Domingo, 04 de abril de 2021

Aunque la teología se haya planteado que Adán tuvo libertad de elección, un examen de la simple lectura de la Biblia refuta tal creencia. Dice Pedro en su Primera Carta que el Cordero de Dios estuvo preparado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:21). Imaginemos por un momento que Adán hubiese podido elegir no pecar, huir de la serpiente, pedir auxilio del Creador. Si Adán no hubiese caído ante la tentación, el Cordero preparado hubiese sido inútilmente preparado, Dios habría tenido a tal Cordero como un simple as bajo la manga. Por otro lado, las potestades espirituales creadas habrían valorado tal acto del Creador como una vacilación de su Omnisciencia, si Dios no diera seguridad como lo dice la Escritura. En realidad, el Dios de la Biblia es un Sí y un Amén, sin que haya en Él sombra de variación. Adán hubiese sido el padre de la humanidad que habría robado la gloria del Hijo de Dios, gloria preparada para resaltar su papel como el Redentor de su pueblo. El sacrificio del Hijo no habría sido necesario y todos honraríamos a nuestro padre Adán, antes que al Unigénito Hijo de Dios. De allí que lo que muchos teólogos suponen como libre albedrío en el primer hombre creado no es más que un intento solapado de exculpar al Creador por haber dado paso al pecado en la humanidad.

Cierto es que el ser humano no puede inquirir las cosas ocultas de Dios, pero nuestra incapacidad no desdice del plan divino. La predestinación que Dios ha hecho de la humanidad, al haber escogido a un pueblo para Sí mismo, no invalida la responsabilidad humana. Pero nunca se podrá hablar de libre albedrío humano, como si el hombre tuviese alguna oportunidad de resistir la voluntad divina. La predestinación de Dios puede ser secreta, en tanto Él la conoce y no nos ha dado una lista de predestinados. El evangelio es anunciado a todo aquel que lo oye, mientras la humanidad como conjunto puede valorar si el mensaje le atañe o le resulta en habladuría religiosa. El que el ser humano estime como nada la palabra del evangelio se muestra como un síntoma de andar perdido. Sin embargo, el hombre no puede afirmar en esta vida sino que anda sin luz en el mundo, siempre que no haya sido llamado por Jesucristo. El ladrón en la cruz nos da la prueba de que la vida como don preciado se estima útil hasta el último minuto de existencia. Si bien el ladrón arrepentido para perdón de pecados supo que había sido llamado eficazmente de las tinieblas a la luz en los postreros respiros de vida, no implica que sea la norma en que todos los elegidos del Padre sean llamados en ese momento final. También vemos que miles de personas han escuchado tal llamado desde temprana edad, incluso Juan el Bautista lo supo desde el vientre de su madre.

Lo que sí se muestra como constante se refiere a la gloria de Jesucristo y del Padre, la gloria de Dios en general, para que cada redimido lo sea porque así fue decretado desde los siglos. Un acto de misericordia alcanza a cada persona llamada eficazmente, de acuerdo a lo que el Espíritu Divino hace según lo que desde la eternidad ha sido determinado. Nuestro llamado se hace para que vivamos con piedad, en la imitación de la vida de Jesucristo. La decisión que tomamos en favor del evangelio se produce como parte de la conversión, y la conversión solamente llega después del nacimiento de lo alto. Así que el tal libre albedrío humano es una quimera, un sueño fantasioso de los teólogos heréticos, como herético fue Pelagio su inspirador, ya que la decisión pertenece de principio a fin al Dios Todopoderoso. El razonamiento del objetor levantado en Romanos 9, una figura retórica de Pablo para la comprensión lectora, demuestra con creces su robustez lógica. Su queja se levanta contra la imposibilidad de Esaú para seguir un orden diferente al que le fue impuesto por su Creador: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? ¿Habrá injusticia en Dios? ¿Cómo puede alguien resistirse a la voluntad de Dios? Recordemos que esa queja del objetor se da como una consecuencia de la razón natural al comprender el razonamiento de Pablo. Dios amó a Jacob pero odió a Esaú, sin mirar en sus obras buenas o malas, aún antes de que fueran concebidos. Así expuesto el planteamiento, Pablo deja la evidencia con nosotros en cuanto a la soberanía absoluta de Dios en materia de la elección, lo cual sepulta cualquier atisbo de esperanza en el libre albedrío humano. El hombre natural pretende juzgar las cosas de arriba como si fuesen sujetas al parámetro de lo de abajo.

