva a preguntarnos si Dios odia y ama a la vez a la misma persona. En realidad afirmar tal cosa implicaría concebir a un Dios dividido en sí mismo, lo cual no puede ser posible. Pero tenemos un paradigma perfecto para observar lo que acontece en Dios respecto a sus ovejas. Jesucristo fue amado por el Padre por siempre, pero fue abandonado en la cruz cuando cargó con el pecado de su pueblo. Así que no podemos sugerir que Dios interrumpió su amor para con su Hijo pero sí diremos que lo castigó por nuestras culpas cuando él se hizo pecado. No que haya habido un amor interrumpido hacia el Hijo, simplemente hubo una forma de trato dura por el trabajo que le tocó hacer en el madero. Nosotros no escapamos de esa dualidad, el amor eterno del Padre para con sus escogidos pero la ira encendida mientras estuvimos ajenos de la ciudadanía de los cielos.

¿Sabía Dios que esas ovejas amadas creerían algún día? Por supuesto que siempre lo supo, no porque lo averiguó sino porque lo decidió desde siempre. Aunque esto suene una blasfemia a los oídos de los que se convirtieron al evangelio extraño, no debe sonar así en los que hemos sido llamados con llamamiento eficaz. El réprobo en cuanto a fe ha sido odiado desde siempre, será odiado por la eternidad, mientras que los escogidos de Dios serán llamados oportunamente y son amados por siempre. Los hijos de Dios son castigados temporalmente por el Padre, azotados por sus transgresiones, aunque muchos hijos del mundo parecieran no sentir congojas ni por su muerte. 

Desde la premisa que habla de Dios como el que establece la diferencia entre cielo e infierno, aquellos que suponen que ellos hacen tal distinción porque califican de acuerdo a su modelo religioso llegan a una conclusión errónea. Decir que Jesucristo murió tanto por los que van al cielo como por los que van al infierno, implica quitarle a él la preeminencia para quedarnos con una opción que nos deja libres de elegir. Semejante teología resalta la iniquidad del hombre que milita en la religión del profeta de mentiras.  Ni la fe, ni el arrepentimiento, ni la perseverancia en buenas obras o conductas sanas redime un alma. La fe de Cristo, el arrepentimiento para perdón de pecados, la preservación en las manos del Padre y del Hijo sí salvan.

La pregunta de ahora surge para que cada uno se examine: ¿Está usted bajo la ira de Dios? Si lo está, todavía no ha nacido de nuevo. Puede ser que al escuchar el mensaje límpido del evangelio oiga la voz del Padre que le instruye. Al aprender de Él será enviado a Jesucristo y todo ese proceso o acto viene a ser denominado como nuevo nacimiento. El creyente posee una doble naturaleza, la vieja carnal que le acompaña siempre y la del Espíritu que se ha injertado en él como garantía de la redención final. Esa parte sobrenatural no puede ser realizada por voluntad humana, sino de Dios. El creyente se gloría solamente en una sola cosa: en la cruz de Jesucristo (Gálatas 6:14). 

¿Qué representa la cruz de Cristo? La diferencia entre cielo e infierno, la redención de todo su pueblo que le fue entregado (Mateo 1:21; Juan 17:6,9; Efesios 1:4, 11). 

En épocas anteriores se atacó la persona de Jesucristo, con el alegato de que si era el hijo de Dios no podía ser consubstancial con el Padre. Se dijo por mucho tiempo que Jesucristo era solamente hombre a quien Dios llamó para una misión, si bien también se dejó entrever que algunos teólogos sostenían la idea de un hijo no eterno. Esas tesis fueron atacadas como herejías, fueron censurados sus promotores y seguidores. Hoy día todavía se sigue viendo como algo impropio el gnosticismo, cuyos promotores sostienen que Dios no puede hacerse materia ya que ésta está contaminada. Pese a la claridad que haya alcanzado la llamada cristiandad en nuestros días, respecto a la persona de Cristo, todavía hay algunos confesos que sostienen que el Espíritu Santo es una fuerza divina y no una persona. 

Pero quizás la herejía que ha pasado con más fuerza en nuestro tiempo viene a ser el ataque a la obra o trabajo de Jesucristo. En lugar de haber dado su vida por su pueblo, por su iglesia, por sus amigos, por las ovejas, el Jesús de hoy es promovido como el que murió por toda la humanidad, sin excepción. Esto lo sostienen muy a pesar de las palabras del propio Jesús, aquellas que fueron recogidas en el evangelio de Juan, capítulo 17, verso 9: No te ruego por el mundo. El arminianismo se ha colado entre la tubería del agua, para infestar a quienes de ella beben. La teología de Arminio galopa entre la cristiandad profesante de estos tiempos, dándole el fruto a Roma. El dios de Arminio se presenta más tolerante de la voluntad humana, respeta el libre albedrío de los seres humanos, se vuelve más justo al hacer popular el sacrificio de Cristo. 

