Viernes, 30 de abril de 2021

Los que se quejan de que la Biblia hable de la predestinación alegan que Dios limita las posibilidades de salvación de la humanidad por tener su propio número de elegidos.  Sin embrago, la supuesta proposición de nuestro derecho a elegir no garantiza siquiera un alma salvada. La Escritura insiste en decirnos que no se trata de obras humanas sino de la gracia divina, que el derecho del Señor viene de jerarquía, que no depende de nosotros sino de Dios que tiene misericordia. El número exacto de los elegidos lo conoce Dios mismo, sin que pueda aumentar ni disminuir, así que no existe la posibilidad de salir a evangelizar para salvar a aquellos que el Padre no eligió.

Y si eligió a unos para vida eterna entonces también escogió los medios para alcanzarlos. Uno de esos mecanismos ineludibles consiste en la predicación del evangelio de Jesucristo, sin el cual no se podrá invocar a quien no se conoce (Romanos 8). El argumento de Pablo consiste en un sine qua non por lo que urge predicar el evangelio a toda criatura, de manera que las ovejas oigan la voz del Señor y lo sigan. Los elegidos de Dios están esparcidos entre toda lengua, tribu y nación de la tierra. Lo que le pertenece a Jehová por secreto queda en Él conocido, pero lo que nos ha sido revelado a nosotros permanece en las Escrituras (Deuteronomio 29:29). Si el evangelio se mantiene escondido, entre los que se pierden yace oculto. 

Todas las personas que el Padre le da al Hijo vendrán a él, de esta manera el Señor Jesucristo no rechaza a ninguno que haya sido enviado por el Padre (Juan 6:37). ¿Cuál es la voluntad del Padre? Que el Hijo no pierda nada de lo que le fue dado (Juan 6:39), así que tengamos reposo en esa palabra infalible, no en nuestra resistencia que puede debilitarse con el paso del tiempo.  Descansamos en la voluntad del buen pastor que dio su vida por las ovejas, no por los cabritos, ovejas que él conoce y que llegan a conocerlo a él. Por cierto, Jesús oró solamente por sus ovejas pero no quiso hacerlo por el mundo (Juan 17:9). ¿Puede usted preguntarse el por qué no quiso rogar por el mundo? Si al día siguiente iba a la cruz, lógico resulta entender que en ese lugar salvaría a su pueblo de todos sus pecados (Mateo 1:21). Resulta magnífico que el Señor conozca a los que son suyos, los cuales somos llamados a apartarnos de toda iniquidad. Y esos elegidos del Padre, sumados uno a uno, constituyen una multitud que el ser humano no puede contar (Apocalipsis 7:9). Se deduce que el Señor salvó a una gran multitud de personas que de otra forma no hubiese podido encontrar el favor del Padre a no ser porque así lo dispusiera desde la eternidad.

Cuidado con pensar en que la elección divina se fundamenta en los méritos previstos como si fuesen condiciones para que nos tomasen en cuenta. Dios no necesita conocer nada, ya que siendo Omnisciente lo sabe todo. Por esta razón no necesita aventurarse a mirar en los corredores del tiempo para averiguar si algún corazón humano lo desea. Al contrario, habiendo declarado que toda carne murió en sus delitos y pecados, que todos se apartaron por sus propios caminos, que no hay justo ni aún uno, que no hay quien busque a Dios, que el corazón humano está imbuido en la perdición y corrupción de su estado natural, mal pudiera basar su elección en los atributos de la humanidad. La gracia absoluta del Dios soberano hizo posible que hubiese elegidos, de lo contrario toda la humanidad habría perecido en su desgracia. 

Lo necio del mundo, lo que no es, lo más despreciado entre las naciones, escogió Dios para deshacer a lo que es. El Señor buscó a quienes no lo buscaron (Isaías 65:1), pero para acercarlos tuvo que cambiarles el corazón de piedra por uno de carne. De allí que los que mantienen el corazón perverso, más que todas las cosas, no han sido sometidos a la operación cardíaca de que hablara el profeta Ezequiel (36:26). Ellos continúan bajo la descripción de Jeremías (17:9), pero no han tenido el beneficio del nuevo nacimiento o de la circuncisión del corazón. El conocer bíblico muchas veces refiere al amor de Dios, como también al amor del hombre. Tal sería el caso de Adán de quien se dice que conoció de nuevo a su mujer Eva y tuvieron otro hijo. Jesucristo dirá a muchos de sus falsos seguidores que nunca los conoció, de manera que acá no se trata del sentido cognitivo del término. Un Dios Omnisciente no puede decir que nunca conoció a cierta gente, pero si el verbo usado implica una comunión íntima resulta legítima la expresión. Por tal razón se escribió en Romanos 8:29 que a los que antes Dios conoció también los predestinó, de manera que no cabe posibilidad alguna de suponer a un Dios que perdió su carácter omnisciente, como si indagase en el corazón humano para ver si consigue alguien que lo siga. Somos predestinados para ser conformes a la imagen de su Hijo, de manera que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 

