Mi?rcoles, 05 de agosto de 2020

¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, a pesar de que ellos no sondioses?   Sin   embargo,   mi   pueblo   ha   cambiado   su   gloria   por   lo   que   noaprovecha (Jeremías 2:11). Esta admonición le dio Jehová a Israel, por medio de   su   profeta   Jeremías.   Hay   una   comparación   entre   lo   que   hacen   las naciones y lo que hacía Israel; pero el llamado pueblo de Dios quedaba en vergüenza frente a lo que hacían los gentiles. Mientras las gentes del mundo son fieles a sus falsas divinidades, el pueblo de Dios vacila en rendir tributo al   Dios   de   las   Escrituras.   En   realidad,   muchos   se   iban   tras   los   baales, sacrificando incluso a sus hijos bajo el fuego de Moloc. Jehová advierte que algo bueno tienen los gentiles, aunque lo diga en forma irónica.   Las   gentes   mantienen   sus   divinidades   erigidas,   firmes  en  sus corazones, y como en ellos parece haber libertad de culto, poco les importa que se combinen unas con otras. Siempre son fieles a ellas, o a cualquiera de ellas. Sabemos que lo que la gente sacrifica a sus ídolos, a los demonios sacrifica.   Así   que   aunque   aquellas   divinidades   paganas   llevan   diferentes nombres y servicios, todas tienen el denominador común de tener detrás de ellas a los demonios como objetivo final. La   libertad   de   culto   gentil   ha   sido   mal   comprendida,   ya   que   no   la entendieron necesariamente como el respeto por la libertad religiosa de los pueblos.   En   este   caso   específico,   la   ironía   de   Dios   se   deja   ver   en   el señalamiento de esa facilidad con que los gentiles se mantienen firmes en sus creencias. A fin de cuentas, todos creen lo mismo, porque todos sirven a los demonios. Sin embargo, el que sirve a Jehová como único Dios, habrá de mantenerse puro siempre, sin la posibilidad de cambio en cuanto a lo que se imagina la gente que debe ser un Dios. Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Es el alfa y la omega, el principio y el fin, no hay otro Dios como Él. Todos los otros dioses (demonios) son sus criaturas, por lo tanto no son en realidad Dios. Ellos no tienen poder para salvar siquiera un alma  en la tierra, y semejantes a  ellos son los que le sirven. La vida del creyente tiene por fuerza que llevar fruto en esta tierra, no como requisito de salvación sino como síntoma de la redención. Las buenas obras son agradables a Dios, además de que Él las recompensa. Nuestra felicidad en esta tierra viene marcada en gran parte por el ejerciciode las buenas obras. La confesión pública que hizo el ladrón en la cruz, en elmomento final de su agonía, fue una muy buena obra. Creyó que el Señor era   el   Todopoderoso,   que   vendría   en   su   reino,   que   tenía   el   poder   para perdonar pecados. Supo que el Señor no merecía morir porque nada malo había hecho, mientras que sus propias fechorías merecían castigo, ya que él no era inocente sino malhechor. Es indudable que todo ese conocimiento fue producto de su conversión, de su nacimiento de lo alto, de que Dios mismo le hubiera quitado el corazón de piedra para darle uno de carne. En realidad, en él ya estaba el espíritu nuevo  prometido   en  el  libro  de  Ezequiel. Esa buena   obra   de   la   confesión   le   dio   igualmente   recompensa,   porque  pudo morir en paz, sabiendo que ese mismo día estaría en el Paraíso junto al Señor.

Al otro ladrón le fue negado lo que a éste se le dio en abundancia. Por esa razón no pudo manifestar ninguna buena obra sino que siguió siempre dando malos frutos. Fue sarcástico contra el Señor, se burló de él y lo desafió: Si en realidad eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y a nosotros. No reconoció sus   culpas,   más   bien   quería   salvarse   de   la   condena   sin   pagar   por   sus pescados. No supo nunca que moría al lado del Salvador del mundo, porque sus ojos fueron cegados para que continuara con su programa de vida ymuerte, cual réprobo en cuanto a fe. A él le sucedió lo mismo que a Esaú, a Faraón, a Judas Iscariote y a todos los demás que fueron preparados para tropezar en la piedra que es Cristo.Dado que nuestros principios éticos son diferentes a los que tienen en la tierra su morada, dado que nuestra ciudadanía está en los cielos y somos extranjeros en este mundo, nuestros frutos deben ser exhibidos como una marca   de   lo   que   Dios   ha   hecho   en   nosotros.   Hemos   de   ser   llenos   del conocimiento de la voluntad divina en toda sabiduría y plena comprensión espiritual, dice   la   Escritura.   La   plena   comprensión   espiritual   implica   el conocimiento de la doctrina de Cristo, que no es otra que la doctrina del Padre. Esto nos permitirá andar como es digno del Señor, a fin de agradarle en   todo, de   manera   que   produzcamos   fruto   en   toda   buena   obra   y   que crezcamos en el conocimiento del Altísimo (Colosenses 1:9-10). Santiago decía que le mostráramos nuestra fe sin nuestras obras, pero que él nos mostraría su fe por medio de sus obras (Santiago 2:18). Este es el punto de equilibrio entre la fe y las obras, no una fe muerta incapaz demover una montaña, no es una fe en abstracto, sino aquella que le cree a Dios y hace caminar al creyente como lo hizo Abraham. ¿No dijo Jesucristo que   nosotros   éramos   la   luz   del   mundo?   Alumbremos   entonces   entre   los hombres, mostrémosles sus caminos torcidos para ver si se interesan en reflexionar acerca  de   sus  pasos.  Nuestra  vida  debe probar  que  tiene  un origen   divino,   por   lo   que   nuestras   obras   deben   ser mejores que las del hombre que vive en la carne. La falsa humildad, la alabanza auto impuesta y forzada, la humillación del cuerpo a través de penitencias, son mandamientos de hombres, no de Dios. No somos llamados a la adoración de los ángeles, ni a abstenernos de ciertos alimentos que Dios ha creado y purificado para nosotros, dándole a Él la acción de gracias, como tampoco nos es lícito imaginarnos a un Dios que cambie su doctrina por una que sea más suave de oír. El pueblo de Dios ha de cuidarse mucho, tanto como para no ir ante Él honrándolo con la boca y con los  labios,  pero  con el  corazón lejos  de  su doctrina  y  verdad (Isaías 29:13). Conviene,  pues,   no   ser   como   los   viejos   fariseos   que   blanqueaban   suapariencia en santidad, pero por dentro eran sepulcros podridos. Tampoco hemos de ser como la mujer samaritana, la cual se jactaba de tener la ley de Dios bajo custodia, porque Samaria llegó a ser la capital de Israel cuando hubo la división del reino. Jesús le dijo a ella que los samaritanos adoraban lo que   no   sabían,   pues   la   salvación   vendría   de   los   judíos.   Muy   importante resulta para las buenas obras el conocer la doctrina que Jesús dejó en las Escrituras (Antiguo y Nuevo Testamento). Nadie puede ir a Jesucristo si el Padre no lo lleva, ya que solo los que serán enseñados por Dios podrán ir hacia   el   Hijo.   En   el   libro   de   los   Hechos   se narra  la   ocasión  en   que   se convertía mucha gente a la fe de Cristo. Allí se dice algo que coordina con la doctrina de Cristo: Y el Señor añadía a la iglesia todos los que habían de ser salvos…También se dice: Y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.

César Paredes

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Publicado por elegidos @ 14:35
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