Una patética fórmula que se llama arminianismo funge como doctrina de la mayor parte de la iglesia protestante. Resulta lamentable que la mentira sembrada por los jesuitas, por intermedio de Jacobo Arminio, ante los creyentes de Ginebra, haya generado tanta discordia en las ovejas que pertenecen al Buen Pastor. En realidad, lo que hay es zozobra, ya que ni una sola de las ovejas propias del Pastor se irán jamás tras el extraño. Por más que el maligno intente engañar a los escogidos, ni uno de ellos será llevado por la malicia de Satanás. Entonces, ¿por qué preocuparnos por la enseñanza del arminianismo? Nos preocupamos porque es un evangelio maldito, salido del pozo del abismo, bajo inspiración jesuita. Ese es un evangelio humanista, que deja a Jesucristo como alguien que hizo su trabajo pero que no es eficaz hasta que la criatura acepte. Una criatura que está muerta en delitos y pecados, pero a la que le atribuyen la cualidad del libre albedrío. Esa falsa enseñanza hace que los que se dedican a adorar al verdadero Dios, a través del verdadero evangelio, tengan que estar a cada rato dando explicaciones de por qué creen de esa manera y no de la manera arminiana. Preocupa porque los arminianos se van apoderando de los espacios donde están las ovejas del Señor. Las cabras invaden el aprisco y dan cabezazos que desesperan a las ovejas. Además, hemos de hacer las denuncias pertinentes ante los extraños, los que pregonan fábulas de acuerdo a los oidores. Los que alegan creer proclaman que han nacido de nuevo. Algunos le piden a su dios que inscriba sus nombres en el libro de la vida. Incluso enseñan a otros a nacer de nuevo, así como otros de su misma especie intentan enseñar a hablar en lenguas. Los que sabemos en quién hemos creído, tenemos el Espíritu de Dios que nos lleva a toda verdad. Ese mismo Espíritu, por la palabra divina que habita en nosotros, impide que confesemos un falso evangelio. Eso fue lo que enseñó Jesús, cuando dijo que en tanto Buen Pastor sería seguido por las ovejas, las cuales no seguirían jamás al extraño, ya que desconocen su voz (Juan 10:1-5). Nadie puede nacer de nuevo si no es por voluntad divina, de arriba. De acuerdo a lo que Jesucristo dijo, en Juan 3:3, sabemos que el nacimiento de arriba depende solamente de Dios. Y en Juan 1, verso 13, está escrito de los que nacen de nuevo: los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Vemos que la mentira del libre albedrío resulta impotente para nacer de nuevo, así que los teólogos de los extraños levantan argumentos para justificar sus posturas. Dicen que Dios se despoja voluntariamente de su soberanía ante la criatura, para que ésta decida libremente si desea o no desea seguir a Cristo. ¿Cómo puede un muerto en delitos y pecados engendrarse a sí mismo y salir a la vida? (Efesios 2:1). En esta teología impera la norma de la casilla vacía. No hay una casilla vacía, ya que allí donde antes hubo agua ahora hay aire, así que, si Dios no tiene soberanía sobre la salvación y condenación de los hombres, son los seres humanos los que llenan esa casilla de la soberanía. Ahora el hombre ha llegado a ser como Dios (de acuerdo a la promesa satánica del Génesis), decidiendo su propio destino. Dicen que Dios votó a favor de la criatura, el diablo lo hizo en contra, pero cada quien tiene la oportunidad de votar para su propio beneficio. De esta manera confeccionan un dios que les parece más justo que el de las Escrituras. Claro está, su teología la acomodan con textos fuera de contexto. Aceptar que Dios amó a Jacob desde antes de la fundación del mundo, sin tener en cuenta sus obras (buenas o malas), parece algo injusto. Pero decir que Dios odió a Esaú aún antes de la fundación del mundo (antes de que hiciera obras buenas o malas) suena demasiado injusto. Ese Dios espanta, parece un tirano (en palabras de John Wesley), sería un Dios terrible ante el cual el alma humana debe manifestarse en contra (como en alguna medida lo hizo Spurgeon). Spurgeon -llamado el príncipe de los predicadores- defendía la doctrina de la gracia, pero cuando tocó el tema de Esaú declaró que él se había perdido por su propia cuenta. Dijo que Dios no tuvo nada que ver con el destino de Esaú, así que profirió palabras en contra de todo aquel que coloque la sangre del alma de Esaú a los pies de Dios. Bien, sus palabras sean la prueba de lo que quería: mi alma se rebela contra esa idea (Véase el Sermón titulado: Jacob y Esaú).