En la historia del Derecho se observa que para que exista el dolo se hace necesaria la libertad de acción del criminal, de lo contrario apenas se podría hablar de responsabilidad en ciertos ámbitos civiles (como sería el caso de los asuntos de Tránsito). De verdad que Dios causó la caída de Adán, no porque fuese un Dios malévolo o tentador, como se infiere del razonar del objetor de Romanos 9, sino en virtud del deseo de demostrar su poder, ira, justicia y misericordia, junto al amor y a la gracia (véase Romanos 9:18-23). El impío demuestra que ha sido creado para resaltar el amor divino en sus elegidos. Su herencia la tendrán los justos, mientras su pecado que lo hace en abundancia sin el menor remordimiento las más de las veces. Así que no podrá decir jamás que será castigado injustamente, pero lo que de seguro podemos afirmar es que el amor divino ha sido enorme para Jacob y todos los que hemos sido escogidos de acuerdo a la promesa de la Simiente dada en Isaac. Los enemigos de Dios son los enemigos de su pueblo, ellos nos llevan a la fuerza a buscar el refugio en nuestro Creador, para morar bajo la sombra de su Omnipotencia. Mucha gente odia la sola idea de la Omnipotencia de Dios, el hecho de su soberanía absoluta en todo cuanto acontece, incluso en materia de predestinación. La gente que odia la soberanía absoluta de Dios, pero que desea permanecer en una religión que lo lleve a la estima del amor divino, se inclina por el pacto de buenas obras. Ellos suponen que a Adán le faltó un poquito de resistencia para vencer la tentación de la serpiente, así que su descendencia tendrá la capacidad de vencer porque Cristo se mostró como ejemplo. Aseguran que ya Jesucristo hizo todo lo que tuvo que hacer en la cruz, dejando a los muertos en delitos y pecados con el encargo de hacer su tarea. En realidad, para este tipo de teología, Jesucristo no salvó a nadie en particular sino que hizo posible la salvación para todos los seres humanos. Suponen que lo que existe en esa proposición resulta apenas en una pequeña diferencia de criterio. Unos creen en que Jesucristo los representó en la cruz mientras otros sostienen que hizo posible la salvación para cada criatura. Que esa diferencia de criterio ni salva ni condena, solamente pone toda la responsabilidad del destino final en los seres humanos. Esa asunción resulta ilusoria, ya que un muerto en delitos y pecados necesita nacer de lo alto para entrar al reino de los cielos. Esa operación depende del Espíritu de Dios y no de voluntad humana, como lo dijo Jesús frente a Nicodemo. Por otro lado, asumir que el trabajo de Cristo en la cruz pudiera resultar vano en los que se pierden hace a Dios un perdedor que merece el monumento del infierno. Efesios 3:11 nos asegura que hubo un propósito eterno que Dios hizo en Cristo Jesús, propósito que incluye la herencia de haber sido predestinados conforme al objetivo del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad (Efesios 1:11). Por esa razón el niño por nacer debía llevar un nombre específico (Jesús, que significa Jehová salva), de acuerdo al propósito de su venida a este mundo: Salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). No tenemos libre albedrío al ser predestinados, no la tuvo Esaú al ser creado como vaso de deshonra, pero todos somos responsables precisamente por nuestra falta de libertad o independencia de quien nos ha creado. El alfarero y su derecho sobre el barro se corresponden, al igual que nos recuerda que no somos nada más que polvo moldeado para honra o destrucción, pero que nuestra querella contra el Hacedor resulta inútil, vana y demostrativa de nuestra falencia. Humillémonos ante la presencia de Dios para encontrar la exaltación en el debido tiempo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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