La simpleza del evangelio hace que muchos lo desprecien, mientras otros que se acercan a él ignoran su grandeza. Por ambas razones, un evangelio diferente ha tomado vigor desde hace siglos, presentando una complejidad que exige magisterio. De esa manera, los maestros de la farsa teológica deambulan por los templos de la religión que se denomina cristiana, para orientar hacia una mejor inteligibilidad a la feligresía. Lo que han hecho los cambistas de la teología ha quedado patentado bajo diversas etiquetas, en especial bajo el nombre de arminianismo, la mayoritaria de ellas.
El arminianismo es una visión teológica que intenta complicar la sencillez de las Escrituras. Cuando la Biblia dice que Jesús vino a morir por su pueblo, la teología de Arminio declara que Jesucristo murió por toda la humanidad, sin excepción. Con ello alegan que su amplitud va de la mano con la generosidad universal del Dios de la Biblia, que un Dios de amor no puede despojar a ningún ser humano de la opción de la salvación eterna. El problema de la complejidad apenas comienza, ya que con esta primera farsa siguen otras más intrincadas para que se presente un sistema que convenza a multitudes.
Es lógico pensar que bajo la falacia ad populum la mayoría se sienta atraída por los axiomas que ella conlleva: la mayoría tiene la razón, tanta gente no puede estar equivocada. Claro está, los textos de la Biblia deben ser sacados a menudo de contexto para presentarlos como documentos probatorios del sistema de creencias presentado. Incluso, ha existido un atropello a la gramática de la lengua, forzando el sentido de los vocablos para que diga lo inimaginable. En este mundo golpeado por el post-modernismo, la neo-lengua hace acto de presencia a cada rato que se necesite. Por esa vía, odiar ya no es odiar sino amar menos.
Siguiendo esa pista de la neo-lengua, cuando Dios dijo que había ordenado para vida eterna a un grupo de personas, los hijos de Arminio aseguran que eso quiere decir lo mismo que ordenarse como teólogo, como profesor, como psicólogo, etc. En otros términos, implica un esfuerzo humano, de tal forma que Dios previó, desde los siglos, quiénes serían los que seguirían voluntariamente ese derrotero. Cabe preguntarse ¿cómo sabe Dios? La respuesta que ellos dan es que tuvo que mirar a través de los corazones humanos para averiguar cuáles serían las decisiones que tomarían las personas.
Esa teología lleva a otro desastre conceptual y teológico. Si Dios profetizó eventos y actos en la historia, lo hizo en base a lo que vio que de seguro sucedería. Eso no es más que un plagio hecho por un sabio, alguien que sabiamente se copia la idea de otros para darla a conocer como propia. Pero otro exabrupto se suma, el que el hombre tan cambiante en sus deseos y decisiones se haya mantenido fiel a aquello que Dios previó que habría de acontecer. En otros términos, Dios no pudo predestinar nada de Sí mismo, pero sí que tuvo que confiar en lo que sus criaturas humanas decidieron hacer.
Parece ser que Judas Iscariote se escogió a sí mismo como traidor, mientras Dios lo único que tuvo que decirles a sus profetas fue que eso acontecería sin duda. Por supuesto, ese no es el Dios de la Biblia, ese es el dios de Arminio, el de la mayoría de los que se dicen creyentes pero que no lo son, aunque tengan un dios que se llama Jesús, una Biblia que repiten sin cesar de memoria, aunque tengan la tradición de los domingos con sus devociones religiosas, y aunque recorran la tierra muchas veces buscando conversos.
La Biblia habla contra los ídolos y asegura que semejantes a ellos son los que los hacen. Un ídolo es nada, dice la Escritura, pero detrás de ellos están los demonios (el que sacrifica a los ídolos, a los demonios sacrifica). El ídolo no es solo un muñeco de yeso o madera, de oro o plata, es también cualquier dios que se forje en la mente del hombre y que trate de ser el modelo de lo que debe ser Dios. Por esa razón el evangelio de la Escritura aparece complicado a estas personas, ya que han consumido una sustancia alucinógena que pervierte su sistema de percepción de la realidad.