Un lector normal podrá entender que la Escritura es muy clara cuando habla de estos gemelos, de su destino prefijado por Dios aún antes de que ellos hubieran nacido (Romanos 9:11-13). Sabrá igualmente que la objeción no hubiese aparecido si Esaú no hubiese sido odiado por Dios, antes de hacer obra alguna. El objetor levantado por Pablo corrobora la tesis expuesta, de otra manera no tendría ningún sentido que protestara contra la injusticia de Dios. El mismo Spurgeon, que habló tanto en contra del arminianismo, aseguró que John Wesley (consagrado arminiano) sería la persona ideal para suplir a alguno de los doce apóstoles. Agregó que nadie sería digno de desatar su calzado de Wesley. Vemos que el infernal arminianismo toca muy sutilmente todos los recodos por donde pasan las aguas del evangelio. De esa manera mina y pervierte la fe, así que las ovejas deben huir de la Babilonia creada por las cabras que vienen siempre en nombre del extraño. El evangelio de Arminio es inclusivo, humanista, democrático, amplio y flexible, de tal forma que son muchos los que hallan acomodo en sus atrios. El arminianismo es un eslabón filosófico que gratifica la mente humana que vive todavía en sus delitos y pecados. Al hombre natural le gusta que le propongan una salida existencial donde él no tenga nada que perder, menos su libertad supuesta y halagada. La libertad de elección pertenece al Creador, no a la criatura. Dios no tiene límites y puede decidir como quiera, pero el ser humano es limitado, lo cual presupone una restricción a la supuesta libertad. El que el ser humano ignore lo que lo limita, no implica que por la vía de la ignorancia se haga libre. Si una persona recibe a Cristo no quiere decir que lo haya hecho por su libertad de elección, más bien diremos que una serie de factores intervinieron para hacer su salvación posible. Y ya la Escritura ha hablado al respecto, que no puede la voluntad de varón, de sangre o de carne, hacer que una criatura nazca de nuevo. Si la voluntad humana cede ante la divina, no lo hace por acto propio, ya que estando el ser humano muerto y con odio contra el Creador no podría jamás comprender las cosas espirituales del Señor.
Entonces la gente se levanta airada ante este argumento, pero nada novedoso acontece. Ya lo hizo el objetor presentado en Romanos 9, diciéndonos que por qué razón Dios inculpa al pobre de Esaú, ya que éste no pudo resistirse a la voluntad del Todopoderoso. Esaú tuvo que despreciar su primogenitura, cambiarla por un plato de lentejas, simplemente porque fue odiado por su Creador. La respuesta de la Escritura se da de inmediato: la olla de barro no puede altercar contra su alfarero, más bien el Creador tiene potestad de tener misericordia de quien Él quiere tenerla, pero igualmente tiene la potestad de endurecer a quien quiera endurecer. Dura cosa es esta teología, pero es la teología de Dios. Esa es su propia definición de quién es Él, de cómo es Él. Cuando la criatura es apretada en ese sentido, suelen ocurrir dos de muchas reacciones: 1) se rebela y huye murmurando de su Creador; 2) se humilla y cae de rodillas ante su Hacedor. Lo segundo proviene de un corazón que ha sido transformado por su Creador, si bien lo primero revela que el corazón de piedra no ha sido quitado del hombre natural. El arminianismo, en cambio, es una teología de las obras sobre la fe y la gracia. El arminiano está alabando a un dios falso, a un ídolo. Un ídolo es un dios que no puede salvar, una imagen mental de lo que debería ser Dios para el hombre natural. El Dios de la Biblia está en los cielos, todo lo que quiso ha hecho (Salmo 115:3), es, además, un Dios justo y Salvador (Isaías 45:21). El Dios de las Escrituras salva y condena, de acuerdo a sus planes eternos. Ese Dios no envió a su Hijo a morir en la cruz por toda la humanidad, sin excepción, a sabiendas de que perdería a muchos. Pero el dios de Arminio tiene el infierno como trofeo, ya que, habiendo intentado salvar a todo el mundo, no son pocos los que van al castigo eterno.
Habiéndose expuesto la verdad, no nos sorprende que haya gente que continúe amando la mentira. Así lo asegura Pablo en 2 Tesalonicenses 2:11-12, cuando afirma que, por causa del misterio de la iniquidad que opera hoy sobre las personas, Dios, por tanto, pues, les envía operación de error, para que crean a la mentira; a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia. Para que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, antes consintieron a la iniquidad.
César Paredes
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