¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, a pesar de que ellos no sondioses? Sin embargo, mi pueblo ha cambiado su gloria por lo que noaprovecha (Jeremías 2:11). Esta admonición le dio Jehová a Israel, por medio de su profeta Jeremías. Hay una comparación entre lo que hacen las naciones y lo que hacía Israel; pero el llamado pueblo de Dios quedaba en vergüenza frente a lo que hacían los gentiles. Mientras las gentes del mundo son fieles a sus falsas divinidades, el pueblo de Dios vacila en rendir tributo al Dios de las Escrituras. En realidad, muchos se iban tras los baales, sacrificando incluso a sus hijos bajo el fuego de Moloc. Jehová advierte que algo bueno tienen los gentiles, aunque lo diga en forma irónica. Las gentes mantienen sus divinidades erigidas, firmes en sus corazones, y como en ellos parece haber libertad de culto, poco les importa que se combinen unas con otras. Siempre son fieles a ellas, o a cualquiera de ellas. Sabemos que lo que la gente sacrifica a sus ídolos, a los demonios sacrifica. Así que aunque aquellas divinidades paganas llevan diferentes nombres y servicios, todas tienen el denominador común de tener detrás de ellas a los demonios como objetivo final. La libertad de culto gentil ha sido mal comprendida, ya que no la entendieron necesariamente como el respeto por la libertad religiosa de los pueblos. En este caso específico, la ironía de Dios se deja ver en el señalamiento de esa facilidad con que los gentiles se mantienen firmes en sus creencias. A fin de cuentas, todos creen lo mismo, porque todos sirven a los demonios. Sin embargo, el que sirve a Jehová como único Dios, habrá de mantenerse puro siempre, sin la posibilidad de cambio en cuanto a lo que se imagina la gente que debe ser un Dios. Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Es el alfa y la omega, el principio y el fin, no hay otro Dios como Él. Todos los otros dioses (demonios) son sus criaturas, por lo tanto no son en realidad Dios. Ellos no tienen poder para salvar siquiera un alma en la tierra, y semejantes a ellos son los que le sirven. La vida del creyente tiene por fuerza que llevar fruto en esta tierra, no como requisito de salvación sino como síntoma de la redención. Las buenas obras son agradables a Dios, además de que Él las recompensa. Nuestra felicidad en esta tierra viene marcada en gran parte por el ejerciciode las buenas obras. La confesión pública que hizo el ladrón en la cruz, en elmomento final de su agonía, fue una muy buena obra. Creyó que el Señor era el Todopoderoso, que vendría en su reino, que tenía el poder para perdonar pecados. Supo que el Señor no merecía morir porque nada malo había hecho, mientras que sus propias fechorías merecían castigo, ya que él no era inocente sino malhechor. Es indudable que todo ese conocimiento fue producto de su conversión, de su nacimiento de lo alto, de que Dios mismo le hubiera quitado el corazón de piedra para darle uno de carne. En realidad, en él ya estaba el espíritu nuevo prometido en el libro de Ezequiel. Esa buena obra de la confesión le dio igualmente recompensa, porque pudo morir en paz, sabiendo que ese mismo día estaría en el Paraíso junto al Señor.
Al otro ladrón le fue negado lo que a éste se le dio en abundancia. Por esa razón no pudo manifestar ninguna buena obra sino que siguió siempre dando malos frutos. Fue sarcástico contra el Señor, se burló de él y lo desafió: Si en realidad eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y a nosotros. No reconoció sus culpas, más bien quería salvarse de la condena sin pagar por sus pescados. No supo nunca que moría al lado del Salvador del mundo, porque sus ojos fueron cegados para que continuara con su programa de vida ymuerte, cual réprobo en cuanto a fe. A él le sucedió lo mismo que a Esaú, a Faraón, a Judas Iscariote y a todos los demás que fueron preparados para tropezar en la piedra que es Cristo.Dado que nuestros principios éticos son diferentes a los que tienen en la tierra su morada, dado que nuestra ciudadanía está en los cielos y somos extranjeros en este mundo, nuestros frutos deben ser exhibidos como una marca de lo que Dios ha hecho en nosotros. Hemos de ser llenos del conocimiento de la voluntad divina en toda sabiduría y plena comprensión espiritual, dice la Escritura. La plena comprensión espiritual implica el conocimiento de la doctrina de Cristo, que no es otra que la doctrina del Padre. Esto nos permitirá andar como es digno del Señor, a fin de agradarle en todo, de manera que produzcamos fruto en toda buena obra y que crezcamos en el conocimiento del Altísimo (Colosenses 1:9-10). Santiago decía que le mostráramos nuestra fe sin nuestras obras, pero que él nos mostraría su fe por medio de sus obras (Santiago 2:18). Este es el punto de equilibrio entre la fe y las obras, no una fe muerta incapaz demover una montaña, no es una fe en abstracto, sino aquella que le cree a Dios y hace caminar al creyente como lo hizo Abraham. ¿No dijo Jesucristo que nosotros éramos la luz del mundo? Alumbremos entonces entre los hombres, mostrémosles sus caminos torcidos para ver si se interesan en reflexionar acerca de sus pasos. Nuestra vida debe probar que tiene un origen divino, por lo que nuestras obras deben ser mejores que las del hombre que vive en la carne. La falsa humildad, la alabanza auto impuesta y forzada, la humillación del cuerpo a través de penitencias, son mandamientos de hombres, no de Dios. No somos llamados a la adoración de los ángeles, ni a abstenernos de ciertos alimentos que Dios ha creado y purificado para nosotros, dándole a Él la acción de gracias, como tampoco nos es lícito imaginarnos a un Dios que cambie su doctrina por una que sea más suave de oír. El pueblo de Dios ha de cuidarse mucho, tanto como para no ir ante Él honrándolo con la boca y con los labios, pero con el corazón lejos de su doctrina y verdad (Isaías 29:13). Conviene, pues, no ser como los viejos fariseos que blanqueaban suapariencia en santidad, pero por dentro eran sepulcros podridos. Tampoco hemos de ser como la mujer samaritana, la cual se jactaba de tener la ley de Dios bajo custodia, porque Samaria llegó a ser la capital de Israel cuando hubo la división del reino. Jesús le dijo a ella que los samaritanos adoraban lo que no sabían, pues la salvación vendría de los judíos. Muy importante resulta para las buenas obras el conocer la doctrina que Jesús dejó en las Escrituras (Antiguo y Nuevo Testamento). Nadie puede ir a Jesucristo si el Padre no lo lleva, ya que solo los que serán enseñados por Dios podrán ir hacia el Hijo. En el libro de los Hechos se narra la ocasión en que se convertía mucha gente a la fe de Cristo. Allí se dice algo que coordina con la doctrina de Cristo: Y el Señor añadía a la iglesia todos los que habían de ser salvos…También se dice: Y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.
César Paredes
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