S?bado, 15 de agosto de 2020

La Biblia se presenta como un libro escrito durante un período de 1600 años, a lo largo de 60 generaciones, realizado por más de 40 autores de diversas clases sociales -que incluyen reyes, pescadores, poetas, filósofos, entre tantos otros tipos de personas (Josh McDowell. Evidencia que exige un veredicto. Editorial Vida, 1993, p.18). Resulta natural por sus características que existan argumentos rectores, para lograr el acierto de su cometido, porque en todo libro y en todo discurso ha de aparecer el argumento que domina y gobierna a otros, para evitar la contradicción.

¿Cómo hizo el Espíritu de Dios para coordinar semejante actividad al inspirar la Escritura? El poder en la creación del universo se muestra esplendoroso, sin límite alguno, ya que por la palabra creemos que Dios hizo el universo. ¿Habrá alguna cosa que sea imposible para Dios? Él es Jehová, Dios de toda carne. Tal vez ese sea el argumento fundamental de toda la Escritura, la presentación del Dios soberano que nada lo detiene, el que sostiene todas las cosas con el beneplácito de su voluntad inmutable.

Decimos que un argumento domina sobre otro, en la medida en que existen sub-argumentos. Hay argumentaciones embebidas y secundarias que dependen del razonamiento principal. La mente humana tiene la capacidad de encontrar las exposiciones rectoras que sostienen las que les son explicativas. Por ejemplo, se ha dicho que Dios decreta todo cuanto acontece, que ha creado el bien y el mal. En realidad, la Biblia dice que Dios crea el bien y crea el mal, que no hay nada malo que haya acontecido en la ciudad que Jehová no haya hecho (Amós 3:6). También agrega que Jehová ha hecho al malo para el día malo (Proverbios 16:4). De igual manera leemos que el ser humano debe obediencia y sujeción a su Creador.

Vemos en el día a día, aún en nuestras vidas, que el desorden y caos nos atropella. La injusticia se mueve con la agilidad del águila en el aire, lo cual pudiera llevarnos a la duda respecto a quién gobierna este universo en el que vivimos. ¿Cómo puede el ser humano ser responsable de lo que hace, si aquello que hace ha sido ordenado con antelación? La Biblia demuestra en sus páginas que no hay quien busque a Dios, que cada criatura humana murió en sus delitos y pecados. Entonces, ¿cómo buscar a Dios para arrepentirse del pecado?

En las aparentes contradicciones existe un incentivo para el debate, para la búsqueda de la resolución del conflicto intelectual. El hombre, que no tiene libertad porque no puede independizarse de su Creador, debe entender que es libre de sus actos. Ah, pero acá entramos en un terreno que va más allá de lo simplemente natural. Es lo que se llama metafísico, en el sentido propio del término: más allá de lo natural. El argumento rector nos dice que Dios tiene un propósito que debe cumplirse, los argumentos embebidos, secundarios, dependientes, nos aseguran que la responsabilidad humana no se extingue.

Fijémonos en lo dicho respecto a Esaú. Él fue odiado por Dios aún desde antes de ser creado, sin tomar en cuenta sus obras malas o buenas. Ese odio divino sería el argumento rector de su vida, lo que le motivaría a sus actos malos. Esaú vendió su primogenitura, o la cambió por un plato de lentejas. Su desprecio por la bendición del Altísimo, dada a través de su padre Isaac, fue menospreciada al nivel de un plato de sopa. Dado que un pecado lleva a otro pecado, su fin no fue sino de muerte eterna.

Miremos por igual lo escrito en relación a Jacob. Éste fue amado por Dios desde la eternidad, antes de ser formado, sin miramiento a sus obras buenas o malas. La consecuencia inevitable de ese amor lo condujo a tomar la primogenitura de su hermano, más bien a cambiarla por las lentejas, valiéndose de la seducción del aroma de la cocción ante un cazador hambriento. Una de las consecuencias de aquel acto primigenio de ser amado por Dios consistió en su lucha con el ángel de Jehová, para no soltarlo hasta que lo bendijera. La historia bíblica nos educa en cuanto a la descendencia de este hombre de Dios, de sus hijos y del nacimiento de las tribus de Israel. De uno de esos conglomerados de personas vendría el Cristo (de la tribu de Judá).