Este conocimiento íntimo no lo tuvo con Esaú, a quien también conoció cognitivamente. De Esaú se ha escrito que fue odiado por Dios, no de acuerdo a sus obras buenas o malas sino según el propósito de quien hace todas las cosas según su propia voluntad (Romanos 9:11). La elección permanece no por las obras humanas sino por el que llama, el cual no es otro que Dios (Romanos 9:16). Precisamente, la falta de obras resulta en una característica propia del hombre natural, así que si nadie busca al verdadero Dios se puede decir con certeza que Dios fue hallado por aquellos que no lo buscaban, revelándoseles a aquéllos que no preguntaban por Él (Romanos 10:20). Ninguna carne puede jactarse en su presencia, como si alguna persona pudiera decirle a Dios que él tuvo el propósito de servirle, que él sí quiso aprovechar la oferta universal de salvación. Esa sola idea resulta una jactancia que se contrapone con el propósito de la elección: a fin de que ninguna carne se jacte en su presencia (1 Corintios 1:29). La gloria humana ha sido manchada, no solamente la gloria que un ser humano pueda tener entre sus semejantes, sino la supuesta gloria espiritual de los hombres de religión. Si ninguna carne se puede jactar en la presencia de Dios, quiere decir que todo lo referente a la elección, incluyendo las buenas obras que hagamos como consecuencia de ella, nada de eso se nos computa a favor de que pudiésemos siquiera imaginar algún atributo positivo que nos hiciera dignos del Altísimo. 

La gracia soberana de Dios y su placer perpetuo fueron lo que ocasionaron que fuésemos elegidos. Fuimos elegidos de acuerdo al propósito de aquél que hace todas las cosas según le parece (Efesios 1:11), del que nos salvó y llamó con llamamiento santo, no de acuerdo a nuestras obras sino de acuerdo a su propio propósito y gracia, la cual nos fue dada a nosotros en Cristo Jesús antes de los tiempos (2 Timoteo 1:9). En la eternidad pasada (si así pudiera hablarse del tiempo), Dios Padre hizo un pacto con Dios Hijo, preparándole un pueblo particular para que fuera redimido de sus pecados y de toda culpa, en virtud del sacrificio en el martirio de la cruz, al derramar su sangre que limpia de toda maldad. Un Dios infinitamente justo debía implantar un castigo infinito sobre la impiedad humana, pero una expiación de un Ser infinito y justo se convertiría en la justicia aceptable. 

De David se dijo que era un varón conforme al corazón de Dios, añadiéndose que el Cristo vendría de su linaje. De ese linaje precioso se canta y se enseña en el Salmo 89, el cual vale la pena leerlo y repensarlo. Ese salmo se presenta como un tratado de gracia, un pacto de promesas; concierne por igual a la misericordia y fidelidad del Dios de Jacob. Trata del Mesías y su semilla, su iglesia, el conjunto de todo su pueblo; allí se narra la durabilidad de tal pacto, de la estabilidad que tenemos todos sus beneficiarios. David como un tipo del Cristo que vendría tendría simiente, hijos, los cuales durarían por siempre. De ellos se dice que si olvidaren la ley del Señor y no caminasen en sus estatutos, serían duramente castigados (Salmo 89:30-32), pero de todas formas el Señor no quitaría su tierno amor de ellos, ya que no permitiría que su fidelidad fallara (Salmo 89:33). Y esa declaración viene seguida de otra que anuncia que no olvidará su pacto, ni mudará lo que ha salido de sus labios (Salmo 89:34), continuada, además, del juramento que no quebrantará (Salmo 89:35). 

El número de los elegidos equivale al número de los redimidos por el Hijo. El siervo justo justificará a todos ellos por su conocimiento (Isaias 53:11), obteniendo una porción con los grandes por haber puesto su alma hasta la muerte, habiendo él llevado el pecado de muchos (Mateo 1:21; Isaias 53:12), habiendo orado por los transgresores. Nuestra herencia no proviene por la vía de la ley, así que no puede anularse por la ley; nuestra herencia proviene de Dios cuando le hizo la promesa a Abraham (Gálatas 3:18). Abraham le creyó a Dios y le fue contado por justicia, así que nosotros también le creemos a Dios que hizo un pacto con su Hijo y creemos en el Hijo enviado a expiar todos los pecados de su pueblo (Mateo 1:21). Por esta razón tenemos la certeza de la vida eterna, no porque pongamos obra como garantía sino por la gracia que nos ha obsequiado como prueba de la redención final al Espíritu Santo. ¿Y quiénes somos los elegidos? Somos linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, para que anunciemos las virtudes de aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9).

César Paredes

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Tags: SOBERANÍA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 15:24
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