Pero sucede que el evangelio de Cristo vino a pasar escondido en esas personas, ya que al parecer el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos para que no les brillase el evangelio de la gloria de Cristo, la imagen de Dios (2 Corintios 4:3-6). La Biblia resalta la importancia del entendimiento, de la comprensión de la doctrina de Jesucristo. En ninguno de sus espacios tolera el amor a Dios a expensas del conocimiento de Dios. Al contrario, desde el Antiguo Testamento se exclama que por su conocimiento salvaría o justificaría el siervo justo a muchos. Pablo le dice a Timoteo que se ocupe de la doctrina, pues ella conviene a la salvación. Jesús argumentaba que él enseñaba la doctrina de su Padre, mientras Juan escribió su sentencia lapidaria que dice: el que no habita en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo (2 Juan 1:9).

Conviene tener cuidado respecto a cuál Jesús está usted adorando o sirviendo. Resulta prudente examinarse a sí mismo para averiguar cuál Jesús tiene usted como Señor. Muchos falsos Cristos se han levantado por doquier, junto a falsos profetas y maestros de mentira. El Cristo que dio su vida por los réprobos en cuanto a fe no representa al Jesús de las Escrituras. La doctrina de la gracia yace en lo básico de la fe cristiana. Jesucristo la enseñó siempre pero la gente huía ante sus palabras duras de oír, así que muchos de los que habían sido sus discípulos se retiraron haciendo murmuraciones a la doctrina de Jesucristo (Juan 6). Esas personas no argumentaron que sus palabras correspondían a la alta teología de entonces y que para ellos resultaban incomprensibles, más bien la Escritura los señala a ellos como los que habiendo comprendido las palabras de Jesús pudieron juzgarlas como duras de oír. 

La confrontación entre el evangelio de Jesucristo y el evangelio del extraño ha de acontecer en nuestra vida. Esto se parece a la verdad frente a la mentira, al antagonismo entre el verdadero Dios y cualquier otro dios. Como alguien señaló sabiamente, nuestra lucha no se escenifica contra las ovejas sino contra el lobo. El Creador del universo lo es también del destino de cada quien, del acto de la elección que hiciera aún antes de que nosotros naciésemos. El Creador no tuvo que averiguar el futuro para tomar determinaciones en base a ese conocimiento, ya que siendo Omnisciente no necesita averiguar nada. Por otra parte, el futuro le viene a ser conocido por cuanto Él mismo lo hizo. La Escritura señala a Dios como el que mata y mantiene vivo, el que hiere y el que sana, el que tiene algo ceñido en sus manos y nadie puede liberar (Deuteronomio 32:39).  

Una rápida mirada al libro de Job serviría para aprender más sobre la soberanía divina. El Dios de Job destruye y nadie puede edificar, cierra la puerta contra alguien y nadie puede abrirla; golpea las aguas y las seca, con Él está la fuerza y la sabiduría. Tanto el engañado como el engañador son suyos; Él hace que el hombre sabio desvaríe y convierte en locos a los jueces. Libera y ata a los reyes, incluso les quita la razón a los ancianos. Él lleva la grandeza a las naciones y después las destruye (Job 12:14-25). Los salmos también hablan de la magnificencia divina, ubicándolo en los cielos, haciendo lo que le place (Salmo 115:3). En realidad, Jehová declara nuevas cosas y hace que ellas sucedan (Isaías 42:9).

Por igual es el Dios que habla en parábolas para que no le entiendan y permanezca escondido su consejo de quien quiere esconderlo (Juan 5:21). En los Hechos de los Apóstoles se relató que tantos como fueron apuntados para vida eterna creyeron. Esa es la razón por la cual al que ama a Dios todas las cosas le ayudan a bien, esto es, el que ha sido llamado de acuerdo al propósito divino. Si alguien ama a Dios lo hace porque ha sido amado primero por Dios, de lo contrario no puede amarlo. Así que a los que antes conoció (en el sentido bíblico del término conocer, el hecho de ser amado) también los predestinó para ser conformes a la imagen de Su Hijo, el primogénito entre muchos hermanos. Y esos predestinados son los llamados, los justificados, los glorificados (Romanos 8:28-30). El propósito de Dios de acuerdo a la elección permanece por el que llama, no por las obras de los llamados (A Jacob amé pero a Esaú odié -Romanos 9:11-24). 

Esta es la doctrina de Jesucristo donde el insensato no prevalecerá. 

César Paredes

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Tags: SOBERANÍA DE DIOS

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