Jueves, 08 de abril de 2021

Lo que se ha escrito de la perseverancia de los santos, que no es más que perseverar hasta el final, viene a demostrar que significa algo mayor que un esfuerzo humano. Si bien el hombre actúa, Jehová ha colocado el querer como el hacer; de esta forma, la preservación en las manos del Hijo y del Padre se prueba por la doctrina de Jesucristo guardada en el corazón y confesada con la lengua. El árbol bueno dará siempre un fruto bueno, mientras el árbol malo será distinguido por su mal fruto. Estos resultados y causas no se pueden cruzar, como una oveja jamás se convertirá en cabrito ni una cabra en oveja. Jacob y Esaú tienen sus líneas trazadas desde la eternidad, así que los vasos de misericordia lo serán por siempre, mientras los vasos de ira recibirán la justa retribución del Creador.

Los militantes del otro evangelio persuaden al público con la repetición de sus falacias. Su principal argumento contra la gracia apunta a sugerir que la predestinación junto con sus anexos aparta la mente de los hombres de toda piedad y debida religión. Sostienen que asumir la elección incondicional hecha por el Hacedor de todo cuanto existe refleja el adormecimiento del alma humana, por causa del opio de Satanás. Aseguran que la moral y buenas costumbres decaen porque el creyente al encontrarse seguro de su salvación eterna abandona su compromiso con el Señor y el evangelio. Afirman por igual que al asumir que Dios condenó a Esaú aún antes de hacer bien o mal, antes de ser concebido, lo señala como un Tirano, algo peor que un diablo. 

La objeción aparece denunciada en la Escritura, en Romanos 9. El objetor levantado por el apóstol pone de manifiesto que tal Dios se presenta como injusto, sin moral alguna para condenar a alguien que no puede resistirse a Su voluntad. Cierto resulta que Esaú no procuró en ningún momento su aprecio por la primogenitura, pero cierto resulta por igual que seguía su destino trazado. El Dios de la Biblia se manifiesta como soberano absoluto en todos los renglones de la existencia humana y de su universo creado. Él hace como quiere, anuncia la Escritura, no tiene quien le diga: Epa, ¿qué haces? Dios no responde ante nadie, mientras sus criaturas le deben un juicio de rendición de cuentas por sus transgresiones naturales. Vemos que Esaú llevó la vida de un profano, de alguien a quien Dios no ha llamado eficazmente. En cambio, Jacob, a pesar de sus pecados, se condujo en el sendero de la piedad, guiado por el Espíritu del Señor. 

El apóstol Pablo nos ha dictado la pauta en Romanos 7, cuando se declara miserable por hacer lo malo que no quiere y por no hacer lo bueno que desea hacer. Descubre la existencia de una ley en sus miembros que lo domina, la ley del pecado; su vieja naturaleza lucha contra la nueva, pero agradece a Jesucristo por su liberación. El creyente elegido por Dios jamás abandonará su batalla contra el pecado, pero reconoce que está preservado en las manos de Jesucristo y del Padre. Sabe que nadie podrá arrebatarlo de ese lugar seguro, aunque caiga siete veces, aunque cometa los errores que aborrece. Sabe, además, que no puede vivir en el pecado (Romanos 6). El problema de los fariseos parece identificarse con el de los que militan en el falso evangelio. Su sostén radica en su fuerza de voluntad, en su lucha personalísima contra el pecado, a través de conductas y normas con las cuales pretenden sustituir la justicia de Dios.  Al parecer, la justificación en Cristo no les resulta suficiente, pero por no por causa intrínseca en tal justicia sino porque no la han recibido.

¿Cómo puede recibirse lo que no ha sido dado? El evangelio no resulta en una oferta de salvación universal, más bien se presenta como la buena noticia para los elegidos del Padre. ¿Quiénes son tales elegidos? No tenemos una lista para decirlo, pero existe el buen fruto del árbol bueno para demostrar quién ha sido regenerado. De la abundancia del corazón habla la boca, así que todo aquel que confiesa la doctrina de Cristo de su corazón lo hace. Los que apenas viven la religión como apariencia de piedad, sienten que estas palabras son duras de oír. Ellos murmuran contra el evangelio del Señor, dando cuenta de que no pertenecen a la verdad. La reprobación manifiesta la incredulidad y la impiedad humana, pero descubre por igual la naturaleza de la masa contaminada. Sin embargo, Dios así tuvo a bien crear su universo humano, con el fin de glorificar a Su Hijo como el Redentor de su pueblo. 