La suma de los desparpajos continúa en la teología extraña de los falsos maestros. El Espíritu Santo es resistible, en el sentido específico de la expresión. Porque una cosa es que el llamado general de la Escritura, para que todo hombre se arrepienta y reconozca al Dios de la creación, pueda resistirse en los corazones que no tienen el Espíritu de Dios, y otra cosa muy distinta es que cuando el Espíritu llama eficazmente a la criatura a redimir sea irresistible. Pero ellos han substanciado otros pensamientos, los que aluden a una gracia preventiva. Esa supuesta gracia genérica, que previene al hombre natural, consiste en el despojo momentáneo que Dios hace de su cualidad soberana. En ese instante, dicen los teólogos que apoyan la enseñanza que proviene del pozo del abismo, la criatura queda sin influencia divina y en forma neutra puede evaluar sin presión alguna cuál es el camino que le conviene. Lamentablemente, dicen ellos, muchos deciden en forma incorrecta, pero Dios cumplió con su parte.
Fue un jesuita llamado Luis de Molina el creador de tal fábula. De allí salió la doctrina conocida como molinismo, misma doctrina que Jacobo Arminio esparció por las iglesias protestantes en la recién Reforma que se hiciera en el siglo XVI. Su semilla creció como cizaña en medio del trigo, se propagó por doquier y hoy día prevalece como la reina de las plantas. Pero seguimos con el mensaje plano y sencillo del evangelio, con el llamado del Señor a los que son su pueblo: salid de Babilonia, pueblo mío. El que no habita en la doctrina de Cristo no tiene al Padre ni al Hijo, el que le dice bienvenido a quien no trae la doctrina del Señor participa de sus plagas y malas obras.
La falsa doctrina dice que el hombre no está del todo muerto en sus delitos y pecados, que tiene vida independiente para decidir. Asegura que el evangelio es como un juego de pelota, en el que Dios hizo el primer movimiento de la bola, pero el diablo la tiene en este momento. Le toca a cada quien buscar esa bola en el nombre de Cristo. Bueno, nada más alejado de la verdad revelada que esa falacia y fábula infernal, ya que al hombre natural le parece locura la palabra predicada. Justamente, el hombre natural (no redimido) no puede discernir las cosas del cielo (del Señor), así que ¿cómo puede ir a buscar la bola en terreno satánico? El ser humano necesita nacer de lo alto, no por voluntad de varón o de carne alguna, sino de Dios.
Jesucristo dijo que nadie podía venir a él, si el Padre que lo envió a él no lo trajere. Así que no depende del que corra, ni del que quiera, sino de Dios que tiene misericordia de quien quiere tenerla. Dios tiene un pueblo escogido desde los siglos, no basado en las obras buenas o malas de ese pueblo, sino en su propósito eterno, de acuerdo al afecto de su voluntad. La buena noticia divina se anuncia para que ese pueblo lo oiga y sea movido por el Espíritu Santo para que vaya hacia Cristo.
La buena noticia lo es para los que el Padre predestinó desde los siglos, para que al escuchar el llamamiento eficaz (a través de la predicación del evangelio y bajo la influencia del Espíritu Santo) genere la nueva vida en el escogido. Pero esa noticia viene a ser muy mala para todos los réprobos en cuanto a fe, que no entenderán jamás que su deber es reconocer a Dios como soberano. El hombre natural continúa diciendo que él tiene buenas perspectivas ante Dios, debido a sus buenos pensamientos (aunque esporádicos), pero sus buenas obras son calificadas por las Escrituras como trapos de mujer menstruosa. Así que bienaventurados son aquellos cuya transgresión ha sido perdonada y cubiertos sus pecados.
Los del otro evangelio han llamado a lo que es malo bueno, pero han señalado a lo bueno como malo. Nos acusan de injustos, de propagar a un Dios que es peor que un tirano, o peor que un diablo. Esa fue la acusación que hizo John Wesley a los que anuncian la soberanía absoluta de Dios, así como también acusó con esas palabras al Dios que predestinó todo desde los siglos, sin miramiento a las buenas o malas obras. La soberanía divina no le parece justa a los que objetan las Escrituras (Romanos 9), de tal forma que ellos se vuelven contra el Señor y sus seguidores. A Jesucristo lo detestaron cuando hablaba estas cosas (Juan 6), diciendo muchos de sus discípulos que aquello los ofendía y que por esa razón se retiraban con murmuraciones, hablando contra la palabra del Señor. No esperamos menos nosotros, los que siendo sus seguidores continuamos anunciando sus palabras una vez más.
César Paredes
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