La Escritura también nos dice que Dios no quiere la muerte del impío, sino que éste proceda al arrepentimiento. Eso podría parecer un argumento rector, pero tomarlo de esa manera podría permitirnos contradecir la Biblia. Así que debemos mirar bien el contexto para descubrir de cuáles impíos hablaba el Señor con su profeta. Además, nuestro Dios está en los cielos, todo lo que quiso ha hecho. Esta última frase es tomada de un Salmo bíblico, por lo cual superaría en cualidad a la querencia que para el impío manifestó a través del profeta. ¿Quiere Dios la muerte del impío, o no la quiere? Si no la quiere, ningún impío perecerá; si está en los cielos y ha hecho cuanto ha querido, los impíos perecen porque Jehová así lo ha deseado.

Para evitar la confusión y para no alegar contradicción, uno de estos dos argumentos presentados ha de regir al otro. Mientras uno es absoluto el otro es relativo, uno se presenta como rector y principal y el otro como embebido y dependiente. El objetor levantado en Romanos 9 ha demostrado con creces que el argumento principal en materia de redención y condenación no es otro que la voluntad divina. Él no comprende muy bien lo que Dios hace, de manera que lo acusa de injusto, de tratar mal al pobre de Esaú. Pero al menos, en su defensa, este objetor posee un entendimiento y una comprensión intelectual superior a muchos teólogos de hoy día.

El objetor bíblico de Romanos supo que Dios era soberano y hacía como quería. Entendió que la soberanía divina corre de principio a fin en las páginas de la Biblia, sosteniendo todo lo que acontece en la existencia del universo. No en vano, el apóstol Pablo también lo pensó de igual manera, al escribir una idea filosófica aprendida en su tiempo: en Él vivimos, nos movemos y somos. Para que sea válida la premisa que presupone que todo lo que le acontece al creyente le ayuda a bien, se ha de comprender el argumento rector en relación a la soberanía divina. No podría el Señor hacer que nos ayude a bien algo que nos acontece, si no tuviese control absoluto de todas las circunstancias.

Más bien diríamos que la forma en que Dios gobierna el mundo exhibe el potencial de su soberanía absoluta. Los hermanos de José lo deseaban muerto, si bien algunos de ellos prefirieron venderlo como esclavo. Esa venta, producto del pecado familiar, produjo mucho dolor en Jacob, pero sirvió para saciar el hambre en su pueblo. Sirvió también para que se escribiera que una cosa pensamos nosotros y otra cosa es lo que hace el Señor, transformando para bien los malos tiempos.

Cierto es que nos toca vivir en el espacio-tiempo, confinados a una sintaxis del aquí y ahora, sometidos a las relaciones de interacción de eventos, circunstancias, situaciones, tomando decisiones y confrontando lo desconocido. En este plano físico o de la naturaleza, el hombre se desarrolla de acuerdo a sus propias circunstancias y bajo la dirección de sus capacidades naturales. Pero existe un plano metafísico o sobrenatural, donde habita el Dios del cielo y de la tierra. En ese sitial no existe la sintaxis que nos limita, dado que Dios no tiene nada que le ponga fronteras. En ese plano, cuando el creyente llega a comprender la dimensión del espíritu, todo lo que le acontece parece haber sido ordenado para que le suceda de la forma en que ocurre.

Asaf lo dijo en el Salmo 73, que las dudas que atormentaban su alma alcanzaron a despejarse una vez que entró en el Santuario del Señor. Solamente en el plano de la soberanía absoluta del Altísimo, comprenderemos que el universo marcha como debe y que nada se mueve acá en la tierra sin la voluntad divina. La interrogante teológica de mayor envergadura ya fue planteada: ¿Por qué, pues, Dios inculpa? Pues ¿quién puede resistirse a su voluntad? La respuesta también se ha dicho: ¿Quién eres tú para que alterques con tu Creador? No eres más que una olla de barro en manos del alfarero.

Salomón parece haber comprendido ese dilema, por lo cual escribió un resumen de la vida: Vanidad de vanidades.  Quiso Dios someter el mundo a vanidad, por causa de aquel que lo sujetó a esperanza. Los creyentes poseemos la esperanza que no avergüenza, la bienaventurada confianza para encontrar alivio en el oportuno socorro. Todos los hombres deben arrepentirse para perdón de pecados, pero más allá del deber está el poder. El que oiga hoy la voz de Dios, que no endurezca su corazón. Sabemos que el argumento rector ya fue dicho, pero podemos descubrir si nos favorece.

César Paredes

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Tags: SOBERANIA DE DIOS

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