Domingo, 27 de septiembre de 2020

La fe es un mecanismo de salvación, pero no es su causa. Conviene no confundir la fuente con el método, ya que no tiene el hombre ninguna capacidad en su naturaleza para poder creer. Por supuesto, la obra de Dios en la creación habla por sí sola, pero la humanidad decidió darle gloria a la criatura antes que al Creador. Esa forma de actuar marca su teología, de tal manera que asumen un Cristo que no existe sino en su imaginación. Por ejemplo, la expiación hecha por Jesucristo en la cruz la convierten en universal, para cada individuo de la raza humana. Esa forma les parece justa, en cambio, la extensión de la expiación al universo de los escogidos, solamente, la consideran una proposición injusta.

El hombre tiene su gloria por medio de la teología humanista, denominada arminianismo o pelagianismo. Esa es la doctrina de Roma y de la mayoría de las iglesias protestantes infectadas con el virus de la universalidad de la salvación. Se olvidan quienes eso sostienen que Jesucristo no quiso orar por el mundo, la noche previa a su crucifixión. Olvidan por igual que la Biblia dice que la salvación es un regalo de Dios (Efesios 2:8), de acuerdo al placer y propósito de Dios. Los que hemos llegado a creer lo hicimos porque nacimos de y por la voluntad de Dios, no por voluntad varón, ni de sangre ni de carne (Juan 1:12-13).

Jehová dijo que no daría su gloria a otro, así que todo mecanismo de salvación que presuponga la gloria humana como sustituto de la gloria divina está errado. Así es, Dios no dará su gloria a otro (Isaías 42:8) y, aunque el hombre no pretenda llevarse la gloria, cualquier sistema teológico que coloque al hombre como copartícipe de su salvación está equivocado. El sinergismo (sistema que habla de la cooperación humana con la divina para efectos de salvación) es herético. El hombre ha sido declarado muerto en sus delitos y pecados, ha sido calificado como alguien que no puede discernir las cosas espirituales de Dios. De hecho, el verdadero evangelio le parece una locura a los seres humanos que no han recibido el llamamiento eficaz del Señor.

Una abominación le parece al hombre natural el saber que Dios odió a Esaú, aún antes de haber sido concebido, habiéndolo creado como vaso de ira para el día de la ira. Las palabras de la Escritura que hablan de la absoluta soberanía de Dios aparecen como injustas ante los ojos de la humanidad que desea una teología más ajustada a su presunción. Dicen que hay injusticia en Dios, que no es justo que el pobre de Esaú haya sido rechazado sin que siquiera se mirara en sus malas obras. Sin embargo, no dicen nada en contra por lo hecho con Jacob, quien fue amado sin que tampoco se mirara en sus obras, aún antes de ser concebido. En realidad, la salvación pertenece a Jehová.

Los enemigos del verdadero evangelio aseguran que esta teología quita motivación para la evangelización. Pero sucede todo lo contrario, motiva mucho porque es la única manera en que los elegidos lleguen a oír de Jesucristo y puedan ser convertidos por medio de dicha predicación, junto a la intervención del Espíritu de Dios. De igual forma, hay quienes aseguran, erróneamente, que hay gente salva sin haber oído jamás el evangelio. Jesucristo dijo que él era el camino único hacia el Padre, que nadie puede ir al Padre sino por él. Así que ¿cómo invocarán a aquel de quien no han oído? ¿Cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Cómo predicarán si no fueren enviados? Si se puede ser salvo sin oír jamás de Jesucristo, eso sí que sería una falta de motivación para predicar el evangelio.

Debemos reconocer que el Dios que predestinó el fin hizo lo mismo con los medios. Dios escogió un cierto número de personas para hacerlas objeto de su amor, mientras a otros destinó para hacerlos objeto de la gloria de su ira. Eso es lo que dice la Biblia, a pesar de que muchos que la leen no desean leer lo que ella dice. Satanás tiene un evangelio extraño (maldito o anatema), el cual es predicado por sus ministros; de acuerdo a ese extraño evangelio la fe es un producto humano, ejercido de acuerdo a la falacia del libre albedrío. De nuevo, recordemos lo que citamos ya: no depende de la voluntad humana sino de Dios (Juan 1:13).

