En palabras de Jesús, existe un gran concepto para la vida cristiana: él es el camino, la verdad y la vida. El Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, pero nadie puede ir al Padre sino a través de Jesús. El Señor dijo que rogaría al Padre para que enviara a los creyentes otro Consolador, para que esté con nosotros para siempre. Ese es el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce. En medio de este significativo discurso frente a sus discípulos, existe un argumento de estímulo para los que amamos la verdad: Todo lo que pidamos al Padre en el nombre de Jesús, él lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Repitió el Señor: Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré (Juan 14:14).
En estos versos mencionados están representados los miembros de la divinidad: El Padre, el Hijo y el Espíritu. Son entidades separadas y unidas al mismo tiempo, los tres concuerdan y cumplen sus funciones en relación a la verdad. Son tres personas, no dos ni una, aunque son un solo Dios, porque Dios es uno. De allí que los que hemos sido redimidos amamos la verdad y la practicamos, para que se manifieste que nuestras obras son hechas en Dios. El conocimiento de la verdad es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna prometida por Dios desde el principio de los siglos. Ese Dios no miente (Tito 1:2), pero existe alguien que sí lo hace, el padre de la mentira, el engañador del mundo, el homicida de las almas. Fue Lucifer o Satanás el que engañó a la humanidad prometiéndole dos cosas: 1) que no moriría; 2) que sería como dios. En los sistemas esotéricos religiosos se rinde tributo a Lucifer por permitir el conocimiento, pero en medio de las tinieblas de los esotéricos no pueden darse cuenta de que han sido engañados por el espíritu de estupor.
Pablo le escribe a los Efesios y les dice que ellos oyeron la palabra de verdad, el evangelio de su salvación, y por haber creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Efesios 1:13). Los predestinados para salvación aman la verdad, por lo tanto, oyen la voz del Buen Pastor y le siguen. Los que han creído la palabra de verdad no siguen al extraño, sino que huyen de él porque no reconocen su voz (Juan 10:1-5). La contraparte está también en la Biblia: los que no oyen la verdad de la voz del Pastor no son ovejas (Juan 10:26). Esa declaratoria de Jesucristo es muy dura de oír, para muchos, el que no pudieran ir a él porque no eran de sus ovejas.
No es posible que una oveja se convierta en una cabra, pero tampoco puede darse lo contrario: que una cabra se convierta en oveja. El árbol bueno no puede dar un fruto malo, pero el árbol malo no dará jamás el fruto bueno de la confesión de la verdad. Satanás, en tanto padre de mentira, maquilla los frutos, maquilla por igual a sus cabritos. Al mismo tiempo intenta que una oveja se convierta en cabra cuando la acusa de pecado. Primero la tienta hacia el mal y si cae la acusa. La finalidad de la acusación es la condenación, pero el Buen Pastor recoge en sus brazos la oveja herida y la lleva hacia el redil.
Esto es lo que la Escritura nos dice de principio a fin, que Dios es soberano en forma absoluta, que no compartirá su gloria con nadie, que el hombre no tiene libre albedrío, sino que está sujeto a la voluntad divina. De hecho, cada criatura hecha por el Creador tiene su destino escrito, aunque en su desarrollo perciba el sentido de libertad y crea que sus decisiones son propias. Judas Iscariote actuó contra el Señor en forma natural, sin que ninguno de los que le rodearan lo presionara, pero sabemos que estuvo escrito lo que habría de hacer y la Escritura debía cumplirse.
Frente a esta realidad presentada en las páginas de la Biblia, no son pocos los que se rebelan. De igual manera el Antiguo Testamento nos describe muchas rebeliones dentro del pueblo de Israel, gente que confrontaba al Creador. Pero sabemos que no todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, no todos los israelitas fueron llamados como descendientes de Isaac. No todos los que se dicen cristianos son creyentes de verdad, más bien salen de nosotros para que se manifieste que no todos son de nosotros.
Dios ha escogido a un pueblo para Sí mismo, por amor a su nombre, y no dará su honra a otro (Isaías 48:11). La gloria de Dios es lo que motiva todo cuanto acontece, tanto el desastre moral del mundo como la aparición de los hijos de Dios en medio del mundo. Todo lo ha hecho Jehová para Sí mismo, aún al malo para el día malo. Esta es una verdad de la Escritura, una muy importante para poder comprender la absoluta soberanía de Dios.
