Viernes, 28 de agosto de 2020

En la cadena dorada de la salvación, descrita en Romanos 8, el llamamiento eficaz es uno de sus eslabones. Tan pronto como el hombre responde al llamado eficaz de la palabra de Cristo, su alma pasa del estado de condenación al de la libertad eterna. En otro ambiente espiritual, el alma del creyente se desenvuelve en paz, ansiosa por conocer más y más de ese Redentor que vino a rescatarlo. Por medio de la palabra divina puede comprender que ha pasado de las tinieblas a la luz, que ya fue juzgado y hallado sin culpa. Eso no puede acontecer en un estado normal de vida, mientras andaba en su ambiente natural.

Ya no se siente el peso de la ley que nos acusaba. La ley, decía Pablo, nos permite ver el pecado en sus entrañas, descubrir la suciedad del alma frente a la demanda divina. La ley incrementa nuestra culpa y nos da la sensación de poseer una deuda impagable. Así de simple resulta este examen del creyente, al descubrir el mecanismo de la norma del Señor: cuando se dice no codiciarás se aumenta el deseo de codiciar. Pero esa ley vino a ser un sirviente y pedagogo que nos conduce a Cristo, para nosotros ser vestidos con trajes de una perfecta justicia.

Fuimos adoptados como hijos de Dios, con un nuevo nombre. La familia de Satanás nos queda a un lado, su mundo y sus atractivos nos son un estorbo, lo viejo pasó y todo viene a resultar algo nuevo. Al responder al llamado eficaz del Señor, una nueva sangre corre por nuestras venas, la que bombea el corazón de carne y no la enfermiza hemoglobina del corazón de piedra. Con ese llamado llegamos a poseer de inmediato el Espíritu de Cristo que vino como garantía de nuestra redención final. Podemos llamar Padre a nuestro Padre, aprendemos y recordamos aquello que fue enseñado por Jesucristo a lo largo de toda su Escritura.

El llamamiento eficaz logra a su vez el beneficio de la santificación. La palabra santificar significa separar, lo cual nos lleva a entender que ya no pertenecemos más al mundo, aunque vivamos en ese entorno global gobernado por su príncipe Satanás. El Espíritu de Santificación comienza a trabajar en la vida del creyente para iniciar una lucha en conjunción con nosotros, dándonos a entender que Él nos anhela con mucho celo. Ese Espíritu llega, incluso, a contristarse dentro de nosotros, por lo cual no debemos apagar aquella llama del primer amor que hemos tenido y sentido como producto de semejante llamamiento. Un trabajo artístico se va conformando en nuestras vidas, cuando el Señor cincela nuestra alma para que aparezca la imagen del Hijo de Dios y seamos hechos conformes a él.

Como Lázaro al salir de su tumba, así el alma del creyente se regocija porque sabe que estuvo muerta pero ahora vive. Nuestro deseo se vuelca al trabajo que implica vivir para Jesucristo, alejados ya de la congregación de los muertos. La seguridad del amor de Dios, el hecho de que nos haya justificado en Cristo, el hecho de que no nos condenará porque nos ha llevado hacia su Hijo, gobierna el corazón de quien ha recibido el llamamiento eficaz. Hay un llamado general que hacen las Escrituras, así como lo hacen todos los que proclaman el evangelio. Existe un llamado al arrepentimiento para creer el evangelio, pero no todos tienen oídos para oír. Muchos son los que, entusiasmados por las riquezas celestiales, comulgan con la idea y brotan como una planta que pareciera alcanzar un buen tamaño. Sin embargo, sus raíces no profundizan el suelo duro por lo cual se marchitan sin poder dar el fruto debido.

Así nos ha sido dicho por medio de la parábola del sembrador, que solamente la semilla que cayó en buena tierra dio fruto de salvación. Uno puede probar los espíritus para ver si son de Dios, de manera que todo aquel que confiesa el verdadero evangelio de Cristo demuestra con su boca lo que abunda en su corazón. No puede el árbol malo dar un fruto bueno, ni el árbol bueno podrá jamás proferir o confesar el verdadero evangelio del Señor. Siempre habrá algo que delata al extraño, al falso profeta, a la cizaña que crece junto al trigo, de tal forma que la prueba exhibe el resultado de la naturaleza del que profesa apariencia de piedad, así como de aquel que ha sido transformado por el Espíritu Santo.

Otro beneficio de llamamiento eficaz consiste en la amistad que podemos tener con Jesucristo. Si podemos decir Abba, Padre, también podemos orar a cada instante, sin cesar, con la alegría que produce la presencia del Señor. Nuestra liberación de la esclavitud de Satanás implica que hemos logrado salir de Egipto. Claro está, el enemigo de las almas y sus aliados siempre nos molestarán, haciéndonos incómodo el tránsito a la casa celestial.  Sabemos que Satanás ha sido llamado el Acusador de los hermanos, pero dado que la Escritura afirma que no hay ninguna condenación para los que estamos en Cristo Jesús, para los que andamos conforme al Espíritu, sabemos también que nos ha sido otorgado el derecho a la vida eterna.

El llamamiento celestial nos anima a seguir adelante hacia la herencia eterna. Así que, junto a Pablo, decimos que si nuestra casa terrenal se derrumba (nuestro cuerpo), tenemos un edificio o casa no hecha con manos, eterna en los cielos (2 Corintios 5:1). El salmista dijo que no tenía a más nadie en los cielos y en la tierra sino al Señor, pero que él no quería otra cosa sino eso que afirmaba. En realidad, el evangelio es la buena noticia para los llamados por Dios hacia la vida eterna. Aunque hayamos sido pobres pecadores, sumergidos en nuestros delitos y pecados, ajenos de la ciudadanía de los cielos, ahora hemos venido a poseer una herencia no imaginada antes. Satanás sigue haciendo su oferta repetida, la posesión del mundo en sus múltiples facetas. Él sabe que los deseos de la carne, la vanagloria de la vida, el atractivo de los ojos, a veces nos seducen. Pero nosotros reconocemos que por el Espíritu de Dios y junto a Él podemos hacer morir las obras de la carne.

Junto a Asaf, el salmista, decimos que, aunque nos turbe el ver la prosperidad de los impíos, reconocemos que al entrar en el Santuario de Dios vemos el fin de ellos. El Señor despertará como de un letargo para menospreciar las almas de quienes han sido colocados en un desfiladero. En realidad, el Señor está airado contra el impío todos los días. El mensaje del evangelio es el de siempre, un mandato al arrepentimiento (cambio de mentalidad respecto a Dios y a sí mismo). Es también una petición para que crean el anuncio, por lo cual existe la recomendación de no endurecer el corazón.  A Jehová se busca mientras está cercano, en tanto pueda ser hallado.  Por el llamamiento eficaz sabemos que los que recibieron a Jesucristo y creen en su nombre tienen vida eterna. Para poder recibirlo hace falta escuchar el evangelio (leerlo, estudiarlo, aprenderlo), así como haber sido destinado para esa salvación tan grande. ¿Es usted uno de ellos? Entonces, de seguro goza del beneficio de ese llamamiento específico y de suma eficacia.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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