La parábola del sembrador exhibe a un gran grupo de personas que creen por algún tiempo, los que recibieron la semilla en un suelo de piedras (el corazón de piedra), mientras existe otro conjunto de seres humanos cuya creencia permanece por siempre. Estos últimos han recibido la semilla en corazones de carne (de acuerdo a la regeneración de que hablara el profeta Ezequiel). Un evangelio sin raíz significa un evangelio extraño, maldito, propio de los falsos maestros que se gozan en la falsa doctrina. Si siglos atrás los herejes atacaron la persona de Jesucristo, diciendo que no era coeterno con el Padre, ahora en nuestro tiempo se ataca el trabajo del Hijo de Dios. Se dice que Jesucristo no hizo su trabajo completo, sino que al morir por todos los hombres por igual dejó inconclusa su obra, a la espera de que el ser humano decida libremente si lo sigue o lo rechaza. Como si Esaú hubiese podido tomar otro camino distinto a la venta de su primogenitura, como si Dios no decidiese nunca el destino final de sus vasos creados. 

Afirmar tales desaciertos significa que la palabra de Dios fue escrita en vano, algo que puede torcerse para ajustar la teología del profeta extraño, para suavizar las palabras de Jesús y hacerlas más audibles. Los creyentes del falso evangelio declaran que las palabras de Jesús son suaves de oír, que todos las pueden escuchar. Aseguran que Pablo no quiso decir lo que dijo, que el verbo odiar en la Biblia significa amar menos. En fin, los que tuercen las Escrituras para su propia perdición aseguran que si la predestinación existe lo será en virtud de que Dios vio por adelantado quiénes le habrían de recibir. Pero tal aseveración demuestra una carencia de lógica, ya que si algo se muestra seguro y firme en el objeto no hay que predestinarlo para nada. Solamente bastaría con dejarlo seguir su curso cierto e infalible.

Por otro lado, un Dios que debe averiguar el futuro en los actos de sus criaturas se muestra como un Dios que no es Omnisciente. Además, tal Dios tendría mucha suerte en sus profecías que dependerían de los corazones volubles de sus criaturas humanas para que pudieran cumplirse. Por otro lado, la misma redención hecha por Jesucristo hubiese sido un acto previsto en la historia humana, como algo que se dio porque el corazón humano lo deseó y Dios lo averiguó. 

El evangelio de Cristo enseña que su doctrina ha de recibirse como fruto de haber creído con llamamiento eficaz. Juan nos dice que el que no habita en la doctrina de Jesucristo no tiene ni al Padre ni al Hijo. ¿Cómo podrá tener al Espíritu? Ese evangelio nos asegura que hemos sido nacidos de nuevo no por medio de una semilla perecedera sino por la semilla incorruptible del Señor (1 Pedro 1:23). De allí que jamás se perderá un creyente elegido del Padre, el cual lo guardará y preservará en sus propias manos. La oración que el Señor hizo por Pedro la hace por cada uno de sus hijos, cuando le dijo al apóstol que había orado por él para que su fe no fallase (Lucas22:32). El Señor también oró por todos aquellos que creeríamos por la palabra heredada de sus apóstoles (Juan 17: 11,15,20). 

Perseverar en la gracia implica perseverar en la verdad, pero ambas acciones se desprenden de la preservación que el Dios del cielo hace de cada uno de sus hijos, a los cuales prometió no perder. En esa seguridad habita el creyente, bajo la certeza del gozo pleno en nuestro tránsito hacia la patria celestial, en donde tenemos la ciudadanía eterna. No por nuestros méritos sino por la justicia del Hijo, levantándonos una y otra vez del pecado por la acción del Espíritu Santo, por la autoridad de Jesucristo y por la gracia del Padre. Siete veces caerá el justo, pero siete veces Jehová sostiene su mano y lo levanta.

César Paredes

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Tags: SOBERANÍA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 7:13
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