Muchos se preguntan por qué razón Dios inculpa, si ha programado aún a los réprobos en cuando a fe para su destrucción eterna. Bien, se podría dar alguna respuesta, como que lo ha hecho para que los elegidos conozcan el contraste entre el amor y el odio, o que tal vez Él desea demostrar lo desastroso del castigo por el pecado, o que, así como dejó enemigos en las tierras que Israel conquistaba, lo hizo para que las fieras del campo no se volvieran contra los israelitas. La herencia del impío irá para los justos. Proverbios 13:22 dice: La riqueza del pecador está guardada para el justo, y Eclesiastés 2:26 dice: Porque al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo; mas al pecador le da el trabajo de recoger y amontonar, para darlo al que agrada a Dios ... para que a ti sean traídas las riquezas de las naciones (Isaías 60:11).
Jesucristo vendrá a la tierra para ser glorificado entre los santos (2 Tesalonicenses 1:10). Toda nuestra salvación (aunque tenga rasgos de misericordia hacia los redimidos) ha sido hecha para la gloria del Todopoderoso. No hay otra razón, somos grato olor en Cristo en los que se pierden y en los que se salvan, siempre grato olor. En los que se pierden (los réprobos) olor de muerte para muerte, y en los que se salvan olor de vida para vida (2 Corintios 2:15-16). Es decir, Dios ve con gratitud la condenación como manifestación de la gloria de su ira por el pecado. Nosotros no medramos falsificando la palabra de Dios, abaratando la redención, en la pretensión de una expiación universal generalizada. No pisoteamos la sangre de Cristo, menospreciando su valor, suponiendo que fue derramada por los que han sido condenados. Al contrario, la Escritura es muy clara al decirnos que solo aquellos que el Padre envía hacia el Hijo serán salvos. Solamente los que son enseñados por Dios irán a Jesús, y él no los echará fuera, sino que los resucitará en el día postrero.
La gloria del Redentor no estaría completa si el hombre tuviese de qué gloriarse. Recordemos que el Señor no dará su gloria a nadie, de manera que la salvación es por gracia, por medio de la fe, no por obras de decisión, de voluntad de varón, de carne o de sangre humana, sino de Dios. Dios tiene el corazón del rey en sus manos, a todo lo que quiere lo inclina, de manera que también tiene el corazón de cada persona para inclinarlo a aquello que Él ha planificado. A unos los conducirá a la vida eterna, a los que representa Jacob, el amado, pero a otros los conducirá a perdición eterna, los representados en Esaú, el odiado. No que Dios haya visto sus obras de antemano para actuar en consecuencia, sino que ellos actúan como una consecuencia inevitable de lo que Dios ha dispuesto.
Entonces, el objetor bíblico tendrá razón al afirmar desde su estado natural pecaminoso, que Dios es injusto, ya que inculpa a aquellos que no tienen posibilidad de resistirse al destino marcado. No son pocos los teólogos, pastores, miembros de iglesias, que se agrupan en torno a aquel objetor presentado en el capítulo nueve de la Carta a los Romanos. Pero no toleran la respuesta que en ese texto fue dada, diciéndole al que objetaba que él no era nadie para altercar con su Creador, que el alfarero tiene potestad de hacer un vaso para honra y otro para deshonra. Por esta razón cambian el discurso bíblico y medran con la mentira, en el alegato de que Dios ama a todos por igual, porque Él es amor, o que el verbo odiar significa amar menos (Dios amó menos a Esaú, a Judas, al Faraón, al hombre de pecado, a los réprobos en cuanto a fe, a la iniquidad, a los Nicolaitas, a Jezabel, al rey Acab, a los amorreos, a los jebuzeos, a los heteos, a los que sucumbieron en el diluvio, a los sodomitas y a los habitantes de Gomorra, etc.
La mentira teológica lleva al disparate intelectual, ya que con el pecado se pretende cubrir el pecado, con las obras humanas se pretende cubrir el trabajo de Cristo, en especial la expiación que no hizo para los réprobos en cuanto a fe. Existe odio por la verdad, porque parece dura de oír, contra la cual se levanta una gran murmuración de parte de multitud de personas. Por esa razón, Dios también les envía un espíritu de error, para que crean la mentira aquellos que despreciaron la verdad, y se pierdan en forma definitiva. El que tiene oídos para oír, que oiga y huya de Babilonia hacia el redil del Cordero. El que es llamado con llamamiento eficaz, saldrá de la Sinagoga de Satanás para cubrir sus pecados con la sangre de Cristo, quien es la verdad. Solamente la verdad nos puede hacer libres de las ataduras de Satanás.
César Paredes
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