Lunes, 05 de abril de 2021

Estrecho es el camino que lleva a la vida, un dicho de quien afirmó de sí mismo que era el Camino. Esa frase de Jesús se une a su doctrina, el cuerpo de enseñanzas que vino a traer a esta tierra, en relación con la promesa divina de enviar un Salvador. Nadie puede ir a Jesús si el Padre no lo lleva, para que sea resucitado en el día postrero. Nadie arrebatará de sus manos a ninguna de sus ovejas, ni de las manos del Padre. Hay un sin fin de promesas alentadoras para el creyente, pero el camino por donde ha de andar sigue siendo estrecho.

El mundo con sus afanes, sus deleites y tentaciones, ofrece un sinnúmero de atractivos y distracciones sin igual, con la finalidad de incomodar el andar del creyente. Esa es la razón de la estrechez del camino, de lo incómodo de sus riscos, de las ranuras de la tierra que habrá de pisarse. Un camino angosto resulta incómodo para transitarlo junto a otra persona a la vez, así que el creyente debe acostumbrarse a la soledad humana, teniendo por compañía segura la de Jesucristo su Maestro y amigo. Por supuesto que toda esta narrativa pareciera una locura, el hecho de suponer que uno anda en la verdad mientras los otros se mueven en la mentira. Pero el camino del mundo está pavimentado de atractivos, donde el jolgorio pareciera ser el pan cotidiano de los que viven un ensueño.

Nos regocijamos en el polvo del camino donde somos humillados, donde nuestra carne se va muriendo para dar paso a la vivacidad del espíritu. Dos evangelios se enfrentan día a día, el evangelio de Jesucristo y el otro evangelio. Ese otro luce muy diferente, aunque en ocasiones pareciera confundir a los más avezados debido a la similitud que ofrecen en materia general. Se habla del mismo Dios de las Escrituras, se repiten párrafos enteros de la Biblia, se cantan los salmos y los cánticos espirituales, pero en el corazón llevan anclado un dios que no puede salvar. El fruto que abunda en el alma se confiesa con la boca, para demostrar la doctrina que se ha creído. El ocuparse de la doctrina puede salvar un alma, ayudar a muchos, según las palabras de Pablo a Timoteo. El que no habita en la doctrina de Cristo no tiene ni al Padre ni al Hijo, tampoco tendrá al Espíritu que es dado como garantía de la redención final (Juan).

Los idólatras demuestran que no han sido regenerados, ellos añaden su propia justicia de obras a la justicia de Dios, como si les ayudase un poco a salir de sus angustias religiosas. Los enemigos del evangelio se han acostumbrado a caminar paralelamente al sendero angosto, pero andan por veredas cómodas, con la bandera de la prosperidad como señal de que han creído. No tienen congojas por su muerte, alcanzan con creces los deseos de su corazón, su lengua pasea la tierra y se jactan de ser oídos en el cielo. El Señor se reirá de ellos porque ve que les viene su día en que serán menospreciados, a los cuales también les será dicho que nunca fueron conocidos por Dios.

En la época del profeta Elías, multitudes de Israel doblaban sus rodillas ante los baales; en la época del apóstol Pablo lo siguieron haciendo, colocando justicia propia en reemplazo de la justicia divina que es Jesucristo. Hoy día, la gran mayoría de las sinagogas denominadas cristianas sirven a los baales modernos. Ellos ponen carne por su apoyo, descansan en su religión de unidad, abaratada para que sea accesible a las multitudes. Con razón necesitan un camino ancho y cómodo para que sus fieles se sientan a resguardo. Pero ay de aquel que predica paz cuando no la hay, ay de aquel que dice que es segura aquella vía que conduce a la muerte.

El Dios de las Escrituras se reservó siete mil hombres que no doblaron la rodilla ante Baal, lo mismo que ha hecho en la época apostólica y sigue haciendo hoy día. Tal vez el número varíe en cuanto la humanidad crece en tamaño, pero la proporción abruma. Somos la manada pequeña a quien el Padre ha placido darle el reino, porque solamente los escogidos de Dios alcanzan lo que los religiosos del camino ancho pretenden (Romanos 11:7). El camino angosto implica vivir en la doctrina de Jesucristo, así como andar en su ética. Amar a los enemigos, hacer bien a los que nos maldicen, airarse sin pecar por la ira, que no se ponga el sol sobre nuestro enojo. También supone pensar en todo lo bueno, en lo que tenga alguna virtud, sin darle cabida a los malos pensamientos que el mundo enseña.