Imaginemos por un momento estar sumergidos en esa falacia del libre albedrío. Pensemos en Judas Iscariote, tal vez pudo decidir no traicionar al Señor. Entonces, el plan de Dios hubiese fallado completamente. Aún todas las profecías que anunciaban ese terrible evento hubiesen sido declaradas como mentiras. Por otro lado, no solamente Judas, también Pilatos, los fariseos, la multitud excitada y estimulada por los jerarcas del Sanedrín, hubiesen podido cambiar su actitud y tal vez el Señor no hubiese sido crucificado. Pero eso no pudo ser posible porque Dios fue quien planificó el sacrificio de Su Hijo, así que la Escritura iba como debía ir. Jesucristo dijo que ninguno de los que el Padre le dio se había perdido, excepto el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese (Juan 17:12). La teología de Arminio es la de las obras, para procurar la salvación y la perseverancia. De lo contrario el creyente podría perderse, volver a estar como estuvo antes de ser llamado. Ese dios de Arminio no es capaz de mantener su promesa de redimir a sus escogidos. Claro que esos escogidos del dios de Arminio lo son en base a lo que ese dios pudo ver en el túnel del tiempo.

La doctrina de las obras no es bíblica, por el contrario, la Escritura es enfática cuando dice que no es por obras, no vaya a ser que alguien se gloríe. De manera que el Dios celoso no desea nunca dar su gloria a otro, ni siquiera a aquel a quien pretende salvar. La salvación debemos cuidarla, pero no porque la podamos perder sino porque es de una valía infinita. Nuestro cuerpo debe ser presentado al Señor, toda nuestra vida, porque él nos compró con su sangre. No perdemos la salvación por cuanto estamos escondidos en las manos de Jesucristo y en las manos del Padre Eterno. Además, el Espíritu Santo nos fue dado como garantía o arras de nuestra redención final.

Pecamos a diario, por comisión o por omisión, y pecamos siempre. Pablo se preguntaba la razón por la cual hacía lo malo que no quería hacer y no hacía lo bueno que deseaba hacer. Descubrió que existe una ley en nuestros miembros que se llama la ley del pecado. Hemos sido vendidos al pecado, nos pesa el cuerpo de muerte, pero dio gracias a Dios por Jesucristo quien nos librará de ese cuerpo de muerte que es el pecado. Si confesamos nuestros pecados, Jesucristo es fiel y justo para perdonarnos, Dios el Padre también es fiel y justo para darnos el perdón conquistado por Jesús en la cruz. Entonces somos más que vencedores, ya que ni la muerte, ni la vida, ni ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.

Cuán preciosas palabras del Señor, cuando dijo que de todo lo que el Padre le había dado no perdería nada, sino que lo resucitaría en el día postrero. Añadió que la voluntad de Dios es que él no pierda a ninguno de los que le dio. Esas personas son su pueblo que vino a redimir de todos sus pecados (Mateo 1:21), fue el mismo pueblo por el cual rogó la noche antes de su crucifixión. Ese grupo de personas es llamado el conjunto de sus ovejas por las cuales el buen pastor puso su vida. Para poder creer estas cosas del evangelio verdadero hace falta fe, la cual también nos ha sido dada para que podamos tener la esperanza que no avergüenza.

En realidad, la fe es un don de Dios, no es de todos la fe, pero el que la tiene posee el tesoro grandioso del alma que pertenece a Jehová. A muchas personas puede ser que estas palabras les suenen extrañas, tal vez porque el otro evangelio ha sido predicado con énfasis. Sin embargo, todos los redimidos creemos el verdadero evangelio de las Escrituras. Y esa fe viene por el oír la palabra de Cristo.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

Publicado por elegidos @ 7:29
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