El mundo vive en su angustia, con temor por los mandatarios déspotas, por las enfermedades que conducen a la muerte, mientras al creyente se le exige que lleve todo en oración ante el Señor. Hay dos tipos de paz, la que el mundo ofrece y da a los suyos y la que Cristo entrega a sus escogidos que han llegado a creer. La paz del mundo se obtiene al confiar en los bienes terrenales, en las satisfacciones de la carne, en el acudir a los hechiceros para que ofrezcan esperanza. La esperanza en Cristo no avergüenza, por cuanto él es el autor y consumador de a fe; sin esa fe es imposible agradar a Dios. Los demonios creen y tiemblan, pero no tienen la fe que da Jesucristo; el mundo tampoco tiene esa fe, la cual es un don de Dios (Efesios 2:8).

Satanás imita cualquier señal, como lo hizo con Moisés en Egipto ante el Faraón. El mundo nos predica que lo que nos acontece proviene del universo, como si tuviese vida propia y nos condujese por el camino de la vida. Las voces del cuerpo claman por la gratificación de la carne, la que a veces nos conduce a la ilegalidad y a la ofensa a nuestros semejantes. Las opiniones de muchas personas pueden ser nuestra guía, de acuerdo con sus argumentos de falsa autoridad. La falsamente llamada ciencia también nos habla de creencias para que pongamos nuestra confianza en la mentira de Satanás. La Biblia nos pregona que el que cree no se apresure, mientras Satanás nos enseña la prisa. De esta manera, el mundo desespera, mientras todo creyente que siente envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos, puede incurrir en el tormento. La única salida para el creyente está en la entrada hacia el Santuario del Señor. En la cámara secreta hallamos solaz para nuestra alma, comprenderemos el final terrible de los impíos, entenderemos el plan de Dios para nuestras vidas declarado en las Escrituras.

Un día a la vez porque una oración a la vez, no podemos orar por mañana o por pasado mañana, como si con ello pudiésemos vivir dos días sin oración. Basta a cada día su afán, pero en cada momento debemos examinarlo todo y retener lo bueno (1 Tesalonicenses 5:21). Las ovejas del Señor oímos su voz y no la de los extraños; esa voz es bíblica y justa, providencial y razonable. Dios no coloca en la mente de sus hijos un deseo irrealizable o sin providencia, por lo cual conviene escudriñar las Escrituras para que desaparezcan las sensaciones que el maligno nos hace llegar a través de los que moran en el mundo. Existen las doctrinas de demonios, pero también está la doctrina de Jesucristo. ¿A cuál seguiremos? No podemos seguir la doctrina divina si no la conocemos, así que el hábito de examinar las Escrituras debería ser una pasión en la vida cristiana. Dios nos ofrece su providencia, pero nos dio el Espíritu Santo para que nos oriente y guíe a toda verdad. No puede haber contradicción alguna entre el Espíritu y la palabra de Dios, como tampoco puede haber contradicción entre el mandato divino y su providencia.

En el camino angosto encontramos solaz, dado que el Espíritu que mora en nosotros no nos guía jamás en forma contraria a la palabra del Señor; pero esa palabra, junto con el Espíritu, tampoco estarán en conflicto con la providencia de Dios. A partir de esta realidad podemos decir con Pablo que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, siempre que veamos que Dios provee para lo que ha colocado en nuestros corazones: el querer como el hacer, por su buena voluntad. Si Jesucristo es el Logos eterno e inmutable, la razón pura, no nos indicará jamás ni nunca el que hagamos algo irracional. Aún la fe ha de ser razonada, porque no se lanzó el Señor al precipicio como para tentar al Padre. Los frutos de la gracia que regenera van ligados al camino angosto, se recogen en el andar, se producen como reflejo de la palabra aprendida. La dureza del camino la reseñó Pedro cuando dijo que el justo con dificultad se salva (1 Pedro 4:17-19); aunque seamos elegidos la dificultad de andar en la senda angosta no la podemos evitar. De igual manera se hace necesario que entremos al reino de los cielos a través de muchas tribulaciones (Hechos 14:22).

Recordemos siempre que fuimos llamados la manada pequeña, pero igualmente somos las joyas de Dios (Malaquías 3:17). Vamos como extranjeros y peregrinos en este mundo al que no pertenecemos, teniendo una ciudadanía en los cielos donde anhelamos estar. Cuán grande amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios, de sangre real, aunque seamos pocos frente a los millones que transitan por el camino ancho. El mundo como Caín trató a Abel nos asedia, procura nuestra muerte espiritual, logrando en ocasiones que seamos entregados a la muerte física de martirio. Solamente Noé fue salvado del desastre, junto a su familia; esa proporción nos deja perplejos si examinamos al mundo que pereció bajo las aguas.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 6:22
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